He decidido poner un Bazar. En charolas grandes acomodaré uno por - TopicsExpress



          

He decidido poner un Bazar. En charolas grandes acomodaré uno por uno todos los "Te quieros" y los venderé bien baras. ¡Porque tengo muchos! ¡Muchos! En una cesta y en un sitio especial, pondré los "Te amos". Ésos, van a estar caros. Son muy pocos y muy valiosos porque fueron dichos con mucho miedo. Algunos casi inaudibles. Hubo que poner mucha atención para entenderlos y son de un material muy frágil y fácil de quebrarse. Por lo mismo se encuentran en perfecto estado, como nuevos, de tanto que los he cuidado con esmero. Del otro lado de la mesa, en varias cajas muy profundas y separados por colores, estarán amontonados todos los besos. Hay montones y montones de ellos. En la caja amarilla están los besos felices, los que nos dimos en aquellos momentos de alegría y que salpicaban nuestras almas de frescura y de felicidad. Vienen adornados con risas, con carcajadas, con picardía. En la caja blanca están los besos que nos dimos frente a todos, esos besos que querían darse en los labios, pero que eran imposibles y terminaron cayendo en las mejillas para no causar revuelo. Los besos tristes los puse en una caja azul. Esos son los que nos dimos en cada despedida. En cada momento de separación. Pero en una caja diferente y especial puse el primer beso. Ése que me robaste. Ése que imaginé tantas veces. Ése que me dejó pasmada y que me cambió la vida. El que me arrebataste cuando me pusiste contra la vieja pared de madera de tu casa, para que no escapara de tus brazos. Inmóvil entre tus brazos, la pared y el refri. Como si yo hubiera en algún momento querido huir. Entre todos hay un beso muy especial que a tí te encantó y que muchas veces me dijiste que te daba fuerza al recordarlo. Aquel beso doble que fue el último que te di. Iba a ponerlo en la caja blanca, pero decidí que era demasiado especial para revolverlo con el resto. Un hermoso beso público que a todos dejó claro que aunque era en la mejilla, pertenecía más a los labios y a la lengua que un simple beso de "hasta luego, ái nos vemos, cuídate mucho"… Era un beso que dolía. Era la última vez que mi piel tocaría la tuya, mientras nos abrazábamos fuertemente sin ninguna gana de soltarnos. Ese beso se quedó en el aire, flotando y extendiéndose entre tú, yo y la distancia… de ese beso guardo un extremo, y tú conservas el otro hecho un nudito en el fondo de tu necio corazón. En el centro de la mesa, en una gran caja roja, duermen todos los besos que dejé caer sobre tu piel… enredados con los tuyos, entrelazados para siempre, hechos de hierro y fundidos en el calor intenso de nuestro inextinguible fuego. Lucen tan bellos que podría colgármelos al cuello un día de éstos. Pero también los vendo, porque lastiman sólo de verlos. Del techo he colgado todas las miradas. Esa primera mirada tuya que me regalaste entre tímido y observador. Y alrededor, esas miradas que fuiste depositando en mí, una por una a lo largo de toda la tarde y hasta en la noche de esa noche en que nos conocimos. Se me han revuelto con algunas risas y ha sido inevitable, ¡porque sí que nos reímos! Y las he colgado del techo para dar el efecto de que siguen cayendo sobre mí. Una y otra vez. Separé algunas, por tenerles especial aprecio. Como aquella en que tus ojos se detuvieron en los míos unos pocos instantes más de lo permitido mientras bebías una cerveza. Y sonreíste de lado. Esas dos, mirada y sonrisa, van juntitas, enredaditas y se mueven al mismo tiempo con el viento que aún las agita sobre mí. Una la saqué del corazón, está un poco maltrecha, la he recordado tantas veces, que se le nota usada. Desdoblada y vuelta a doblar. Esa mirada que me diste desde el otro lado del asador, cuando quedé tan lejos de ti y tú acababas de besarme junto al refri. Esa mirada de que te habías salido con la tuya. De que habías logrado besarme a pesar de todo y de todos. Con el sutil pretexto de poner algo a secar dentro de casa pudiéndolo colgar afuera. Esa mirada de complicidad con la que destrozabas uno a uno los metros de toda esa distancia que mediaba entre los dos, para juntarnos y ser uno de nuevo en otro beso imaginario que ya moríamos por hacer realidad. Y la gente que pasaba entre los dos, sin inmutarse de lo que ocurría entre estos ojos que se devoraban delante de todos. Caray, realmente tengo bastantes miradas. Hay una especialmente húmeda. La de nuestra primera despedida en aquella mañana triste en la que salimos abrazados, mientras caminábamos despacio al estacionamiento donde nos diríamos adiós. Esa mirada tuya donde me dijiste por primera vez sin hablar, lo mucho que ya me querías. Tus ojos decían "¡¡No te vayas!!", y tu boca decía "No hay que estar tristes, tranquila, pronto nos volveremos a ver". Y mis lágrimas resbalaban una tras otra con prisa y sin control. De esa mañana, tengo tu última mirada que ví por el retrovisor, mientras pasabas a lo lejos en tu camioneta, en otra dirección, con otro rumbo… lejos de mí otra vez. Hasta que tuve que girar el volante porque ya había llegado a la esquina... "A mí también se me aguaron los ojos", me dirías después... Por eso aún tengo esa mirada secándose eternamente al sol. Pero miradas, ufff… tengo tantas, que me las sigo encontrando por todos lados… entre tantos montones de recuerdos que a veces me da por ordenar. Me encantaban éstas, las pícaras. Aún hoy las acaricio y las puedo sentir. Cuando ya era insoportable el convivir con todos y estar ahí, juntos, y no poder tocarnos las manos, los cuerpos… pero lo hacíamos con la mirada. Con los ojos. Recorriendo hasta donde podíamos, hasta donde llegábamos sin que lo notaran los demás, porque si alguien se daba cuenta, nuestros ojos en estampida se desviaban presurosos hacia un helecho, o le dábamos un trago a las cervezas para disimular semejantes encuentros tan impropios. Todas ellas están pendiendo de hilos de colores, brillantes, alegres, dorados, azules y de un rojo intenso... Cuelgan por todos lados, revolotean sobre los besos, los teamos, los tequieros y las risas que nos regalamos sin medida. Y más, mucho más que cualquier otra, guardo en un lugar muy especial la mirada aquella, donde la luz de la luna cubría tu rostro de un frío azul, y tus ojos como espejos me devolvían la imagen de una mujer que por primera vez se veía a sí misma enamorada e inmensamente feliz. Reflejada en esos ojos que me miraban confundidos y llenos de preguntas… Quien la compre, deberá ofrecer bastante para poder llevarse semejante momento y conservarlo por toda la eternidad. Muy al fondo, en las repisas que casi no se ven y como queriendo que nadie se las lleve, tengo todas tus caricias. Una por una las he ido colocando en la oscuridad y sin ningún tipo de iluminación para que pasen desapercibidas por esos compradores compulsivos. Así, quizá se queden conmigo para siempre. A veces a escondidas me las echo encima para que me cobijen por las noches, cuando en los huesos y en la piel cala más la soledad que los frentes fríos. Y me envuelvo en ellas de pies a cabeza. No. Ésas no quiero venderlas. Por que las hiciste con tus manos -tú, tan industrioso-, tejiendo poco a poco y sin prisa, deliciosas tramas que vestirían mi piel para siempre. No me las quiero quitar. Porque hiciste a mi medida un mundo de caricias que aún hoy cubren centímetro a centímetro este cuerpo que sólo tú has sabido recorrer. Siempre explorador, siempre aventurero, siempre dedicado y pródigo en todos los detalles. Sembraste mi mente con tantos momentos como árboles hay en ése, tu jardín inmenso. En una jaula sellada guardo los amaneceres que tuvimos juntos. No quiero que se escapen por una rendija y se vayan volando para no volver jamás. Como ese amanecer enmarcado por los cantos de aves que para ti eran cosa del diario, pero que para mí eran exóticas y misteriosas. Totalmente extraordinarias. Y me mantenían absorta y con los ojos abiertos tratando de aprisionar para siempre cada sonido que venía del otro lado de tu ventana. Dejarlo grabado en mí, para recordarlo cuando ya no te tuviera cerca. Unir esos sonidos de cada mañana fresca y húmeda, con el calor tibio de tus brazos aferrándome a tu cuerpo desvelado. Mientras las cortinas suaves y tímidas se elevaban por encima de nosotros casi tocando el techo, movidas por un viento cómplice, festejando alegres y aprobando lo que ahí había ocurrido esas noches diferentes en las que tu vieja casa destilaba vida y felicidad por cada rincón. Podía sentir el abrigo de esas paredes, su contento y satisfacción por sentirme contigo, amándonos en cada esquina, en cada superficie, en cada metro cuadrado que nos ofrecía su espacio y su intimidad protectora y fiel. Éramos uno. Tú, tu casa y yo. Las noches en que el silencio perfecto que nos rodeaba para que nos concentráramos en nuestros propios sonidos sólo era interrumpido por las aves nocturnas y los ladridos de los perros. O el crujir de la madera anciana que viste tus muros y tus techos. O libros pesados que se deslizaban de sus repisas y caían hasta el suelo… Y mi cara azorada y mis ojos muy abiertos le preguntaban a los tuyos qué eran todos esos sonidos desconocidos para mis oídos citadinos. Tú me decías sonriente que era el fantasma de tu padre haciéndonos compañía. En esa jaula mantendré esos amaneceres, esas noches, esos recuerdos de tu casa maravillosa que me recibió con sus puertas y sus ventanas abiertas, con sus pisos y sus superficies todas dispuestas a romper su acostumbrada quietud y soledad, para celebrar nuestro encuentro inusitado y perfecto. Espero que nadie repare en la existencia de esta jaula. Aunque casi no llama la atención. Es opaca y deslucida, pero el brillo que guarda es cegador y encandila si lo ves con detenimiento. Por eso la dejaré abajo de la mesa, detrás del mantel. Quizá nadie la vea… He dejado por todos lados pequeños contenedores abiertos para que en ellos circule el aire… lo que tienen dentro está lleno de frescura y de verdor. De hierba, de árboles meciéndose al viento, de luz brillando en la superficie de ese pequeño río mientras el sol danzaba sobre sus aguas. Los caminos que recorrimos juntos. A tu lado en tu camioneta, conteniendo la respiración. Sintiéndome parte de tu mundo y de todas las cosas que forman parte de ti. Mirando el paisaje que a diario recorres sin mí, como cuando me llamabas a cualquier hora del día y me narrabas lo que tus ojos veían, lleno de entusiasmo y de alegría de vivir, tratando de transmitirme los sentimientos de felicidad que desde el fondo de tu corazón surgían a borbotones. Como cascadas de imágenes, llenabas mi lienzo en blanco con colores inimaginables, desconocidos para mí, salpicando sus márgenes y delineando mis ganas de correr hacia ti y disfrutar de todo eso que te hacía tan inmensamente feliz. Pero a tu lado… contigo. Y yo entonces adoraba esa voz ronca que me hacía volar a lugares llenos de magia. Y amaba tus cosas. Tus quehaceres. Tus obligaciones. Tus momentos de descanso y tranquilidad. Amaba tus idas a correr. Amaba tus jugos raros que te preparabas por las mañanas… Te amaba más que nunca. A lo lejos te imaginaba tal como ahora te veía. Feliz. Pleno. Y yo ahora contigo, a tu lado y disfrutando de tu vida y de tu universo. Viviendo como tú vives… Comiendo lo que tú comes, bebiendo lo que tú bebes, respirando lo que tú respiras. Admirando ese verdor que se extiende hasta donde la vista ya no da más. Me mostraste cosas asombrosas. Como una niña pequeña, me dejé guiar por ti, y me llevaste a recorrer esos lugares, orgulloso y contento de poder mostrarme esa parte de ti que no conocía. Pero que dejaste grabada en mi memoria antes de siquiera poder mirarla con mis propios sorprendidos y enamorados ojos. Sé que no olvidarás el momento aquél en que detuviste tu camioneta a medio camino para besarme una y otra vez y envolverme en tus brazos como se envuelve un regalo que después abrirás y que será sólo para ti. Ni mi de por sí revuelto cabello, mientras tus manos terminaban de alborotar lo que el viento ya había dejado hecho un caos. Con el suave silbido del aire a través de los árboles y el agua del río fluyendo como nuestros sentimientos. Interminable y feliz. Promesas de volver. De adueñarnos también de ese espacio en completa libertad. En total soledad. Y tus besos… Y mis besos… Nuestros besos… No es que quiera olvidarte lanzando al viento todos mis recuerdos…Yo, ¿cómo podría? Cuando algo fue tan tuyo como lo fueron esos días juntos, permanecen en tu vida para siempre. Pero algún día había que soltarlos. Llámale desapego. Poner a la venta, al trueque o regalar mis memorias contigo, me está ayudando a soltarte. A dejarte ir. A liberarte. Así como liberamos aquella tortuga que recogiste cuando cruzaba distraída el polvoriento camino de terracería. Detuviste tu camioneta y bajaste sin decir a qué. Y volviste con la tortuga en tus manos. La tuvimos en cautiverio unos días, pero finalmente la devolvimos al río en el que nadó presurosa, como temiendo que volviéramos a atraparla. Tú, como ella, tampoco eres para tenerte cautivo. Amas tu libertad y la defiendes y atesoras más que a nada en tu vida. Incluido el amor. El deseo. La intensa felicidad que transpirabas junto a mí. Porque hay cosas que no pueden ocultarse y el amor es una de ellas. Brota por los poros, líquido, cristalino, como diminutas gotas de cristal cubriendo por completo toda tu piel, volviéndote luminoso y resplandeciente. El amor se exuda haciéndose perceptible. Traspasa murallas, se resbala a través de las miradas, del roce de las manos, de los labios, de las sonrisas… y en ti se deslizó por tus planicies, tus acantilados, por todas tus rutas que invariablemente terminaban siempre en esa reveladora luz de tus ojos diciéndome tantas cosas. Mientras tú callabas… en ti surgió el amor, e hiciste hasta lo imposible por no dejarlo vivir. Cuando recién lo descubrí, creí que duraría para siempre. Creí que ya tenía tu corazón. Que eras mío… Que no faltaba nada en este improvisado pedazo de cielo en el que ahora flotábamos tú y yo, en medio de piruetas y malabares para amarnos sin que nadie lo notara. Me sentía capaz de todo a tu lado y te sentía total y completamente entregado a cambio. Mi error… Porque esos sentimientos por más que quieras ocultarlos, el alma los percibe, pero también los magnifica. ¡Y cuánto! Todas esas palabras no dichas, todas esas frases devoradas por tus más profundos miedos las tengo en venta. No sé cuanto cuesten. No les he querido poner precio. No me atrevo a saber cuánto valen para ti tus sentimientos. O cuánto crees que valgan los míos. Así que están a la venta. Al mejor postor. Porque un amor así tan grande, sin concluir, dejado a la deriva apenas al comenzar… se vende en obra negra, y eso deprecia hasta las cosas más valiosas… Por la paz y tranquilidad que ahora gozas, quizá valga la pena echar al olvido todo lo que tuvimos. ¿O quizá fuera el miedo a la felicidad absoluta tan paralizante para ti, que hayas decidido asfixiar lo que ya respiraba por sí sólo? Dejarlo sin el oxígeno que le proveían tu voz, tus palabras, tus caricias, tu fuerza y tu dulce sonrisa… Ahogarlo, matarlo, o lo que es lo mismo… dejarlo morir en esta inmensa soledad. Pudo ser tremendo. Crecer hasta el infinito. Pero tú mismo lo dijiste muchas veces, como si supieras lo que -a pesar de lo que ya sentías por mí- tarde o temprano harías: - "Nadie sabe lo que va a pasar". - "Mañana podemos no estar". - "Sólo debes amarte a tí misma". - "No necesitas a nadie para ser feliz". Frases todas que veladamente me anunciaban que un día desaparecerías de mi paisaje sin decir "agua va". En medio de esta gran mesa llena de las cosas que he guardado de nosotros, junto a la caja roja, envueltos en unos cuantos retazos de cordura y anudados fuertemente, están tu libertad, tu paz, tu seguridad, tu zona de confort, tu protectora rutina. No son míos, pero los vendo por que sin piedad y con todo su aplomo te arrancaron de mi lado. Y aún no sé si fue para siempre… En el fondo sé que aunque ponga en venta todo lo que aquí escribo, no conseguiré alejarte de mis pensamientos. Estarás presente. Vivo, en mi piel, en mis recuerdos, en los lugares donde estuvimos seguirás estando y te seguiré viendo. Quizá con otros ojos. Quizá con los mismos ojos con los que te conocí… O quizá en el intento logre por fin verte como lo que somos. Tú llegaste a mi vida para llenarla de cosas mágicas. De situaciones únicas. Me llevaste a tu mundo y me enamoré de él. Me atrapaste y no sentí que hubiera otro lugar y otro momento a donde yo pudiera pertenecer, más que a tu lado.Aunque fuera lejos. Aunque fuera separados. Y ahora que de verdad lo estamos, separados por la distancia, por la aparente indiferencia, y aunque a veces me sentí morir, hoy puedo asegurarte que me siento íntegra. Que me he levantado de a poco, hasta ser mucho más de lo que antes fui. Más fuerte. Más entera. Más segura. Más madura. Más, mucho, mucho más mujer. Y me gusta esta mujer. Me gusta su espíritu y su tenacidad para salir adelante. Me gusta la fuerza con la que encara lo que venga. Y quiero que se quede para siempre aquí. De todo lo vivido contigo, esta mujer es mi más grande recompensa. Reunió todo lo bueno, lo que la hizo crecer y lo que fue su alimento incluso en esos días de sequía. No puedo decir que hubo algo malo. Todo fue absolutamente bueno. Quizá por eso fue muchísimo más difícil de olvidar, o siquiera de intentarlo. Nadie comprará nada… lo sé. Pues todos tienen en sí mismos sus propios bazares donde tienen a la venta sus amores, sus tristezas, sus frustraciones, sus alegrías y sus ilusiones. Y uno siempre, siempre recordará hasta el último detalle de los instantes vividos con alguien a quien se ha amado tanto. ¿Para qué, pues, comprar los recuerdos de alguien más? Cierro entonces mis puertas y mis ventanas… Queda todo envuelto en delicados lienzos de la más profunda nostalgia, misma que con el tiempo se volverá resistente y protectora. Por mis rumbos tarde o temprano rondarás tú. O vagaré yo en los tuyos. Volveré a verte, volverás a verme. Y más vale ser fuerte y de una pieza… por si he de romperme, que no quede en pie ni un pedazo. Adriana Ortiz
Posted on: Tue, 23 Jul 2013 04:42:24 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015