Hola mis amores, buenas noches♥. Tal vez sea demasiado largo, - TopicsExpress



          

Hola mis amores, buenas noches♥. Tal vez sea demasiado largo, pero apreciaría mucho que lo lean, me pasé mucho tiempo escribiéndolo y espero que les guste, besitos. La luz era... demasiado brillante, tanto que hacía que los ojos me ardieran y sentía pulsaciones al lado izquierdo de la cabeza, y en las sienes. Como si no tuviera suficiente dolor ya. Tenía un maldito dolor de cabeza. Y cuando digo maldito, es porque era maldito. Por eso la luz me molestaba tanto. Y eso que tenía un gorro de lana embutido hasta las cejas, en parte también porque no me había peinado. Jamás me gustó peinarme, me duele, porque mi cabello es ondulado y se enreda y además se esponja. Maldita luz. Pero igual la seguía mirando. Probablemente no quería ver la aguja descomunal que la enfermerita de cuarta sentada a mi costado estaba apunto de clavar en una vena gorda de mi muñeca. Le tengo pavor a las agujas. Sentía la presión de la liga alrededor de mi muñeca, cómo me cortaba la circulación, porque poco a poco empezaba a no sentir mis dedos. Brr, que frío hacía ahí dentro. Estaba tumbada en una camilla del pabellón de emergencias en el hospital, con un buzo abercrombie gris de franela, dos polos, una sudadera gris oscuro de mangas largas y una casaca gruesa negra de mi mamá, y aún así me moría de frío. Pero me sentía mejor, porque 30 minutos antes creí que me iba a morir. El dolor de cabeza era tan intenso como nunca había experimentado en mi vida, era atroz. Sentía que tenía la cabeza en una prensa. Mi mamá se asustó tanto, que me trajo al hospital y aquí estamos, yo en esta camilla de plástico que huele a enfermo y ella detrás de la cortina blanca, esperando que me explote una vena o algo por el estilo. Era muy nerviosa, demasiado, especialmente con la sangre, y conmigo. La enfermerita de cuarta con el cabello pintado de rubio y una manicure barata hizo un ruido sordo al quebrar la primera ampolla y yo ya podía saborear el dolor intenso que vendría muy pronto. La cabeza ya no me dolía tanto, probablemente porque estaba tan concentrada en la maldita inyección que mi cabeza solo tenía espacio para pensar en eso y ya. La jeringa hizo un sonido de succión al sobre el contenido de la primera ampolla. Mi mamá temblaba claramente detrás de la cortina, pensando. Si no fuera por mi culpa no estaría en esta situación. Esa mañana nos habíamos peleado. O más bien, yo la ataqué. Me sentía pésimo. Había tenido uno de mis arranques de baja autoestima, y me había desquitado con ella. Le dije que era su culpa, era su culpa que yo fuera gorda, era su culpa que no tuviera amigas, era su culpa que nos mudáramos, todo era su culpa. Me dijo que era egoísta, porque solo pensaba en mí. Y tenía razón. Soy una maldita egocéntrica. Una maldita egoísta, porque todo lo quiero para mí, porque solo quiero ser bonita, ser superficialmente estúpida, ser plástica, como las chicas del insti, esas imbéciles que pesan 40 kilos y tienen una calabaza en vez de cerebro, pero aún así se ligan a medio mundo. Y yo que era invisible. Terminamos en un mar de lágrimas, y claro, Layla, yo, la más estúpida, cogí el cuchillo y comencé a cortarme la muñeca izquierda. Gorda. Porquería. Egoísta. Deja de hacerle daño a tu mamá. Corte, corte, corte. Sangre, sangre, sangre. Otra lágrima. La enfermerita de cuarta terminó con la tercera ampolla y me asusté. Se volvió hacia mí con una jeringa gorda, grande, llena de keterolaco, dexametasona y gravol, para los vómitos. Me dijo que no me moviera, que no me iba a doler. Tomó mi manó y soltó la liga. Aaaaaaaah, qué alivio. Moví mis dedos agarrotados. Nunca conocí enfermera más estúpida, me dejó la liga en la mano más de 5 minutos. Pero se sentó y la volvió a poner. Se sentó a mi lado en un banquito giratorio y dio tres golpecitos en mi mano. -Mira al techo-me dijo-, no te va a doler si no te mueves. Respiré hondo y me concentré en la molestosa luz. Odio las intravenosas. Odio las agujas, recalco, odio las agujas. Me dolió más que quemarme un dedo. Sentía como si estuvieran metiendo un alambre caliente en mi vena, que llegaba hasta el codo y luego se desvanecía. -Dime que ya está- le casi supliqué. -No, te moviste, te pusiste rígida. -No me moví- había hecho un esfuerzo por permanecer quietecita, me indignaba-, estuve calmada. -No, te pusiste tensa. Dejé que la enfermerita de cuarta creyera que tenía la razón. Estúpida, no le dejas la liga puesta a un paciente si no vas a aplicarle la inyección de inmediato. -Vamos a intentar de nuevo, haz puño- me dijo. Le miré las pestañas postizas con exceso de rímel y le hize caso. Intentó de nuevo, en otro lugar, esta vez el dorso de mi mano fue la nueva víctima. Cuando tomó la aguja vi que el contenido estaba teñido con mi sangre. Estúpida, pensé. Siempre me gustó ver mi sangre, porque era muy roja. La aguja penetró mi piel en un segundo interminable. Mira al techo, pensé, volviéndome a concentrar en la odiosa luz. Me dolió igual que la anterior, sino más, y tampoco funcionó. -¿Ya está?- le pregunté. -No, deja de moverte. -Pero no me estoy moviendo. -Intentemos en el otro brazo. La miré con odio y no sé si se dio cuenta. Tomo mi muñeca izquierda y quitó la liga de la derecha para ponerla allí. Colocó un trozo de gasa con adhesivo quirúrgico sobre los orificios de mi mano derecha, que no dejaban de sangrar. La enfermerita de cuarta tomó mi muñeca y tiró de mi brazo. Me asusté porque tenía más de 20 cortes, pero ella no dijo nada, sólo se fijó en mis pulseras. -¿Por qué usas esas cosas?- dijo en dirección a la maraña de tiritas de colores de intrincados trenzados que tenía en el brazo, con un gesto de asco. -Porque me gustan, yo las hago- recalqué con desprecio. La enfermerita de cuarta con el pelo rubio, su manicure barata y sus pestañas postizas con exceso de rímel chasqueó la lengua con desaprobación. Tenía en la muñeca unos semanarios de metal y unas pulseras ridículas de cuentas sin gracia que usan las viejas estiradas, así que supe de inmediato porque miraba con horror mi rústica joyería. Y clavó la aguja en el dorso de mi mano izquierda. El dolor fue el mismo y tampoco pudo ponerla toda. Al levantar la vista observé la jeringa: la mitad era sangre roja como una fresa y la otra un líquido transparente, mezclándose con la sangre. La enfermerita de cuarta dio un suspiro largo y mandó a que me trajeran una aguja para intramuscular. Al parecer, se había cansado de tratar de ponerme la intravenosa y no quería dejarme como un alfiletero. Yo seguía esperando que se escandalizara por mis cortes, frescos, todos, los más de 20. Claramente los vio, pero no me dijo nada. Nada. Probablemente, a nadie le importa, pensé. Y mientras lo hacía, la cabeza volvió a martillearme con fuerza. Me embutí el gorro hasta los ojos, y la luz brillante desapareció por completo y dejó de molestar. La oscuridad se tragó a la enfermerita de cuarta con pelo rubio, manicure barata, pestañas postizas con exceso de rímel y actitud petulante que no sabía poner una intravenosa decente, a la cortina detrás de la cuál estaba mi mamá esperando nerviosa, a mis pulseras rústicas, a mis cortes, a mi tristeza, y a mi miedo. ~Blue.
Posted on: Thu, 03 Oct 2013 03:36:23 +0000

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