INTRODUCCIÓN A LOS ESCRITOS JOÁNICOS 1. INTRODUCCIÓN Los - TopicsExpress



          

INTRODUCCIÓN A LOS ESCRITOS JOÁNICOS 1. INTRODUCCIÓN Los escritos llamados joánicos que se atribuyen a la misma comunidad o escuela son el evangelio y las cartas. La tradición ha visto una cercanía o familiaridad entre el Apocalipsis y estos escritos, sin embargo resulta muy difícil establecer qué tipo de contacto existe entre ellos. El género literario del Apocalipsis, muy diverso tanto del evangelio de Juan como de las cartas, es una primera dificultad. Más aún, tanto el evangelio como incluso las cartas joánicas han sido muy parcos en utilizar la apocalíptica. El estilo del Apocalipsis resulta también muy diverso del que tenemos en el evangelio de Juan o en las cartas. Resulta difícil admitir que un mismo autor haya compuesto obras estilísticamente tan diversas como el evangelio de Juan y el Apocalipsis. La forma como es utilizado el AT por el evangelio de Juan y el Apocalipsis presenta en uno y otro caso unas diferencias muy acusadas. Finalmente el esquema de fondo del Apocalipsis, que tiene en la historia un punto de referencia innegable y en cierta medida fundamental, no parece tener eco importante en el evangelio y las cartas llamadas de Juan, que, sin negar la historia, no la utilizan como vehículo fundamental de sus presentaciones teológicas. Esta última diferencia es importante porque marca el talante de una sensibilidad muy diversa. En otro sentido, los datos que apuntan en la dirección de una cierta relación entre el Apocalipsis y los escritos joánicos son excesivamente débiles para probar una autoría común. Así la utilización de algunos conceptos comunes como «testimonio», la imagen cristológica del cordero -a pesar de utilizar vocablos griegos diferentes en uno y otro caso-, la utilización de algunos peculiares textos del AT, etc. Por último, hay que decir que la autoría del Apocalipsis -el vidente del Apocalipsis dice llamarse Juan- no resulta argumento en favor de un acercamiento que en cualquier caso resultaría muy extrínseco. El parentesco entre el Apocalipsis y el evangelio de Juan no parece ir más allá de ciertos trazos comunes, dentro de una gran diversidad. El evangelio de Juan y las cartas ofrecen un horizonte de una cierta amplitud, con un hilo conductor interno de mucho peso. Se trata de documentos muy diversos por su género literario, por sus acentos doctrinales y por sus dimensiones. Sin embargo, pertenecen al mismo círculo o comunidad. El peculiar vocabulario, el mundo mental, el estilo y la teología muestran unas afinidades notables. Parece cada vez más claro que debemos situar el evangelio de Juan antes de las cartas y que, probablemente, 1 Jn y 2 Jn son anteriores a 3 Jn. Sin el evangelio como base, las cartas resultarían sencilla y llanamente un enigma. Los grandes temas -las confesiones de fe, las exhortaciones- y el vocabulario mismo tienen un punto de referencia fundamental en el evangelio de Juan. 2. Relación del Evangelio de Juan con los Evangelios sinópticos Las diferencias entre el Evangelio de Juan y los sinópticos fueron advertidas desde los primeros tiempos de la Iglesia. Pero convencidos de la atribución a Juan de Zebedeo la autoría del texto del Evangelio, los Padres de la Iglesia y los antiguos escritores cristianos se esforzaron por armonizar los datos de unos con los de los otros, e intentaron explicar las diferencias diciendo que Juan pretendía completar los datos de los tres primeros Evangelios. Si los sinópticos se habían ocupado de lo “humano”, Juan contemplaba el aspecto “divino” del Señor o si los primeros habían narrado los acontecimientos del último año de la vida pública de Jesús, Juan relataba los hechos de los primeros años, antes que el Bautista fuera encarcelado. Estos intentos de explicación ya no son aceptados por los investigadores y comentaristas actuales. No hay indicios de que el Evangelio de Juan pretenda completar los datos de ninguna otra. Mucho menos aceptable es la división entre los hechos “humanos” de Jesús y de la “divinidad” de Cristo que sería tratada sólo por Juan. En una época más moderna los racionalistas habían propuesto que el evangelio de Juan no provenía de una fuente apostólica, sino de la filosofía o del gnosticismo. En la actualidad los estudiosos s preguntan si Juan conoció los sinópticos, y en caso afirmativo, cuál es el nivel de dependencia que tiene de ellos. Algunos autores sostienen que Juan ha conocido alguno o algunos de los sinópticos y ha utilizado su material para componer su obra. Las preferencias se han volcado preferentemente hacia Marcos y Lucas. Al analizar los textos en los que habría indicios de dependencia de algunos de los sinópticos, estos autores han detectado también que en esos mismos textos aparecían grandes diferencias. La hipótesis más ampliamente difundida es las de los autores que sostienen la independencia de Juan con respecto a los sinópticos y afirman que las similitudes se explican satisfactoriamente por la tradición oral y por las ideas difundidas en el ambiente religioso en el que se encontraba el evangelista. 3. La comunidad del discípulo amado. Para reconstruir la vida de la comunidad joánica, Brown establece cuatro fases: • La época preevangélica: abarca los oríagenes de la comunidad y su relación con el judaísmo de la mitad del siglo I. Los cristianos joánicos ya habían sido expulsados de las sinagogas. • La época en la que fue escrito el evangelio: alrededor del año 90 d.C. La expulsión ya era pasado pero continuaba al persecución (Jn 16, 2-3). • La época en que las comunidades joánicas estaban divididas. Se escriben las Cartas. Alrededor del 100 d.C. • La época de la disolución de los dos grupos luego de que se escribieron las Cartas. Los secesionistas se alejan y orientan en el siglo II hacia el docetismo, gnosticismo, cerintianismo y el montanismo. El grupo en torno al autor de 1 Jn parece que fue gradualmente absorbido por lo que Ignacio de Antioquía llama “la iglesia católica”. Primera fase En la primera fase, el periodo primitivo, la comunidad joánica se componía de judíos cuya fe en Jesús asimilaba una cristología relativamente baja. Posteriormente surgió una cristología más alta que agudizó el conflicto con los judíos que la consideraban como una blasfemia, y esta fricción impulsó al grupo joánico a afirmaciones más audaces todavía. El grupo originario y una cristología más baja: Jn 1, 35 nos indica que la comunidad joánica comenzó entre judíos que se acercaron a Jesús y que le reconocieron sin mucha dificultad como el mesías que esperaban. El hecho de que algunos de los primeros discípulos sean los mismos tanto en los sinópticos como en Juan, significa que los orígenes joánicos no fueron muy diferentes de los de otras iglesias judías, especialmente de aquellas que se asociarían más tarde en memoria de los Doce. Lo mismo podemos decir al analizar los “signos”, el concepto del Paráclito, en la forma que se presenta a Juan el Bautista. La comunidad joánica siguió su propio camino alentada por la promesa de Jesús de que “verían cosas mayores”, pero sus orígenes no fueron excepcionales. Debemos admitir asimismo que algunos de los primeros cristianos joánicos procedieron del movimiento de Juan el Bautista. Un sentido de continuidad con sus orígenes impulsaría a la comunidad joánica, en la época en que el evangelio era escrito y, a pesar del conflicto con otros seguidores de Juan el Bautista, a pretender que su peculiar y sublime forma de entender a Jesús se hallaba en completa armonía con el testimonio dado por el profeta neotestamentario. Un vínculo especial entre los seguidores de Juan el Bautista y la comunidad posterior pudo ser el discípulo amado, esa misteriosa figura que aparece solamente en el cuarto evangelio y que es, sin duda, el héroe de la comunidad. El discípulo amado habría sido idealizado, pero esto no significa que haya sido simplemente una imagen puramente ficticia. Posiblemente sea el discípulo innominado de 1, 35-40 (teoría que es bastante discutida, por cierto). Así, la base del discípulo amado habría sido similar a la de algunos prominentes miembros de los doce. Según Cullmann, no podemos conocer el nombre del discípulo amado, aunque podemos sospechar que es un antiguo discípulo de Juan el Bautista, compartió la vida de Jesús durante la última estancia de éste en Jerusalén; era conocido del sumo sacerdote; su relación con Jesús fue diferente de la de Pedro, el representante de los doce. En los capítulos 2 y 3 de Juan se insiste en la necesidad de conocer mejor a Jesús de lo que podrían garantizar las apariencias superficiales de sus acciones, por otra parte, el tema de estos capítulos es muy similar al presentado por los sinópticos. Es en el capítulo 4 donde Juan se aparta de un modo significativo de lo que nosotros denominamos el ministerio de Jesús en los evangelios sinópticos, porque Jesús pasa por Samaría y convence a todo un pueblo de samaritanos para que crean que él es el Salvador del mundo. Inmediatamente después de este capítulo se describe una cristología realmente alta y un conflicto agudo con “los judíos” que acusan a Jesús de deificación (5, 16-18). Brown piensa que se puede evidenciar en el mismo evangelio, la entrada en la cristiandad joánica de otro grupo que catalizó los desarrollos cristológicos. Los discípulos de Juan el Bautista de 1, 35-51 constituyen los principales seguidores de Jesús hasta 4, 4-42, cuando el gran grupo de samaritanos se convierte. Este segundo grupo de creyentes no se convierte a partir de los primeros, pues sus expectaciones de Jesús como “el salvador del mundo” (4, 42) son diferentes a las veterotestamentarias de éstos. La aceptación de este segundo grupo por la mayoría del primero es posible que acarreara sobre toda la comunidad joánica la sospecha y la hostilidad de los jefes de la sinagoga. Después de la conversión de los samaritanos en el cap. 4 el evangelio se concentra en la repulsa de Jesús por parte de “los judíos”. Algunos autores han visto, junto a la de los samaritanos, la entrada de judíos helenistas de Jerusalén (cf. Hch 7, 48-50). Este grupo trae una combinación de una cristología diferente, de la oposición al culto del templo y de los elementos samaritanos. No parecen residir en Samaría ni tener contactos permanentes con ellas. De hecho, los samaritanos conversos en cap. 4 nunca más son mencionados ni Jesús vuelve a Samaría. Por tanto podemos sostener que este segundo grupo estaba compuesto de judíos de persuasión anti-templo que habían convertido a samaritanos. Por otra parte debemos destacar el término “los judíos” en el evangelio de Juan. Lo utiliza tanto para las autoridades judías de la época de Jesús como para los hostiles partidarios de la sinagoga de su tiempo. La batalla entre la sinagoga y la comunidad joánica fue ante todo una batalla cristológica. Para Juan, Mesías o Xristós (ungido) no es un término con un solo significado. Juan escribe su evangelio para que los lectores puedan creer que Jesús es el Xristós (20, 31). No sólo puede ser entendido como el rey ungido de la estirpe de David. En 4, 25-26, encontramos el término en un contexto samaritano que justamente estaba en contra de las pretensiones de la dinastía davídica y de Jerusalén, la ciudad de David. La cristología alta que encontramos nos habla de la Palabra que existía en la presencia de Dios antes de la creación se hizo carne en Jesús (1, 1.14); viniendo al mundo igual que una luz (1, 9-10; 8, 12; 9, 5), puede revelar a Dios porque él es el único que bajó de los cielos y que vio el rostro de Dios y escuchó su voz (3, 13; 5, 37); él es uno con el Padre (10, 30), de forma que el que le ve a él ve al Padre (14, 9); de hecho, puede hablar como el divino Yo Soy. Con justicia la cristología joánica se puede denominar la más alta del Nuevo Testamento. Después de tener que elegir entre Jesús y el judaísmo y habiendo preferido “la gloria de Dios a la gloria de los hombres” (12, 43), los cristianos joánicos sacaron de su elección importantes colorarios acerca del judaísmo que dejaban tras de sí. En el principio de la predicación cristiana, la idea de una “nueva alianza” habría significado una alianza renovada entre Dios y su pueblo judío a través de Jesús y en Jesús. No existía el sentido de una nueva alianza que substituyera totalmente a la antigua. Las sagradas instituciones cultuales del judaísmo se ven como algo que ha perdido su sentido para quienes creen en Jesús. Las dos virtudes más destacadas del Dios de la alianza, su hesed (el amor gratuito manifestado en la elección divina de un pueblo indigno) y su emeth (la verdadera fidelidad a su elección) se unen a hora en Jesús “que está lleno de gracia y verdad” (1, 14.17). Ciertamente la comunidad joánica ha llegado a ser una nueva religión separada del judaísmo, una religión que, en defensa propia, afirma que es más rica y que lo que ha ganado es mayor que lo que ha dejado detrás. La necesidad de poner de relieve lo que se había logrado pudo tener importancia a la hora de desarrollar el profundo sentido joánico de la escatología ya realizada. En esta primera fase existió una fuerte escatología final: Jesús vendría por segunda vez y entonces realizaría todo lo que se había profetizado en la ley y los profetas (Hch 3, 21; 1 Co 15, 23-28). Pero en la época en que se escribió el cuarto evangelio, la escatología realizada ya dominaba el pensamiento joánico, es decir, mucho de lo que se esperaba para la segunda venida se había realizado ya. En la especial interpretación joánica del Hijo del hombre, durante su ministerio terreno, Jesús ya había venido del Padre para ser juicio (3, 13; 6, 62); Dios envió a su Hijo al mundo y el que cree en él no es condenado, pero el que no cree en él ya ha sido condenado (3, 17-21). Para Juan la vida eterna es una posibilidad presente (5, 24). Además para Juan el don de ser hijo de Dios se otorga aquí y ahora (1, 12). Juan no descarta las escenas de una cristología más baja, pero las reinterpreta. Juan conserva el recuerdo del bautismo de Jesús con el Espíritu Santo, citando a Juan el bautista combina este concepto con el de la pre-existencia (1, 30). El bautismo es ahora un estado o un paso en el envío del Verbo pre-existente. A su vez, Juan reinterpretó la crucifixión de manera que Jesús se muestra ya victorioso en la cruz cuando “es elevado” (12, 31-32). Juan no prescinde de las apariciones del Resucitado si bien modifica su importancia (20, 29). Así pues, a pesar de los avances de la cristología joánica, la comunidad conserva unas imágenes y un vocabulario que puede compartir con otros cristianos. A estos dos grupos pertenecientes a la comunidad joánica ya expuestos (judíos cristianos –algunos discípulos de Juan el Bautista- y judíos anti-templo con samaritanos convertidos) hay que agregar que existe un componente gentil entre los receptores del evangelio. Por ejemplo, el autor se detiene para explicar términos como Mesías y rabí. En 12, 20-23 se habla de la llegada de “algunos griegos”. Desde el momento que Juan asocia este texto con la expulsión de las sinagogas (12, 42) podemos sospechar que fe particularmente cuando los cristianos joánicos de ascendencia judía fueron rechazados por el judaísmo y no se consideraban ya a sí mismos como “judíos”, cuando recibieron a buen número de gentiles en la comunidad. La lucha con la sinagoga llevó a los cristianos joánicos a insistir en que la entrada en el reino no se basaba en descendencia humana, sino en haber sido engendrados por Dios (3, 3.5) y los que reciben a Jesús son los verdaderos hijos de Dios (1, 12). ¿Supuso la apertura a los gentiles un cambio geográfico de la comunidad joánica? Algunos especialistas lo han afirmado para concordar la evidencia de los orígenes palestinos con la tradición de la composición del evangelio en Efeso. Teoría difícil de probar. Segunda fase: Cuando se escribió el Evangelio El periodo pre-evangélico de formación distintiva de la comunidad joánica duró varias décadas, desde los años 50 a los 80 d.C. y el evangelio fue escrito aproximadamente hacia el año 90 d.C. Como decíamos anteriormente el universalismo no está ausente de una teología que incluye la afirmación “porque amó tanto al mundo…” (3, 16-17). Pero como se ve en los versículos posteriores (3, 18-21), el dualismo es un importante factor modificador en esta perspectiva universalista. Puesto que la comunidad se identifica a sí misma con los creyentes, no hay que sorprenderse de que la mayoría de los que se halan fuera de la comunidad sean considerados ensombrecidos en mayor o menor grado por las tinieblas. Ningún otro evangelio se presta tanto a un diagnóstico de relaciones comunitarias en términos de oposición. Como se advierte en las Cartas los cristianos joánicos tienden a considerarse una comunión (Koininia) (1 Jn 1, 3). Existe un profundo sentido de familia dentro de esta comunión y la denominación “hermano” es común. Jesús es realmente el Dios de amor quede tal manera amó al mundo que quiso darse a si mismo en su Hijo (3, 16; 1 Jn 4, 8-9) y no se conformó con enviar a cualquier otro. Y tal comprensión de Dios y de Jesús exige que el cristiano joánico, que es hijo de Dios se porte de una manera digna de su Padre y de Jesús (Jn 13, 35). Algunos autores han sostenido que este sentido de amor interno y de oposición externa habría hecho de la comunidad un grupo cerrado. Sin embargo el evangelio no es un manifiesto de un grupo cerrado que expresa una superioridad sobre los de fuera, sino que su objetivo es provocar a la misma comunidad joánica a entenderá Jesús con mayor profundidad (20, 31). También debemos decir que los grupos que detectamos están “fuera” de la comunidad nos sirven para entender el mensaje y el evangelio. Lo primero que debemos ver es: “el mundo”: A pesar de 3, 16-17 este término en Juan es más común para los que rechazan la luz que para incluir a un todo. Así encontramos (Jn 7, 7; 9, 39; 12, 31. 35-36; 14, 17.30; 15, 18-19; 16, 8-11.20.33; 17, 9.14.16; 18, 36). Algunos han hablado de una identificación entre “el mundo” y “los judíos”. Sin embargo, el hecho de que la oposición a “los judíos” domina los capítulos 5-12, mientras que la oposición al mundo domina los capítulos 14-17, sugiere una cronología en las relaciones. Que Jesús hubiera venido únicamente para ser rechazado por “los judíos” en particular y por el mundo en general produce un trágico impacto en el pensamiento joánico. Ese es el lamento de las afirmaciones lapidarias del evangelio (1, 11; 3, 16.19; 17, 5). La repulsa del evangelio joánico por parte de “los judíos” y por parte del mundo produjo un creciente sentido de alienación, de forma que ahora la misma comunidad se siente extraña en el mundo. En la época en que fue escrito el evangelio, el amor interno es suficiente para proporcionar alegría y paz. La tragedia real vendrá más tarde cuando se dé una escisión en el seno mismo de la comunidad. Para el evangelio de Juan, el mundo no es simplemente una tierra baldía que espera la semilla del evangelio; no es simplemente un terreno neutral. Existe un príncipe de este mundo que es activamente hostil a Jesús. Los cristianos, por todos los medios, deben seguir llevando un testimonio de Cristo al mundo, pero al descubrir que los hombres de todas clases preferían las tinieblas a la luz debió llevar a una amarga experiencia. Ya nombrados, debemos identificar a los “judíos”. La expulsión de los cristianos de la sinagoga había tenido lugar antes de que el Evangelio fuera escrito; pero como examinamos anteriormente, los cristianos joánicos fueron también perseguidos. El autor del evangelio fustigaba a las autoridades de la sinagoga que han seguido el liderazgo de Jamnia de llevar a cabo la expulsión de los desviacionistas. La disputa dominante que encuentra eco en el evangelio se refiere a la divinidad de Jesús. Con R. Brown podemos sostener que cualquier grupo religioso que se desgaja de otro grupo tratará de conservar en su arsenal, argumentos que justifiquen la decisión por ellos tomada. Dichos argumento sirven para la educación de la nueva generación para que no apostaten, aun cuando no exista esperanza alguna de que los oponentes vayan a convencerse por los argumentos. Además seguramente seguían existiendo en las sinagogas gente que creían en Jesús ocultas en las sinagogas. Y el escritor joánico tenía el deseo de estimularlas a confesar a Jesús. Entre los cristianos joánicos se advierte una de las relaciones más hostiles. Otro grupo que encontramos son los seguidores de Juan el Bautista. Juan presenta a los primeros seguidores de Jesús como discípulos de Juan el Bautista. Por eso sorprende encontrar en el cuarto evangelio una lista tan larga de proposiciones negativas al profeta neotestamentario. Él no es la luz (1, 9); no existía antes de Jesús (1, 15.30); no es el Mesías ni Elías ni un profeta (1, 19-24; 3, 28); no es el novio (3, 29); él debe decrecer, mientras que Jesús debe crecer (3, 30); nunca hizo milagros (10, 41). Los sinópticos no tienen esta misma actitud hacia Juan el Bautista. Todo esto se hace comprensible cuando leemos en 3, 22-26 que algunos de los discípulos de Juan el Bautista no siguen a Jesús y con envidia se quejaban del gran gentío que le seguía. Podemos llegar a sospechar que los cristianos de la comunidad de Juan tenían que lidiar con tales discípulos y que esas negaciones significan una apologética contra ellos. Es posible que la comunidad joánica se enfrentara con no-cristianos seguidores de Juan el Bautista. Al no encontrar en el evangelio ataques directos hacia ellos sino correcciones del engrandecimiento equivocado de su maestro podemos suponer que los cristianos joánicos tenían la esperanza de la conversión de este grupo. También podemos mencionar algunos grupos cristianos que no pertenecen a la comunidad joánica. Tenemos a los cristianos judíos que siguen dentro de la sinagoga. Jn 12, 42-43 proporciona la más clara referencia a un grupo de judíos que se sentían atraídos por Jesús de forma que se podía decir que creían en él, pero que temían confesar su fe públicamente puesto que podían ser expulsados de la sinagoga. Tal vez la historia del ciego del capítulo 9 sea en parte la historia de la comunidad joánica ya que rehusa tomar el camino fácil de ocultar su fe y quiere pagar el precio de la expulsión por confesar que Jesús es Dios (9, 22-23; 33-38). El evangelista tiene todavía la esperanza de poder convertir a este grupo que, sin embargo, no ve la necesidad de exaltar a Jesús ni de darle mayor fuerza que a Moisés (9, 28). Un grupo menos reconocido por los exegetas y que propone R. Brown, partiendo del capítulo 6 de Juan en los versículos 60-66 donde el discurso que precede sobre el pan de vida tuvo lugar en una sinagoga (5, 59) y allí advertimos la objeción profundamente hostil por parte de “los judíos” a la pretensión de Jesús de ser el pan de vida. Pero entonces Jesús abandona la sinagoga y entabla diálogo con aquellos a los que Juan denomina sus “discípulos”. Algunos de estos discípulos públicos de Jesús protestan por lo que ha dicho en la sinagoga, diciendo que es algo que no pueden aceptar fácilmente y que no merece la atención. Muchos se retiraron y ya no le seguían. Si trasladamos este hecho a la comunidad joánica podemos encontrar grupos cristianos que no comparten la concepción joánica de la eucaristía. Otros cristianos cuya fe parece inadecuado son los “hermanos de Jesús” en 7, 3-5. Se nos narra que ellos urgen a Jesús que suba a Judea para hacer allí sus milagros, en lugar de hacerlos de una manera relativamente oculta. Esta afirmación que aparece en un evangelio escrito a finales del siglo, es algo sorprendente. La tradición posterior sostiene que a Santiago “el hermano del Señor” que murió mártir a comienzo de los años 60, lo sucedieron otros “hermanos del Señor” en Jerusalén en la dirección de la iglesia de esa ciudad y además que los parientes de Jesús fueron considerados como figuras prominentes en las iglesias de Palestina en el siglo II. También alguna parte de la tradición sostiene que Santiago “el hermano del Señor” fue seguido durante su vida por un número de cristianos judíos en Jerusalén que eran más “conservadores” que Pedro y Pablo (Ga 2, 12) y que después de su muerte se convirtió en el héroe por excelencia de los cristianos judíos que en el siglo II gradualmente se fueron separando de la “gran iglesia”. También el capítulo 8 de Juan nos trae otro diálogo entre Jesús y los judíos que habían creído en él. Estas iglesias se compondrían de aquellos que se atribuían la protección de Santiago y de los “hermanos del Señor”, que insistían en la importancia de la descendencia física judía, que poseían una cristología baja y que rechazaban una concepción de la eucaristía altamente sacramental. Ya Ignacio de Antioquía en sus carta a los Magnesio y a los de Filadelfia, solo unos 20 años más de la fecha que se estima el evangelio ataca a los judíos cristianos por el tema de la divinidad y del sagrado banquete. Por último, podemos preguntar y mira cómo era la relación de esta comunidad con las iglesias pertenecientes al grupo de “los Doce”. La clave para esta distinción está en el constante y deliberado contraste entre Pedro y el discípulo amado. En cinco de los seis pasajes en los que se les menciona, al discípulo amado se lo sitúa en clara contraposición a Pedro: en 13, 23-26 el discípulo amado descansa sobre el pecho de Jesús, mientras que Pedro tiene que hacer una señal a éste último para recabar la información; en 18, 15-16, el discípulo amado puede acompañar a Jesús al palacio del sumo sacerdote, mientras que Pedro no puede entrar sin su ayuda; en 20, 2-10, el discípulo amado llega antes que Pedro al sepulcro y solamente se dice de él que creyó por lo que vio allí, en 21, 7 el discípulo amado reconoce a Jesús que se halla a orillas del mar de Tiberíades y dice a Pedro quién es él; en 21, 20-23 Pedro pregunta con cierta envidia pregunta acerca del destino del discípulo amado Jesús responde hablando de una permanencia de dicho discípulo. En 19, 26-27 mientras el discípulo amado permanece en pie junto a la cruz, Pedro es uno de los que había abandonado a Jesús (16, 32). A pesar de esta contraposición podemos decir que hay una actitud fundamentalmente favorable hacia la “gran iglesia”. Sin embargo, en el cuarto evangelio los que se denominan discípulos no parece que asumen la plenitud de la concepción cristiana como puede verse cuando los denominados discípulos en general y Pedro en particular son comparados con el discípulo amado. El cuarto evangelio usa a este discípulo de manera paradigmática. Pedro ha negado ser “discípulo” por eso es necesaria la triple pregunta sobre su amor hacia Jesús, en cambio no es necesario para el discípulo amado que ya lo ha demostrado al estar tan cerca en la vida (13, 23) como en la muerte (19, 26-27). El discípulo amado reconoce a Jesús resucitado (20, 8-10) mientras que esto no ocurre con Pedro (21, 7). La superioridad de los cristianos joánicos se halla centrada en la cristología; los denominados discípulos poseen una cristología razonablemente alta, pero no alcanzan la concepción joánica de Jesús. Andrés, Pedro, Felipe, Natanael saben que Jesús es el Mesías, la plenitud de la ley, el Santo de Dios y el hijo de Dios (1, 41.45.49; 6, 69), pero se les dice que han de ver cosas mayores todavía. Cuando Jesús dice a Felipe en la última cena que todavía no lo conoce (14, 9) es porque Felipe no entiende la unidad de Jesús con el Padre. Hay un escepticismo de Jesús ante la afirmación de los discípulos en (16, 29.32) y aún la escena de Tomás en 20, 24-29. De hecho la confesión tardía de Jesús como “Señor mío y Dios mío” puede ser paradigmática de una comprensión más plena de la divinidad de Jesús a la cual espera el autor del cuarto evangelio inducir al resto de los cristianos. También lo eclesiológico puede haber separado a ambas comunidades. Mientras que Mateo y Lucas/Hechos muestran que la continuidad con Pedro y los doce se iba a convertir en un importante factor en la identidad de la iglesia y en su propia seguridad, el cuarto evangelio no presta virtualmente ninguna atención a la categoría de apóstol y hace del “discípulo” la categoría primaria cristiana. La categoría del discipulado basado en el amor hace que cualquier otra distinción en la comunidad joánica sea relativamente poco importante, de manera que incluso la bien conocida imagen petrina y presbiteral del pastor no se halla introducida sino después de la pregunta condicionante ¿me amas? (21, 15-17). Mientras que las iglesias destacaban que los que sucedieron a los apóstoles después de sus muertes deberían mantener lo que ellos habían enseñado sin cambiar nada (Hch 20, 28-30; Tit 1, 9; 2 P 1, 12-21), el cuarto evangelio subraya que el que enseña es el Paráclito que permanece siempre dentro de todo aquel que ama a Jesús y que guarda sus mandamiento (14, 15-17); él es el que conduce a la verdad plena (16, 31). Por último mientras que la imagen de Jesús instituyendo los sacramentos como una acción final (Mt 28, 19 y Lc 22, 19) tiende a identificarlos con la esfera de la vida eclesial, mientras que para Juan, los sacramentos son una continuación del poder que Jesús manifestó durante su ministerio como lo hizo con el ciego (cap. 9) y los hambrientos (cap. 6). Tercera fase: cuando se escribieron las Cartas La historia de la comunidad del discípulo amado se continúa después del período evangélico en las cartas. Las cartas segunda y tercera de Juan son breves y escritas por la misma persona, que se denomina a sí mismo “el presbítero”. En 2 Jn mientras él se asocia a una iglesia (v.13) señala directrices a otra (v.1) acerca de la exclusión de la gente que puede llegar negando que Jesucristo se encarnó (v.7.10-11). En 3 Jn el presbítero escribe a Gayo alabándole por su hospitalidad con los misioneros itinerantes (v.1.5.8) y diciéndole que reciba a Demetrio que va a llegar (v.12). Le escribe a Gayo porque su carta anterior fue ignorada por Diotrefes que debe ser un jefe de la iglesia. El autor de 1 Jn nunca se identifica a si mismo y su escrito es más un tratado que una nota personal. Su interés es reforzar a los lectores contra un grupo que está haciendo labor de demonio y de anticristo (2, 18; 4, 1-6), un grupo que se ha apartado de la comunidad (2, 19) pero que sigue tratando de lograr más adeptos. Sus errores son tanto cristológicos como éticos. Al no reconocer que Jesucristo vino en la carne, ellos niegan la importancia de Jesús (4, 2-3) no dan ninguna importancia al cumplimiento de los mandamientos y pretenden estar libres de culpa y pecado (1, 6-8; 2, 4).
Posted on: Wed, 28 Aug 2013 10:07:43 +0000

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