Imagine que viene de regreso de algún lugar en su automóvil. Son - TopicsExpress



          

Imagine que viene de regreso de algún lugar en su automóvil. Son las diez y media de la noche y se encuentra en una esquina sólo donde el semáforo marca rojo: deténgase. Luego de dos segundos parado, usted se pasa el alto. ¿Por qué se lo pasa? ¿Qué lo motivó a un mal comportamiento? Seguramente usted se inventaría toda una historia para justificar su acción. “Es noche y probablemente sea inseguro quedarse parado en la esquina; quizá atraiga a un ladrón. Mejor me paso el alto”. “ Es noche y no viene nadie en la calle, y no creo que venga, no tiene sentido seguir parado en esta esquina un segundo más. Mejor me paso el alto”. “Nunca me paso el alto, en general siempre respeto, por una vez que lo haga no pasará nada”. Este son el tipo de historias que nos decimos a nosotros mismos cuando estamos a punto de cometer un acto deshonesto o simplemente un comportamiento prohibido, como pasarse un alto. Nos intentamos justificar. Para la economía de corriente dominante, el comportamiento racional antes de cometer un acto prohibido es hacer un simple análisis costo-beneficio. Medimos cuánto vamos a ganar de nuestra trampa, cuáles son los costos de ser atrapados y cuál es la probabilidad que “nos cachen”. Si los beneficios esperados valen la pena (es decir, son mayores a los posibles costos), entonces engañamos, mentimos o robamos. Sin embargo, la economía del comportamiento ha encontrado evidencia de que en realidad no somos tan racionales y existen otras fuerzas que motivan nuestro comportamiento tramposo. El economista del comportamiento Dan Ariely ha encontrado que existen más fuerzas que intervienen al hacer trampa, especialmente dos: 1) queremos las recompensas de la trampa, pero 2) no queremos sentirnos tramposos. Todos queremos llegar rápido a nuestra casa a las 10:30, pero nadie quiere sentirse como un “delincuente” por pasarse un alto. Entonces, ¿cómo conjugar estas dos fuerzas? Nos las hemos arreglado bastante bien, de hecho. Lo que hacemos es justificarnos, inventamos historias de por qué lo que hacemos no es en realidad “trampa” o al menos, no tanto. De hecho, Ariely muestra que gente más creativa engaña más. Él sugiere que es porque estas personas tienen más facilidad para justificarse; es decir, es más fácil para ellos inventar historias para que puedan dormir de noche tranquilos sin pensar en sí mismos como tramposos. Ariely hizo un experimento en el que pidió a gente hacer un examen de matemáticas (que sería imposible terminar)., por el cual pagaría por respuesta correcta. Luego, pidió contar las respuestas correctas. A un grupo pidió romper el examen antes de reportar sus respuestas correctas, y al otro grupo no. El grupo que rompió su examen hizo trampa; sin embargo, cuando ofrecieron más dinero por respuesta correcta, el engaño no varió demasiado. La probabilidad de ser descubierto no cambió, pero el beneficio sí; entonces, deberíamos esperar un aumento en el engaño. Sin embargo, esto no se observó y puede ser debido a nuestro deseo de no sentirnos demasiado culpables. Lo mismo sucede con el robo hormiga. Podemos robar pequeñas cantidades del refrigerador de la víctima porque nos antojamos y muy probablemente nadie se dé cuenta. Pero por supuesto que robarnos la papaya entera sería un descaro, seguro nos atrapan y nos sentiríamos culpables. Por otro lado, también se ha encontrado que mientras las fuerzas morales están más presentes en las personas, éstas engañan menos. La moralidad se hace evidente cuando le pidieron a un grupo que recitara los diez mandamientos antes de tomar el examen, y resultó que el factor de engaño se eliminó. Cuando se le recuerda a las personas sus principios morales, éstas engañan menos. En otro famoso experimento, Ariely colocó latas de coca cola en dormitorios de estudiantes. Muchos estudiantes tomaban el refresco aunque no era suyo, pero cuando puso platos con billetes de un dólar en lugar de refrescos, nadie lo tomó. Al parecer, no somos tan racionales. Aunque una coca cola sea equivalente a un dólar, parece que es menos grave robar una coca cola que un dólar. Ejemplos como este hay muchos. Imagine sus días en la escuela pidiendo una pluma prestada y nunca regresándola, o bien, libros que presta y que no regresan. No es lo mismo robarse diez pesos, a robarse unas papas que cuestan lo mismo. Mientras más alejado sintamos algo respecto al dinero, más fácil es engañar con ella. Por otro lado, existe otro efecto en el engaño: nuestro entorno. Sitúese ahora en una calle donde todos tiran basura ¿es más fácil para usted tirar basura? Seguramente sí. Usted pensará que un papel o un papel menos no hará la diferencia. Imagine que está en la situación del principio y decide que no se pasará el alto. Luego diez segundos, un coche junto a usted se pasa el alto, dos segundos después otro auto hace lo mismo, ¿es más fácil pasarse el alto ahora? Luego de ver a dos coches comportarse mal, muy probablemente usted también se lo haría, al igual que es más fácil copiar en un examen en el que todos sus compañeros copian. Aumentar las multas (costo de hacer trampa) y la vigilancia (probabilidad de ser atrapado) no son la únicas y probablemente tampoco sean la mejores maneras de persuadir a las personas de no hacer trampa. No digo que debamos permitir el engaño, el punto es entender cómo funciona el comportamiento deshonesto para tomar las mejores acciones para evitarlo y dejar de ser tan tramposos.
Posted on: Tue, 24 Sep 2013 18:30:58 +0000

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