Inicios de la edad media Rómulo Augústulo fue depuesto en el - TopicsExpress



          

Inicios de la edad media Rómulo Augústulo fue depuesto en el año 476 sin haber designado heredero, y cuando a Zenón, el emperador del Imperio de Oriente, le aconsejaron que no había una razón inmediata para designar un sucesor, la sugerencia parecía razonable. En teoría, en la ley y en los corazones del pueblo, el Imperio era invulnerable. Muchos reinados de emperadores habían sido cortos, muchos habían terminado violentamente y los pueblos germánicos beligerantes habían estado presentes en la vida política romana durante más de un siglo. Nadie podría haber imaginado en la época que Rómulo Augústulo (que irónicamente llevaba el nombre del legendario fundador de Roma) iba a ser el último emperador romano de Occidente y que una época había terminado. El conflicto romano-germánico Con el final del siglo IV los pueblos germanos del norte y el este del Imperio romano habían comenzado un movimiento hacia el oeste y el sur. Eran pueblos agrícolas y pastoriles y, como todos los pueblos pastores con un alto grado de nomadismo, tenían una larga historia de migraciones. Para afrontar la emigración germánica, Roma, con serios problemas económicos, siguió una política de adaptación pragmática. El Imperio, cuya extensión era excesiva, se podía permitir perder territorio, que se cedía inmediatamente a los germanos; pero los emperadores decidieron defender puntos estratégicos vitales, como los puertos mediterráneos, de los que dependía Europa meridional para conseguir el imprescindible trigo norteafricano. A mediados del siglo V, sin embargo, los grupos germánicos tenían el control político del Imperio de Occidente. Los francos invadieron la Galia a principios del siglo V, la península Itálica se convirtió en un reino godo por invitación del emperador, los visigodos conquistaron la península Ibérica alrededor del año 507 y los vándalos habían invadido las provincias del norte de África, ricas en cereales, en el año 428 aproximadamente. En la península Ibérica, la conversión del visigodo Recaredo al cristianismo (año 587), resolvió el conflicto que enfrentaba a la iglesia hispanorromana con la elite invasora dominante. Se acepta que con Recaredo se estableció un proyecto de unidad político-territorial, incorporando a los pueblos peninsulares en el sistema político de la monarquía visigoda. Las tribus germánicas querían tierras y riquezas, pero también deseaban vivir como romanos, y lo que se considera convencionalmente como la ‘barbarización’ del Imperio de Occidente debería considerarse con la misma firmeza la romanización de los bárbaros. El conflicto básico entre ambos pueblos fue religioso. Los germanos occidentales eran paganos que adoraban un panteón de dioses celestiales y deidades naturales. Los germanos orientales ya se habían convertido al cristianismo gracias a la intensa actividad misionera desarrollada por el obispo Ulfilas, un seguidor de la doctrina del arrianismo, que mantenía que Cristo era totalmente humano y no tenía naturaleza divina. En el año 380 esta teoría se consideró una herejía. De este modo, los pueblos germánicos fueron odiados y temidos menos como enemigos políticos de Roma que como portadores de una versión herética del cristianismo. Los orígenes del poder de la Iglesia La oposición religiosa a los invasores paganos y arrianos dio un nuevo sentido a la Iglesia y al Papado durante este periodo. El gobierno eclesiástico se había organizado de forma muy parecida a la administración provincial romana: el control estaba en las manos de los obispos independientes locales. No obstante, tres obispados, Alejandría, Antioquía y Roma, ocuparon posiciones comparables a las de los gobernadores provinciales, al supervisar no sólo las congregaciones de sus propias ciudades, sino también las de los territorios vecinos. Los tres fueron figuras de gran prestigio y cada uno recibió el título honorífico de papa (padre). El papa de Roma tenía el prestigio adicional de ser el heredero directo de san Pedro, el primer obispo de Roma. En principio la influencia del Papado creció por la enorme actividad de varios papas romanos, pero la transigencia, la parálisis y el colapso final del gobierno romano en Occidente fue un motivo aún más importante: mientras la autoridad política se desintegraba, los obispos permanecieron firmes en lo que ellos consideraban la verdad y el antiguo orden, y el último representante de este orden en Roma ya no eran el emperador o el Senado sino el papa, que ocupaba la silla de San Pedro. El Imperio bizantino Sin embargo, un emperador romano dirigía aún el Imperio de Oriente y sus sucesores continuarían reinando durante otros 1.000 años. Constantinopla era ahora la ciudad que gobernaba las provincias romanas del Mediterráneo oriental, aunque el Imperio se había transformado de tal manera que los historiadores modernos lo han llamado bizantino en lugar de romano. Todos los elementos básicos del Imperio bizantino estuvieron presentes en la época del gran emperador del siglo VI, Justiniano I. La tendencia del Imperio, presente durante toda la historia de Roma, a convertirse en una autocracia militar quedó eliminada definitivamente durante su reinado. El gobierno se convirtió por entero en un cuerpo profesional y civil, centrado en el palacio imperial y, lo más importante, en el emperador mismo. La ley romana se codificó de forma sistemática. La economía y la recaudación de impuestos se centralizaron. La política religiosa de Justiniano también contribuyó a la centralización. En una época de intensos conflictos religiosos y revisión de la doctrina, el Imperio bizantino se convirtió en el Imperio ortodoxo y la religión del emperador en la religión oficial del Estado. En los primeros años de su reinado, Justiniano se embarcó en un intento de reconquistar el Occidente arriano. El reino vándalo de África cayó rápidamente, al igual que el itálico de los lombardos y la zona oriental del reino de los visigodos en la península Ibérica. No obstante, debido a la presión continua de los Sasánidas de Persia, el Imperio perdió su poder militar en la península Ibérica, que resurgió como un reino visigodo con una cultura y una organización política particulares. En Italia, las fuerzas imperiales se retiraron a Sicilia y a su plaza fuerte del Adriático, Ravena, y dejaron el resto de la península a los lombardos. Los Balcanes fueron completamente devastados por los ávaros y los pueblos eslavos. En efecto, las conquistas occidentales de Justiniano dieron a la Europa medieval su estructura cultural característica. Los territorios europeos mediterráneos se separaron del norte, económica y culturalmente subdesarrollado. En realidad eran parte de Oriente Próximo, una evolución que se consumó en el siglo VII, cuando el norte de África y el suroeste de Europa (la península Ibérica y partes del sureste de Francia) cayeron ante los ejércitos musulmanes. El ascenso de los francos En el norte, la historia europea desde el siglo V al IX estuvo dominada por un grupo de tribus germánicas occidentales denominadas colectivamente francos. Al contrario que los germanos orientales, los francos se convirtieron directamente de su antiguo paganismo al cristianismo católico, sin un periodo intermedio de arrianismo. Los francos salios comenzaron su conversión definitiva el año 496, después de que su jefe guerrero Clodoveo I se bautizara por el rito cristiano junto a muchos de sus seguidores. Clodoveo I, un descendiente de Merovech o Merowig (que reinó entre 448 y 458) y parte de la familia gobernante de los francos salios, fue el primer rey de la dinastía merovingia. Gracias a sus numerosas victorias contra otros pueblos y el éxito de una larga serie de complejas disputas familiares características de la cultura franca, se convirtió en el gobernante supremo de todos los francos. A la muerte de Clodoveo, por la ley tradicional de los francos salios, las tierras bajo su control se dividieron entre sus cuatro hijos. Éstos, a su vez, dejarían sus tierras a todos sus herederos masculinos, de manera que toda la época de gobierno merovingio se caracterizó por periodos alternos de fragmentación y consolidación, dependiendo del número y habilidades de los herederos. Esta era llegó a su fin en el siglo VIII. Históricamente los últimos reyes merovingios se ganaron el apelativo de rois fainéants (‘reyes perezosos’). Poco a poco el poder se concentró en el cargo del mayordomo de palacio y no en el rey, hasta que, en el año 751, el rey Childerico III y su único hijo fueron encarcelados. Su pelo largo (simbolismo de su nobleza) fue cortado y el mayordomo de palacio, Pipino el Breve, hijo del gran guerrero Carlos Martel, se proclamó rey de los francos, el primero de la dinastía carolingia en asumir el título real. El golpe de Estado carolingio nunca habría ocurrido sin la intervención activa del papa. En varias cartas que ambos mandatarios se cruzaron entre el año 740 y el 750, el rey carolingio inquiría sobre la conveniencia de mejorar el gobierno del reino, en el que todo el poder no estaba en manos del monarca; el papa respondió citando el precedente bíblico de David, ungido por el profeta Samuel mientras el rey Saúl aún vivía. Es más, el papa siguió el precedente y ungió a Pipino, y seguiría ungiendo a sus descendientes en un ritual de consagración real. Carlomagno El más grande de los reyes carolingios fue Carlomagno (742-814) que en su propia época fue una figura mítica y legendaria. Su reinado marcó la culminación del desarrollo franco. Bajo su gobierno, los francos, por medio de una serie de conquistas, se convirtieron en los dueños de Occidente y en los garantes del poder papal en Italia. Carlomagno derrotó a los lombardos en Italia, a los frisios en el norte, a los sajones en el este, se anexionó el ducado de Baviera y expulsó a los musulmanes del sur de Francia. Consolidó su poder sobre este vasto territorio al conseguir que los miembros de los sectores terratenientes se aliaran entre sí y con él mismo mediante juramentos especiales de lealtad, que se recompensaban ocasionalmente con tierras de zonas recién conquistadas y con absoluta jurisdicción sobre sus súbditos. Esta política —el primer ejemplo importante de los crecientes lazos de dependencia personal conectados con el poder político llamado feudalismo— no sólo proporcionó a Carlomagno un suministro permanente de guerreros, sino que también contribuyó a controlar más fácilmente su territorio. Los vasallos del rey y sus subordinados más cercanos, así como los vasallos de éstos, se convirtieron a su vez en delegados y representantes del propio monarca. El aumento del sentido de misión cristiana de Carlomagno fue inseparable de la consolidación militar y política. Fundó monasterios en territorios fronterizos que funcionaron como establecimientos de colonizadores que sometieron los bosques y pantanos (los imponentes hogares de los antiguos dioses paganos) al control cristiano y los hicieron cultivables. También fueron centros de actividad misionera y educacional, pues la expansión del cristianismo requería un clero preparado, un rito homogeneizado y la producción de libros importantes. La clave fue la educación, y el trabajo práctico de fundación y dotación de personal de las escuelas monásticas y catedralicias demandaba ayuda exterior. Carlomagno la encontró en Roma y en las tierras lombardas de Italia, donde las antiguas tradiciones educativas no habían muerto por completo. No obstante, la mayor contribución a la reforma educacional carolingia fue anglo-irlandesa, pues los grandes monasterios de Inglaterra e Irlanda eran ricos en libros y en su preparación; de hecho, el consejero principal de Carlomagno fue el erudito inglés Alcuino de York. El reino de los francos, como resultado de todo ello, integró Europa territorial y culturalmente como no se había hecho desde el Imperio romano. El día de Navidad del año 800, Carlomagno fue a oír misa a la catedral de San Pedro de Roma. Según se cuenta, mientras se levantaba de orar, el Papa colocó una corona en su cabeza, se inclinó ante él y le proclamó imperator et augustus ante el pueblo. Así pues, Carlomagno se convirtió no sólo en el emperador de los francos, sino también de Roma. El poder del nuevo Estado (que se llamó Sacro Imperio Romano Germánico), la organización de la Iglesia y las antiguas tradiciones de Roma se habían vuelto indistinguibles entre sí. Nuevas invasiones Los últimos años del reinado de Carlomagno estuvieron marcados por tensiones políticas que continuaron en los reinados de sus descendientes. Por el sur se produjo la invasión musulmana, que en sus inicios contó con el apoyo de los judíos, que en gran número habitaban las tierras del norte de África y la península Ibérica. El año 711 las tropas islámicas atravesaron el estrecho de Gibraltar y se extendieron por toda la península, llegando hasta el sur de Francia. A finales del siglo IX y durante el siglo X Europa fue el escenario de una renovada desintegración política y una serie de invasiones desastrosas, esta vez de los vikingos (escandinavos procedentes del norte) y de los magiares que, procedentes de Asia, avanzaban hacia el Oeste, a través de las llanuras del Danubio. Las tierras fronterizas dejaron de cultivarse, el comercio se interrumpió y los viajes eran peligrosos incluso en distancias cortas. Durante este periodo existieron varias tendencias. Por un lado, Europa experimentó otra gran ola de fragmentación política; sin embargo, aunque las fuerzas partidarias de la centralización política eran débiles, no puede decirse lo mismo del poder de las familias terratenientes locales. También fue una época de dominio de los monasterios benedictinos, grandes propietarios que se mezclaron en la red de alianzas feudales. Finalmente, el Papado se convirtió por derecho propio en un poder secular que ejerció un control político directo sobre gran parte de Italia central y septentrional. Gradualmente elaboró un aparato de autoridad central sobre las iglesias regionales y los monasterios, y, por medio de su expansión diplomática y de la administración de justicia, también acumuló un notable poder político en toda Europa.
Posted on: Thu, 24 Oct 2013 23:23:48 +0000

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