JUÁREZ Y EL TRATADO MACLANE-OCAMPO Por José Manuel - TopicsExpress



          

JUÁREZ Y EL TRATADO MACLANE-OCAMPO Por José Manuel Villalpando. En otras ocasiones he afirmado que Benito Juárez fue el primer presidente mexicano que pensó en la globalización —es decir, en la interacción económica, social y cultural entre diversos países—, sin que le importara mucho el tan manoseado concepto de “soberanía nacional” que todavía hoy pone los pelos de punta a los defensores del proteccionismo y del encierro. A Juárez, en cambio, esas preocupaciones reaccionarias lo tenían sin cuidado, pues era consciente de que México tenía como vecino a la nación que ya entonces auguraba ser la mayor potencia del mundo. También he afirmado que don Benito fue el pionero del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, puesto que intentó, en concierto con su contraparte estadounidense, el presidente James Buchanan, establecer entre ambos países el libre tránsito, sin impuestos o al menos en igualdad de tarifas, de determinados bienes que, producidos ya sea en México o bien en los Estados Unidos, podrían comerciarse al otro lado de las respectivas fronteras. * Casi nadie ha reparado en este episodio de la historia mexicana y resulta lógico que así sucediera, pues está enmarcado en el tristemente célebre tratado Mac Lane-Ocampo, por el cual la existencia misma de México como nación libre, independiente y soberana estuvo a punto de perderse. Recordemos que por medio de este instrumento, el gobierno juarista cedía a perpetuidad a los Estados Unidos varias vías de paso a través del territorio nacional, además de que aseguró la intervención militar estadounidense a su favor, en caso de que dichas vías se encontrasen amenazadas. Juárez no dudó en negociar, en ratificar y en pedir al gobierno de los Estados Unidos que lo aprobara y ratificara a su vez, porque constituía el clavo ardiente al cual tenía que asirse para poder salir victorioso en la guerra de reforma. Y al final, a pesar de que el Mac Lane-Ocampo no fue aprobado en el vecino país, don Benito obtuvo la ayuda que necesitaba con urgencia: primero el reconocimiento oficial de su gobierno, luego, el auxilio material consistente en la participación de buques de guerra norteamericanos en contra de la escuadra conservadora frente a la punta de Antón Lizardo y por último, un cuantioso préstamo en efectivo que le permitió sufragar los gastos de la guerra y, con ese dinero, obtener el triunfo. * ¿Dónde quedó el libre comercio en este batidillo de traiciones? Hagamos un ejercicio de cirugía histórica para separar de ellas el asunto que nos ocupa. Detengamos la vista —y el bisturí de la historia— en el artículo 8° del tratado Mac Lane-Ocampo y extraigámoslo para examinarlo, pues en él es donde está el germen de un tratado de libre comercio entre México y los Estados Unidos, lamentablemente empañado y contaminado con las felonías contenidas en las demás cláusulas, convenidas al amparo de la desesperación de don Benito y de sus ministros. Pero primero, veamos rápidamente los antecedentes: * Casi después de desembarcar en Veracruz, donde se encontraba el gobierno juarista, el embajador Robert Mac Lane le extendió el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos, noticia que Melchor Ocampo, ministro de Relaciones Exteriores de don Benito se apresuró a comunicar a la nación. En la circular que publicó, don Melchor dijo que estaba por abrirse “una nueva era para las relaciones de dos pueblos cuya mutua prosperidad está en el interés de ambos, pues que comienzan ya a comprender que unidos pueden desafiar al mundo”, por lo cual el presidente Juárez estaba resuelto “a entrar en una nueva política, franca y decorosa, con los Estados Unidos”, uniéndose a “los economistas que piensan que un vecino rico y poderoso vale más y da más ventajas que un desierto devastado por la miseria y la desolación”. * De inmediato se sentaron a negociar Mac Lane y don Melchor. En sus conversaciones acordaron, aparte de aquellas otras cosas de triste memoria, que las dos naciones establecerían “el libre comercio conforme al principio de perfecta reciprocidad”. Por supuesto, este era el tema que, ante la urgencia de la guerra y frente a la inminente derrota, menos le importaba a Ocampo. Su actitud fue percibida por Mac Lane, quien aprovechó la angustia de don Melchor para redactar a su antojo el artículo 8° del tratado, que en su primera versión concedía todos los privilegios a los Estados Unidos: “Convienen las dos Repúblicas en que, de la adjunta lista de mercancías, elija el Congreso de los Estados Unidos las que, siendo producciones naturales, industriales o fabricadas de una de las dos Repúblicas, puedan admitirse para la venta y el consumo en uno de los dos países, bajo condiciones de perfecta reciprocidad”. * En las prisas por firmar y con la esperanza de que el tratado se aprobara en los Estados Unidos, ninguno de los miembros del gabinete de don Benito, ni el mismo presidente, reparó en la injusta decisión de dejar al congreso estadounidense la facultad de elegir los artículos y mercancías que podrían ser objeto del libre comercio. En realidad a nadie le importó, pues lo principal era lo otro, las cesiones de las vías de paso. Sin embargo, y para vergüenza nuestra, las objeciones a tan injusta medida fueron expresadas por los senadores norteamericanos, ante los cuales se sometió el tratado para su ratificación. Uno de ellos especialmente, el senador republicano J. F. Simmons, de Rhode Island, fervoroso convencido del libre comercio, notó la desequilibrada redacción del artículo 8° y tomando el papel y una pluma se puso a trabajar, frente a la mirada atónita y perpleja de dos mexicanos, el embajador José María Mata y su secretario, Matías Romero. * Simmons propuso una nueva versión del artículo 8°, que por supuesto, fue aprobada por el gobierno mexicano del presidente Juárez, al darse cuenta de la metida de pata original. Primeramente, Simmons redujo a 10 años la vigencia del acuerdo comercial, porque “el gobierno de una nación no tiene derecho para obligarla a tratados comerciales de una duración perpetua que privarían al pueblo de la facultad de mudar sus leyes”. Luego, dividió en dos partes el artículo 8°, señalando en la primera los productos que México podría exportar libremente para su venta a los Estados Unidos, sin derechos ni impuestos y que son los siguientes: animales de todas clases, fibra de agave, cacao, jícaras, café, algodón, grana o cochinilla, maderas, frutas frescas, harina, pescado, planos y mapas, cuernos, índigo o añil, manteca, mármol, aves y huevos frescos, plantas, árboles, yeso, palma, chile y pimienta, azogue, arroz, cueros de res, zarzaparrilla, pizarra, brea, sebo, trementina, útiles de imprenta, vainilla y lana. * En la segunda parte, Simmons hizo lo inverso, pues señaló los artículos que los Estados Unidos podrían ingresar a México, también libres de derechos e impuestos y que son los siguientes: animales, cenizas, botes y lanchas, escobas, mantequilla y queso, hilados y tejidos de algodón, frutas frescas, carne fresca o salada o ahumada, harina, pescado, granos de todas clases, manteca, cuero manufacturado, maquinaria de toda clase, mármol, sombreros, plantas, árboles, arados y hierro en barra, aves y huevos frescos, libros impresos, yeso, azogue, arroz, pizarra, carbón, tornillos, brea, trementina, sebo, madera, leña, cajas de hierro y de madera y materiales de imprenta. * El gobierno mexicano aceptó encantado las modificaciones sugeridas por Simmons y se dispuso a esperar las discusiones en el senado de los Estados Unidos, donde, para pesar de don Benito y de los suyos y de las presiones de Buchanan y de sus amigos, el tratado fue rechazado. Tradicionalmente se ha dicho que se negó la aprobación porque los representantes de los estados norteños adivinaron en él un intento de expansión de los estados del sur para extender la esclavitud. También se ha justificado la negativa porque el tratado fue propuesto por una administración del partido demócrata y por los tanto, sus contrarios, los republicanos, votaron en contra. Ambas razones son falsas. Si bien es cierto que Buchanan pensaba en la anexión de más territorio a costa de México, esta ya no era una posibilidad que contemplaran con gusto la mayoría de los norteamericanos, que empezaban a aprender a dominar mediante métodos más sutiles como los económicos y los culturales. Por otra parte, recuérdese que Simmons, el artífice del libre comercio con México, era republicano. * La verdad fue otra: el senado rechazó el tratado debido precisamente al artículo 8° que establecía la libertad comercial, no porque no la quisieran, sino porque si establecían el libre comercio con México, tendrían que hacerlo con otras naciones, particularmente con Inglaterra y Francia y aún no sentían que su industria estuviese lo suficientemente desarrollada como para competir con Europa. Esa fue la razón, así de sencilla. El primero en enterarse del fracaso fue Buchanan, quien se lamentaba diciendo que “el tratado produciría un acercamiento comercial entre los dos países y prepararía el terreno para la admisión de todos los Estados Mexicanos en nuestra Unión”. Por su parte Juárez, al recibir la noticia de la derrota, comentó: “supuesto lo ocurrido con el tratado, poca esperanza debe tenerse ya en este negocio. Preciso es pensar en otra cosa”.
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 01:35:15 +0000

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