Jueves, otro capítulo, estamos llegando al final, y como os dije - TopicsExpress



          

Jueves, otro capítulo, estamos llegando al final, y como os dije al principio de comenzar a publicar mi primer libro EL PRECIO DE LA INMORTALIDAD, la segunda parte no será publicada en esta página. Estoy trabajando para poder venderla para ebook, aunque también la tengo en papel para todos los que les interese. Un saludo, y a disfrutar!!!! ♥♥♥ EL PRECIO DE LA INMORTALIDAD ♥♥♥ Visítame, like y comparte ♥♥♥ XIX Pasaron los días y con ello aumentaba nuestra hambre. Recordamos las palabras de Rudra, al decirnos que tendríamos que alimentarnos más veces que ellos, hasta que nuestro cuerpo se habituase al cambio producido, por lo que gastábamos más energía al intentar desarrollar nuestros dones. Necesitaríamos tiempo para que terminaran de conectarse cuerpo y mente, teniendo menos desgaste y aguantando más tiempo a la hora de cazar. Intentábamos controlarnos, pero cada vez era más difícil. El olor de la sangre de toda aquella gente nos parecía más intenso conforme pasaban los días y notábamos cómo nuestras fuerzas menguaban. Decidimos que era la hora de ir a por nuestro alimento, sin saber dónde dirigirnos ni qué buscar. Yo me decanté por algunos animales fuertes, como el tigre o el oso, pero Alcides me hizo recordar que debíamos de estar fuertes para poder luchar con lo que aquellos hombres nos tuvieran preparado, por lo que decidimos ir a buscar algunos poblados como el anterior, donde estuvimos la primera vez. Para ser sincera, no me producía ningún remordimiento deshacerme de algunos de esos hombres. Teníamos que hablar con Iain e informarle de nuestro próximo retiro, ya que no sabíamos cuánto tiempo estaríamos fuera y por poco que fuera el tiempo que faltáramos de allí, era el justo que Tristán y los suyos necesitaban para poder atacarles si eso era lo que tenían pensado. Es cierto que no teníamos ninguna prueba de que quisieran hacerles daño, pero sospechábamos que la humillación que les hicimos pasar era suficiente para que se sintieran con el derecho de vengarse. Y sobre todo, conociendo a este rey, sabíamos que si Brenda no podía ser de sus propiedad, jamás permitiría que estuviera en otro poblado que no fuera el suyo, pensando que de esa forma se sentiría amenazado de por vida. Para él, si no era suya, mejor estaba muerta. Vimos como Iain se acercaba hacia la casa en compañía de Gladis, regresando de su pequeño paseo diario. — ¿Sucede algo? — nos preguntó Iain incluso antes de llegar a nuestro posición. No le contestamos, esperando a tenerles más cerca de nosotros para poder hablar con más tranquilidad. Entramos en la casa seguidos de ellos dos. — Necesitamos retirarnos durante un tiempo para poder alimentarnos — le dijo Alcides sin poder mantenerle la mirada — no debemos de pasar más tiempo en el poblado sin comer. Es un peligro para todos. Iain se acercó hacia él, posando su mano en el hombro de Alcides, intentando hacerle comprender que entendía la situación. — Sabía que llegaría este momento, de hecho me ha sorprendido que podáis estar tanto tiempo sin alimento — nos dijo, mientras Gladis también nos observaba sin decir nada. — No sabemos cuánto tardaremos — le dijo Alcides — y eso nos preocupa. No queremos dejaros solos mucho tiempo, pero es nuestra primera cacería en solitario y tenemos que cuidarnos a la hora de ser vistos. — Os entiendo — dijo —. No hay otro remedio, por lo que tenéis que marchar, tardando lo que sea necesario. De todos modos no creo que se atrevan a intentar nada contra nosotros, porque os tienen demasiado miedo. Observé cómo Gladis se giraba dándonos la espalda, mientras apretaba con fuerza a Brenda contra su pecho. — ¿Qué sucede Gladis? — le pregunté. No se giró, simplemente seguía sujetando a la niña con fuerza. — ¿Gladis? — esta vez fue Iain quién le habló. Oímos un suspiro profundo, casi como un sollozo. — Temo por Brenda — dijo. Esperamos, pero no siguió hablando. — ¿Por qué? — le preguntó Alcides con verdadera preocupación. — Os tienen miedo y saben que si ella no estuviera aquí, vosotros os iríais también, por lo que creo que tienen pensado hacer algo. — ¿Como qué? — le pregunté. — No lo sé. La gente se calla cuando se percatan de mi presencia, desde que habéis llegado. Me han retirado la palabra, incluso cuando me ven me ignoran como si fuera un fantasma que no pudieran ver. Nos quedamos callados, pero mi rabia estaba aumentando, tanto por la falta de control, como por el trato que le daban a Gladis. — Siento que nuestra presencia te esté produciendo tanto dolor — le dije, hablando despacio, notando lo que me costaba decir esas palabras. — ¡No! — se giró para poder mirarnos mientras nos hablaba —. Agradezco vuestra compañía y la protección que nos ofrecéis. Solo me duele el hecho de no poder ser de mucha ayuda. Me gustaría poder informaros de todo lo que pretenden hacer. — Ya lo has hecho — le dijo Alcides — y te lo agradecemos. Nos sonrió, mientras volvía a mirar a la niña, acunándola con dulzura para que se durmiera. — Creo que mi antiguo esposo hará todo lo que ese rey le pida. Y lo peor de todo es que sé que lo hará con el mayor de los placeres. Nunca me perdonará el haberlo deshonrado — no podía casi hablar, ya que las lágrimas se lo impedían — y ahora sigo haciéndolo, encargándome de ella. — Gladis — le dije —, si esto te supone (…) No me dejó terminar. — ¡No me supone nada! Como os dije cuando os conocí, os prefiero a vosotros antes que a ellos. Desde que me casé y no conseguía tener hijos, empezaron a tratarme con desprecio, incluso prohibiendo a la mujeres embarazadas que me hablaran, ya que pensaban que podía traspasarles mi maldición. Esta niña es la única que me ha traído felicidad y sería capaz de hacer cualquier cosa por ella — siguió llorando, mientras la abrazaba con dulzura. Dimos esa conversación por terminada, mientras nos centrábamos en otra. Estuvimos planteándonos la posibilidad de salir de caza por separado, pero Alcides no aceptaba que nos tuviéramos que separar. Quería que estuviéramos juntos hasta que fuéramos lo suficientemente expertos en este terreno como para poder hacerlo en solitario. — No me centraría, pensando que podríais estar en peligro — me dijo — y tampoco estaría tranquilo aquí, sin saber dónde y cómo estás cazando. Le observé mientras fruncía las cejas en señal de incredulidad. — ¿Qué pasa? — le dije —. ¿Crees que eres mejor que yo cazando o protegiéndoles? — le hablaba con un tono de voz que dejaba claro mi malestar. — ¡No es eso!. Simplemente me preocuparía. — ¿Y crees que yo no? — le dije con el mismo tono. — Bueno, entonces ¿qué propones? — dijo, intentando que me tranquilizara. — ¡No lo sé! Tú eres el experto. Instrúyeme — le dije sin cambiar mi actitud. Suspiró, bajando la mirada hacia el suelo. — ¡Esta bien! Lo siento — me dijo. Oímos unas pequeñas risas que procedían de nuestro pequeño público. — Hay cosas en las que no habéis cambiado — dijo Iain. Nos miramos, dedicándonos mutuamente unas sonrisas que hicieron que la tensión empezara a desaparecer. Empezamos a proponer algunas alternativas, pero siempre había algún impedimento que nos hacía rechazarlas. Iain y Gladis también intentaban ayudarnos, poniendo sobre la mesa sus ideas, pero nunca nos parecían demasiado buenas como para ponerlas en práctica. Estábamos atrapados en un camino sin salida. Necesitábamos desplazarnos para poder alimentarnos, pero no podíamos dejarles por el miedo de que intentaran hacerles daño. Estuvimos gran parte del día pensando en una posible solución, hasta que encontré algo. “¡Tal vez funcionara!”. — ¡Claro! — dije, mirando fijamente el suelo, mientras empezaba a dibujar una pequeña sonrisa en mi rostro. — ¿Qué? — me preguntaron al tiempo. — Creo tener la solución — les dije — pues es tan sencillo, que seguro que caen en la trampa. Me miraron sin entender. — ¿En la trampa? — preguntó Alcides —. ¿Qué trampa?. Les miré sonriendo, mientras comenzaba a contarles mi idea. — Ellos nos temen a nosotros dos — empecé diciendo — y están esperando a que nos alejemos para poder haceros daño. Eso es lo que haremos; nos alejaremos del poblado, a una distancia a la que ellos no puedan vernos, pero nosotros a ellos sí. Se quedaron pensando durante un rato. — Nos aseguraremos de que vean como nos marchamos mañana— continué —. Cuando toda la aldea se despierte, nos iremos, para que la mayoría pueda comprobar con sus propios ojos cómo salimos del poblado. — Y puedan comunicárselo con total seguridad a su rey — dijo Alcides mirándome. Todos estuvimos de acuerdo, planeando con detenimiento todo lo que llevaríamos a cabo: Nuestra salida, el lugar elegido para la vigilancia, e incluso el tiempo que estaríamos esperando, porque no sabíamos cuanto podríamos seguir aguantando sin alimentarnos. — Estaremos un máximo de cuatro días — explicó Alcides —porque no creo que podamos esperar más. Me preocupaba el no tener razón y perder un tiempo que nos era muy valioso. — Está bien — dije mirándoles a todos — pero si tengo razón, quiero que sepáis que los que vengan a haceros daño, se convertirán en nuestro alimento. Iain y Gladis no dijeron nada, simplemente se dedicaron a observarnos sin hablar. — Si intentan algo, debemos de dejar claro lo que le sucederá a los próximos que tengan la intención de volver a hacerlo — dije. Miré principalmente a Gladis, intentando observar algún gesto extraño en ella, pero no fue así. — ¿Habría algún problema por tu parte? — terminé preguntándole. — No — dijo sin vacilar. — ¿Aunque fuera Sloan? — esta vez fue Alcides el que preguntó, pronunciando el nombre de su antiguo esposo. — No habría ningún problema — dijo mientras le miraba a los ojos, con una expresión de rabia contenida. Seguí observándola. — Gladis — capté su atención — necesito saber qué ocurre. Me miró. — Me siento culpable — terminó diciendo. — ¿Por qué?. — Porque en mi interior deseo que eso ocurra — calló por un momento —. Es como si fuera una especie de venganza, por todo el sufrimiento y las humillaciones que me hizo pasar (…). Le odio. Yo también empezaba a hacerlo. Amaneció y cogiendo unas talegas con ropa, nos dirigimos hacia la puerta del poblado, asegurándonos de que nos veían marcharnos. Íbamos cogidos de la mano y con una actitud que intentábamos que pareciera preocupación por nuestra partida. Iain y Gladis nos acompañaron hasta la salida del poblado, donde nos despedimos con abrazos y besos. Al girarme para despedirme de Iain, miré hacia el interior, fijándome en la estancia del rey Tristán y centrándome en algo que captó toda mi atención. — ¡No puede ser! — dije. — ¿Qué sucede? — preguntó Alcides, mientras recorría con su mirada la dirección de la mía. Se quedó observando con la misma rabia que yo. — ¡Son los caballos de mi padre! — terminó diciendo —. ¡Malditos!. Lo sujeté del brazo antes de que saliera disparado hacia ellos, evitando que se produjera un enfrentamiento entre ellos, tirando por tierra todo lo planeado. De todos modos ya tendría tiempo de arreglar todo aquel asunto. — Cuando volvamos — le dije —, que ahora debemos preocuparnos de este problema. Su cuerpo se había tensado de la furia contenida. — ¡Son carroña! — me dijo mirándome fijamente a los ojos —. Han sido capaces de ir al poblado a robarles. No le dije nada, simplemente lo contemplaba intentando controlarme yo también. — Alcides — no sabía qué decir para que se tranquilizara. No dejó de mirarme, intentando controlar los sentimientos que en aquellos instantes sentía. — Vamos — terminó diciendo, dándole un beso a la niña y dirigiendo nuestros pasos hacia el bosque. Nos dirigimos al lugar acordado, sin hablar, sin comentar nada. Llegamos a nuestro destino, situado a unos cuantos kilómetros del poblado, donde nos quedaríamos escuchando y acercándonos cuando anocheciera, para poder tener más controlada la situación si se requería de nuestra presencia. Si antes no nos fiábamos de ellos, ahora todavía menos. Para nosotros todo lo que se consiguiera en una guerra, era justo que nos apropiáramos de ello. Pero robarle a los muertos, era deshonroso. Pasamos casi la totalidad de la mañana sin decir nada. Cada uno estaba inmerso en sus pensamientos. No me apetecía hablar y sabía que a él le sucedía lo mismo. Observé a Alcides, que por la postura de su cuerpo se podía saber que estaba totalmente concentrado en lo que estaba sucediendo en la aldea. No era bueno que se comportara con tanta fuerza, ya que desgastaría más y necesitaría el alimento más pronto, teniendo que estar allí un tiempo considerable. — Alcides — le llamé, intentando sacarle de su tormento. No me contestó. Simplemente siguió escuchando a lo lejos. Intenté saber lo que pensaba, pero no me dejó entrar en su cabeza. — ¡Por favor Alcides! — le supliqué. Siguió sin decir nada, pero pude notar como su cuerpo se relajaba poco a poco. Me acerqué todavía más hacia él, cogiéndole la mano con delicadeza y besándola, mirándole a los ojos, demostrándole con la mirada que yo sentía lo mismo que él. — No debes de comportarte así — le dije — porque te sentirás más débil, dándoles una ventaja que no merecen. — No tienen escrúpulos — me dijo muy flojo —, porque roban a los muertos, maltratan a sus mujeres, matan a inocentes solamente por hacerse con sus riquezas. Los mataría a todos si no fuera porque los conocemos desde hace tanto tiempo. Ahora más que nunca entiendo a nuestros padres a la hora de negarse a ayudarles en muchas de sus incursiones. — No los conocemos a todos — le dije —, por lo que tal vez también haya gente buena como Gladis. Suspiró en un intento de tranquilizarse. — ¿Eso crees?. Volvió a callar un rato. No supe que contestarle, dejándole meditar durante un rato. — Si no hubieses estado allí — volvió a decir — habría acabado con ellos en aquel mismo momento, sin importarme su sufrimiento. Me agarró la mano besándomela, mientras se acercó despacio para abrazarme con fuerza y besarme de la misma manera, terminando haciendo el amor con un deseo casi incontrolable. Estuvimos hablando de todo un poco: Hacia dónde iríamos a cazar, cuánto tiempo podríamos aguantar sin alimentarnos según pasaran los años y consiguiéramos tomar el control de nuestros dones. También hablamos de la lucha, ya que desde el día en que nos convertimos, no habíamos vuelto a entrenar con las armas y, según nos dijo Rudra, esa era nuestra ventaja contra lo que vendría. No podíamos descuidarnos, ni confiarnos en nuestras nuevas fuerzas, dejando claro que reanudaríamos nuestro entrenamiento cuando termináramos de alimentarnos. La tarde comenzó, observando cómo algunos de los guerreros salían del poblado, siguiendo la ruta que nosotros iniciamos por la mañana. Cogimos nuestras bolsas, subiendo a los árboles que teníamos más cercanos, mirando la dirección que seguían los guerreros y escuchando la pequeña conversación que mantuvieron. — ¿Estáis seguros que es esta dirección? — preguntó uno de ellos. — Sí — dijo otro —, porque intentar atravesar el bosque a través, sería más peligroso y más costoso. No dijeron nada más, siguiendo su camino para volver casi cuando estaba terminando el día. Alcides y yo nos miramos al verles regresar, sospechando que tal vez hubieran salido en nuestra búsqueda, asegurándose que en verdad nos habíamos alejado. La noche llegó y con ella nos acercamos más al poblado, asegurándonos de que nadie nos viera, aunque eso no era difícil de conseguir. El olor de la sangre de toda aquella gente, cada vez era más penetrante, haciéndonos más difícil nuestro trabajo. Nos ayudábamos el uno al otro, recordándonos el porqué de todo aquello. Subimos a unos árboles, pudiendo ver con total claridad cada movimiento de los allí presentes y pudiendo escuchar mejor sus conversaciones. — Tengo miedo — pudimos oír a Gladis decirle a Iain —. ¿Y si nos atacan y no consiguen llegar a tiempo?. No me importa lo que a mí me suceda, pero no quiero que Brenda sufra ningún daño. — Créeme — le contestó —, he sido testigo de lo que pueden llegar a hacer y, te puedo asegurar, que no consentirán que nos suceda nada a ninguno de nosotros. Dejamos de escucharles a ellos, centrándonos en otras personas. Estuvimos buscando entre todos los habitantes y era agotador tener que soportar todas las conversaciones que se producían al mismo tiempo. Nos centramos en una que llamó nuestra atención, identificando a las personas que se encontraban hablando. — ¿Estáis seguros de lo que decís? — oímos a Tristán. — Sí. Lo vimos con nuestros propios ojos — contestó uno de los guerreros. — No podemos arriesgarnos. ¿Quién nos puede asegurar que no sea una trampa? — volvió a decir Tristán. Callaron. — Pero, ¿y si no lo es? — oímos decir a Sloan —. Mis hombres salieron tras ellos, sin conseguir encontrar nada sospechoso. Si son como nos has contado, tal vez no han tenido más remedio que alejarse de este lugar por un pequeño espacio de tiempo, que a mi entender deberíamos de aprovechar. No sabemos cuánto tiempo será y por lo tanto, solo tengo que decir que jamás temí una batalla y no empezaré a hacerlo ahora, sintiéndome humillado por tener que esconderme de una mujer. No estábamos equivocados, aquel hombre estaba dispuesto a hacerle daño a Gladis y a Brenda, aunque creo que lo haría con cualquier mujer que fuera capaz de plantarle cara. — ¡Pero si es una trampa nos masacrarán! — dijo Tristán en un tono de voz que no dejaba duda de su temor hacia nosotros. — ¿Y si no lo es? — volvió a repetir Sloan —. El tiempo que esperemos será perjudicial para nosotros, ya que lo estaremos perdiendo, dándoselo a ellos para que puedan volver antes de que nosotros actuemos — esta vez le habló con un tono de voz más alto que el anterior. Ese hombre quería llevar a cabo lo que se hubieran propuesto, incluso más que el rey, que nos tomó tanto miedo que se pensaba cada paso que dar, con más cautela que los que tenía en esos momentos a su alrededor. — No estabas aquí cuando llegaron, así que no sabes cómo actúan, cómo se mueven. Parecen demonios venidos de otro mundo — le dijo con voz nerviosa y atropellando cada palabra. — He oído las historias de los soldados implicados — dijo Sloan — y todos ellos les temen como si fueran demonios, diciendo que tienen poderes mágicos. ¿Es cierto?. Hubo un silencio. — Son veloces — dijo Tristán —, fuertes y, buenos guerreros. No debemos olvidar eso. Alcides era de los mejores de su poblado y Meara era incluso mejor que algunos hombres de los alrededores. Es cierto que jamás vimos a una mujer luchar como lo hacía ella. — También dijeron que eran capaces de escuchar lo que decíamos desde el bosque — dijo Douglas que también se encontraba entre ellos. Sloan comenzó a reír, mientras otros de los allí presentes le imitaban. — ¿Y de verdad les creísteis? — dijo. — Sloan — le llamó Tristán —. Tú no estuviste aquí y no sabes de lo que fueron capaces — volvió a repetirle — porque éramos unos diez, no lo recuerdo bien, pero no tardaron nada en deshacerse de cada uno de nosotros. Ella me sujetó con un solo brazo, elevándome del suelo sin ningún esfuerzo — iba elevando la voz según le narraba lo ocurrido. — Yo solo digo, que no les tengo miedo. Solo es un hombre y una mujer. ¿Desde cuando les tememos a las mujeres? — hablaba con desprecio sin hacer nada por disimularlo. — Sloan, entiendo lo que sientes — le dijo Tristán — porque esa mujer sigue deshonrándote todavía después de haberla dejado — dijo refiriéndose a Gladis — pero yo no quiero ningún problema con ellos. Lo que suceda será solamente por tu voluntad — hubo un pequeño silencio —, pero si consigues que salgan de nuestro poblado, te convertiré en mi principal guerrero, con todos los honores y con más privilegios de los que puedas pensar. Incluso podrás quedarte con los caballos que trajiste y tanto te han fascinado. — ¡Por todos los dioses! — gritó Sloan — ese es un trato hecho. Nunca he visto unos animales tan magníficos. “¡Maldito Tristán!”. No se quería involucrar, pero animaba a sus hombres para que corrieran con el riesgo, prometiéndoles riquezas. Miré a Alcides, quién ni siquiera se movió al escuchar y al averiguar quién fue el que ultrajó a todos los nuestros. — Sloan — dijo el rey — no lo hagas, eres el mejor de mis guerreros y no quiero perderte en una lucha donde no puedes ganar. — ¿Les tienes miedo? — se atrevió a preguntar con un poco de burla. — Te vuelvo a repetir que tú no estuviste allí. Si hubieses sido testigo, tendrías tanta prudencia como todos los demás. “¡Prudencia!”, pensé: “Era terror, lo que tenía, pero de todos modos hacía bien en tenerlo”. Observé cómo Alcides empezó a sonreír, incluso soltó unas pequeñas risas. — ¿Qué sucede? — le pregunté intrigada por su reacción. — ¡Nada!. Simplemente me alegro de no tener que esperar mucho para poder comer. Me quedé mirándole con la boca abierta, terminando riendo con él. — ¿Crees que será capaz de hacerlo? — pregunté. Alcides me miró, pensando por un momento la respuesta. — Creo que Sloan es de esa clase de guerreros que se creen los mejores estrategas, los más valerosos, los más fuertes y cómo no, los mejores luchadores — esperó de nuevo —. Sí, creo que lo hará. Intentará demostrar de lo que puede ser capaz, incluso enfrentándose a unos posibles demonios. Nos quedamos callados, escuchando la conversación de Sloan y todos ellos. Se retiraron, sin darle más detalles a Tristán. Cosa que vimos normal, ya que no se quería implicar, por lo tanto no debería estar informado de lo que fuera a suceder, ni cuando sucedería.
Posted on: Thu, 04 Jul 2013 06:49:21 +0000

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