LA LEYENDA DE DON RAMÓN GELVEZ Surcaban los vientos de agosto del - TopicsExpress



          

LA LEYENDA DE DON RAMÓN GELVEZ Surcaban los vientos de agosto del año del Señor de 1993. Y como no dar rienda suelta a los recuerdos, como no sustraer esas imágenes de las memorias de mi pasado... No era un día especial, un día de esos memorables de destacar en esa población de calles raídas y casas coloridas de Lourdes. En esa tarde, calurosa y soleada, lo único que se agitaba sobre la vieja vegetación del parque era la calma y el silencio en debatida contienda. Yo - en ese entonces un niño avaro de conocimiento, delgado y con un matorral de cabello - sentado en las escalas del atrio del gran templo, solo, entretenía mi briosa imaginación en los juegos del viento sobre las nubes, el polvo arremolinado, y los murmullos que me susurraba en mis oídos. Y de la esquina mas cercana a mi apareció aquel personaje, motivo de esta historia. Desgarbado, la mira baja y perdida entre los azares del cemento, y lerdo como el caminar del tiempo, aquel misterioso anciano se detuvo frente la sombra que proyectaba mi presencia. Me miró con la mirada de los siglos, pausada y profundamente, a lo que yo respondí rápidamente en un intento de desembarazarme de esos viejos ojos: - Buenas tardes - El anciano, sin responder, volvió la mirada al piso y decidió corregir el rumbo que llevaba, subiendo las escalas y sentándose a un metro de distancia de mi. Lanzó una mirada fija, oteando, barriendo toda la bella y ondeante linea del horizonte montañoso lourdense, y sin mover la mirada un instante, dijo: - ¿Usted es nieto de Resuro Sarmiento, cierto? - su voz era temblorosa y quebrada por el peso de los años, pero inteligible. - Si señor - por responder algo y decir de alguna manera mi filiación con la familia Sarmiento. Hizo una pausa, respiró quedamente y continuó: - ¿Quiere escuchar un cuento? - - Si. - contesté, no dejando de reparar en el chasquido que producía las dos largas, opacas y gruesas uñas de su dedo pulgar en ambas manos, herramientas que él consideraba necesarias para capar los cerdos. - Yo ayudé a montar estos cimientos cuando muchacho, lo recuerdo muy claro - - ¿Usted conoció al padre Raimundo? - - Si claro, viejo cascarrabias hijueputa ese, jeje - El cuento que oí a continuación durante las dos largas horas que siguieron me dejaron mudo y atónito, pegado a la fría baldosa del atrio; mi imaginación, que por ese entonces empezaba a nutrirse de las historias que encontraba en la literatura universal con la que contaba la pequeña biblioteca del colegio, encontró en las palabras del anciano una fuente exquisita y densa de alimento histórico con que digerir durante mucho tiempo después. Y es que no era cualquier cuento, era el cuento de su vida, su leyenda personal, con la que años después tropecé varias veces en las viejas historias de otros ancianos de la población, y de las cuales fui tejiendo una red que me hizo comprender la historia de nuestra tierra, de nuestra pequeña Lourdes, y comprender el por qué de sus lagrimas... (Memorias de Jezús Díez).
Posted on: Sun, 23 Jun 2013 03:20:52 +0000

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