LA TERMINAL El estaba sentado en un banco de alguna estación - TopicsExpress



          

LA TERMINAL El estaba sentado en un banco de alguna estación subterránea sin saber exactamente cuánto tiempo estuvo ahí, ni cómo llegó a ese recinto. Sólo recordaba flashes de lo que parecía ser un accidente en la central nuclear donde trabajaba. Recordaba confusamente una vorágine de hechos catastróficos y sus manos ensangrentadas… pero ahora las miraba y estaban limpias. A su alrededor veía siluetas difusas, opacas, traslúcidas y faltos de color. Deambulaban con la mirada perdida, como observando algo y nada. Trató de hablar con algunas pero no hubo caso. Todo se movía como en una pesadilla, en cámara lenta, de la que no podía despertar. Notó que su ropa, aunque rasgada, no tenía una gota de sangre. Le pareció sumamente extraño porque a su mente le llegaban intermitentemente imágenes de un gran incendio y una terrible explosión. Súbitamente recordó a su familia, ¿Quién les advertiría sobre la explosión de la central? Presintió la posibilidad de que tal vez no los viera nunca más y empezó a desesperarse. El chirrido de las vías de un tren lo volvieron al presente. Vio que todas las siluetas se dirigieron hacia el tren que se había detenido. Sin saber por qué, sin control de su voluntad, subió junto con los demás. No encontraba un lugar para sentarse y decidió ir al fondo. Desde alguno de los asientos una voz herrumbrosa lo llamó. Se trataba un hombre flaco, con ropa vieja y descuidada, larga barba y profundas ojeras. Lo estaba invitando con gestos a sentarse a su lado. Tenía el aspecto de un vagabundo que parecía llevar mucho tiempo allí. - Venga, aquí hay un asiento, es para usted. Como un autómata, asintió. Sólo quería salir de esta extraña película pero no sabía cómo. -Discúlpeme, estoy algo confundido, y tal vez usted sea de la zona y pueda indicarme… -Quizás sea de la zona… o quizás no… eso lo decidiré yo, lo interrumpió bruscamente. Le sorprendió la actitud descortés de su interlocutor y asumió que había oído mal. Insistió. -¿Perdón? -Yo pertenezco donde yo quiera pertenecer… soy anarquista por principio, y me opongo a que me rotulen con pertenencias, eso coarta mi libertad. Y continuó imperturbable con su discurso como si estuviera en un acto político. -Los países fueron creados por el hombre, los límites no existen, ni las regiones… ni nada… yo soy un terráqueo. Un hombre de la Tierra. No soy ciudadano de ningún “país” dibujado en el imaginario de nadie. Mi hogar es la Tierra. -Está bien… disculpe, tal vez no me expresé bien, quizás tenga razón, pero mi intención no es discutir de política, sólo quiero que me dé cierta información porque me siento desorientado, acotó preocupado por lo sobrenatural que le sonaba la conversación. Indiferente, el hombre barbado continuó con su discurso, -Después de todo, los límites de las naciones nos son inculcados desde chicos. Todos nacimos en el mismo mundo sin ninguna división. El patriotismo sólo es la sublimación del instinto territorial que tienen todos los animales. Usted, por ejemplo. Sus padres le impusieron sus creencias, o como quiera llamarlas. A ellos le hicieron lo mismo sus padres y así sucesivamente. La historia se repitió una y otra vez. Ya nadie sabe cuál es el verdadero motivo por el cual existen las religiones y el patriotismo. Sin darse cuenta, se dejó llevar por el argumento. -Es verdad, quizás el hombre estaría mejor si prescindiera de ellos, la mayoría de las matanzas se deben a las persecuciones religiosas y las xenofobias. -¡Yo no he dicho eso! Sin las religiones, es probable que el hombre hubiera sido más autodestructivo. No se confunda, la religión no es la culpable. Lo que está mal es el fanatismo ciego y la manipulación que hacen algunos de ella. El extremismo es dañino. Siempre hay que tratar de equilibrar las cosas. Si comes demasiado te mueres por indigestión, si no comes te mueres de hambre. La ciencia y la religión como platos únicos y separados, indigestan. Ambos deben regularse entre sí. Es más, estoy seguro que yo, que dudo, soy más creyente que otros. -¿Está diciendo que muchos de los que se llaman creyentes en realidad son hipócritas? -En cierta forma sí. Las personas dicen, “yo creo”. Pero cuando tienen que demostrar con sus actos no lo demuestran. No asumen el compromiso con sus vidas. Yo, en cambio, digo “dudo”, porque quiero saber la verdad. Busco la verdad, ese es mi compromiso, y si descubriera que Dios existe no me sentiría culpable por no haber tenido fe. Sé que en todo momento fui sincero. - Pero según la Iglesia uno debe entregarse a la fe… no se puede dudar. - Claro, te puedes entregar sin una pizca de duda si eres un cobarde. Yo no quiero actuar condicionado por el temor al infierno como otros que dicen creer sin dudas para recibir la recompensa de la vida eterna en el paraíso. Eso no es creer, eso es mentirte, acceder a un chantaje. -¿Qué se debe hacer entonces?, pregunto encogiéndose de hombros. -Haga lo que crea realmente que es correcto, sin mentirse, si Dios existe, tarde o temprano lo sabrá. ¿Acaso él querría ocultarse de usted? -Es cierto… mentirme… es lo que he hecho toda mi vida. Por mentirme, prioricé el trabajo sobre mi familia… Ahora me doy cuenta que debería haber estado mucho más tiempo con ellos… ¿qué ironía, no? Siempre les dije que la central nuclear fue diseñada para ayudar y dar trabajo. Que eran muy seguras e inclusive permití que vivieran cerca. Pero yo ya había visto un montón de irregularidades, sabía que todo eso era mentira… ¿Por qué Dios permitió esto? -¿La culpa la tiene realmente Dios? No… nadie en realidad tiene la culpa. Ni siquiera los humanos. Decidimos según ciertas reacciones químicas en el cerebro que nos dicen qué hacer. Por eso nadie tiene completamente la culpa. -¿Entonces hacemos mal en castigar a los criminales? -Nuevamente ha puesto palabras que no dije en mi boca. Yo me refiero a que nadie tiene la culpa completamente de las acciones que toma. Aun así una sociedad debe protegerse. Los que son en cierta forma violentos o nocivos, deben ser corregidos. Sólo por necesidad de autoconservación, no por razones morales. La condena moral es en realidad una justificación para la conciencia de lo que en el fondo es una necesidad política. -Pero eso es injusto, el criminal es criminal porque no puede evitarlo, ya que es un producto de la química de su cerebro, y encima debe soportar el castigo. -¿Qué es lo justo? Esa es otra definición creada por el hombre. Quizás debamos preguntarnos qué realmente es justo y qué no. ¿Es justo que alguien que mató, vaya para toda la eternidad al infierno como sostiene la religión? Tomemos al mayor asesino de la historia. Sumemos todos los castigos que merece por todas las muertes que provocó, por todos los males, por todas las “injusticias” que hizo a otras personas. Aun así la eternidad del infierno es un castigo desproporcionado. Es infinito, y esa es una cantidad mucho mayor que la mayor cantidad finita de males que pudo haber provocado, lo cual haría que el infierno fuera la mayor injusticia de la existencia. El castigo por siempre es tanto que se vuelve injusto. -Pero necesitamos creer en algo, en la vida por lo menos. -No niego la necesidad. Pero de la vida no sabemos nada. Por ejemplo, la ciencia dice que los virus no son seres vivos porque no pueden reproducirse por sí mismos, pero los parásitos no pueden alimentarse por sí mismos y sí se los considera seres vivos. El límite entre la vida y la muerte fue cambiando con los tiempos. Antes, el que no daba señales de respirar estaba muerto, luego si no tenía pulso, después si no daba señales en los detectores electrónicos. Pero continuamente se registran casos de personas que han resucitado luego de estar clínicamente muertos. La ciencia no es objetiva muchas veces sino más bien arbitraria. Claro que nadie se anima a cuestionarla, porque tienen miedo al ridículo. La ciencia se convirtió en una diosa razón. -En verdad, entonces la idea de Dios no es más ni menos errónea que muchas otras de la ciencia. Quizás estemos condenados a vivir en una incertidumbre de teorías erróneas. -Es que no sabemos quiénes somos nosotros, y pretendemos comprender quién es Dios, Dios puede ser usted, o yo, o todos. -¡Eso suena a blasfemia! -No tiene por qué, según el Judeocristianismo, Dios nos creó a semejanza de él. Por lo tanto, somos “él” de alguna u otra forma. -Pero… que seamos el Dios me parece imposible! -¡Imposible!... Un ser vivo es una organización de muchos otros seres vivos más insignificantes que trabajan juntos en una comunicación muy bien sincronizada. Usted cree que es uno solo, pero en realidad es millones de seres vivos en uno. Quizás, en vez de referirnos a los extremos de vivo o no vivo, deberíamos referirnos a niveles de vida y conciencia. -Entonces… no soy uno… sino millones y millones. Entonces, Dios podría ser algo como yo… pero que no nos tiene en cuenta como seres vivos… El cree que es uno solo… -Es sólo una posibilidad… puede que en este universo haya un Dios o no… lo mismo pasa si existieran otros universos. -Dios… ¿Podría ser una especie de universo? -Suena como una interesante teoría, otra más que quizás nunca la comprobemos. -Las teorías me inquietan porque me llevan a otras preguntas como, ¿Quiénes somos y a dónde vamos? -Eso depende de a donde quiera llegar y quien quiera ser... sólo recuerde, no sea como las siluetas a su alrededor… ellas nunca estuvieron vivas realmente… siempre siguieron a las masas… y eso es lo que hacen ahora… con el tiempo se desvanecerán… hasta que ya no queda nada de ellas. Cerró los ojos un instante, respiró profundamente y pensó “esta conversación no puede ser real, estoy soñando o estoy muerto. Lo que me está pasando no puede ser real en un mundo real”. El hombre barbado pareció adivinar sus pensamientos. -Esto quizás sea una prueba, quizás esté soñando, esté muerto o quizás Dios esté soñando esto y pronto se despertará. Eso no importa, porque ya no puede hacer nada para cambiar. Lo que debe hacer en todo caso es decidirse qué hacer con el tiempo que le queda… -¿Quién es usted ¿Por qué me aconseja? Yo no lo conozco ni le he dado nada. -Al contrario, aunque usted no lo sepa aún, le ha dado mucho sentido a mi vida. Ahora siento interrumpirlo, pero llegó mi hora-- El tren se detuvo, la puerta se abrió y el vagabundo se dispuso a marcharse. Él lo tomó del brazo y le suplicó. -No se vaya, por favor. -Disculpe, pero aquí me bajo. Le agradezco que haya accedido a la charla-- El tono tenía tanta convicción que se sintió obligado a soltarlo. -No, ¡justo ahora me deja solo!-- - Le repito nuevamente, lo siento, pero debo bajarme aquí-- reiteró con absoluta firmeza. - ¿Pero qué hago ahora?-- - Haga lo mismo que yo, salve a quien pueda antes de que se convierta en uno de ellos, en una silueta-- dijo señalando con el índice a las figuras insulsas. -¿Exactamente que son ellos, las siluetas?-- -Como le dije, son los seres masas de este mundo, que por inercia vagarán por siempre donde los lleve la marea. Siempre han sido así. Cobardes para pensar-- A mí me llegó la hora. No sé si será de nacer, morir o despertar, pero sé que ya es la hora… Recuerde… cuando crea que deba bajar… baje… y estará seguro en su casa-- El vagabundo desciende. Ambos saben que se volverán a ver alguna vez… en la eternidad del tiempo o en el infinito del universo. El tren se puso en marcha nuevamente y tras la ventanilla la figura de su misterioso ex acompañante se fue borrando a lo lejos. Lo vio empequeñecerse hasta que no pudo distinguirlo más. No supo cuánto tiempo viajó en el tren perdido entre sus pensamientos, pero al detenerse un hombre distinto a los demás subió. Parecía no encontrar su asiento… y él impulsado por quién sabe qué razón lo llamó con una voz herrumbrosa, dispuesto a charlar. -Aquí hay un asiento libre, y creo que es suyo…--
Posted on: Fri, 15 Nov 2013 03:26:27 +0000

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