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LAS OBRAS MÁS DESCOLLANTES DE SAN AGUSTÍN Y SU TEOLOGÍA A) Las Confesiones Las Confesiones son la fuente principal para conocer la vida y evolución interior de San Agustín hasta la muerte de su madre (387). Son trece libros. Esta obra es la única de Agustín que figura en la literatura universal. La palabra confessio no quiere decir sólo "confesión de culpas", sino también reconocimiento de la grandeza y bondad de Dios. San Agustín lo dice expresamente, por ejemplo, en las Retractaciones: "Los trece libros de mis confesiones tanto acerca de mis acciones malas, como sobre las buenas, alaban a Dios, el justo y bueno" (2, 6). Siguiendo ese criterio, las Confessiones se dividen en dos grandes partes. La primera la constituyen los libros del 1 al 9 en los que relata sus errores hasta su conversión, terminando con la muerte de su madre Mónica en Ostia. Los libros 10 al 13 alaban a Dios y su creación. En el libro 11 desarrolla su famosa y gran filosofía del tiempo. Agustín comenzó sus Confessiones después de la muerte de Ambrosio (4 de abril de 397). No se ha podido dilucidar si el motivo de San Agustín para escribir este libro fue interior o exterior. Es posible que algunos amigos le animaran a escribirla. La primera parte (libros 1 a 9) estaba terminada a finales del año 398, y la obra competa, en el año 400. Hay algunos pasajes en los que se puede ver cierta discrepancia entre lo que dice San Agustín en las Confessiones y lo que afirma en los Dialogos de Casiciaco sobre su evolución interior. Esto ha dado lugar a innumerables estudios. Sin embargo, es fácil admitir que después de doce o catorce años de los acontecimiento, Agustín pudo haber olvidado cosas o haberlas explicado con otro enfoque. Hay que tener en cuenta, además, que la finalidad de las Confessiones no era ofrecer un relato biográfico "objetivo", sino las reflexiones del obispo sobre su vida. Hay una amplísima literatura sobre las Confessiones que se ocupa de su biografía, su formación, su evolción interior, su psicología y filosofía, su concepto de Dios, su visión del mundo y de otras muchas cuestiones concretas. De Trinitate (La Trinidad) "Cuando Agustín planeaba escribir un libro sobre la Trinidad, un día dio un paseo por la playa y vio a un muchacho que había hecho un pequeño hoyo en la playa, sacaba agua del mar con una concha de caracol y la vertía en el hoyo. Al preguntar Agustín al muchacho qué hacía, éste le respondió que se había propuesto vaciar el mar con la concha de caracol y trasvasar su agua a aquel agujero. Como explicara Agustín que eso era imposible y se riera de la ocurrencia, el muchacho le replicó que era más fácil realizar su ocurrencia que explicar lo más mínimo de la Trinidad, como pretendía hacer Agustín con su libro" (ActaSS Aug VI (1773) 357 s.). Esta leyenda medieval fue trasmitida por primera vez el año de 1493 en la colección de Petrus de Natalibus. Se hizo popular en las creaciones artísticas porque capta de modo gráfico las dificultades con las que se encontró Agustín al escribir su De Trinitate. Está dedicada al obispo Aurelio de Cartago. Tardó catorce años (399-412) en escribir los doce primeros libros. En 420 terminó los tres últimos, hasta completar quince. Los motivos que tuvo Agustín para escribir esta obra fueron internos, no externos. Leyó, según confiesa él mismo, todo lo que pudo escribirse antes de él sobre la Trinidad. Esos escritos pudieron ser el Adversus Praxeam de Tertuliano, o los escritos de Novaciano, Mario Victorino, Hilario de Poitiers, ó los de los autores griegos.... Los quince libros se dividen en cinco grandes partes: • I-IV: los testimonios de la Escritura respecto de la unidad y consustancialidad de la Trinidad; • V-VII: la doctrina de las relaciones como características diferenciadoras de las personas de la Trinidad; • VIII: el conocimiento de Dios mediante la verdad, bondad, justicia y amor; • IX-XIV: la imagen de la Trinidad en el hombre; • XV: resumen y retoques de la obra; los testimonios de la Escritura sobre la procesión del Hijo y del Espíritu Santo. Las aseveraciones decisivas y peculiares de la teología de la Trinidad de Agustín son las siguientes: • La Trinidad no sólo constituye una unidad indivisible, sino que actúa también como tal. Cierto que ella se revela en las teofanías del Antiguo Testamento en diversas formas y personas —puesto que toma las formas de los objetos, animales, hombres y ángeles para manifestarse, y puesto que el Hijo en el Nuevo Testamento no se limita a tomar a un hombre, sino que se hace hombre de modo único—, pero son las tres personas de la Trinidad las que actúan conjuntamente. • Las tres personas divinas son el ser mismo, eterno, inmutable, consustancial. Por tanto, no se distinguen por esencia, sino por sus relaciones (relationes), que se expresan en sus nombres: Padre = principio y no engendrado; Hijo = palabra e imagen del Padre; Espíritu Santo = don y amor. • La fórmula trinitaria desarrollada por la Iglesia griega bajo la guía de los Capadocios "mia ousia — teiV upostaseiV" es errónea en la versión literal latina "una esentia — tres substantiae" tal como la había utilizado aún Mario Victorino. Pero tampoco la traducción "tres personae" satisface a Agustín porque "persona" no es un concepto de relación, sino de unidad. "Con todo, se dice "tres personas" no porque se pueda expresar con ello que la Trinidad de Dios significa, sino por no guardar silencio" (Trin V 9,10). • El hombre como imagen de Dios es imagen de la Trinidad (cfr. Gen 1, 26 ss.). Por eso él puede encontrar en sí a Dios como Trino, como memoria, intelligentia et voluntas o amor. De Civitate Dei (La Ciudad de Dios) Con la conquista de Roma —por primera vez en la historia milenaria del imperio— por los visigodos de Alarico el 24 de agosto del 410, para los romanos se hizo literalmente añicos un mundo según el cual Roma era la "Ciudad eterna", centro del mundo y quintaesencia de toda cultura, una ideología que el cristianismo había hecho suya bajo signo cristiano en el siglo IV, ya que el Dios cristiano suplantaba a los dioses antiguos en el cuidado y protección del imperio en el que se desarrollaron estos acontecimientos). Era lógico, pues, que después de ese "cataclismo mundial" se culpara al cristianismo de haber fracasado y de haber provocado con la represión de los dioses antiguos el ocaso del imperio (pues mientras los antiguos dioses fueron venerados jamás se produjo una catástrofe de semejantes dimensiones). Muchos de los romanos cultos y ricos huyeron al norte de África, donde tenían propiedades, y con sus críticas desafiaron a Agustín, el guía del cristianismo africano, a ofrecer una respuesta que éste suministró en la extensa apología De civitate Dei en 22 libros, un "magnum opus et arduum" (Civ I prol). La confeccionó en etapas, a lo argo de catorce años (413-426). En el año 413 estaban listos los libros I-III; en el 415, IV y V; en el 417, VI-X; en el 418, XI-XIV; en el 426, XV-XII. Agustín mismo describe en forma insuperable en Retractationes (II 43) la estructura y el contenido de la obra: "Los cinco primeros libros refutan a aquellos que piensan que el servicio de los muchos dioses venerados por los paganos es necesario para que la situación humana sea próspera, y a los que afirman que la actual desgracia terrible, es la consecuencia de haber impedido ese servicio. Los cinco libros siguientes van contra aquellos que admiten que desgracias similares —ora más graves ora más leves y según lugar, tiempo y personas— han golpeado desde siempre a los mortales y los azotarán en el futuro, pero aseguran que el culto sacrificial a los muchos dioses es recomendable debido a la vida futura después de la muerte. En estos diez libros se refutan, pues, las dos creencias, ya mencionadas, que militan contra la religión cristiana. Pero para que nadie nos acuse a habernos limitado a rechazar opiniones ajenas y de no haber ratificado las nuestras, aborda esa tarea la segunda parte de la obra, que comprende doce libros... Los cuatro primeros libros de la segunda mitad tratan del origen de ambos Estados, el Estado de Dios y el Estado de este mundo; los cuatro siguientes se ocupan del curso favorable o desfavorable de ellos; y los cuatro últimos, de su resultado debido". Se trata pues, de una apología amplia, dispuesta en dos partes, y de la exposición de una teología histórica del cristianismo. XA los que opinan que el culto a los dioses es necesario para la prosperidad de Roma (I-V) responde Agustín con dos argumentos principales: (1) Precisamente bajo los dioses se ha corrompido moralmente Roma y ha sido acosada desde fuera. (2) No a esos dioses sino sólo al Dios de los cristianos se debe la grandeza de Roma. Agustín rechaza que sea útil dar culto a los dioses con miras a una vida eterna (VI-X) discutiendo las filosofías que proclaman tal recomendación. La segunda parte esboza una historia salvífica del cristianismo distinguiendo un reino terreno y otro eterno. Esta división deriva de la caída en el pecado; primero de los ángeles, por amarse a sí mismos, y del que derivó el pecado del primer hombre por seducción. Por eso la civitas terrena, manchada por el mal, perdura a lo largo de la historia de la humanidad hasta la encarnación del Hijo de Dios que muestra el camino de la civitas terrena a la divina a través del amor de Dios. Desde entonces ambos reinos coexistirán en el mundo hasta la consumación, en la que serán separados para siempre en la eternidad del infierno y en la de la felicidad.
Posted on: Wed, 28 Aug 2013 17:54:58 +0000

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