LAS TRADICIONES ESCRITAS. a) La tradición J. El autor J [/ - TopicsExpress



          

LAS TRADICIONES ESCRITAS. a) La tradición J. El autor J [/ Pentateuco II-VI], que vive en la corte davídica del siglo x a.C., fue el primero en recoger y en fijar por escrito los elementos dispersos de la tradición oral relativos al patriarca Jacob. Se trataba de una serie de episodios aislados, recogidos como partes de tradiciones folclóricas por diversos clanes o tribus que pretendían descender de los antepasados del pueblo hebreo o bien de fragmentos de relatos conservados en diversos centros locales de culto. Este material variado y complejo fue reunido con mucho arte y englobado en un contexto genealógico, cronológico y topográfico. Se pusieron de relieve los rasgos humanos y los acentos teológicos que caracterizan a Gén 28-36. De esta forma se obtuvo una historia familiar orgánica de tendencia biográfica. Durante el reinado de Salomón, cuando las doce tribus formaban parte del gran imperio davídico, eran ya evidentes los signos premonitorios de la división política y religiosa. El autor J elaboró las tradiciones relativas a Jacob de tal manera que pudiera presentar una teología de la historia de las doce tribus y de este modo legitimar el cuadro político y religioso del gran imperio. La mayor parte del material con-tenido en Gén 28-36 pertenece a la tradición J, que a menudo se funde con la tradición E. La historia de los dos hermanos Jacob y Esaú es interpretada por J como la historia de dos pueblos. Jacob representa al pucrilo de Israel; Esaú, al pueblo edomita. Aunque el reino de los edomitas era muy antiguo, había sido sometido por David; por consiguiente, los edomitas eran súbditos del rey Salomón. Esta situación política queda legitimada por el relato según el cual el hermano mayor (Esaú/ Edón) fue su-plantado por el menor (Jacob/ Israel). En la leyenda cultual de Betel se renuevan las promesas hechas a Abrahán y a Isaac sobre la tierra dada a la descendencia numerosa y sobre la bendición que habría de alcanzar a todas las naciones de la tierra (28,13ss). Las promesas se realizan en Jarán, en la alta Mesopotamia, ya que las hijas arameas de Labán (Lía y Raquel) y sus siervas (Bihlá y Zilpa) se convierten en las antepasadas de las doce tribus de Israel, dando a luz a sus epónimos (35,23-26), exceptuando a Benjamín, que nació en Palestina. Jacob se enriqueció enormemente (30,43), y también Labán fue bendecido por su causa (30,27.30). Entre los dos se estableció un acuerdo familiar, que es también un tratado político, ya que fija las fronteras entre el pueblo arameo y el israelita. De esta manera queda justificada la supremacía de Salomón sobre los súbditos arameos. La vuelta triunfal de Jacob a Palestina (32,4-22) acompañado de sus mujeres y sus hijos, que son el origen de toda la nación, se narra como una procesión sagrada, que celebra el cumplimiento de las promesas divinas. Llegado a las puertas de Palestina, a orillas del río Yaboc, Jacob emprende una lucha nocturna, victoriosa, contra un genio malvado, que intentaba impedir la realización de las promesas de Dios, y conquista así para las doce tribus del reino davídico el derecho a asentarse en Palestina (32,23-30). Al final de la historia patriarcal (49,8-12), Jacob moribundo anuncia mediante una pseudoprofecía el éxito de la tribu de Judá, de la que provenía la dinastía davídica que reinaba en tiempos del autor. "Para J Jacob es el tipo del Israel feliz, abundantemente bendecido por Dios, y que es único en el mundo" (H.-J. Zobel). b) La tradición E. Esta tradición continúa el proceso de la transformación de las tradiciones tribales en una historia familiar y subraya la importancia teológica de la narración, que es de suyo laica. Mientras que J reconoce que Jacob adquirió el derecho de primogenitura mediante en-gaño, E lo disculpa, admitiendo que compró este derecho con el consentimiento de Esaú (25,30-34). En Betel el patriarca vio en sueños una torre de varios pisos, es decir, la escala por la que los mensajeros celestiales suben y bajan entre la tierra y el cielo (28,12). El hagiógrafo considera el lugar sagrado de Betel, que todavía existía en el siglo viii a.C., como santuario nacional querido por el rey Jeroboán, como un lugar de culto igual en santidad al templo de Jerusalén o como la morada principal de Yhwh, que es el verdadero rey de Israel (28,10-22). Antes de partir para tierra extranjera, Jacob había hecho aquí el voto de erigir una estela, que habría sido como una casa de Dios (28,20ss). El Dios de Betel protege a Jacob en casa de Labán; el patriarca se enriquece, no ya por sus tretas, sino por la bendición divina, y regresa a su país por orden de Dios, pues tiene que cumplir el voto (31,13). Al acercarse a la frontera de Palestina, el patriarca no se prepara para enfrentarse con la cólera de Esaú, como en la tradición J, sino que en su integridad moral envía a su hermano ricos regalos (32,14-22). En la lucha a orillas del río Yaboc, el misterioso adversario le rogó a Jacob que le dejara marcharse, ya que estaba a punto de despuntar la aurora. El patriarca respondió: "No te soltaré si antes no me bendices". El desconocido le preguntó entonces cómo se llamaba, y luego añadió: "Tu nombre no será ya Jacob, sino Israel, porque te has peleado con Dios y con los hombres y has vencido" (32,29). Esta frase resume la historia secular del pueblo de Israel en sus relaciones con Dios: es una lucha continua, que dura hasta la salida del sol. Al entrar en Palestina, Jacob establece su morada en Siquén, en la parte central del país (33,18); pero tenía que dirigirse a Betel para el cumplimiento de su voto. Antes de marchar al lugar sagrado invita a todos los que están con él a purificarse de la idolatría que habían contraído en un país extranjero (35,2). Es ésta una obligación de la alianza, muy actual en la época de E, cuando los habitantes del reino del norte practicaban el sincretismo cananeo. Para frenar la penetración invasora del paganismo el autor elohísta, teólogo de la alianza, propone la conducta ejempiar de Jacob y de su familia. Bajo la pluma de E la historia del patriarca es interpretada dentro del contexto del voto hecho a Dios y la figura del antepasado asume características marcadamente morales. c) La tradición P. Constituida por algunas listas de nombres y por breves noticias históricas, la tradición P no permite trazar un cuadro completo de la figura de Jacob, tal como fue interpretada por los ambientes sacerdotales del siglo vi a.C. El redactor P da una nueva interpretación del viaje de Jacob a la alta Mesopotamia: sirve para legitimar una de las leyes más importantes para la supervivencia de Israel, esto es, la prohibición de casarse con mujeres de origen extranjero. Según P, el patriarca no huye a Mesopotamia, sino que es enviado allá por su propio padre, Isaac, para que pueda encontrar una esposa entre sus parientes. Antes de partir para el país extranjero, Jacob recibe de Isaac la promesa de una numerosa descendencia: "Que el Dios todopoderoso te bendiga y te haga tan fecundo y numeroso que llegues a ser una comunidad de pueblos" (28,3). La estancia temporal en Mesopotamia había hecho posible la realización de la promesa de Dios. Así también, durante el destierro en Babilonia, Dios mostrará el poder creador de su palabra, que anuncia el retorno a la patria y la repoblación del país. En la descripción del regreso a Palestina no se da ninguna importancia a Betel, que no existía ya en el siglo vi a.C., pero se insiste en las palabras con que Dios había saludado el retorno del patriarca. En aquella ocasión Dios le había impuesto a Jacob el nombre de Israel (35,10), le había renovado la promesa de la fecundidad y de la posesión de la tierra (35,1Is). Como signo de adquisición y de posesión del país, el cadáver de Jacob fue llevado de Egipto a la tierra de Canaán y sepultado en la cueva de Macpela (50,12s).
Posted on: Fri, 12 Jul 2013 20:08:48 +0000

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