LAS ULTIMAS BRUJAS DE EUROPA VI Por lo que respecta a la Historia - TopicsExpress



          

LAS ULTIMAS BRUJAS DE EUROPA VI Por lo que respecta a la Historia de la brujería en el País Vasco de los siglos XVIII y XIX se pueden observar contrastes igual de agudos. Así, como hemos visto en el apartado anterior fue en el mes de diciembre de ese año cuando Clara de Eguilluz puso una querella ante el tribunal de Hondarribia porque las molineras de Errota Andia la acusaron de ser bruja. Es más, incluso la habían conjurado a la vista de un gran numero de personas con el “puyes”. Todo aquello terminó en un pacifico acto de conciliación entre las partes enfrentadas el día de la víspera de Navidad, ofreciéndonos un perfecto ejemplo de cuál era la actitud observada frente a acusaciones de ese tipo en los tribunales del País Vasco de aquella época. Sin embargo, no demasiado lejos de aquella ciudad guipuzcoana, mientras Clara debía estar meditando la decisión de avenirse al acto de conciliación con las dos molineras, se desarrollaba otra cara de esta misma cuestión. Tan diferente como lo pudieron ser la batalla de Hochstadt y el asalto contra Deerfield. En efecto, el día 18 de febrero de 1705, el corregidor del Señorío de Bizkaia se vio en la obligación de instruir un voluminoso proceso para esclarecer ciertos oscuros incidentes que habían tenido lugar durante el mes de diciembre del año anterior en el territorio bajo su jurisdicción. Otra vez se trataba de acusaciones de brujería. Pero en esta ocasión las presuntas culpables no habían tenido tanta suerte como Clara de Eguilluz y las otras mujeres a las que he ido haciendo referencia. Según constaba de las averiguaciones que realizó el corregidor algunos vecinos de la república de Begoña, del barrio que llaman de Achuri, habían entrado en compañía de dos forasteros que, curiosamente, iban vestidos con abarcas –como no se olvidó de apuntar uno de los testigos interrogados por el máximo magistrado vízcaino– en la casa en la que malvivían María de Arteaga y su hija María de Telleche. Sería hacía la medianoche cuando aquel tropel de vecinos y forasteros rústicamente calzados irrumpieron “finxiendose que hera la Justicia” en la sórdida y precaria habitación en la que intentaban dormir las mencionadas madre e hija. Una vez llevada a cabo tan desasosegante operación los supuestos justicias se llevaron presas a María de Arteaga y a su hija. Poco después de sacarlas de sus camas las maltrataron y golpearon. Hecho esto se las llevaron de allí por su propia mano y autoridad sin dar mayores explicaciones de semejante escándalo. Desde ese momento no se volvió a saber nada de madre e hija “ni de donde las llevaron ni echaron”. Fue principalmente para esclarecer lo que a todas luces era un secuestro que, a cada paso que se avanzaba en la investigación tomaba un cariz cada vez más trágico y siniestro, por lo que el corregidor continuó adelante con aquellos autos. No es fácil llegar a saber que clase de impresión causó a la máxima autoridad judicial del Señorío el enterarse a través de algunos de los testigos que fue recabando –así como por las declaraciones de los más directamente implicados– de que el principal móvil para proceder a semejante conducta se apoyaba en sospechas acerca de que María de Arteaga y su hija habían hechizado a una dama bilbaína –doña Juana de Basurto– y que para lograr el pertinente desembrujo se había procedido a aquel contundente remedio que pasaba por secuestrar y golpear a las dos supuestas brujas hasta que deshicieran los hechizos que se imaginaban habían lanzado contra doña Juana. Eso continua siendo un misterio. Lo único que se hace evidente a lo largo de este denso y voluminoso proceso es que la actitud frente a los rumores de brujería en la Vasconia de los siglos XVIII y XIX no actuaba en una sola dirección. Efectivamente, y no pensemos que este suceso de finales del año 1704 y principios de 1705 fue una especie de último estertor de los grandes pánicos que acababan en linchamientos como los de Tring en 1751 o, mucho más cerca de la Bizkaia de comienzos del siglo XVIII, el que estuvo a punto de llevarse a efecto en la Bayona de los últimos años del XVII. Sin necesidad de cruzar ni una sola frontera en dirección, por ejemplo, a ese Parlement de Burdeos que en 1707 se vio obligado a revivir las viejas cacerías por la presión popular, podemos comprobar que gran parte de los casos analizados en el segundo apartado de este trabajo muestran en sus sentencias y autos algo más que un velado temor a que la repetición de determinados rumores sobre brujas acabase por desatar, nuevamente, consecuencias fatales. Eso es lo que se puede apreciar, por ejemplo, con respecto a los sucesos del año 1727 en Zegama. Bentura de Orue, el procurador que defendía a la mujer señalada e injuriada como bruja, se quejó al corregidor de que todas esas acusaciones vertidas contra Josepha de Ocariz habían levantado las sospechas de muchos vecinos de aquella localidad “poniendo con tan temerario modo de hablar en bemente (sic) presumpcion y sospecha deprabada a quantos han sido noticiosos de semexante razonamiento e inpostura”. Aparte, claro está, de haber arruinado el buen crédito y fama de su defendida. En el caso que tuvo lugar en Getaria en el año de 1757 también se puede adivinar bajo la calma que preside la acción del magistrado que lo juzgó una cierta inquietud. Así leemos junto con el auto de sentencia ciertas recomendaciones a los magistrados de Getaria a fin de evitar que en adelante “no se esperimente en ella quimeras como las que resultan de autos”. Unas advertencias sin duda prudentes. Sobre todo si volvemos a tener presente el trato que se administró a María de Telleche y María de Arteaga en la Bizkaia de principios del siglo XVIII, prueba fehaciente de que simples injurias podían acabar desencadenando una molesta histeria en cualquier momento poniendo a la magistratura en una situación como poco difícil, que podía ir desde un linchamiento como el ocurrido en el Achuri de principios del siglo XVIII hasta tener que reinaugurar una nueva cacería de brujas o algo bastante similar. Esta posibilidad no era ni mucho menos remota. A mediados del siglo XVIII, no demasiado lejos de territorio guipuzcoano –concretamente ante el Parlement de Burdeos– se llevó a presencia de los jueces del mismo al cirujano bayones Gracien Detcheverry, acusado de buscar tesoros por medio del libro llamado “Agrippa negra”. Los jueces, muy a su pesar, no tuvieron más remedio que aceptar la querella contra él y administrarle, aunque fuera de modo vergonzante, un severo castigo por aquellas operaciones pretendida- mente mágicas. Toda ésta es materia, en cualquier caso, que no debemos perder de vista a la hora de calibrar con exactitud cuales fueron las reacciones ante las acusaciones de brujería en el País Vasco de los siglos XVIII y XIX.
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 19:12:23 +0000

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