LOS ADMIRADORES (x) - TopicsExpress



          

LOS ADMIRADORES (x) por: Elvio Romero Mi padre sentía admiración por los artistas. Siempre que pudo los ayudó a salir de sus menesteroso estado, o a paliar su miseria. A Carlos Miguel Giménez lo mantuvo a su manera, y jamás declinó el recuerdo de su amistad juvenil con Emiliano E. Fernández, a quien conoció en Pinasco. Siempre abrigué el deseo de escribir sobre estos hombres, amigos devotos de los creadores. La de ellos es un admiración simple y cándida, un acercamiento a un ser que les parece superior, o no, al que simplemente admiran por sus cualidades de cantor, de poeta o actor. Quiero creer que es algo que les llega de la infancia, de alguna motivación artística que lo exaltó. Por ejemplo, la presencia del circo en las adyacencias del pueblo. El payaso y el domador de animales son estampas mitológicas fijas en la mente infantil. La mujer más bella del mundo no se borrará de la memoria del niño que la contempló. El hechizo es completo. Cuando el circo se marcha, hay quienes lo siguen y terminan incorporándose al elenco sin retornar jamás. ”!Cómo va ser buen cantor, si es mi vecino!”, suele disminuirse al triunfador en algunos países. En el nuestro, no. Se admira a quien creció a nuestro lado y sobresalió, poeta o cantor, o lo que fuere. Luis Alberto del Paraná me buscó en París apenas supo de mi llegada, y pasamos una hermosa noche de recuerdos. Podría citar infinitos casos. Carlos Miguel Giménez En 1944, Carlos Miguel Giménez gozaba de un lozano prestigio como poeta. Soñaba con un Paraguay distinto al que vivíamos, que a menos de 10 años de finalizada la Guerra del Chaco enseñaba profundas heridas de pobreza. Verla renaciendo era un sueño; joven, entusiasta, Carlos Miguel paseaba su elegante traje blanco hasta ubicarse en el Felsina, donde bebía sus primeros peligrosos tragos. Luego la vista se le tornó infausta. La revolución de Concepción partió al Paraguay en dos, y deshizo muchas vidas, muchas amistades. Pasaron los años y lo perdí de vista. Supe que estaba ciego, y que siempre un lazarillo, un admirador ocasional del autor de ”Mi patria soñada”, lo guiaba por las calles, dispuesto a acompañarlo hasta el fin del mundo. Nos perdimos en los largos años ominosos. Mi padre, que tenía un bar en el Barrio Obrero, le atendió diariamente, lo sentaba en una mesa y puso toda su diligencia en que tuviera al alcance su botella de ”naranjín” cargadita de buena caña. Un día recibí una carta suya, con tal cariño que podía hacer llorar a cualquiera. No me engañé con esa carta. Sabía que detrás estaba el aliento de mi progenitor. Admirador de artistas, repito, mi padre guardaba entre sus mejores recuerdos su amistad juvenil con Emiliano, en Puerto Pinasco, donde ambos trabajaban como alambradores. Juntos prepararon una jaula para arrojar al río al administrador inglés, bajo cuyo oprobio trabajaban. Descubierta la conjura, Emiliano huyó a Concepción y mi padre a Puerto Max; pero éste recibió el regalo de un primer poema del trovador inspirado, que ya tenía su futuro estilo: Che michï jha che arruinado pero che co mitã letrado, y cuando llega la noche che cu´í kuñá recavo Estos admiradores eran modestos y sencillos, capaces de abandonarlo todo rastreando a su ídolo. No fue eso lo que le sucedió al porquero Sancho Panza, quien veía espejismos y alucinaciones en las aventuras de su señor Don Quijote ? No fue ése el máximo trastorno que haya sufrido un ser mortal! ? Recuerdo que cierta noche, en la mesa que solía tender Rolando Larrosa, un compatriota notable, en su amplio patio, para agasajar a sus amigos, artistas nocturnos en su mayoría, se acercó un desconocido para nosotros, de estatura más bien baja, quien, dando un saludo casi inaudible, se aproximó y estrechó la mano del Maestro José Asunción Flores, quien lo invitó a sentarse a su lado. El hombre desplegó una inefable sonrisa y se acomodó para la cena. El hombre tenía un chambergo, que no se quitó en ningún momento. Uno de los contertulios, no muy gracioso y en estado semietílico, se le acercó y lo convidó a sacarse el sombrero. El hombre lo miró fijamente y nada contestó. El dueño de casa siguió atentamente la escena y le dijo en voz baja al indiscreto: Es amigo mío, un embarcadizo. Éste, en voz alta: !Pero que saque el sombrero! El forastero se levantó, se dirigió al impertinente y le replicó: -Co che sombrero, nde mitã, che plata repycué, jha che acãme oïvaerã. Ndaipori caria´y…(1). Y se detuvo, volviendo a su sitio, junto al Maestro, para seguir la velada con el sombrero puesto. Nuestro anfitrión, temiendo una catástrofe, tomó del brazo al imprudente y lo alejó cautelosamente hacia la calle. El admirador siguió conversando con el Maestro, como si nada hubiera pasado (x) Mire, joven, con mi plata se compró este sombrero y en mi cabeza va a estar. Y no hay varón que… (xx) Del diario ÚLTIMA HORA, 20 de julio de 1996 (Asunción, Paraguay) musicaparaguaya.org.py/profundo5.htm
Posted on: Sun, 16 Jun 2013 03:04:58 +0000

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