La apelación del Apocalipsis Las siete iglesias descritas en - TopicsExpress



          

La apelación del Apocalipsis Las siete iglesias descritas en Apocalipsis 2 y 3 representan la iglesia cristiana desde el tiempo de Juan hasta la segunda venida de Cristo. Un ángel instruyó a Juan: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (Apocalipsis 1:19). La visión de las siete iglesias registra tanto los triunfos como los fracasos de la iglesia de Dios: sus victorias y sus derrotas. Aunque las siete iglesias pueden representar la fe cristiana a lo largo de los siglos, todos los mensajes de Cristo a estas iglesias contienen lecciones sobre el reavivamiento y la reforma que son vitales para el pueblo actual de Dios. Muchos expositores de las profecías del Apocalipsis –adventistas entre ellos– llegaron a la conclusión de que las siete iglesias del Apocalipsis representan siete épocas de la historia de la iglesia, comenzando con la iglesia del Nuevo Testamento. Esta interpretación identifica a Éfeso con la iglesia cristiana aproximadamente entre los años 31 y 100 d.C. Estos cristianos primitivos eran celosos en su fe. Trabajaban incesantemente para el progreso del evangelio. Estaban comprometidos con la obra de Dios. No rehuían el deber o las responsabilidades. Después de la ascensión de Jesús, sus discípulos trabajaron diligentemente en conservar la pureza doctrinal de la iglesia. No toleraban la herejía, y eran valientes defensores de la verdad. Jesús felicita a la iglesia de Éfeso porque odiaban a los nicolaítas. Evidentemente, ese grupo creía que la gracia relajaba algunos aspectos de la ley de Dios. Por ello, alegaban que estaban libres de tener una moralidad relajada. Pero los cristianos fieles del siglo primero se mantuvieron en directa oposición a esta herejía. Sin embargo, a pesar de todo el trabajo de los efesios a favor de la fe y defendiéndola, Cristo lamentablemente les dio estas palabras de reprensión: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). Aparentemente, los cristianos del siglo primero afrontaron la persecución con valor y perseverancia, pero al pasar el tiempo, comenzaron a perder su primer amor. Lo que una vez habían hecho por devoción, más tarde lo hicieron por un sentido del deber. Hacer la obra de Jesús llegó a ser más importante que conocer a Jesús. Gradual y casi imperceptible¬mente, su experiencia con el Salvador declinó. Trabajaron mucho para defender la fe, pero algo vital les faltaba en su experiencia espiritual: el amor a Jesús y el amor mutuo. Tenían la forma exterior de la religión, pero les faltaba una conversión verdadera del corazón. Eran activos, pero no oraban mucho. Jesús instó a esos cristianos vacilantes a recordar, arrepentirse y volver. Cuando la gente está vacía espiritualmente, Jesús la llama –también nos llama a nosotros– a recordar cómo era tener los corazones llenos con su gracia. Nos llama a recordar las ocasiones cuando estuvimos cerca de él. Nos insta a recordar esos tiempos cuando nuestros corazones ardían dentro de nosotros al orar y estudiar su Palabra. Nos llama a arrepentimos de nuestro descuido espiritual; a arrepentimos de nuestra falta de oración, nuestra falta de estudio bíblico devocional, y nuestra falta de concentración espiritual. Y nos llama a volver a esas prácticas cristianas que traen fortaleza espiritual. Nos anima a reordenar nuestras prioridades y volver a aquello de que trata el cristianismo genuino. Las palabras del revelador nos recuerdan la apelación de Oseas a Israel: “Venid y volvámonos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él” (Oseas 6:1-3). El reavivamiento ocurre cuando reconocemos que nuestra experiencia espiritual se ha desvanecido, y nos arrepentimos y otra vez buscamos a Dios con todo nuestro corazón. Y la reforma sigue, cuando realineamos nuestras vidas con los valores del Cielo. Elena de White describe la maravillosa gracia y la seguridad de la salvación de esta manera: “Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad, y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza” (El camino a Cristo, p. 52). Comprender la gracia transforma la vida. Es la misma esencia del cristianismo. La gracia de Dios no merecida es la piedra angular de la fe cristiana. Por medio de la vida, la muerte, la resurrección y el ministerio sacerdotal de Jesús, el don de la vida eterna es nuestro. Recibiéndolo por fe, tenemos la seguridad de la salvación. Libro Complementario
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 14:33:12 +0000

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