La escuela en la historia de la pedagogía Ramón Guzmán - TopicsExpress



          

La escuela en la historia de la pedagogía Ramón Guzmán Ramos La escuela tradicional Morelia; Michoacán, 11 de agosto de 2001.- La Escuela Tradicional surge en el siglo XVII con los colegios internados de los jesuitas. Una de las finalidades principales de estos colegios era ofrecer a la juventud una vida metódica en su interior, lejos de las turbulencias y problemas de la época y de la edad. Se trataba, como se ve, de una esfera totalmente apartada de la sociedad, separada del mundo real. Al interior de este recinto sagrado se daba una vigilancia constante sobre los alumnos. Lo que ocurría adentro no tenía nada que ver con el exterior. Las experiencias de vida de los alumnos se quedaban relegadas a último término. En estos internados los alumnos tenían que vivir en la humildad, el desprendimiento y el sacrificio. La escuela tradicional significaba, por encima de todo, método y orden. La disciplina era uno de los elementos más importantes en la vida escolar y se imponía en base a un sistema rígido de premios y castigos. El alumno le debía una obediencia ciega, incondicional, cautiva, al maestro. El maestro, por su parte, era quien organizaba la vida y las actividades escolares; quien velaba por el cumplimiento de las reglas; quien resolvía los problemas del quehacer cotidiano. Era la autoridad omnisciente y la guía máxima. El papel del maestro era el más importante dentro de la institución. De hecho, de él dependían los logros y las fallas de las acciones educativas. Él escogía los materiales didácticos, organizaba el conocimiento dado y lo transmitía en el aula. Era él quien enseñaba el camino y conducía por allí a sus pupilos. Se consideraba que el estudio se volvía más fácil para los alumnos si el maestro era el encargado de hacer todo el trabajo pedagógico, de tener todo el proceso bajo su control. El papel de los alumnos, por su parte, se reducía a asimilar todo el conocimiento, toda la información que el maestro les proporcionara, aunque por lo general el aprendizaje no les resultara vitalmente significativo. El alumno era visto y tratado como un objeto pasivo, receptivo, contemplativo, sumiso, que no debía cuestionar el conocimiento que su mentor le diera, como si se tratara de una verdad sagrada, absoluta. El Programa de Estudio lo era todo. El maestro diseñaba el programa, o lo recibía ya elaborado de la institución, y luego lo seguía al pie de la letra, fielmente, sin tomar en cuenta el contexto social del alumno. Había un solo método, que consistía en exponer oralmente los conocimientos y luego constatar que habían sido memorizados, asimilados. El repaso era el instrumento de consolidación por excelencia, así como de evaluación. Una vez expuesta la lección, el alumno debía repetir los fundamentos básicos de lo aprendido. De esta manera se sabía si se había producido el aprendizaje. En el transcurso del tiempo, la escuela tradicional sufrió modificaciones considerables, pero en esencia se mantuvo fiel a sí misma. En nuestra época se conservan rasgos característicos de esta corriente pedagógica. Para algunos autores de la talla de Durkheim y Snyders, por ejemplo, una de las condiciones importantes de esta escuela es que hay que conservar el seguimiento de modelos. Es necesario poner en contacto a los alumnos con los grandes personajes de la historia, la ciencia, el arte, los deportes, los espectáculos, etc., para que se alimenten de su ejemplo y lo sigan. En este caso el seguimiento de modelos, sin embargo, no se produce a través de una mediación crítica, reflexiva. Pero más allá de esta condición que se desea preservar, de la escuela tradicional perviven los perfiles fundamentales que la caracterizan. Nuestra escuela de hoy se ha quedado enclavada en el pasado remoto, con un rezago pedagógico que la coloca prácticamente fuera de su tiempo y de su realidad actual. La escuela de hoy se mantiene también aislada del mundo. Las asignaturas y las áreas que se estudian no tienen para el alumno, y a veces ni para los mismos maestros, ninguna relación entre sí, entre los distintos niveles y modalidades del sistema educativo, ni entre una escuela y otra. Cada nivel, cada modalidad, cada escuela, cada asignatura, es como un universo cerrado, separado de los demás, sin articulación alguna, sin ninguna relación interactiva. El maestro ahora es también la autoridad indiscutible en el aula. El alumno no tiene, en los hechos, ningún derecho reconocido o respetado. Es el maestro, como antaño, quien se encarga de todo para que la clase funcione. Casi nunca se deja a la iniciativa y a la creatividad de los alumnos la preparación, por ejemplo, del material didáctico, de los temas y asuntos que se van a tratar en la clase. El método que usa el docente de manera preponderante es el expositor, de conferencia, verbalista. El maestro habla y habla y habla y el alumno no hace sino escuchar… y repetir. Para comprobar que el alumno ha aprendido la lección del día, el maestro hace que repita lo que dijo. Al día siguiente se da incluso un repaso de la clase anterior. Es como si durante más de tres siglos la escuela se hubiese quedado al margen del tiempo, fuera del movimiento de la historia, sin ser tocada por las transformaciones fundamentales que han ocurrido en todos los ámbitos del mundo y que han obligado a la educación a replantearse sus propios objetivos. Los alumnos, como en la escuela tradicional clásica, juegan el papel de siervos, considerados no como menores de edad cronológica, sino mental, incapaces de tomar por ellos mismos sus propias decisiones y de participar activa y responsablemente en los espacios de decisión de la escuela. Los contenidos que se enseñan poco tienen que ver con la vida, con los problemas, las aspiraciones, las necesidades y expectativas de los alumnos, con su mundo real; o son abordados de manera superficial, sin profundizar en el conocimiento del contexto. Importan más los programas que las vicisitudes de la vida. El programa lo es todo. Sustituye incluso al mismo maestro. El programa que, por otro lado, es transmitido a través del libro de texto. El maestro que, junto al alumno, debería ser un protagonista central del proceso educativo, es sólo un instrumento del programa. El programa no se toca, es sagrado. No se revisa a fondo, no se cuestiona. De esta magnitud es el atraso pedagógico que padece la educación en nuestro país. La escuela nueva La escuela nueva, llamada también escuela activa, surge como una reacción a la escuela tradicional y las relaciones sociales que imperaban en la época de ésta. Se constituyó en una verdadera corriente pedagógica, en una propuesta educativa de nuevo perfil. Nace y se desarrolla a finales del siglo XIX, con todo y que tiene orígenes más remotos. Se trata de un movimiento renovador en la enseñanza, que tiene como base fundamental la psicología del desarrollo infantil y una nueva filosofía de la educación. Para algunos estudiosos llegó a ser como una revolución copernicana en la educación. Su influencia se extendió por toda Europa y Estados Unidos, y de ahí al resto del mundo. El contexto en que nació esta nueva corriente pedagógica es por demás interesante. Era la época de las grandes reformas, de las conmociones sociales, de los horizontes luminosos de la historia, los descubrimientos asombrosos, el desarrollo vertiginoso de la tecnología, el cuestionamiento y sustitución de los viejos paradigmas; pero también de las grandes catástrofes, del desencanto y la consecuente necesidad de darle vida a una nueva esperanza. El mayor número de reformas generales de la enseñanza en el siglo XX se produjeron en el tiempo de entreguerras, y al concluir la Segunda. La guerra conmocionó a la humanidad, particularmente a las instituciones educativas. Si bien es cierto que el hombre ha conocido, protagonizado y padecido los conflictos bélicos a lo largo de toda la historia, en las dos guerras mundiales se desarrollaron armas y formas de matanza que harían pensar con horror en un vuelco trágico a la barbarie, en un fracaso catastrófico de la evolución biológica y el desarrollo cultural de la especie humana. Finalmente, ¿dónde quedaban los conocimientos, la cultura, los fundamentos de la civilización, los valores universales que se enseñan también en la escuela? La educación no había sido capaz de detener desde el corazón y la conciencia de los hombres la conflagración, el exterminio, el holocausto, el genocidio absurdo. La guerra era también, de esta manera, un fracaso de la educación. ¿Pero era irremediable este fracaso? ¿Estaba irremisiblemente perdida la humanidad? Desde luego que no. Aceptar esto hubiera sido como renunciar a la salvación misma. Los pedagogos de la escuela nueva fueron poseídos por un ardiente deseo de paz y volvieron a ver en la educación el medio más idóneo para fomentar la comprensión entre los hombres y entre las naciones, la solidaridad humana; desarrollar el amor fraternal sin importar diferencias de nacionalidad, de tipo étnico o cultural; que el impulso de vida se impusiera por fin sobre el instinto de muerte; que se pudieran resolver de manera pacífica los conflictos entre las naciones y entre los grupos sociales. De esta manera, la nueva educación tendría que ser capaz de formar a los individuos para la paz, la comprensión y la solidaridad. Entre los representantes más destacados de esta nueva corriente pedagógica se encuentran algunos como Rousseau, Pestalozzi, Tolstoi, Dewey, Montesori, Ferrieri, Cousinet, Freinet y Piaget. La escuela libertaria Los integrantes de esta corriente pedagógica tomaron partido por la libertad. Se trata de un grupo de críticos acérrimos del autoritarismo. Para ellos, la única alternativa para superar los atavismos tradicionales era fomentar la libertad y lograr el respeto pleno del alumno. Había que dar una lucha frontal contra todas las expresiones autoritarias del poder. Se hacía necesario que el maestro cambiara también su actitud autoritaria. No sólo era cuestión de colocar al alumno en el centro de la atención y las acciones educativas, sino de atender las condiciones en que éste se desenvuelve, vive y convive con sus semejantes. Las condiciones de existencia tienen que ver con la conformación de la conciencia. La libertad individual ha de estar en correspondencia con un clima social donde se pueda respirar a plenitud el aire puro y transparente de libertad colectiva. Esta corriente educativa tiene como fundamento el campo de la psicoterapia y la psicología social; las teorías de que parte son de carácter psicoterapéutico. Sus principales exponentes han sabido incorporar a sus postulados los descubrimientos del psicoanálisis y ven en la educación un medio propicio para que los alumnos se formen en libertad, haciendo a un lado todos los factores represivos e inhibitorios que ejerce sobre ellos la sociedad. Un alumno sano mentalmente, sin angustias, sin traumas, es un alumno que se forma en el amor a la libertad. No se trata, por supuesto, de proponer una libertad sin límites, donde cada quien pueda hacer lo que quiera sin ningún sentido del respeto y la responsabilidad. Al contrario, el conocimiento y la experiencia de la libertad deben generar en el sujeto un sentido profundo de la pertenencia a un organismo social y el compromiso que se tiene con él. De aquí los planteamientos del autogobierno, la autorregulación, la autogestión educativa, el autogobierno escolar, que están relacionados con el ámbito de la libertad del individuo y de los organismos sociales. Los sujetos son capaces de construir de manera organizada sus propias formas de decisión y participación en la vida colectiva. Se trata de un impulso que se origina conscientemente en el seno de los organismos y que los trasciende para impulsar el desarrollo armónico en otros niveles. La escuela es concebida como un espacio donde los maestros y los alumnos conviven sin jerarquías, de manera horizontal, sin roles preestablecidos. El programa y los métodos de estudio pasan a segundo plano. Lo que cuenta es el alumno, la educación en la que él participa como protagonista central; una educación para la vida, en la libertad y para la libertad; algo que se puede realmente vivir en la escuela cuando ésta es capaz de transformarse en tal sentido. Los libertarios saben que el problema de la escuela tiene una relación directa con el problema de la sociedad. Una sociedad injusta, inequitativa, que somete a los más débiles para beneficio de los poderosos, requiere de un sistema educativo y de un tipo de escuela que preparen individuos para aceptar y preservar este estado de cosas. De ahí que la disyuntiva se encuentra entre la disciplina que somete y controla, por un lado, y la libertad, por el otro; entre la democracia y el autoritarismo. La libertad, por su parte, se acompaña necesariamente de amor. La educación sin libertad y sin amor no puede contribuir a la formación de sujetos críticos, solidarios, capaces de entender y transformar el mundo en un sentido humano. Una de las claves consiste en dar amor, respeto y libertad; colocarse de lado del alumno; vivir con él la experiencia de la libertad en un ambiente de reconocimiento mutuo y de cooperación. Revisa el artículo completo en periodismoaudaz.mx/?p=17810
Posted on: Sun, 11 Aug 2013 20:47:47 +0000

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