Las emisoras, todas desde las encopetadas doble “ues” de - TopicsExpress



          

Las emisoras, todas desde las encopetadas doble “ues” de Bogotá hasta radio tres pesos sonaron los himnos del Joe, el que le hizo a Barranquilla, el que se inspiró en los bailadores, el pregón de los echaos pa’ lante, el que le regaló a su viejo el negro chombo, la broma a los patulecos, también sus cantos maravillosos a Papa Dios, a los negros esclavizados y a la noche y a la musa. Y sonaron como homenaje las cumbias, chandés y maestranzas, la vorágine musical de este alquimista, que se cansó de cantar éxitos salseros con el maestro Julio Estrada y volvió al Caribe para reinventar la rumba, para develar arcanos y antiguos sonidos afros, para verter en un mismo caldero los cantos antillanos, los lamentos brujos lucumís y los pregones de zafra, rebeldes, azarosos , con rumor marino, con ropaje de marimba y tambora. De que está hecho el Joeson… donde reside el hechizo de las canciones del señor Arroyo, qué se fumó para proponer esta inverosímil ecuación musical, como se rompió el coco para lograr la perfecta convivencia de un guaché, un sintetizador, un clarinete y un guiro, como se pudo internar en los aires ancestrales para devolvernos una música tan frenética y sensual, pero a la vez vernácula y sagrada tan gozada por rumberos, incansables habitantes de la noche, a la vez aplaudida en recintos y estudiada por sesudos investigadores exegetas de la corchea y la semifusa. Esta música que trajo Joe en los ochenta era otra cosa. De Salitroso efluvio cartagenero, cobriza y con tibios hálitos de sudor de mula, de patio calcinado, olorosa a Sincelejo a boga, a boñiga, a gaitero, pero al mismo tiempo, insular, de rítmicos acentos antillanos, de piel densa y oscura, habitada por noctámbulos duendes mulatos, burlones y obscenos que se fugaron entre flautas dulces y bombardinos, que aceptaron la invitación de Arroyo para pasearse en cumbiones, calipsos y champetas, en porros y fandangos Y la poesía de este negro cartagenero enamoró a Barranquilla, con sus tambaleles y bolobomchis, con sus canciones de barberos y amerindios, cumbias a papa Dios, a bailadores y rumberas sones apretaos, escuchados hasta el amanecer, hasta tumbar el techo, en casetas calurosas, atestadas de sedientos bailadores y perfumadas licores rancios. La marimonda y el Congo tuvieron como expresar la policromía de sus almas gozosas, los canutillos y las piedras titilantes abandonaron los disfraces y caretas para mutarse en la sustancia, en la savia de sus cantos paganos. En la noche lo visitaba la musa, su musa original, lo acompañaba en el eterno desveló, en ocasiones le soplaba milenarios trabalenguas, fragmentos de añejos dialectos mandingas, hurtados por bucaneros y corsarios que los escucharon a orillas del Níger y en las costas de Senegal, trasladados en sigiloso desembarco por musculosos bantús hasta la ciudad de mohosas murallas, para que Joe los reinventara en las partituras invisibles que le surgían como dibujos pintados con sinuoso humo de cigarro sobre el éter salpicado de locura que precedía sus amaneceres. Así nacieron sus Tumanyes, Matiaguas si so goles y yamuleaus, música acuosa que dormitó oculta en cofrecitos perlados de oxido y olvido, que llegó con su rumor marino, de golpeteo de ola contra roca vestida de corales verdes y magentas, sonidos que el Joe reprodujo con su voz de fauno en celo, imitando la alegría contenida en las notas altas de una trompeta, las voces tribales que esconde un tambor y por supuesto, los profundos dolores que atesora un piano. Sobre la simetríca sonoridad de su inseparable clave, aventuró sonidos improbables hasta ahora, pero fue respetuoso y ortodoxo en el Chandé y la Maestranza, su voz ósea gobernó a su antojo en el vasto territorio de la rumba afro antillana, en el fragor de los carnavales currameberos, de las verbenas picoteras, de Palenque al Jorge Eliécer, de la Plaza Majagual al Madisón Madison Square Garden. Nos queda la impronta de su música irrepetible, el recuerdo de su rebelión, la leyenda del hombre que murió tres veces y que esta tarde se eleva convertido en sortilegio de gaitas, sobre el cielo caribe, tachonado de nubes incendiadas, al lado de los alcatraces que observan en su vuelo , el encanto de un puñado de barcos adormecidos sobre una bahía que desnuda los más crudos silencios.
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 20:37:15 +0000

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