Los días, los hombres, las ideas Domingo 27 de julio de 2008 La - TopicsExpress



          

Los días, los hombres, las ideas Domingo 27 de julio de 2008 La ubicuidad de la TV Francisco José Amparán Por cuestiones de mi chamba, y para hacerles más ameno y provechoso cada domingo, durante toda la semana un servidor (o sea yo, no alguna máquina de ésas que sirven para el Internet) se pone a revisar las páginas electrónicas de muy diversos periódicos y agencias de noticias de todo el mundo. Es la manera en que uno se entera de chismes, sucesos curiosos o anécdotas dignas de felice recordación o comentario, que de repente no reciben la atención debida (según yo) y que merecen ser compartidos. El problema que se ha venido presentando con cada vez mayor frecuencia, y que resulta una monserga, es que muchas de las notas que uno quiere leer en esos portales, sencillamente no se pueden leer… porque sólo aparecen en video. Uno percibe una noticia interesante, generalmente referida en una sola línea subrayada, le da clic a la liga y… en lugar de aparecer un artículo escrito por alguien con cierto conocimiento de la gramática, en la computadora surge una pantallita que reproduce un video en el que se da cuenta del suceso. Lo cuál presenta varios inconvenientes. El primero es que los mentados videos con frecuencia tardan una eternidad en cargarse; y cuando terminan de hacerlo, al reproducirlos como que tartamudean: se cortan a cada rato, hay elipsis y saltos en el sonido y la imagen, y uno tiene la impresión de estar presenciando un videus interruptus. Por no decir nada de lo molesto que resulta ver imágenes en movimiento encuadradas en una superficie de siete por diez centímetros: una pantalla IMAX para hormigas. Pero no somos hormigas. La segunda molestia tiene que ver con que, como suele ocurrir con ese medio, la imagen sustituye a la palabra, el análisis y la intención con que se usan los términos en una noticia escrita. El reciente debate sobre el cartón de portada de la revista New Yorker tiene mucho que ver con el uso de la ironía, algo que se paladea mejor cuando ese recurso es empleado por un buen escritor. Pero a la hora en que se utiliza en televisión, lo irónico suele convertirse en chambón, lugar común o chiste fácil. ¿Por qué sustituir un buen párrafo escrito con quince segundos de video inane? Una tercera cuestión: la presencia de los videos en la página informativa (¿?) no depende de la importancia, profundidad o pertinencia de la noticia reproducida, sino de si hubo o no presencia televisiva a la hora de generarse la noticia. Así, podemos encontrar una profusa cobertura de la fuga de un canguro ebrio por las calles de un pueblucho australiano, por la sencilla razón de que alguien la grabó con una cámara; de hecho, quizá con un teléfono celular, esa nueva plaga que vuelve la intrusión videográfica más prevalente que nunca. A propósito de esto último: las cámaras en los teléfonos celulares son una prueba más de que en este miserable mundo del siglo XXI, tan hastiado de todo, hay que inventar los satisfactores para luego promover la satisfacción de necesidades nunca antes contempladas. ¿Quién rayos necesitó nunca tener una cámara para dejar constancia de las ridiculeces y desfiguros del prójimo a cualquier hora, en cualquier lugar? ¿Desde cuándo es vital tener a la mano un mecanismo de grabación en todo momento, siendo que lo más frecuentemente grabado no le interesa a nadie, ni siquiera al camarógrafo improvisado? Ah, pero no le digan a un adolescente que el teléfono móvil que se le va a comprar no tiene cámara, porque arde Troya. Los inconvenientes de la ubicua presencia de las cámaras han podido ser atestiguados por muy diversas víctimas: desde René Bejarano (¿alguien se acuerda de ese bandido, hoy activísimo promoviendo la mentada consulta?) hasta algunos jefes policiacos torreonenses, captados mientras se daban gusto con diversiones de mal gusto. Pero lo peor del caso es que no se necesita ser figura conocida ni funcionario público para resultar presa de esos artilugios. Con otra: que ahora cualquiera puede convertirse en estrella conocida y reconocida en todo el mundo de manera instantánea, gracias a un engendro del demonio llamado YouTube. En ese sitio de Internet cualquier hijo de vecino puede subir sus videos y, aprovechando el ocio, sentido del humor e IQ de los cibernautas, ganarse los quince minutos de fama universal que profetizara Andy Warhol. O hacer que otro se los gane, muchas veces sin deberla ni temerla. Los resultados pueden ser francamente alucinantes. Así, YouTube llega a servir para dar a conocer las (nulas) dotes musicales de una señora venezolana o colombiana que se siente una cantante divina (y resulta divinamente ridícula); los pesares de un chiquillo regio malhablado y sin sentido del equilibro; o algo tan siniestro como la decapitación del periodista David Pearl o el interrogatorio a un “levantado” por el crimen organizado aquí en La Laguna. El mundo entero se ha convertido en un set de televisión; y los programas no necesariamente resultan muy edificantes. La visión que tuvo George Orwell del Big Brother se está cumpliendo, pero de maneras aún más chocarreras que las previstas por el gran escritor británico. Ahora resulta que un Hermano Mayor en cada hijo te dio… dado que cualquier pelagatos puede apuntar su minicámara hacia cualquier conciudadano y luego dar a conocer sus estrecheces o miserias al resto de la Humanidad. Digo, en el caso de “1984” eran más compasivos: los secretos de uno sólo eran conocidos por los burócratas del Ministerio de la Verdad. Para colmo, y mimetizando el delirante mundo Orwelliano, las pantallas de TV también se han vuelto ubicuas. Es difícil entrar a un restaurante en donde no haya tres o cuatro o diez de ellas, presentando todo tipo de programas: desde telenovelas (favoritas de taquerías y puestos de hamburguesas) hasta deportes extremos (ídem de franquicias popof). ¿Es necesario estar viendo algo en TV para digerir las gorditas o los nachos? ¿Saca uno a la señora a cenar para hipnotizarse observando los culebrones de las nueve, sin dirigirle una palabra, ni siquiera durante los anuncios? ¿Qué ha pasado con la sagrada tradición de la conversación entre comensales? ¿Se está gestando una mutación en la especie humana, de forma tal que el Homo Sapiens en un futuro se podrá alimentar sin poner ojo en lo que está comiendo? ¿Hay quienes necesitan tener una televisión encendida y a todo volumen para sentirse vivos? Muchas preguntas, pocas respuestas. Lo que sí, es que todo lo anterior nos empuja a concluir que defender el libro, la lectura y la palabra escrita no resulta ya un simple asunto de educación, decencia e integridad de la persona humana: ya es cuestión de simple supervivencia de la civilización. Al paso que vamos, ésta será reemplazada por una manada de robots estupidizados filmando lo intrascendente, contemplando babeantes (o mientras mastican) lo fútil. Consejo no pedido para que siempre le capten su mejor lado: rizando este rizo está “El show de Truman” (The Truman Show, 1998), con Jim Carrey y Ed Harris, sobre cómo la vida puede convertirse en un programa de televisión… sin saberlo. Provecho.
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 06:38:04 +0000

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