Los números de la economía: Pasión y erudición sobre las - TopicsExpress



          

Los números de la economía: Pasión y erudición sobre las estadísticas La sensación de la gravedad de los problemas puede resultar diferente de la gravedad misma. Por: Eduardo Anguita El Índice de Precios al Consumidor (IPC) sirve para unas cuantas cosas más que para las peleas mediáticas entre quienes apoyan el modelo o están furibundamente en contra. Por caso, para que los empresarios puedan negociar con sus proveedores de insumos y para fijar los precios de sus propios productos. En cuanto a los salarios, la ventaja es que las convenciones colectivas de trabajo permiten una discusión libre, que prescinde del IPC. Sin embargo, el tema salarial es complejo, ya que uno de cada tres trabajadores no forma parte de la economía formal (está "en negro"). Además, una buena parte de quienes están registrados perciben parte de sus ingresos como "sumas no remunerativas", que permiten evadir o eludir cargas fiscales así como adelgazar las eventuales costas de juicios por despido y, a futuro, disminuir el ingreso de ese trabajador cuando pasa a la categoría de pasivo. Volviendo al IPC, la fuerte historia sindical argentina y la vigencia plena de las paritarias hace que el mundo laboral esté bastante protegido de las distorsiones estadísticas. Hay otras esferas públicas en las que el IPC es una referencia, como la actualización en sentencias judiciales o los alquileres pactados entre privados. En 2002, tras el default, se crearon títulos públicos actualizados por el llamado Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER), creado luego de la pesificación de los créditos en dólares, elaborado por el Banco Central. Esos bonos luego fueron canjeados por otros, pero durante muchos años tuvieron un peso significativo. Es decir, tanto la eventual distorsión real de las estadísticas como la falta de credibilidad crean problemas de orden real. En la Argentina de la post Convertibilidad, el aumento de los precios volvió a convertirse en un tema de interés relevante. La paridad dólar -peso había permitido a Domingo Cavallo que una buena parte de la sociedad descansara por un tiempo de la pesadilla de la inflación. Aunque, con el tiempo, esa misma sociedad tomó conciencia del desastre que habían causado Menem y Cavallo con la entrega del país. Una entrega que no hubiera sido atractiva para los grandes capitales extranjeros si la moneda de referencia no hubiera sido el dólar. Pero, claro, cuesta mucho configurar un daño que al principio puede parecer abstracto como es la desindustrialización brutal o las privatizaciones a mansalva. En cambio, que el precio de la leche o del pan permanezca estable puede resultar tranquilizador. PERCEPCIÓN Y REALIDAD. Es cierto que la sensación de la gravedad de los problemas puede resultar diferente de la gravedad misma. Es más, puede concederse que la utilización política de los enemigos del gobierno llevó a un manoseo del tema del Indec destinado a desacreditar los logros de estos años en materia de redistribución de ingresos. Pero, cabe preguntarse si eso es suficiente como para soslayar el asunto. Cabe preguntarse si, tras siete años y ocho meses de cuestionamientos públicos al IPC, todo debe reducirse al embanderamiento de quienes baten el parche con el tema o quienes, por el contrario, prefieren hacer mutis por el foro. Un camino más atractivo que la mera adhesión o el rechazo frontal parece haberlo encontrado Claudia Daniel, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y becaria del CONICET, quien acaba de publicar Números públicos - Las estadísticas en Argentina (1990 - 2010) (Fondo de Cultura Económica). Cabe recordar que el conflicto con el Indec comenzó con la publicación del IPC de enero de 2007 (1,1%), que recibió críticas desde varios sectores. Entre ellos, de la comisión interna de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), bastión de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) que todavía no estaba dividida ni enfrentada al gobierno de Néstor Kirchner, quien transcurría su último año de gobierno. Los desplazamientos de algunos de los responsables de las estadísticas oficiales culminaron con la renuncia "por problemas de salud" de Lelio Mármora, director del Indec. "En gran medida –dice Claudia Daniel– la legitimidad de los expertos está apoyada en sus credenciales profesionales, su supuesta neutralidad y la posesión de ciertos saberes específicos, lo que les da respaldo para hablar sobre cuestiones para las que otros no se reconocen totalmente capacitados o autorizados". El asunto es que desde entonces hasta ahora, todos los intentos de dotar de credibilidad al organismo oficial de estadísticas naufraga. Pero no porque los censos o muchos otros trabajos no tengan crédito, sino por el área del IPC. Quienes insisten en que las instituciones privadas o las fundaciones no tienen idoneidad para dar un índice alternativo tienen razón. Efectivamente, no se trata de reemplazar el IPC por herramientas rudimentarias sino de lograr estadísticas de excelencia en un tema vital para la agenda diaria de cualquier persona. Sectores opositores usaron el asunto en las elecciones presidenciales de 2011 y cualquiera podría decir que el secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno, a quien todo el mundo le adjudica la conducción real del Indec, salió fortalecido ya que la presidenta logró un triunfo indiscutible, mientras que la oposición, desunida, fracasó en aquella contienda electoral. El escenario actual no parece el mismo. Con un dólar paralelo o ilegal que no pudo ser contenido por los Cedin y con un ritmo mayor de emisión de moneda nacional hay suficientes síntomas de que el tema precios adquirió un papel relevante. Claudia Daniel hace un detallado registro histórico en este libro y recuerda que, en 1924, la Dirección General de Estadísticas emprendió un estudio sobre la estructura de gastos en los hogares obreros. El costo de vida se calculaba en base a tres áreas: alimentación, vestimenta y alquiler. De aquellos tres ítems, con los años, se pasó a un complejo universo, donde se ponderan hasta 800 productos para medir los precios al consumidor. El Indec, creado en 1968 –plena dictadura de Juan Carlos Onganía–, sufrió los vaivenes de la políticas económicas, de los gobiernos anticonstitucionales y las distintas inflaciones e hiperinflaciones. La llegada del gobierno de Raúl Alfonsín permitió la creación de equipos profesionales que daban respaldo al organismo. No obstante, la híper de 1989 "volvía rápidamente caduco cualquier tipo de parámetro". Diez años después, pasada la década menemista y con el país atado al Fondo Monetario Internacional, el Indec tuvo "el asesoramiento" de los organismos internacionales. El propósito era que los técnicos locales tomaran los parámetros de los organismos multilaterales. "De privilegiar los comercios locales –verdulerías, almacenes de barrio– se pasó a las cadenas de supermercados o a los shoppings. Se asumía que los modos y lugares de consumo habían cambiado entre 1988 y 1999, patrón de Convertibilidad mediante", señala Claudia Daniel. Estas orientaciones eran solidarias con la concepción de las "relaciones carnales" y hoy está claro que los organismos internacionales más que un saber técnico eran parte de la maquinaria causante del desastre y que se materializaría de modo patente en diciembre de 2001. ARGENTINA 2013. Más allá de los componentes mediáticos y políticos, la percepción social del aumento de precios está relacionada con la marcha de la economía popular. Dicho de modo burdo, si la plata alcanza, si las ventas de los supermercados marchan bien, si los fines de semana largos registran altas ventas de pasajes en micros o reservas de hoteles, las cosas no van tan mal. Ese razonamiento fue acompañado, quizá, por buena parte de los votantes del Frente Para la Victoria en 2011. En más de una oportunidad a lo largo de estos años de crecimiento del PBI y de estímulo al consumo masivo, prestigiosos economistas como Aldo Ferrer, relativizaron el tema del IPC planteando que ciertos incrementos de precios no son más que síntomas. Las cosas, ahora, parecen distintas. La inflación figura como una preocupación en la mayoría de las encuestas. Desde ya que un cambio en el Indec no soluciona nada en sí mismo. Pero las medidas planteadas desde principio de 2013 no dieron resultados como para pensar que una vez más será fácil soslayar este tema. Ni los acuerdos de precios con los supermercados, ni la vigilancia sobre los acuerdos voluntarios de precios de algunos productos en algunos comercios ni la tarjeta de crédito alternativa impulsada por Moreno mostraron eficacia. La balanza puede ser un testigo importante para quien se propone bajar de peso, aunque lo más importante es hacer una dieta adecuada. A su vez, con una balanza mal calibrada, es difícil ponderar si la dieta fue la acertada. Cuando se habla de que la responsabilidad del desmanejo de precios es culpa de "los formadores" no puede prescindirse que las políticas públicas en materia económica sirven precisamente para que los productores tengan una retribución correcta y que el Estado –en representación del sagrado interés público– cuente con las herramientas correctivas y también punitivas para evitar desmesuras. El hábito de comprar en supermercados incluso llega a que las grandes cadenas instalan sucursales "express" y no sólo los híper. En tiempos en los que se lucha contra la concentración en medios audiovisuales no es fácil digerir que una gran cadena de supermercados sea la que deba absorber la quiebra de una cadena de pequeños comercios ubicados en barrios populares o de clase media como sucedió con la adquisición de Carrefour de las 135 sucursales de Eki en 2012. Debería darse un debate público acerca de la necesidad de contar con cadenas de comercios al estilo de las ferias municipales. Quien escribe estas líneas va los martes a la mañana a Doblas y Saraza, donde se instalan los feriantes, que suelen dar yapa o regalar el perejil. El asunto se complejiza cuando se trata de entender cuánto influyen los altísimos costos de flete de ciertos productos, o cómo actúa el mercado externo en la fijación de precios, o la cotización del dólar. Al respecto, un problema que arrastra la inflación es que los precios crecen más que el dólar y eso hace que los salarios, las materias primas y otros insumos crecen en dólares, entonces el costo de producir en la Argentina es mayor que en los demás países. Varias economías regionales lo están sufriendo. En esta situación hay limitaciones para exportar y, por el contrario, hay presión para las importaciones pese a las restricciones existentes. La lectura de Números públicos invita a pensar la importancia de las instituciones públicas donde los conocimientos expertos están atravesados por la política y el valor intrínseco de la credibilidad de las estadísticas. Además, el libro invita a pensar que no alcanza con discutir los temas de modo aislado (impuesto al salario, precios, divisas o cualquier otro) sino que es tiempo de debatir de modo integral el rumbo de la economía, como parece ser de dominio público. Hace muchos años se decía que Néstor Kirchner era el verdadero ministro de Economía. Y había quienes doblaban la apuesta resaltando que la política económica era la política de empleo. Eran, precisamente, otros tiempos. La puja distributiva por aquellos tiempos mostró la disposición de los grandes empresarios a jugar al compás del proceso kirchnerista. También lo hicieron los dirigentes sindicales de distintas corrientes. En la actualidad, por motivos tanto políticos como sectoriales, el escenario es distinto. Un escenario que sin duda tiene actores principales en los alineamientos políticos que se están dando. Pero a la pasión política y a los intereses sectoriales parece imprescindible sumar el oxígeno que dan los conocimientos expertos.
Posted on: Tue, 03 Sep 2013 10:13:44 +0000

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