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MENSAJE DEL 22-07-2013 “EL SEÑORÍO DE CRISTO, MI SEÑOR” Comparte este Link: facebook/CAMBIATUVIDAYA.CON.JESUS Lo primero que debemos destacar es que, no es el creyente o algún otro ser quien hace a Cristo “Señor” de nuestra vida. La Biblia no habla de nadie que haga a Cristo “Señor”, excepto Dios mismo, quien le ha hecho “Señor y Cristo” (Hech. 2:36) y el mandamiento bíblico tanto para inconversos como creyentes no es “hacer” a Cristo Señor, sino “acatar su Señorío”. Los que rechazan “su señorío” o le honran sólo de labios, no son salvos, porque no hacen la voluntad del Padre que está en el cielo (Mt. 7:21-23). La Biblia revela varios atributos eternos comprendidos en el nombre “Señor”. Y que resultan imprescindible discernir y aceptar para que “su señorío”, impere en nuestras vidas y testimonio. “El Señorío de Cristo” en nosotros, deberá ceñir todos los momentos de nuestra “vida”. “El Señorío de Cristo, ¡Mi SEÑOR”: Desarrollaremos el tema del “Señorío de Cristo”, bajo cuatro sub-temas: I) Según: “Las Escrituras”; II) Según: “David”; III) Según: “Pablo” y Primeramente, es necesario aclarar que los cuatro apartados son “Escritura” ya que “toda ella es inspirada por Dios y útil para...” (2° Tim. 3:16,17). Lo que sí queremos, en el primer apartado, es enfocar el tema bajo la óptica general de las Escrituras, prescindiendo en la exposición, de la impronta “personal”, y de las “particularidades” y “estilo propio” que le infunden tanto David, como Pablo y Juan o cualquier otro escritor de la “Palabra de Dios”, dentro y sujetos obviamente a la “inspiración divina y guía celestial” que caracterizan su narración y escritura. I) Según: “Las Escrituras” (Un enfoque “esencial” y “fundamental”) “Escudriñad las Escrituras, porque... ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39) “... dijo Dios (acerca del Hijo)... Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino” (Heb. 1:8) A “Jesucristo es el SEÑOR”.- “y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:11) a) ¿Quién es “Cristo el Señor”? “El es el Hijo amado, en quien el alma del Padre tiene contentamiento, y complacencia” (Is. 42:1; Mt. 4:17) - El término “Señor” (*), bíblicamente, vale tanto como “superior”, “amo”, “cabeza”, “suprema autoridad”; es decir: “Señor” y “Soberano”, e incluye el uso legítimo del poder en contraste con el tirano o déspota usurpador. Pero, principalmente, indica el ejercicio activo del “poder” sobre el mundo y los hombres y toda otra criatura o cosa, como el “Creador” y “Gobernador”, siendo el autor de la vida y la muerte. En síntesis: SEÑOR, expresa más que la naturaleza y esencia de Dios, la “autoridad suprema” del Altísimo. Definiciones de: “SEÑOR”: Por antonomasia: Dios. Persona que manda como dueño y con mucha autoridad (1° Cor. 6:20). “SEÑORIO”: Dominio o mando o potestad sobre algo. Territorio perteneciente al SEÑOR. Dignidad del Señor. Y es aquí, siendo “Jesucristo”; “Señor y Dios”; “el Señor de la Gloria divina”, donde conviene distinguir que: 1) “Dios”, hace al término “sublime de exaltación reverente y pura”, mientras que; 2) “Señor”, lleva en sí, en forma más precisa, la idea “excelsa” del gobierno soberano ejercido efectiva y perfectamente, y que llama al “servicio obediente y fiel” (1° Cor. 4:1-2) Esto nos lleva a la segunda consideración de este punto. b) ¿Qué implica la “naturaleza Divina” de la persona del Señor Jesucristo? - La evidencia bíblica no deja lugar a duda tocante a la naturaleza divina del Salvador. El testimonio de los Evangelios pone de manifiesto que el Señor Jesús, por las cosas que hizo y por las que dijo, demostró que era “Dios el Señor”, manifestado en la carne. Tan solo el santo Evangelio según San Mateo referente a los poderes divinos ejercidos por Cristo, nos dice que Él tiene: 1. Poder sobre las fuerzas de la naturaleza (Mt. 14:26-29; 15:34-36; 21:19) 2. Poder sobre las fuerzas del mal (Mt 8:32; 12:28) 3. Poder sobre las fuerzas del cielo (Mt. 13:41) 4. Poder para sanar a los enfermos (Mt. 4:23; 8:3,7) 5. Poder para resucitar a los muertos (Mt. 9:25; 20:19; 26:61) 6. Poder para juzgar a la humanidad (Mt. 7:21; 12:31-32; 13:30; 23:2-8) 7. Poder para perdonar pecados (Mt. 9:2) 8. Poder para condenar y sentenciar a los pecadores no arrepentidos (Mt. 23:13-16,27) 9. Poder para galardonar a los suyos en su segunda venida (Mt. 5:11-12; 10:42; 13:43; 19:29; 25:34-36) 10. Poder para dar poder (Mt. 10:1,8; 28:20) 11. Poder para dar completo y perfecto conocimiento del Padre (Mt. 11:27) 12. Poseedor de todo poder (Mt. 28:18) Si leemos estos pasajes llegamos a la conclusión que “Jesucristo es el Señor”, como Pablo nos asevera (Filip. 2:11), y haciendo nuestras las expresiones del apóstol Juan reconocer que: “Este (Jesucristo) es el verdadero Dios y la vida eterna” (1° Jn. 5:20). El Señor Jesús mismo se auto identificó como “la vida” (Jn. 11:25; 14:6). Afirmándonos, además, tener la autoridad para dar “vida eterna” a otros (Jn. 10:28) y ser “el único camino de acceso al Padre” (Jn. 14:6). Pero también, el Señor Jesús afirmó tener autoridad para “resucitar a los muertos en el día postrero” (Jn. 6:40). Todas estas prerrogativas y poderes sólo pueden ser ejecutadas por alguien que sea “Príncipe y Salvador” (Hech. 5:31); por alguien que sea “Señor y Cristo” (Hech. 2:36); por alguien que sea “Dios” (Heb. 1:8). A ÉL le ha dado el Padre el Señorío “sobre todas las criaturas y su Iglesia” (Efe. 1:20-22); “sobre todo principado potestad” (Col. 2:10). Y así, como “Señor e imagen de Dios, el evangelio de la Gloria de Cristo, por amor a Jesús”, es predicado por sus siervos hasta que ÉL venga (2° Cor. 4:4-5). Reconociéndole, todos ellos a Jesucristo como Dios cada vez que le llaman “SEÑOR”. c) ¿Qué es el “Señorío de Cristo”? No es el creyente o algún otro ser quien hace a Cristo “Señor” de nuestra vida. La Biblia no habla de nadie que haga a Cristo “Señor”, excepto Dios mismo, quien le ha hecho “Señor y Cristo” (Hech. 2:36) y el mandamiento bíblico tanto para inconversos como creyentes no es “hacer” a Cristo Señor, sino “acatar su Señorío”. Los que rechazan “su señorío” o le honran sólo de labios, no son salvos, porque no hacen la voluntad del Padre que está en el cielo (Mt. 7:21-23). 1) Decir que “Jesucristo es el Señor”, es decir que ÉL es “Dios”.- En primer lugar, debemos reconocer que el Señor, es el Dios Todopoderoso, creador y sustentador de todas las cosas (Col. 1:16-17). La Biblia declara en (Jn. 1:1,14), que ÉL es Dios, y en (Heb. 1:8), Dios el Padre se dirige a ÉL como “Dios”. y en muchos pasajes, el Señor nos muestra los atributos de la Deidad: Su “Omnipresencia” en (Mt. 18:20); su “Omnipotencia” en (Filip. 3:21); su “Inmutabilidad” en (Heb. 13:8); “perdonando pecados” en (Mt. 9:2-7); “recibiendo adoración” en (Mt. 28:17), y “teniendo autoridad absoluta sobre todas las cosas” en (Mt. 28:18). 2) Decir que Jesucristo es “Dios y Señor”, es decir que ÉL es “Soberano”.- - La influencia de su poder alcanza a toda persona (Mt. 28:18; Jn. 17:2). De hecho todo “juicio” se le ha entregado a ÉL: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn. 5:22-23). De igual manera los que deshonran el Hijo, también lo están haciendo con el Padre. 3) Decir que Jesucristo es “Señor”, es reconocerle como el “Salvador”.- El “Soberano Señor” mientras estuvo en este mundo, experimentó, con humildad extrema, todas las tristezas y tribulaciones de la humanidad, excepto que “nunca peco” (Filip. 2;8; Heb. 2:9; 4:15). Así, el “Señor Jesucristo”, el Dios “Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores” (1° Tim. 6:15); de todo y todos, renunció a todo hasta el punto de morir voluntariamente de la muerte más dolorosa y humillante conocida en aquel entonces. Y lo hizo por nosotros, por ti y por mí, “amándonos hasta el fin” (Jn. 13:1). “El” es: “El Salvador del mundo, el Cristo” (Jn. 4:42). 4) Decir que Jesucristo es el “Dios Soberano y Salvador” es decir que ÉL es “el Señor”.- - Hemos visto que “el Señorío de Jesús” incluye las ideas de dominio, autoridad, soberanía y el derecho a gobernar, estando todas estas cosas implícitas en la frase: “Jesús es el Señor” (Rom. 10:9). Entonces, está claro que las personas que acudimos a Cristo para salvación debemos hacerlo en obediencia a ÉL, esto es, dispuestos a someternos a ÉL como “Señor”. Significando con ello que en la idea de la divinidad del Señor, está inherente la de autoridad, dominio y derecho a mandar. Pablo nos recuerda que una persona que vive en rebeldía contra la autoridad de Cristo, “es abominable y reprobado en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16). Es decir: “no le reconoce como Señor en ningún sentido”. El “sello” de la fe que salva y que nos habilita ante el Padre como “conocidos por el Señor” (2° Tim. 2:19) implica nuestra “sumisión al señorío de Jesucristo”, mediante la obediencia y atestiguándolo tanto en hechos como palabras. Haciendo que nuestros “actos”, conformen las “buenas obras” que ya estaban de antemano concebidas en la mente y voluntad de Dios, para que nosotros “bajo el Señorío de Cristo”, “caminásemos por ellas” (Ef. 2:10). Pensemos con gratitud, cuánto debemos al “Señor de todos que nos hizo ricos cuando le invocamos” (Rom. 10:12), con fe, humildad y arrepentimiento. El cual “nos llamó de las tinieblas”, donde estábamos, “a su luz admirable, para que anunciemos sus virtudes”, no las nuestras (1° Ped. 2:9). - “El Señorío de Cristo” en nosotros, deberá ceñir todos los momentos de nuestra “vida” y los actos de nuestro “servicio” a “Su voluntad”, para que “ÉL” tenga la “preeminencia”, y Cristo sea todo sobre: Mi carácter; mi hogar; mi familia; mi trabajo; mis bienes; mi testimonio y mi camino hacia el hogar con “ÉL”. Si esto se cumple, entonces, podremos decir como David: “ÉL” es: ¡Mi Señor! Mientras nos acercamos a Su gloriosa venida por nosotros, o hacia el Hogar Celestial, “Cristo el Señor” nos ofrece a todos los que “andemos bajo su Señorío”, “todo lo que pertenece a la vida y la piedad” (2° Ped. 1:3). Deparándonos esta “gracia”, “que no caigamos jamás” mientras estamos acá y, “amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” cuando lleguemos allá (2° Ped. 1:10-11). ¡Gracias, mi SEÑOR! Amén. d) – El “Dios Padre”, exalta al “Señor”.- “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). Pablo dice “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo”. Siendo la cruz del Calvario el punto desde donde partió la exaltación suprema del Señor. Fue a causa “del padecimiento de la muerte” (Heb. 2:9), es decir, luego de “haber efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo,..., sufriendo la cruz y menospreciando el oprobio (ignominia; afrenta; deshonra y vergüenza)”, por ti y por mí (Heb. 1:3; 12:2). La exaltación de Cristo, sigue a su humillación. Así, el Señor, “después de haber descendido a las partes más bajas de la tierra, subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo, siendo exaltado y glorificado por el Padre y hecho más sublime que los cielos” (Efes. 4:9-10 Jn. 17:4-5 Heb. 7:26). Entonces, nos preguntamos: 1) ¿Qué significa que haya en nosotros “su sentir” en cuanto al “Señorío de Cristo”? Es rechazar nuestra propia vida autosuficiente, reconociendo que el camino hacia nuestra “vida resucitada en Cristo” (Ef. 2:6) pasa por la “cruz”, dejando allí nuestra soberbia; nuestro orgullo; nuestra vanidad y nuestra falsa espiritualidad. El creyente debe admitir que la única forma de ser “enaltecido” por el poder de Dios es humillándose a si mismo y que el único camino hacia la exaltación es la auto degradación, no proclamándola sino llevándola a cabo (1° Ped. 5:6). 2) ¿Qué significa para Cristo la “exaltación” que el Padre le dio? En el cumplimiento de los propósitos eternos de Dios habrá un día de “reconocimiento universal” del “Señorío” del Señor Jesús. Cuando eso ocurra, Pablo nos dice: “que en el nombre de Jesús se doblará toda rodilla..., para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10-11). Es necesario distinguir que ahora, el reconocimiento y confesión del Señor Jesús como Salvador, produce la “salvación” de quienes “creen en su corazón y lo confiesan con su boca” (Rom. 10:9-10). Pero quienes no lo hagan, no es que tendrán luego una “segunda oportunidad”, ni en absoluto, que habrá una “salvación universal”. La exaltación del Señor Jesucristo supera toda otra que hubo o habrá, ya que no sólo fue promovido a la gloria, como nosotros lo seremos, sino que: . Jesús el Hijo de Dios, después de su “gloriosa” resurrección de entre los muertos (Rom. 10:9) - por obra del Dios Padre y voluntad propia de ÉL, como Dios (Hech. 2:32; Jn. 10:17-18) -, “traspasó los cielos” - trascendentemente, hasta el mismo trono de Dios - (Heb. 4:14), y fue “hecho más sublime que ellos” (Heb. 7:26). . ÉL subió en celestial ascensión (Sal. 110:1; Hech. 1:9), por encima de todos los cielos, no sólo “para llenarlo todo”, sino, para “sentarse a la diestra de la Majestad en las alturas”, también (Mr. 16:19; Rom. 8:34; Efes. 4:10; Heb. 1:3). . ÉL es, “el Rey”, ahora y por siempre, “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y... cabeza sobre todas las cosas” (Ef. 1:21-22). El “exaltado” fue “Jesús de Nazaret”, es decir “el Verbo de Dios”, en su naturaleza humana (Jn. 1:14). La cruz no era el final, ¡sino la entrada a la gloria! La exaltación que Cristo experimentó cuando fue al cielo no fue solamente “el retorno a la gloria que tenía antes de la encarnación” (Jn. 17:5), sino además “la adicional gloria del triunfo sobre el pecado, el sufrimiento, la muerte, y el cumplimiento de que Dios, en Su muerte, reconcilió al mundo a sí mismo” (2° Cor. 5:19). Fue en reconocimiento de esta consecución que ÉL ha recibido “un nombre que es sobre todo nombre,... el nombre de JESÚS” II) Según: “David” A. - “David”: Un ejemplo del “Señorío de Cristo” mil años antes de la Cruz . Un enfoque “práctico; piadoso y fraternal”. “... Tú eres mi Señor; No hay para mí bien fuera de ti” (Sal. 16:2) - De “David”, el “siervo de Dios” (1° Sam. 23:10-11; 25:39; Sal. 31:16; 69:17 y Títulos de los Salmos 18 y 36, etc.... ), nos cuenta la historia bíblica que “se fortalecía en Jehová su Dios” (1° Sam. 30:6). Su “adoración” a Dios se caracterizaba por ser de “corazón y por fe”. Nunca le vemos rogándole a Dios por milagros cuando se encontraba en apuros. En cambio, hoy día, muchos tratan de adorarle al Señor, “emocionalmente”, presenciándose burdas imitaciones del poder de Dios, y “predicándose el falso evangelio de las ofertas y la prosperidad en vez de la palabra de la cruz”, ya sea a través de los medios masivos de comunicación, o en multitudinarias reuniones, que no consisten en otra cosa que “doctrinas de demonios y vanas palabras que conducen a la impiedad” (1° Tim. 4:1; 2° Tim. 2:16). Y no porque haya “algo imposible para Dios (Luc. 1:37), sino porque a los creyentes nos es dado, “el vivir por fe, hasta que el Señor venga” (Gál. 2:20; 3:11). Estas, y mil facetas, más que deseables, en su brillante vida para con Dios, podríamos encontrar en David. Sin embargo, cuan lejos, generalmente, estamos en conocimiento y ejemplo de vida, de la “talla espiritual” de este gran rey, temeroso y reverente de Dios y de su Señor. De este cántico es su primer versículo el que nos ocupa: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” . Y del versículo especialmente: “Jehová dijo a mi Señor” (Adonai) . Así tenemos que el Amado es: “EL Hijo y el Señor de David” Respecto a la “persona de Cristo”; “el Señor”, el Salmo es citado: . En: “Mt. 22:41-46” Es Como si Jesús allí, le estuviese diciendo a los fariseos: recordad, pues que Yo soy el Hijo de David en el sentido más excelso, porque David mismo me llamó “mi Señor”. Por lo tanto todo aquel que me rechaza a mí está rechazando al Señor de David. . También el salmo, lo tenemos referenciado en: “Hech. 2:34-36” - “... a este Jesús... Dios le ha hecho Señor y Cristo” - - Dios ha hecho al Jesús crucificado tanto Señor como Cristo (Mesías). El (v. 36) nos señala el contraste entre el tratamiento de sus jueces terrenales y el recibido del Dios Padre. Cuando el Señor afirmó ser “el Cristo, el Hijo del Bendito” (Mr. 14:61), su declaración fue rechazada como falsa y juzgada digna de muerte. Pero Dios ha vindicado su santa afirmación como verdadera y le “levantó, sueltos los dolores de la muerte” (Hech. 2:24), exaltándolo al lugar más alto que el cielo puede ofrecer (Apoc. 3:21 – El trono del Padre), declarándole, por su gloriosa resurrección “Hijo de Dios, con poder” (Rom. 1:4). Como dice Pedro, es a Jesús, a quien Dios ha constituido tanto Señor como Cristo, agregando luego en (Hech. 10:36) que “Jesucristo; éste es Señor de todos”. . Más adelante en: “Heb. 1:13” - El salmo, es también, mencionado para probar la gloria del Hijo y su superioridad sobre “los ángeles” (Heb. 1:4). Así tenemos que el salmo está lleno de Cristo; afirmando su Deidad, prediciendo su reino, testificando acerca de su sacerdocio real y reconociéndole como el futuro “Juez”; “Rey” y “Señor”. Finalmente, es imprescindible observar que David, no le llama a Cristo “Señor”, sino “mi Señor”, lo cual implica, además de reconocer “Su Señorío”: Darle a ÉL la “preeminencia” en todo. Es decir: En los deseos de mi “alma”, en los pensamientos de mi “mente” y en los afectos de mi “corazón”; (Luc. 10:27). Dejando nuestra esperanza y futuro de gloria eterna en sus manos de “amigo fiel”, para Su honra y la gloria del Padre (Rom. 5:2; 7:24-25; 2° Cor. 12:8-10; Gál. 1:15; 6:14; Filip. 1:21; Efe. 5:2; Col. 3:1-2; 2° Tim. 4:17-18). Amén. B – El “personaje”.- - David, hombre polifacético, rey, poeta, estadista, genio militar y, sobre todo, lo más importante, “hombre de Dios”, cuyo “corazón fue perfecto con Jehová su Dios” (1° Rey. 11:4). Es decir: “Un corazón sincero, honesto y lleno de amor, con un sentir totalmente dedicado a Dios”, lo cual no significa una vida sin pecado alguno, sino de “una sinceridad completa”. Un versículo que define su persona, carácter y espíritu es (1° Sam. 16:18) “... un hijo de Isaí de Belén, que sabe tocar (es músico), y es valiente y vigoroso y hombre de fuerza, prudente en sus palabras y hermoso, y Jehová está con él”. Todos estos aspectos de la vida de David, juntamente con otros muchos más, tienen una significación profética que nos habla al creyente, del amor, los padecimientos y el triunfo, del “Señor Jesús”. Pero también del “Señorío de Cristo” en el “siervo” de Dios. David fue el rey “ideal” de Israel. Ningún otro monarca – ni aún Salomón con toda su sabiduría – jamás asumió su lugar o usurpó su pedestal. Nunca, bíblicamente hablando, fue olvidada “la memoria de su preeminencia” (Hech. 13:36), tampoco será igualado su futuro de “gloria” en la “regencia” del reino milenial en Jerusalén, bajo las órdenes del “Rey de reyes y Señor de señores” (Is. 55:3-4; Jer. 30:9; Eze. 34:23; 37:24; Os. 3:5). ¡Y cómo nos hacen sufrir muchas veces! Golpes bajos de quienes lo esperas, pero también de los que nunca lo esperarías, siendo esos los que más duelen, porque con saña buscan precisamente no nuestro bien. Pero hallamos en medio de las espinas del sufrimiento íntimo y solitario, incluso aquél que no podemos compartir, el consuelo celestial que nos rodea con “su silbo apacible y delicado” (1° Rey. 19:12); que llena nuestra mente y corazón con los salmos del rey David “Me he consumido a fuerza de gemir. Todas las noches inundo de llanto mi lecho... pero Jehová ha oído la voz de mi lloro... y mi ruego... y recibido mi oración” (Sal. 6:6-9). Sin embargo, no debemos olvidar, que todo el consuelo eterno y confianza absoluta que disfrutamos, se sustenta en “aquel” ruego que David nos expresara, anticipándonos el Calvario, en su (Sal. 22) “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mi reposo”. c) “Tener”, como David, “discernimiento espiritual” - El cual se manifestó en David, mediante una percepción espiritual sensible, a través de la observación de “la creación de Dios”, en la hermosura de la naturaleza, y también en el “silencio” y la “quietud”. “Guarda silencio ante Jehová, y espera en ÉL” y “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” nos dice el Señor a través de los (Sal. 37:7 y 46:10 Is. 30:15 – éste versículo nos lleva a conocer que significa: “Su Paz”; Jn. 14:2). Y qué decir de los (Sal. 8: y 19) donde exalta los cielos; el hombre y la tierra, como perfecta “creación” de Dios. d) “Ser”, como David, “generoso para con la obra del Señor y para con los hombres también” - Su sentimiento reverente por las cosas del Señor, amor por Su casa y el sentido de culto o reunión conjunta de su pueblo puso en su corazón el deseo de construir un templo para “la gloria de Dios”, obra que él inició y que concluyó su hijo Salomón (1° Crón. 22 y 29). En los versículos (9) a (18) de este último capítulo David nos enseña a “amar a Dios”, su obra y la extensión de su reino. Y dentro de ellos encontramos, la más “magnífica” definición de la “Soberanía” de Dios nuestro Salvador y qué ella implica: “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor;... y Tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y Tú dominas sobre todo, ... Ahora pues, Dios nuestro,... alabamos y loamos tu glorioso nombre” (1° Cr. 29:11-13). Amemos también nosotros al Señor, honrándole en lo que hace a nuestro testimonio; ministerio; fidelidad y buen servicio. Los cristianos somos llamados a ser luz para todos e instrumentos de paz, edificación y crecimiento espiritual. El retrato del creyente “gobernado” por el “Señorío de Cristo” no debe ser del que está aislado en su “pedestal” – tras sus títulos profesionales; bienes y sabiduría terrenal – y que resulta poco menos que inalcanzable para el hermano sencillo. Todo lo contrario, cuanta más sabiduría; ciencia y bienes nos da el Señor, el dueño de todo y todos, más debemos ser accesibles a todos, con talante acogedor (“con ánimo pronto; no teniendo señorío sobre los hermanos, siendo ejemplos de la grey” – 1° Ped. 5:2,3), demostrando en cualquier situación cariño, comprensión, nobleza, simpatía, grandeza de espíritu y humildad. Como lo hizo el Señor “amándonos y entregándose a sí mismo por nosotros”, y luego, “sustentándonos y cuidándonos” (Ef. 5:25,29; Heb. 7:25). Lo triste es que “el Señor”, siempre, nos escucha y perdona (1° Jn. 1:7-9), más nosotros muchas veces actuamos como los fariseos hipócritas de (Mt. 23:26-28), y a causa de nuestra “necedad” (Ef. 5:15), perdemos de vista el “amor fraternal” y sincero que debe “prevalecer” en y entre nosotros, “no fingidamente, amándonos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1° Ped. 1:22). “Amor” que no sólo debe “permanecer en cada uno (el término es imperativo)” (Heb. 13:1), sino que, el Señor, “nos ruega que abundemos en él, más y más” (1° Tes. 4:9-10). e) “Llevarnos”, como David, a un “genuino arrepentimiento y confesión de pecados” - Un signo inequívoco de calidad cristiana y grandeza espiritual es reconocer nuestros propios errores. El rey David se preguntaba “¿Quién podrá entender sus propios errores?”. Pero luego agrega, ya que esa auto pregunta no era una excusa para justificarlos o admitirlos, “Líbrame (oh Dios) de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; entonces (Señor) seré íntegro, y estaré limpio” (Sal. 19:12-14). III) Según: “Pablo” - “Pablo”: Un ejemplo del “Señorío de Cristo” después de la Cruz - (Un enfoque netamente “doctrinal”) “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2° Tim. 4:17) Una idea del profundo sentimiento y entusiasmo del apóstol Pablo cuando pensaba en Jesucristo como “SEÑOR”, le tenemos en los siguientes pasajes: - “Si confesaras con tus labios que Jesús es Señor, y creyeras en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9) - “Nadie puede decir, “Jesús es Señor”, sino en el Espíritu Santo” (1° Cor. 12:3) - “El Señor viene” (1° Cor. 16-22) (“Marana tha” en arameo) - “Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filip. 3:8) - “...la aparición de nuestro Señor Jesucristo, ...mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores”. (1° Tim. 6:14-15) A. Cristo: “El Señor” “Porque en ÉL habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en ÉL” (Col. 2:9-10a) - En este pasaje, no Pablo, sino “La Santa Biblia” nos revela la “magnificencia” del “Señorío de Cristo”. a) ¿Quién es “ÉL”?; ¿Qué quiso decir Pablo cuando dijo: “ÉL”? - Quería decir que sólo el Señor Jesucristo es digno de “supremacía absoluta” en “persona” y en “oficio”. Que ÉL era el Dios de la gloria, el Dios Todopoderoso (Apoc. 1:8), el Dios de la majestad sublime. Quería decir que ÉL, “es el SEÑOR” (Fil. 2:11). Dos palabras destaca Pablo: Deidad y plenitud. La palabra de la cual derivan su fuerza; poder e infinito valor, es “Deidad”, que expresa la “real naturaleza”, la “esencia misma”, “el ser” de Dios. En cuanto a la palabra “habita”, en el sentido original significa que “la plenitud de la Deidad”, permanentemente, reside en ÉL. Como un eterno presente dispuesto por el Padre (Col. 1:19). El vocablo significa también: “morar como en su propia casa”. Así llegamos a la palabra que “vincula” toda la inmensidad e infinidad del “concepto” con aquello que es “visible”. Pablo dice: “habita en ÉL corporalmente”. La palabra “corporalmente”, expresa aquella forma humana del “Señor de la Gloria” que se le presentó en el camino a Damasco, significando el término “la realidad de la perfección y pureza” del ser humano “Jesús de Nazaret”, en el cual “la plenitud de la Deidad habita como en su propia casa”. Constituyendo toda la frase, una afirmación tajante de la absoluta deidad y la perfecta humanidad de Cristo. De allí que, el apóstol al decirnos que “en ÉL habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, quiere expresar que, mora en Cristo, no desde la encarnación, sino desde la eternidad, porque “Cristo, así como el Padre, es Dios” (Jn. 10:30 Heb. 1:8). Siendo sólo por la “fe” que puede verse claramente que “Ella” habita en Él “desde la eternidad hasta la eternidad” (Miq. 5:2). Este “habitar de la plenitud de la Deidad en ÉL, corporalmente”, tuvo un comienzo, pero no tiene terminación. Tuvo comienzo cuando Dios “le preparó cuerpo” (Heb. 10:5). Y eso Dios lo hizo por la concepción, por parte del Espíritu Santo, en el vientre de la virgen María. Así, la declaración del apóstol involucra la necesidad de un origen sobrenatural para ese Jesús humano que es “Dios” y también “Señor” (Jn. 20:28). b) ¿Qué implica esta “santa verdad” en nuestro diario vivir? - Es la verdad que da descanso a nuestras almas y paz a nuestro corazón. - Es la verdad que nos da el conocimiento de la relación profundísima del alma con Dios, “que la dio” (Ec. 12:7), y “el valor” que, en Cristo, el Padre le da (Malaq. 3:17 1° Cor. 6:20). - Es la verdad que nos muestra al “Cristo de Dios”, humillarse, inclinarse, y rebajarse hasta el Gólgota (Filip. 2:5-8), a fin de redimir y salvar a los hombres, entre quienes tu y yo estábamos. Así, el sacrificio del Calvario, se constituye en ejemplo, del nuestro, como “norma” del servicio a ÉL, honrando su Deidad. Por esta celestial razón, es que debemos los creyentes “andar en ÉL” (vs. 6). Es decir, en forma continua y en progreso espiritual en nuestro diario vivir. . Hay cuatro cosas que evidencian el “andar” del creyente “en Cristo” y que derrotan al enemigo (Satanás – el mundo – la carne), las cuales las encontramos en el (vs. 7). Estando arraigados (“con firmeza”) en Cristo (2:7a); Estando sobreedificados (ya que el fundamento del creyente es Cristo). También, el creyente es, en ÉL, que crece hasta llegar a la madurez en Cristo (2:7b); Estando confirmados (“firmemente establecidos”) en la fe (2:7c) y Abundando en acción de gracias (es decir “desbordándonos en agradecimiento”) al Señor (2:7d). . Las razones para “andar”, continuamente, en Cristo (vs.6), son: Porque sólo en Cristo está la plenitud (vs.9) Porque sólo en Cristo estamos nosotros, completos (vs.10) Porque sólo en Cristo tenemos vida (vss. 11-13) c) “Y vosotros estáis completos en ÉL” (vs. 10a) - “Y vosotros estáis (así, con énfasis, no “podríais estar”, pero “estáis”) completos en ÉL”, concluye el Apóstol. Esto quiere decir que los creyentes, en ÉL, “hemos recibido” la misma plenitud que reside en Cristo. - Por tanto, dado que toda la plenitud de la esencia de Dios está concentrada en el “Señor Jesucristo” (vs. 6), no existe nada que justifique ninguna necesidad de buscar en otro lugar: Ayuda, salvación, sustento, perfección espiritual, conocimiento, o sabiduría y ciencia. Es decir, lo material, espiritual y celestial que podamos, terrenal o eternalmente, necesitar. Recordemos que, es por medio de la “unión” de Cristo con “la naturaleza humana”, que nosotros “tenemos acceso a la plenitud que está en el Señor”. Pero, “esto será posible, según el grado de nuestra espiritualidad, siendo nuestro fracaso, en este sentido, la medida de nuestra semejanza a ÉL” (Ef. 3:19; 4:13 1° Jn. 3:2). - Así, la “Iglesia de Cristo”, todos los creyentes, permanentemente experimentamos que “de su plenitud todos recibimos gracia sobre gracia” (Jn. 1:16; Ef. 4:13). Recibiendo, mientras permanezcamos en “esa unión vital con Cristo”; “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (fidelidad), mansedumbre (humildad) y templanza” (Gál. 5:22). Y toda otra “gracia cristiana”, siendo su única fuente “JESUCRISTO el SEÑOR”, el celestial manantial que nunca nos habrá de fallar. Amén. COMPARTIR.- Te pido que nos sigas ayudando a dar a conocer esta página: facebook/CAMBIATUVIDAYA.CON.JESUS con todos tus amigos, compañeros, conocidos y vecinos. Mucha gente no ha encontrado la ayuda oportuna para conocer a Jesucristo; contamos contigo para salvar vidas con el poder de Dios.
Posted on: Mon, 22 Jul 2013 04:15:04 +0000

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