Meditación del día domingo 07 de julio DOMINGO XIV DEL TIEMPO - TopicsExpress



          

Meditación del día domingo 07 de julio DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO MEDITACION Queridos Hermanos: Las lecturas de este domingo decimo cuarto del tiempo ordinario nos invitan a tomarnos en serio nuestra misión como cristianos. Una misión que es esencial y es la razón de la existencia de la Iglesia. “Vayan por el mundo y anuncien el Evangelio. El Señor nos hace un llamado para ser responsable con nuestra obligación de llevar la luz de Cristo a todas partes. A la manera de las inclusiones bíblicas, en las que una palabra o una expresión repetidas indican el perímetro y el objeto de una perícopa, la liturgia de hoy se presenta incluida toda ella dentro de un verbo, conjugado en imperativo: ¡Alegraos! “Alegraos con Jerusalén”, empezaba diciendo Isaías. “Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo”, concluye Jesús. La Palabra de Dios de este domingo nos revela, pues, el contenido de la alegría: lo que está dentro o en el origen, y también el modo en que esta alegría puede “discurrir” hacia la Iglesia y fluir por el mundo. En el corazón figura l afirmación de Pablo: “En cuanto a mí, jamás presumo de algo que no sea la cruz de Nuestro Señor Jesucristo” La clave es ésta: la cruz es el criterio de la existencia cristiana, la cruz es el metro para medir las opciones, las acciones, los gestos cotidianos. De la adhesión a este evangelio, de la conversión al modo de vivir y de amar de Cristo crucificado depende la posibilidad de llegar a ser una “nueva criatura”, que es lo que cuente e importa de verdad. Esta es la fuente de la que brota la alegría de la vida, éste es el don que recibimos en el bautismo y que debe informar toda nuestra existencia para que sea una existencia bautismal, o sea, para que este sumergida en el dinamismo de la vida que brota de la muerte, del amor dispuesto a dar la vida. Este itinerario, que Pablo describe en términos de adhesión a la cruz de Cristo y de nueva creación. Lucas lo narra ambientándolo a lo largo de un camino, el camino que recorren los discípulos con Jesús hacia Jerusalén. Aquí todo el contenido de la vida bautismal esta expresado en el seguimiento de Jesús por su camino, en la aceptación de sus exigencias de radicalismo y totalidad que en Él están implicadas, en la participación cada vez más profunda en su pasión, a fin de participar de un modo cada vez más intimo en su vida. Y no solo esto; también a lo largo de este camino introduce Lucas el gran tema de la Misión. Jesús envía a los que le siguen –los setenta y dos discípulos, que representan a todos los bautizados- y, en consecuencia, la misión forma parte intrínseca del seguimiento. De aquí surge la imagen o, mejor aún, la vocación de una iglesia que es absolutamente misionera, y lo es por el hecho de que sigue a Jesús y con el hecho mismo de seguir a Jesús. Ser misionero, es mucho más que hacer algo por el Señor, es seguirle en su pasión por la mies. Es pedir asemejarse a Él e ir a semejándose a Él. En el trasfondo del Evangelio de hoy palpita la experiencia, ardua y gozosa a la vez, del apostolado de los primeros discípulos de Jesús que comprobaban cómo el Evangelio era acogido con entusiasmo por muchos aunque se produjeran también rechazos. Esta esperanzadora alegría que no se desanima ante las resistencias que la ceguera y debilidad humana presentan, acompañó y acompañará siempre a los cristianos de todos los tiempos. “Un día, los apóstoles, al volver de la misión a la que les había enviado el Señor, le dijeron, “Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. El Señor los vio tentados de soberbia por el poder taumatúrgico recibido y, como era medico y había venido a curar nuestras hinchazones y a llevar nuestras debilidades, dijo de inmediato: “No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres este escritos en el cielo” No todos los cristianos, por muy buenos que sean, están en condiciones de expulsar a los demonios; sin embargo, todos tienen escrito su nombre en el cielo; y Cristo quiso que gozaran no por el privilegio personal que cada uno tenía, sino por su salvación conseguida junto con todos los otros. Ningún fiel tendría esperanzas de salvarse si su nombre no estuviera escrito en el cielo. Ahora, en el cielo, están escritos los nombres de todos los fieles que aman a Cristo, es decir, el que nos enseño haciéndose humilde. Toma al más insignificante que haya en la iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, este tiene su nombre escrito en el cielo, sea quien sea y por muy indeterminado que lo dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos milagros? ¡Y no solo eso! Los apóstoles les fueron reprendidos por haber gozado de un favor que tenía en propiedad, y recibieron la orden de gozar por un bien del que puede gozar asimismo un hermano insignificante”. (San Agustín de Hipona) Jesús se alegra con los suyos pero les dice: “no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. La alegría que debemos tener, pues, no debe ser tanto el resultado de que vemos los frutos de nuestra actuación apostólica cuanto porque, si difundimos la doctrina cristiana, tenemos asegurado el cielo. Es como si el Señor nos dijera: me interesas tú, tu animosa colaboración, tu alegría y felicidad eterna, aunque no siempre veas el resultado de tu empeño por darme a conocer. El Señor, como a sus primeros discípulos, nos envía también a cada uno para que, a través del trato con familiares, amigos y conocidos, extendamos su verdad liberadora por todos los rincones del mundo. “Los primeros cristianos -dice J. Mullor- fueron más fermento que masa. El interés que les acuciaba se imantaba hacia los que le rodeaban en la familia, en el trabajo, en la vida pública… El idealismo de los primeros cristianos -id al mundo entero y predicad el evangelio a toda criatura- era un idealismo realista, que comenzaba el trabajo apostólico, no en el fin de la tierra, sino en la tierra misma que pisaban. Sabían que, para llegar a los últimos extremos de la tierra, habían de recorrerla toda palmo a palmo y que, para anunciar el Evangelio a la humanidad, habían de anunciarlo antes de hombre a hombre, de comunidad a comunidad”. Cuando la amistad es tan humana como cristiana, de ordinario, no es preciso ni siquiera provocar el tema de Dios y sus exigencias. La confidencia surge en numerosos momentos y encuentros. Entre amigos es fácil una corriente de intercambios de puntos de vista, se confían modos de pensar, de ver las cosas, unos y otros se corrigen, se emulan, en un apostolado tan delicado y amable como eficaz y natural. “Esas palabras deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente…, y la discreta indiscreción que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo… Todo eso es ‘apostolado de la confidencia’” (S. Josemaría Escrivá). ¡Cuánto podemos hacer a nuestro alrededor no olvidando que hay un hambre y una sed de Dios que sólo Él puede calmar, una enfermedad -la del pecado- que sólo Él puede curar, si colaboramos en su misión. Que el Señor los bendiga abundantemente.
Posted on: Sun, 07 Jul 2013 18:13:53 +0000

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