Mi Negra Canalla En el 82 de lo único que se hablaba era de unas - TopicsExpress



          

Mi Negra Canalla En el 82 de lo único que se hablaba era de unas islas. Por ese entonces, la Argentina se preparaba para una de las batallas más nefastas de la historia de nuestro querido país. Fue en una calurosa madrugada de enero, cuando en una clínica del sur santafesino, se escuchó un llanto impávido. Agudo. Fuerte como el acero. Ella, con tres escasos kilos, se enfrentaba al mundo. Toda la Argentina huía de la realidad. Ella la enfrentaba. ¡¡Cuánto coraje!! Yo no estaba ni en los planes. Tres años después, me toco el turno a mí. Salí de la misma panza que salió ella. La verdad, al principio no entendía nada. Ella se me acercaba, me mimaba y nunca se apartaba de mi lado. Con el transcurso del tiempo, comencé a reconocer su voz. Al verla me sentía feliz y protegido. Los años fueron pasando, rápido como un relámpago. Tuvimos épocas en donde el aroma a nuestras ropas era un incentivo para el conflicto. Con decirte que una vez me arrancó un diente. Usted lector, seguramente se estará preguntado ¿cómo? Sencillo. Me tomó de las manos. Simuló una especie de acrobacia y aprovechó para darme la jeta contra el suelo. Como por obra de magia, me arrancó de cuajo un canino. El quilombo que se armó, mejor ni le cuento. Ella tenía el poder y la habilidad para maltratarme, ya sea, física como psicológicamente. Era una especie rara. Pero Yo la quería. Hasta el día de hoy recuerdo que hasta llegó a cambiarme mi propia identidad. Mi apellido. Si ella me quería ver llorar, bastaba con nombrar dos palabras: “adoptado Ramírez”. Yo pasaba horas derramando lágrimas en el rincón y mis viejos haciendo lo imposible para que entendiera que era su hijo de naturaleza. Mi madre hasta llegó a mostrarme fotos suyas de cuando estaba embarazada de mí. Una verdadera locura. Era mala como el tifus (digo tifus, no porque sepa sobre esas enfermedades que ya ni existen, sino porque alguna vez leí que esa enfermedad mató a mucha gente en la década de los cuarenta). En fin, era bastante canalla. Esa etapa por suerte fue precoz. Íbamos creciendo y comenzábamos a tener una visión diferente de los hechos cotidianos. Ella se iba poniendo cada vez más atractiva. Estaba en boca de todos los adolescentes y algún que otro viejo verde del pueblo. Imagínese señor lector, Yo era el cuñado del pueblo. No fue fácil esa etapa de mi niñez. Los celos me hincaban el cerebro. La garganta se me anudaba, pero mi temperamento era mayor y no emitía signo alguno de molestias. Por suerte (y digo por suerte para no decir por desgracia) conoció a su primer novio. Un pibe del pueblo. Acá la cosa empezó a cambiar. Ya no me rompían tanto las bolas, porque si se enteraba el muchachito de pelo largo (en esa época la melena como león estaba de moda) se armaba el batifondo, como decía mi abuela. Seguíamos creciendo, juntitos a la par. Yo era una especie de objeto que ella usaba para sacar beneficios de innumerables situaciones. Era su aliado cuando le convenía y su peor enemigo cuando podía. Usted lector se habrá dado cuenta que en el transcurso de la vida hay imperfecciones y momentos que uno jamás desearía vivir. Pero el tiempo acomoda todo. Entonces llegó él. Mi tan querido aliado. Un pichón de humano que con el tiempo se convertiría en un gran amigo. Fede. Pero ya me estoy yendo de tema. En ésta carta, relato o como usted lo quiera llamar, la protagonista es “ella”. ¿Sabe porqué? Querido lector. Y seguramente no lo sabe, pero Yo se lo voy a contar. Ella fue la única persona que me arrancó un diente. La que me traumó por unos cuantos meses con mi identidad. Porque ella se agarró de los pelos con una muchachita sólo por cuidar mi integridad física. Ella fue la primera persona con la que salí a bailar. Y por más que el refrán diga: “más aburrido que bailar con la hermana”, yo la pase de una manera que vale la pena recordar. Seguramente usted, amigo y lector, se estará preguntando ¿Y por éstas cosas es la protagonista de la carta? Y yo le contesto que usted está en lo cierto con plantearse dicha incógnita. Hasta acá no ha hecho nada maravilloso y/o extraordinario como para ganarse el protagonismo. Pero no sea ansioso. Esto recién comienza y lo bueno está por llegar. Con solo dieciocho años emigró a la Patagonia siguiendo los pasos del amor. No iba sola. En su panza viajaba una estrella que al cabo de nueve meses saldría al mundo para iluminar a toda nuestra familia. Estuvo un par de meses tratando de amigarse con el frío y el viento. Sin conocer a nadie. Pasando horas y horas en compañía de la soledad. Esperando a su único conocido, su esposo. Pasaron esos meses y por fin volvió al pueblo. A su tierra. Esa tierra que la vio crecer. Y vería crecer a Ro (créame lector, no existen palabras para describir lo feliz que me hace esa pendejita). Como su esposo era cruza con nómade y ella siempre fiel a su destino, se tuvo que ir a Bs As. Esa ciudad gigante en donde nadie saluda a nadie. Donde sos uno más. Y si te ven al borde del abismo te ayudan a que caigas. Y acá voy hacer un stop. No me avergüenza decir, que cuando se fue a vivir a esa gran ciudad, la extrañaba tanto que por momentos, la nostalgia me invadía y me hacía caer el lagrimón. Los años siguieron pasando. Crió y educó a su manera. Sin experiencia, pero con mucho coraje y educación. Lo hizo verdaderamente excelente. Maravilloso. Tuvo una etapa oscura y amarga. La separación. Quedó sola como un perro que echan a la calle. Pero sabe una cosa, señor lector. Ella jamás bajó la guardia. Siguió luchando como soldaditos japoneses por el honor. Esta etapa nefasta de la separación, al igual que la guerra de Las Malvinas, cumplió su ciclo y terminó. Hoy el tiempo se encarga de ordenar los libros en el armario. Seguramente, usted ha leído éstas líneas sentado en su cómoda y elegante silla. Pero ahora le voy a pedir un favor, aunque pensándolo bien, más que un favor es una orden que usted sí o sí debe cumplir. Póngase de pie. Hágame ese grandísimo favor. Llegó el momento de nombrarla a “ella”. La mujer más fuerte que tuve el agrado de conocer. Ella es mi HERMANA, Marisol. El regalo más preciado que me dio la vida. Hoy es un policía de vocación. Hace lo que siempre quiso. Y día a día se esfuerza por ser mejor. Aunque en alguna parte de estas líneas le comenté que durante nuestra niñez, discutir era nuestro hobby, siempre la amé con lo más profundo de mis entrañas. Ella está lejos pero la siento cerca. Porque un hermano es una mano que despeina a la tristeza. Porque cuando la necesito, ella aparece y no me pregunte ¿cómo? Pero ella se hace presente para cuidarme como siempre lo ha hecho. Por estas pequeñas grandes cosas es que se merece el protagonismo de éstas flacas y mediocres líneas. Espero que me sepa entender, señor lector. Por más que sigamos creciendo y ya nos pongamos grandotes boludos, al día de hoy, no falta ocasión para que me pinte el lagrimón. Mi Negra Canalla: Te Quiero. Te Extraño y Te Admiro. Recuerda: “El amor no obedece a nuestras expectativas”. Gentilmente, tú hermano PUQUI.
Posted on: Tue, 01 Oct 2013 23:27:25 +0000

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