Mi amigo Arturo Del Villar dice: De cómo doró Lorca la cabeza - TopicsExpress



          

Mi amigo Arturo Del Villar dice: De cómo doró Lorca la cabeza de Sánchez Mejías Arturo del Villar UNA palabra a tiempo dijo Federico García Lorca que es la poesía, y nadie que la escriba duda de su exactitud: una palabra es la que inspira un poema, lo salva del lugar común, y se queda en la memoria del lector. El poeta descubre una palabra que le dice algo especial, y a partir de ella elabora ese objeto estético denominado poema. Sin embargo, la palabra hallada como resultado inesperado de la inspiración, no siempre puede ser aceptada, sino que el poeta se ve obligado a perseguir un sinónimo que la altere, atendiendo a diversas motivaciones. Me contó el buen poeta moguereño Francisco Garfias una anécdota referida a la escritura de García Lorca, que me parece demostrativa del valor de la palabra lírica, y digna de ser conocida. En las innumerables charlas que mantuvimos en Madrid, en Moguer o en los trenes que unen las dos localidades, nuestro inagotable tema de conversación siempre fue el mismo: Juan Ramón Jiménez, el poeta admirado al que los dos venerábamos y estudiábamos y editábamos, hasta que nos impidió continuar ese “trabajo gustoso”, por emplear su acertada expresión, una sobrina nieta suya, calificada justamente de “enferma mental fascista” a la que “no se le puede ni dirigir la palabra” por la alcaldesa socialista de Moguer, Rosario Ballester, según informó el diario madrileño Abc el 16 de junio de 2000. En una de esas conversaciones me contó la anécdota que él había escuchado narrar a Gabriela Ortega, sobrina política del torero Ignacio Sánchez Mejías, nacida en una familia de toreros, bailaores y cantaores, que supo insertar la poesía en el cante y el baile andaluces, además de ser actriz de teatro clásico durante muchos de sus ochenta años de vida, varios de los cuales pasó exiliada en Latinoamérica, porque un ministro de Educación Nazional de la dictadura, Manuel Lora Tamayo, le prohibió incluir en sus recitales a los poetas exiliados o muertos, como Rafael Alberti, García Lorca, Juan Ramón Jiménez o Miguel Hernández, y ella se negó a acatar la orden. Uno de los poetas más admirados por ella fue precisamente Lorca, y existen discos grabados con su voz que lo demuestran. Le contó a Garfias lo que escuchó de labios de Isabel García Lorca, y Garfias me lo repitió a mí. Pensé que merecía la pena que compartieran la anécdota más personas, por lo que propuse a Garfias que la escribiera y publicase, pero ya entonces había empezado a desinteresarse por las cuestiones literarias. Así que la redacté yo, y la di a conocer en el diario Málaga Costa del Sol, el 1 de febrero de 1998. Ahora la transcribo, con el mismo afán de que sea divulgada, porque ilustra sobre el arte de escribir de uno de los grandes poetas españoles del siglo XX, asesinado en 1936 por los militares monárquicos sublevados, a causa del delito, según ellos, de ser republicano. El llanto como poesía Es muy sabido que Ignacio Sánchez Mejías, el torero amigo y protector de los poetas integrantes del grupo del 27, fue empitonado en un muslo hasta el abdomen el 11 de agosto de 1934, en la plaza de toros de Manzanares. Lo hirió y por fin mató un toro de nombre Granadino, que estaba en su papel de animal bravo, y se defendió del animal vestido de payaso que le agredía entre los gritos de júbilo de numerosos salvajes. Pero a Lorca le apesadumbró la noticia. Algunos estudiosos han supuesto que sentía por el torero más que admiración, y ese amor frustrado le animó a componer el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, en cuatro cantos, una de los grandes poemas elegíacos de la literatura castellana. Enseguida se hizo muy popular y fue recitado en teatros y barracones, porque es cierto que contiene todos los ingredientes precisos para ser asimilado por un pueblo que califica de “fiesta nacional” a las corridas de toros. Antes de su publicación ya se había difundido en copias manuscritas, y el mismo Lorca lo leyó el 12 de marzo de 1935 en el Teatro Español, para celebrar la centésima representación de su tragedia Yerma, interpretada magistralmente, según las gacetillas del momento, por la gran actriz republicana Margarita Xirgu. Ante el éxito que estaba logrando su “poema trágico”, según la definición del autor, el empresario, los actores y los amigos pretendieron rendirle un homenaje público, pero él se negó a aceptarlo, y en su lugar propuso leer el no menos trágico poema dedicado a “Ignacio el bien nacido”, que estaba bien muerto, todavía inédito, puesto que se imprimió en el mes de mayo, con ilustraciones de José Caballero, por las Ediciones del Árbol de la revista Cruz y Raya. Con ese motivo le dirigieron cartas de felicitación y adhesión varios escritores, como Ramón María del Valle-Inclán, Alejandro Casona, y Juan Ramón Jiménez, el otro protagonista de la anécdota motivadora de este escrito. Isabelita y Juan Ramón En una de las lecturas hechas por Lorca estuvo presente Gabriela Ortega, que ese año cumplió veinte de su edad, y fue testigo de la anécdota que paso por fin a relatar. En el segundo canto había escrito Lorca una serie de piropos descriptivos del torero muerto en acto de servicio, porque eso debe de ser lo que tiene que hacer un torero en la plaza, ensalzado como un “capitán atado por la muerte” en la elegía: Aire de Roma andaluza le endulzaba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. Cuatro octosílabos excelentes, dentro de un romance popular en línea con los gitanescos recién editados, que tantos imitadores lograban y continúan teniendo todavía. Sin embargo, no le gustaron a Isabel García Lorca, que comentó a su hermano: “Eso de la dulzura de la cabeza suena a Juan Ramón; la poesía dulce es juanramoniana.” Isabelita, como la llamaban entonces, era muy entusiasta de la poesía de Juan Ramón, con quien se carteaba. En 1924 estuvieron en Granada Zenobia y Juan Ramón, y convivieron con la familia García Lorca. Hay constancia de que en esas jornadas demostró Isabelita su aprecio por los escritos del autoproclamado Andaluz Universal, en verso y en prosa, recitándole algunos de memoria. En correspondencia muy generosa, el poeta le dedicó su excepcional romance “Generalife”, escrito en esos días, con estas palabras: “A Isabel García Lorca, hadilla del Generalife”. Para muchos estudiosos de la poesía castellana contemporánea, de ese romance surgió todo el Romancero gitano de Lorca, escrito entre 1924 y 1927 y editado en 1928. Un aire dulce También es comprobable que, en efecto, la dulzura constituye uno de los tópicos habituales en los versos juanramonianos, durante una larga etapa de su escritura, anterior a su exilio americano de español libre. Si repasamos la Segunda Antolojía poética (1922) encontramos reiteradas citas dulces, que a menudo son sinestesias sorprendentes y llamativas en aquellos años, como “y un ruiseñor, dulce y alto” (poema número 10); “dulcemente mirándonos” (11); “con ojos dulces” (12); “Desde la dulce mañana” (13); “me miró triste -¡qué dulce!-“ (14); “dulce valle, / dulces riberas de álamos” (15); “dulce / luz a las cosas” (16); “La luna, la dulce luna” (20): “Estrellas, estrellas dulces” (22); “que un pozo templado y dulce” (23); “llenos de dulce añoranza” (24); “entre la dulce añoranza” (28), “Hay un oro dulce y fresco” (30), y ya es hora de escribir el etcétera, porque los ejemplos se multiplican incesantemente. Todas las cosas le parecían dulces al moguereño: un pájaro, las miradas, la mañana, la naturaleza, la luz, la luna y las estrellas, el pozo, los sentimientos, el metal, cualquier elemento existente adquiría para él la condición de dulce, cualquier cosa del cielo y de la Tierra, incluidas las percepciones humanas. Desde esa ambientación, la cabeza del torero muerto estaba en condiciones de recibir el endulzamiento romano--andaluz, aunque no entendamos bien por qué motivo, ni falta que hace en un poema acertado. Comprendió Lorca que su hermana tenía razón, y aceptó eliminar el calificativo dulzón para la cabeza del amigo muerto, sustituyéndolo por “le doraba la cabeza”. Pero el cambio privó de energía lírica a ese verso, que ha perdido expresividad con la corrección. Le había llegado muy a tiempo la palabra “endulzaba”, que embellece el verso. “Aire de Roma andaluza / le endulzaba la cabeza” parece llevar un eco del primer verso al segundo: todas las consonantes de “andaluza” se repiten en la palabra siguiente, “endulzaba”, así como las vocales a y u: solamente la e y la b no coinciden. El aire dorado Además, al ir esas dos palabras en dos versos, pero muy próximas, se establece un paralelismo sonoro, recurso conocido y utilizado en la poesía popular, a la que era muy aficionado Lorca, como es sabido. Este poema fue durante muchos años el preferido por los recitadores, aunque parece haber dejado de estar de moda, por suerte, y el mismo autor lo recitaba en público a menudo, debido a que lograba siempre la complicidad del auditorio. Yo se lo escuché todavía a un recitador andaluz profesional, en un teatro circo que recorría las ferias de ciudades y pueblos, de nombre Cirujeda, hace ya tiempo. Y el buen poeta sevillano José Luis Núñez me contó que se había ganado la vida durante una temporada, recitando la elegía en esos teatrillos. Los dos versos, según la escritura original, conseguían un buen efecto fonético, al repercutir como un eco “endulzaba” de “andaluza”. En cambio, “Aire de Roma andaluza / le doraba la cabeza”, que dice la redacción definitiva, no alcanza igual resonancia. Es seguro que Lorca lo advertía, y no obstante prefirió sacrificar la mejor versión para eliminar una posible dependencia juanramoniana. Desde luego, lo mismo que había observado su hermana podía descubrirlo cualquier lector, incluidos los críticos empeñados en rastrear influencias en los escritos que juzgan, para demostrar su sagacidad. Sin embargo, aunque la primera escritura fuese menos original, resulta más acertada que la segunda. Ahí estaba la “palabra a tiempo” constitutiva de la poesía. La modificación del verbo no incidió decisivamente sobre el discurso poético, sino sobre la originalidad del autor, y con ello perdió calidad expresiva. Todos los poetas componentes del grupo del 27 aceptaron en sus principios el influjo de Juan Ramón, reconocido como maestro, pero cuando ellos consiguieron una voz personal, se esforzaron en rechazar cualquier atisbo de semejanza. La verdad es que a todos los artistas les ofende que algún crítico les señale una influencia de otro, porque devalúa el valor de su creación estética. En este caso referido Lorca eliminó la huella de su maestro, con una corrección de la que nada sabríamos si Gabriela Ortega no la hubiera relatado, para permitirnos entender cómo componía Lorca sus versos: con palabras halladas a tiempo, que en ocasiones variaba por convenienci
Posted on: Thu, 11 Jul 2013 12:25:01 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015