Miedo a la libertad En una tierra en guerra, había un rey que - TopicsExpress



          

Miedo a la libertad En una tierra en guerra, había un rey que causaba espanto. Siempre que hacía prisioneros, no los mataba, los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros de un lado y una inmensa puerta de hierro del otro, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre. En esta sala el rey les hacía formar un círculo y les decía entonces: -Podéis elegir entre morir atravesados por las flechas de mis arqueros o pasar por esa puerta misteriosa. Todos elegían ser muertos por los arqueros. Al terminar la guerra, un soldado que por mucho tiempo sirvió al rey se dirigió al soberano y le dijo: -Señor, ¿puedo hacerle una pregunta? -Dime soldado -respondió este. -¿Qué había detrás de la horrorosa puerta? -Ve y mira tú mismo -respondió el rey. El soldado entonces, abrió temerosamente la puerta y, a medida que lo hacía, rayos de sol entraron y aclararon el ambiente... y, finalmente, descubrió sorprendido que la puerta se abría sobre un camino que conducía a la libertad. El soldado admirado miró a su rey que le decía: -Yo les daba la elección, pero preferían morir que arriesgarse a abrir esta puerta. 0 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: guerra, libertad, rey, soldado MARTES, 25 DE JUNIO DE 2013 Pensando en Dios ¿Para qué nos sirven los ojos? Para ver las maravillas que Dios creó. ¿Para qué nos sirven las manos? Para abrazar y llevar bondad a los demás. ¿Para qué nos sirven los pies? Para ir donde nos necesiten. ¿Para qué nos sirve la boca? Para hablar de Dios a los que no le conocen. ¿Para qué nos sirve el cuerpo? Para alabar a Dios, que nos creó y nos dio la vida. ¿Para qué nos sirve la vida? Para dar gracias a Dios, nuestro Padre, nuestro eterno Amor. Claudio de Castro 0 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: amor, bondad, Dios, misión MIÉRCOLES, 19 DE JUNIO DE 2013 Aquellas sábanas blancas El color preferido de Nacho era, son ninguna duda. Casi desde que nació le empezó a gustar y, ahora, con siete años, volvía loca a su madre pidiéndole todo del mismo color: pantalones, camisetas, jerséis, abrigos, vasos, estuches... hasta su cepillo de dientes era blanco. Sabía que su madre no tenía mucho dinero, pero él se conformaba con cualquier cosa con tal de que fuera blanca. Adoraba el invierno y, cuando nevaba, Nacho era otro. Los contados días al año que eso ocurría, salía de casa embalado y se iba con sus amigos del barrio a jugar durante horas. Se olvidaba hasta de merendar. Pero lo que más impresionaba de Nacho era su habitación: la tenía repleta de cosas blancas. Sus cortinas, su armario, su alfombra... todo del mismo color. Entre todas esas cosas destacaba una que era su favorita y que no estaba dispuesto a cambiar por nada: sus sábanas. Ya sabemos todos que no eran rojas, precisamente. Cuando llegaba la noche era el momento que más le gustaba, con diferencia. Se sentía protegido cuando se metía en su cama e imaginaba que, allí dentro, nadie le podía hacer nada: era imposible, sus sábanas eran blindadas. Y, así, mientras empezaba a soñar, se quedaba plácidamente dormido rodeado de blanco por todos los lados. Pero un día, su madre le puso unas sábanas distintas a las habituales: ¡eran azules! Cuando Nacho se dio cuenta no entendió nada y fue corriendo a preguntar a su madre: -Oye, mamá, ¿por qué me has quitado mis sábanas blancas? Donde vivían se había iniciado, hacía poco tiempo, una protesta de todos los vecinos debido a la intención de una organización de construir una casa o... una especie de centro para mendigos, indomiciliados y todo ese tipo de gente, muy cerca de allí. Por supuesto, aquello no se podía permitir. En el barrio no estaban de acuerdo con aquella decisión y empezaron a hacer todo lo posible para impedirlo: hojas explicativas en los portales, reuniones, manifestaciones... Pero la forma de protesta más difundida fue la de exhibir sábanas en los balcones, como señal de rechazo ante el levantamiento de esa especie de centro o sucursal del infierno que haría que el barrio se convirtiera en uno de los peores de la ciudad. Y... claro, las sábanas tenían que ser de color blanco, símbolo de la solidaridad por excelencia... Entonces, cuando Nacho preguntó aquello a su madre, ella le contestó para que lo entendiera: -Hijo, es que van a venir unos señores malos y como nadie quiere que vengan, hemos pensado echarlos enseñando muchas, muchísimas, sábanas blancas. A él no le convencía demasiado la idea. Le habían quitado sus sábanas blancas y encima no sabía quiénes eran esos señores tan malos. Pero bueno, salió al balcón de su casa y vio que allí estaban colgadas las suyas y que infinidad de ellas más ocupaban el edificio de enfrente y todos los de la calle. Pensó que serían cosas de los mayores, aunque a él no le pareció muy bien. Se tuvo que aguantar y dormir un montón de noches sin su protección. Con el tiempo a Nacho se le olvidó por completo todo esto y, naturalmente, creció. Creció muy deprisa y pronto dejó de ser un niño. No le iba bien en el instituto, entre otras cosas porque no iba mucho y, la verdad, su madre no estaba muy contenta con él, por las notas y por las compañías. No sólo dejó de ir a clase sino que, también, cada vez pasaba menos por su casa y, cuando aparecía, su madre, con lágrimas en los ojos, aprovechaba para preguntarle dónde había estado todo el tiempo. Él siempre respondía de la misma forma: "Por ahí". Pero ella ya sabía lo que pasaba porque era madre y, además, se lo habían comentado más de una... y de dos personas. A Nacho le seguía gustando mucho el blanco, pero parece ser que ahora en forma de polvos. En cuanto a las jeringuillas le daba igual, podían ser de cualquier color. Eso sí, necesitaba su dosis de lo que fuera y tenía que hacer lo preciso para conseguirla. Se acostumbró a vivir en la calle y sus visitas a casa eran cada vez más esporádicas, hasta que llegó un momento en el que dejó de ir totalmente. Ahora la calle era su hogar. No vio a su madre durante muchos meses. Un día, encontraron a Nacho tirado en las afueras de la ciudad. La ambulancia fue a recogerlo y, después de pasar por urgencias, le llevaron a una casa o... una especie de centro para mendigos, indomiciliados y todo ese tipo de gente, que había muy cerca de donde él vivía antes. Estuvo varios días en la cama y perdió la noción del tiempo. Lo primero que vio la mañana que despertó, nada más abrir los ojos, fue algo que entumeció su mente y despertó su memoria, casi al instante y de una forma exageradamente real: una sábana blanca se secaba agitada por el viento en un balcón del edificio que se veía por la ventana del cuarto en el que estaba. Por un momento pensó que tenía siete años y que estaba en el balcón de su casa viendo una de las sábanas que la gente había puesto para echar a los señores malos. Pero, inmediatamente, supo que no. Ahora él era uno de aquellos señores que hacía tiempo le había dicho su madre. Justo cuando todos esos pensamientos ocupaban su mente, una chica joven, que Nacho no conocía de nada, entró en el cuarto. Ella le explicó todo lo que había pasado desde que se quedó inconsciente. Llevaba allí bastantes horas y estaban esperando que despertara. Cuando Nacho salió del cuarto y vio dónde estaba pensó ir a casa. Tenía algo importante que hacer y, por eso, fue. Como hacía tanto tiempo que su madre y él no se veían, nada más abrirle la puerta, ella se echó a sus brazos sollozando, mientras exclamaba: "¡¡Hijo mío...!!". En cuanto pudo, Nacho fue a su habitación y se puso a revolver en el armario hasta que encontró lo que buscaba. Allí estaban... sus antiguas sábanas blancas, tan blancas como siempre, su protección. Aquellas sábanas blancas, su protección, que su madre un día le quitó para siempre. Aquellas sábanas blancas, su protección, que su madre le quitó un día para protestar con todos, para echar a los que estorbaban, a los que eran como ahora era él. Las extendió en el suelo de la habitación y, después, las cortó en múltiples trozos cuadrados que, cuidadosamente, fue colocando uno encima de otro. Cuando terminó, cogió todos los recortes de sábana y fue a la cocina, donde estaba su madre todavía llorando, y le dijo: -Toma, mamá, todos estos pañuelos son para ti. (Extraído del libro "Cientos de cuentos. Parábolas para todos", de Fco. Cerro Chaves, Daniel Botrán y Roberto Manzano; ed. Monte Carmelo) 0 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: blanco, droga, madre, mendigo, sábana MARTES, 11 DE JUNIO DE 2013 Nuestra alegría La alegría debe ser uno de los ejes dominantes de nuestra vida. Una religiosa es como el sol en una comunidad. La alegría es el signo de una personalidad generosa. A veces es también un manto que encubre una vida de sacrificio y de generosidad. Una persona que tiene este don alcanza a menudo altas cimas. Hagamos que quienes sufren hallen en nosotros ángeles de consuelo. ¿Por qué el trabajo entre las chabolas ha sido bendecido por Dios? No es ciertamente en consideración de determinadas cualidades personales, sino a causa de la alegría que las hermanas reparten a su paso. La gente del mundo carece de nuestra alegría. Menos aún la poseen quienes viven en las chabolas. Nuestra alegría es el mejor medio para predicar el cristianismo a los paganos. Vinieron algunas personas a Calcuta y antes de regresar a sus puntos de origen me pidieron que les dijese algo que pudiera servirles para vivir sus vidas de manera más provechosa. Les contesté: -Sonríanse ustedes mismos unos a otros, sonrían a sus esposas, a sus maridos, a sus hijos, a todos, sin mirar de quién se trata. Que en cada uno pueda crecer día a día el amor recíproco hacia los demás. Llegados a este punto, uno de los presentes me preguntó: -¿Está usted casada...? Contesté: -Sí, a veces me cuesta sonreírle a Jesús, es verdad; a veces Jesús puede llegar a pedir mucho, pero es en tales ocasiones, cuando Jesús nos pide más, cuando nuestra sonrisa resulta más hermosa. Esto es en realidad lo que Jesús nos pide que hagamos: que nos amemos unos a otros, una y otra vez, como el Padre lo amó a Él. Y ¿cómo amó el Padre a Cristo? Mediante el sacrificio: entregándolo a la muerte por nuestra salvación. Si queremos de veras conquistar al mundo, no podremos con bombas ni con armas de destrucción. Conquistemos el mundo con nuestro amor. Entretejamos nuestra vida con eslabones de sacrificio y de amor y nos resultará posible conquistar el mundo. Beata Madre Teresa de Calcuta 1 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: alegría, amor, ayuda, jesús, monja, mujer, sonrisa DOMINGO, 2 DE JUNIO DE 2013 Un error perfecto Mi abuelo amaba la vida - especialmente cuando podía hacerle una broma a alguien. Hasta que un frío domingo en Chicago, mi abuelo pensó que Dios le había jugado una broma. Entonces no le causó mucha gracia. Él era carpintero. Ese día particularmente había estado en la Iglesia haciendo unos baúles de madera para la ropa y otros artículos que enviarían a un orfelinato a China. Cuando regresaba a su casa, metió la mano al bolsillo de su camisa para sacar sus gafas, pero no estaban ahí. Él estaba seguro de haberlas puesto ahí esa mañana, así que regresó a la Iglesia. Las buscó, pero no las encontró. Entonces se dio cuenta de que las lentes se habían caído del bolsillo de su camisa, sin él darse cuenta, mientras trabajaba en los baúles que ya había cerrado y empaquetado. ¡Sus nuevas gafas iban camino a China! La Gran Depresión estaba en su apogeo y mi abuelo tenía 6 hijos. Había gastado 20 dólares en esas gafas. -No es justo -le dijo a Dios mientras regresaba frustrado a su casa-. Yo he hecho una obra buena donando mi tiempo y mi dinero y ahora esto... Varios meses después, el director del orfelinato estaba de visita en Estados Unidos. Quería visitar todas las Iglesias que lo habían ayudado cuando estaba en China, así que llegó un domingo por la noche a la pequeña Iglesia a donde asistía mi abuelo en Chicago. Mi abuelo y su familia estaban sentados entre los fieles, como de costumbre. El misionero empezó por agradecer a la gente por su bondad al apoyar al orfelinato con sus donaciones. -Pero más que nada -dijo-, debo agradecerles por las lentes que mandaron. Verán, los comunistas habían entrado al orfelinato, destruyendo todo lo que teníamos, incluyendo mis gafas. ¡Estaba desesperado! Aun y cuando tuviera el dinero para comprar otras, no había donde. Además de no poder ver bien, todos los días tenía fuertes dolores de cabeza, así que mis compañeros y yo estuvimos pidiendo mucho a Dios por esto. Entonces llegaron sus donaciones. Cuando mis compañeros sacaron todo, encontraron unas gafas encima de una de las cajas. El misionero hizo una larga pausa, como permitiendo que todos digirieran sus palabras. Luego, aún maravillado, continuó: -Amigos, cuando me puse las gafas, eran como si las hubieran mandado hacer justo para mí. ¡Quiero agradecerles por ser parte de esto! Todas las personas escucharon, y estaban contentos por las lentes milagrosas. Aunque el misionero debió haberse confundido de Iglesia, pensaron. No había ningunos lentes en la lista de productos que habían enviado a China. Pero sentado atrás en silencio, con lágrimas en sus ojos, un carpintero ordinario se daba cuenta de que el Carpintero Maestro lo había utilizado de una manera extraordinaria. Cheryl Walterman Stewart 0 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: gafas, misión, pobre LUNES, 27 DE MAYO DE 2013 Una mesa para la abuela Había una vez un matrimonio joven. Él tenía 32 años, ella 30, y un hijo de 6 años. Vivía también en la casa una anciana de 80 años, madre del padre de familia. Todo transcurría con normalidad salvo a la hora del almuerzo y cena, en donde la anciana sin querer tropezaba las cosas, tirando a veces las copas servidas o ensuciando el mantel. Después de un tiempo, ella le pidió a su marido que comprara una mesa para poner a su madre separada de donde ellos comían.Y así fue. A partir del siguiente día la abuela empezó a comer sola sin molestarlos a ellos. Pasó algún tiempo, hasta que un día el hijo de la anciana se preparaba para almorzar cuando notó que su propio hijo tenía en el piso del comedor un par de maderas, clavos sueltos y martillo. Se acerco a él y le preguntó: -¿Qué estás haciendo con esas cosas, hijo? Y el niño le respondió: -Estoy haciendo una mesa para cuando tú y mamá seais mayores como la abuela... 0 comentarios Envía esta historia a un amigo Etiquetas: amor, familia, hijo, madre, mesa, padre VIERNES, 24 DE MAYO DE 2013 Mejor envía a otro, Señor Cuando veo lo bondadoso que Dios ha sido conmigo, me doy cuenta que sería un desamor no hacer su voluntad. Al menos tratar de hacerla. Pienso que tal vez te ocurre. Me ha pasado, a veces, que me hago el sordo cuando me llega su voz. Es muy cómodo decirle a Dios: "Mejor manda a otro". Una amiga me contó que salió una mañana dispuesta a amar a sus semejantes. En la entrada de un supermercado un hombre, sentado en la acera, la llamó. Ella se hizo la indiferente y casi le responde, cuando el hombre añadió: — Perdone, no deseo pedirle dinero. Sólo que me haga el favor de comprarme un café en el supermercado. Entonces le mostró sus piernas lisiadas. Y ella reconoció su error. Dios nos habla de tantas formas y no siempre lo escuchamos. Me recuerda a Moisés, cuando Dios le pidió que fuera a ver al Faraón. Moisés seguía buscando excusas para no hacerlo. — ¡Ay, Señor! —respondió Moisés—. Yo no tengo facilidad de palabra, y esto no es solo de ayer ni de ahora que estás hablando con este siervo tuyo, sino de tiempo atrás. Siempre que hablo, se me traba la lengua. Pero el Señor le contestó: — ¿Y quién le ha dado la boca al hombre? ¿Quién si no yo lo hace mudo, sordo, ciego, o que pueda ver? Así que, anda, que yo estaré contigo cuando hables, y te enseñaré lo que debes decir. Moisés insistió: — ¡Ay, Señor, por favor, envía a alguna otra persona! Entonces el Señor se enojó con Moisés, y le dijo: — ¡Pues ahí está tu hermano Aarón, el levita! Yo sé que él habla muy bien. Además él viene a tu encuentro, y se va a alegrar mucho de verte. Me sonrío al recordar esta escena, porque Dios tomada una resolución no la cambia. No tienes dónde esconderte. Generalmente Dios pide cosas muy sencillas. Que lo amemos sobre todas las cosas. Sobre nuestros deseos de poseer bienes o figurar. Primero Dios. Nos pide orar con fervor. Porque cuando rezamos hablamos con Él. Desea que lo tengamos presente en nuestras vidas. Decía el Padre Pío que la oración es la llave que abre el corazón de Dios. También, ser sus brazos, sus pies, su corazón, en este mundo. Consolar, llevar alivio, compartir lo que tenemos. Amar al prójimo. No desearle ningún daño. Pedir por nuestros enemigos. Perdonarlos a todos. Y que seamos santos por Él y para Él. Yo, que conozco cuánto me falta por andar, suelo pedirle: “Haz que me enamore más de ti, Señor, que te ame siempre más”. El domingo pasado, estando en misa, sentí en mi alma que Jesús me reprochaba con tristeza: “¿Por qué me tratas así?” Qué mal me sentí... “Porque soy un tonto”, le respondí. Y le pedí perdón por lo indiferente que a veces soy a su Amor. Estoy convencido que en el Amor todo es posible. “Haz que me enamore más de ti, Señor”, le repito. Si amamos, todas las puertas se abrirán y podremos llegar a esos corazones que anhelan a Dios, que buscan consuelo y no lo encuentran. Sólo hacer falta amar.
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 03:49:04 +0000

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