Militante sin desvíos ni coartadas falsas Por ángel m. agosto - TopicsExpress



          

Militante sin desvíos ni coartadas falsas Por ángel m. agosto (5 de octubre de 2013) "Te quiero mucho, angelito. Tu voz es para mí un aliciente para continuar viviendo." Son palabras de Emelí Vando Vélez. Las pronunció a la 1:51 de la tarde del 13 de septiembre de 2013, en mensaje grabado. En ese instante no me encontró a través del teléfono. El propósito de la llamada fue pedirme que le acompañara a Lares. Mi respuesta fue categórica: "no iré a Lares sin ti." Y no fui a los actos conmemorativos del Grito de Lares, sin ella. Esa vida, que tantas obras magistrales nos dejó, que a tantos marcó con su verbo suave pero contundente, se fue a un mundo desconocido ese mismo día. El día más importante de la patria que amó. El día bandera de una lucha anticolonial de la que ella fue militante tenaz. Recuerdo cuando le entregué mi último libro Intrigas desesperadas y otros corolarios, acabado de salir de la imprenta. Al notar que la obra tenía impreso en la dedicatoria A Emelí Vando, ejemplo de luchadora, salió a la calle gritando de alegría. Ese incidente retrata a esa grandiosa mujer, pródiga de vida aun en el lecho de enferma. Recordemos y celebremos ese júbilo por siempre. La conocí en algún momento a mediados de los años sesenta. Fue en el merendero del centro de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Yo hacía la fila con la bandeja en la mano a la hora del almuerzo. Ella estaba al frente. Noté que escogió varias gelatinas, lo que captó mi atención. —¡Ajá, te gustan los postres! —le comenté. La joven, para aquel tiempo delgada y alta, giró el rostro y me regaló una sonrisa, mientras clavó en mí aquella mirada llena del verdor de nuestras montañas. Pocas veces vi esplendor mayor en semblante alguno. Instantes más tarde conversamos en la mesa. Explicó que las gelatinas eran por recomendación médica. —Padezco de escoliosis —dijo. Por algunos segundos la miré mientras busqué el significado de la palabra en el fondo de mi mente de campesino serrano. Hasta que tomé la decisión, a riesgo de parecer estúpido ante esa muchacha que acababa de conocer, y pregunté con candidez: —¿Qué es eso? —Es una enfermedad de la columna, degenerativa. Contó que a los trece años los médicos en los Estados Unidos la habían desahuciado. No le auguraban mucho tiempo de vida, porque el cuerpo se torcería como un caracol. Pero en la Unión Soviética le dieron el aliento con el que pudo enfrentar la muerte a lo largo del siguiente medio siglo. Una mujer valiente, doña Emelí Vélez, la pasionaria boricua como llegó a decirle don Gilberto Concepción de Gracia durante la épica campaña electoral de 1948, cargó con su hija amada por la mitad del planeta. Hasta que dio con los facultativos que le salvarían la vida. Unos médico socialistas, formados con una visión del mundo en que el dinero no es óbice en absoluto, cuando se trata de seres humanos. La ciencia y esas ideas socialistas habrían de ser motor de esta luchadora. Batalló por su salud toda la vida, pero con mayor tesón por sus altos ideales. Una parte importante de esa vida creativa la vivió en los hospitales. Desde allí inició la fundación de instituciones de defensa de los pacientes y discapacitados a tal punto que la legislatura colonial tuvo que hacerle un reconocimiento por sus iniciativas. Se convirtió con el paso de los años en un pincel de renombre. Una orgullosa discípula de Fran Cervoni. Sus obras han recorrido diversos países. Varias veces, a principios de este mismo año, le acompañé al pasillo del hotel Meliá, en Río Grande. Allí ponía su mesa junto a la de otros artesanos que trataban de ganarse la vida con sus artes. El público observaba, asombrado, cómo su lápiz discurría a través del lienzo y en minutos brotaba la silueta exacta del dibujado. Para mí, lo más impactante fue cuando trazó niños, los que casi siempre preferían caricaturas, ya fuera surcando las olas del mar sobre una tabla, de pelotero en un gran estadio o representando lo que quisieran ser de mayores. Había que ver aquellos rostros resplandecidos al verse pintados como atletas conectando un cuadrangular con el público vitoreando en las graderías o como el médico o bombero que salvará muchas vidas. Cuando alguien le pedía que le pintara como Superman, Batman o la Mujer Maravilla, ella los orientaba con su voz dulce para que aceptaran símbolos que le ayudaran en su crecimiento como seres humanos. Nunca quiso ilustrar imágenes imperialistas "por ningún dinero del mundo". No siempre encontré en mi vida una persona tan brillante y versátil. Emelí fue la verdadera mujer maravilla. Se lo dije en Comerío cuando, casi sin poder estarse de pie, con la ayuda de su amigo entrañable Ángel Luis Pérez Vega, pintó el enorme mural de Oscar López, frente a la iglesia católica, ante a los ojos atónitos del sacerdote progresista y sus feligreses. En una ocasión en el pasillo del Meliá se acercó una niña rubia de ojos azules de la mano de la madre y le preguntó en inglés, con gran timidez, el precio de las caricaturas. Ella le contestó en su inglés perfecto. Me percaté que la niña habló con la mamá en otro idioma. Entonces la pintora intervino y le habló algo a la mujer en la misma jeringonza. A partir de ahí sostuvieron una conversación. Yo, que escuchaba muy cerca, no entendía ni papa. Lo que vi fue que, por fin, la infante, con su carita llena de alegría, se sentó para ser dibujada. Más tarde Emelí me explicó que se trataba de inmigrantes rusos residentes en Nueva York. Que la señora estaba sorprendida al encontrar en esta islita perdida en el Caribe a alguien que conociera su idioma. ¡Qué orgullo, amigos! ¡Qué orgullosos debemos sentirnos todos los aquí presentes, por haber conocido este extraordinario ser humano! Recuerdo la reacción de una turista, paisana de Carlos Gardel, que observaba su trabajo, callada, con una mirada que denotaba fruición. Después de un rato largo junto a un grupo que se reunió a espaldas de la pintora a mirar aquellos movimientos mágicos, comentó con esa pronunciación peculiar que tienen los argentinos, ese "español con acento italiano", como dice Gabito, mi hijo: —¡Dios mío! ¡Esa mujer es creadora de un mundo paralelo! Para mí, esa es la clave de su arte. Ahí está el Ataque al Congreso. No podemos decir que es su obra maestra, porque cada uno de sus cuadros nos sobrecoge. Era muy seria y profesional. Para la representación de ese grito armado que sacudió el mundo el 1 de marzo de 1954, ella investigó. Habló con Andrés Figueroa Cordero, con Irving Flores Rodríguez y con Lolita Lebrón antes de que se nos fueran al mundo paralelo, y también con Rafael Cancel Miranda, con quien ha mantuvo siempre una relación de respeto y amor. Recuperó así y plasmó en el cuadro, el tipo de armas, el instante preciso, la orientación perfecta y el minuto exacto de ese grito de guerra que aún se escucha. Y seguirá escuchándose, porque entre nosotros hay hombres y mujeres como aquellos héroes que tanto admiró esa mujer. Y como ella misma, que militó con su arte y sus ideas, sin desvíos ni coartadas falsas. —Te quiero mucho, Emelí.
Posted on: Mon, 07 Oct 2013 06:26:00 +0000

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