Muéstrame a Stannis, mi Señor —rezó—. Muéstrame a tu rey, - TopicsExpress



          

Muéstrame a Stannis, mi Señor —rezó—. Muéstrame a tu rey, al instrumento de tu voluntad. Ante sus ojos bailaron visiones rojas y doradas que se formaban, se fundían y se mezclaban. Eran extrañas, terroríficas, seductoras. Volvió a ver los rostros sin ojos que la miraban desde cuencas vacías que lloraban sangre; luego las torres cercanas al mar que se derrumbaban azotadas por la marea negra que se alzaba de las profundidades. Sombras con forma de calavera, calaveras que se tomaban niebla, cuerpos entrelazados en abrazos lujuriosos que rodaban y se retorcían. A través de los cortinajes de fuego, grandes sombras aladas volaban por un implacable cielo azul. Un rostro cobró forma en la chimenea—. ¿Stannis? —pensó durante un momento. Pero no, no eran sus rasgos—. Un rostro de madera, de palidez cadavérica. — ¿Aquel era el enemigo? Un millar de ojos rojos flotaba en las llamas crecientes—. Me ve. A su lado, un niño con cara de lobo echó la cabeza atrás y aulló. La sacerdotisa roja se estremeció. La sangre le corrió muslo abajo, negra y humeante. El fuego estaba dentro de ella; era una agonía, era un éxtasis que la invadía, que la abrasaba, que la transformaba. Visos de calor trazaban líneas sobre su piel, insistentes como las manos de un amante. Voces extrañas la llamaban desde el pasado. «Melony», oyó sollozar a una mujer. «Lote siete», anunció un hombre. Melisandre lloraba; sus lágrimas eran llamas, pero pese a todo, se zambulló en sus visiones. Las llamas chisporrotearon, y Melisandre oyó en aquel sonido el nombre susurrado de Jon Nieve. Su rostro alargado flotó ante ella envuelto en lenguas rojas y anaranjadas; apareció y desapareció una y otra vez, como una sombra apenas entrevista tras una cortina agitada por el viento. Era un hombre; luego, un lobo; luego, un hombre otra vez. Pero las calaveras también estaban presentes, lo rodeaban. No era la primera vez que lo veía en peligro, y había intentado ponerlo sobre aviso. Enemigos alrededor, cuchillos en la oscuridad... Pero él no le prestaba atención. Los incrédulos nunca prestaban atención hasta que era demasiado tarde. — ¿Qué veis, mi señora? —preguntó el niño en voz baja. «Calaveras. Un millar de calaveras y otra vez al bastardo, a Jon Nieve. Melisandre llevaba innumerables años practicando su arte. Había pagado el precio. Ni siquiera en su orden había nadie que tuviera tanto talento como ella para ver los secretos ocultos en las sagradas llamas. Pese a todo, no era capaz de dar con su rey. «Rezo por un atisbo de Azor Ahai, y R’hllor solo me muestra a Nieve.»
Posted on: Sun, 23 Jun 2013 09:04:01 +0000

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