NO importa la velocidad para llegar al destino. Lo interesante es - TopicsExpress



          

NO importa la velocidad para llegar al destino. Lo interesante es /qué/ haces mientras tanto y /cómo/ le haces para llegar. Empecé a frecuentar la cafetería los jueves. Salía a al atardecer, a las ocho en punto. Tomaba la bicicleta y tomaba el mismo trayecto de siempre. A la misma hora que salía estaban los chicos de siempre, los chicos de entonces, para referirlo mejor, jugando futbol rápido en la cancha. Abordaba la Toronja roja, calle donde estaba ubicado mi departamento. Bajaba por la avena para interceptar la calle plátano, atravesaba la Jilotepec, luego daba vuelta a la izquierda y tomaba la anemona, ya en el infonavit aeropuerto. Pasaba frente a la casa de Elena. Pasaba también por el parque que daba al mirador donde, a veces me detenía a ver las ciudades, sobre todo, por la noche cuando regresaba del café a mi departamento. Dos ciudades iluminadas por lámparas. Ese mirador en un par de años será derrumbado para hacer un puente que dará a la calle Piña que llegara al sur-poniente de la cuidad. Al atravesar el supuesto mirador bajo la calle sin tener que pedalear para cruzar el fraccionamiento Vista del valle. En las tardes cada vez veo más gente en las calles y en los parques. Mientras lo atravieso escucho un claxon. Una troca a alta velocidad. Pienso en la posibilidad de un día de estos des atropellado… Bajo una segunda calle, la Morelia para abordar la avenida Paseo de la Victoria. Ese tramo hasta llegar a la cafetería casi siempre se mantiene a oscuras. ¿Qué no es la zona rosa de la cuidad? Llego al lugar. Amarro la bicicleta al mismo poste que esta a algunos diez metros de la cafetería. A veces dejo también el casco amarrado. Cuando no lo olvido, desde luego. Por lo regular pido un moca en las rocas. Cuando estoy escaso de presupuesto ordeno un café del día sin azúcar y sin leche. En la cafetería ya me van conociendo, especialmente Omar y las chicas. Me suelen conocer por un tal Lucas. Fue especialmente ese jueves casi al pasar la casa de Elena y al estarme aproximando al parque seguido del mirador que me muestra la tarde y una cuidad descansando después de un día de al menos diez horas de intenso calor. El mirador se me dibuja un paisaje sin figura, sin planeación, una ciudad sin historia, sin gracia y son mucho que hacer. Un lugar que invento. Una ciudad que ella misma se sueña en el punto sigiloso de la Nada… Me quedo mirando al horizonte. En la lejanía. Clave mis ojos en la inmensidad del espacio repleto de concreto y asfalto. Casas. Hoteles. Negocios. Ciudad Juárez y la Ciudad de El Paso. Después de volver a recuperar la concentración y la mirada sobre la carretera y el camino, me volvió a la mente lo que había estado apareciendo los jueves cuando hacía el recorrido a beber café y a leer algún libro…La idea la había escuchado durante mucho tiempo y en boca de muchas personas. No sólo en esta étapa de mi vida, sino, también en las del pasado. Antes de tener la edad que tengo, el tiempo no me importaba, o no en totalidad. Creo que vivía viviendo, me explico mejor; vivía viviendo sin tiempo, a mi parecer, el de aquel entonces, era una de las maneras y probablemente, que sólo así vivía libremente. Últimamente parece ser que he cambiado de opinión. He cambiado esa forma de pensar la vida y muchos de sus aspectos. Como la vida social, y el tiempo al que estamos sometidos toda persona que vive en una mugrosa sociedad y en el mundo tal como es actualmente. El tiempo es un maldito ingrediente básico. Pero es que no es sólo el concepto que cada quien tenemos del tiempo, sino lo que implica en las practicas cotidianas. El impacto que tiene dentro y fuera de nosotros. El tiempo es un bien hasta cierto punto y un mal por el otro lado de la moneda. El tiempo, hasta lo que entiendo, y poniéndolo así como en metáfora; puede ser y no ser, depende de cómo lo queramos ver. Desde que perspectiva. De donde se está viendo. Pero eso sí, el tiempo es indudable. Existe. Lo vemos día a día en las cosas que nos rodean. En el universo si se quiere uno poner muy acá. Está en la vida social. En la naturaleza, en todo lo que abarca, lo puedo poner en esa idea, para ponerme muy conocedor. El tiempo está dentro de mí, en todo mi organismo, por ejemplo. Lo siento como camina horriblemente alegre y burlón. Pero siempre elegante y amable. Con inteligencia sutil. Hoy repentinamente me doy cuenta que el tiempo vuela como dice Gusteve…Uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. Uno tarde o temprano sintiendo la vida de manera pesada o livianita. Con el tiempo me doy cuenta cuanta amores he perdido. Cuánto dinero e desperdiciado y casi siempre en la destrucción de mi cuerpo, en el gasto inútil de libros que nuca leeré, en ropa que nunca me puse. Mal gastar el tiempo siempre me pareció en un tiempo, inteligente y atractivo. El movimiento es lo que nos hace cambiar algunos pareceres. Eso lo he aprendido con el tiempo. Bienaventurado sea el que cambia de opinión es los tiempos debidos o cuando deban llegar. En la distancia, cuando volteo hacia atrás y a los lados, cuando volteo a ver mi andar y hacia al frente es cuando me doy cuenta que he caminado, y me recuerdo lo incierto de mi destino. ¿Quién podría decirme con seguridad a dónde va? ¿Qué le asegura que realizará sus expectativas que ha hecho, por más que uno sea inteligente, o veas en detalles tú futuro? Creo que ya he escrito en otro textos que desde la infancia mi vida más o menos a trascurrido entre Ciudad Juárez, Las cruces y la cuidad de Durango. Lo que me ha dado oportunidad de dejar que en mi memoria se guardaran personajes, conversaciones, paisajes, formas de ser de hombres y mujeres. Me he llenado de conocimientos de diferente índole, desde los más pacticos hasta los llamados abstractos. De los que me han servido en la vida. Bienaventurado aquel joven que a sus diecinueve años sabe a ciencia a cierta lo que será de su vida. A qué dedicara sus esfuerzos para sobrevivir a las exigencias del mundo. Bien por aquel joven que a temprana edad es orientado a partir de sus capacidades efímeras o permanentes. Inteligente el chico o chica que gradúa del preparatorio definido sobre sus capacidades y sus preferencias profesionales. Interesante el que a sus dieciocho o diecinueve entiende qué es vivir en una frontera donde predomina principalmente el trabajo de maquiladora, los bares y restaurantes, la venta de drogas, y los muchos hoteles, porque muchos le llaman cuidad de paso. Fue un verano cuando pude ir a pasar días a la Cuidad de Durango, una ciudad con un clima casi tropical en aquella época. Con unos cielos claros, y hermosos. Aquí antes era la Nueva Vizcaya decía uno de mis tíos cuando visitábamos el centro. Principalmente iba a visitar a los abuelos paternos. La familia de mi padre, por parte de la abuela era una familia numerosa, y con una tradición y genealogía interesante y extensa. La familia Monárrez. Había una casa en la cuidad que pertenecía a la familia. Era grande. Con muchas habitaciones y que, pertenecía al patriarca. Isaías Morrárrez. Fue ese verano y en esa casa cuando platique y conocí algo bien aquel hombre. Era mi tío, uno de los dos hijos que aquel otro hombre, que era mi bis-abuelo Isaías. Llevaba por nombre Victorio. Un hombre que prefería vivir en al bosque. Más que en las ciudades. En realidad lo conocí poco. Pero supe que era un hombre bello en su sentir. Mis recuerdos o impresiones sobre el pueden ser muy vagos, casi borrosos. Pero nadie me va dejar mentir su fascinación por la conversación. Típico entre la genética de la familia Monárrez. A mi tío gustaba por contar su vida y sus aventuras. Y yo por aquel entonces me encantaba y me emocionaba escuchar todo tipo historias. Su manera de detallar una de sus historias en particular era maravillosa. Todavía guando en la memoria cada una de las historias que me conto aquel verano. Las recuerdo como si me las hubiera contado ayer. Era sábado. Nos habíamos reunido en la casa del bisabuelo: primo, tíos, hermanos, cuñados, sobrinos, abuelos, nueras, amigos, novias…uuuufffff, un montón de personas a convivir. Pues los veranos, en agosto, solían reunirse parientes que venían de diferentes partes, de Sinaloa, los de Durango, de Chihuahua, de los Estados Unidos, y demás. Fue ese día cuando tuve la conversación con el tío Victorio. La conversación con el había durado más de ocho horas, no continuas, pero si casi todo el rato estuve con él sacándole platica. Me parecía que contaba sus relatos de una manera fantástica. Tenía una imaginación tremenda para reconstruir sus recuerdos. Sus vivencias. Lo que más me llamaba a la atención y me gustaba, y que lo note inmediatamente, es que no había ningún tipo de pretensión es sus narraciones, ni mucho menos le ponía crema a sus tacos. Me contaba las cosas con una naturalidad casi perfecta. Al final del día ya la personas a nuestro alrededor ya un poco alegre por los tragos, las cervezas, la comilona, se escuchaba las conversaciones por los patios, en los cuartos las tías viendo fotos. Risas aquí y allá. Los niños jugando. Los aromas en el ambiente. Los músicos seguían tocando en el patio principal. Unos llegaban y otros se despedían. Todo era fabuloso. Muchos personajes. Muchas escenas. Recuerdos que aun guardo y que solo evoco en el silencio, en las noches en la soledad cuando escribo esta historia. Ya para las once de la noche cuando ya casi todos se habían ido a sus respectivas casas, los borrachos en conversaciones de borrachos. Mi tío y yo seguíamos en la conversación. Como si por ratos nos sumergiéramos en otros mundos, quizá, en el mundo de los recuerdos, de las vivencias del pasado como si nos aferráramos a él desesperadamente. Como si estuviéramos hechos de nostalgia. El contaba y yo imaginaba. Mi tío bostezo pasando las once. Ya teníamos muchas horas en ese lugar, platicando casi sin parar. Le pregunte si tenía sueño. Me contesto con un más o menos. Me pregunto a que me dedicaba en Juárez, como para querer descalzar la mente y las palabras. Conteste que trabajaba. No recuerdo que le dije acerca de donde trabajaba. Inmediatamente me volvió hacer otra pregunta que recuerdo claramente: ¿No estudia? Recordé rápidamente que mi padre siempre me estimulaba para que me metiera a estudiar algo a la universidad, ¿pero qué estudiar? Así es que respondí que no un tanto avergonzado. Ahora que mi tío ha muerto, lo recuerdo como un hombre tranquilo. Por lo menos a la edad en la que platique ese sábado con él, era un hombre quietecito. Con una profunda quietud es su alma, en su forma de hablar, en su cuerpo. Era un hombre delgado y bajito. Con una lucidez y una inteligencia extraordinaria. En sus ojos brillaban la lucidez, lo despierto que estaba para ver las cosas. Lo recuerdo con un brillo que irradiaba por lo menos donde yo estaba sentado junto a él. Un hombre al que no le daba tregua a las palabras y a sus historias. Fue esa noche cuando le conté que me gustaría estudiar algo, pero no sabía qué. Ahora a la distancia y conforme a pasado el tiempo, me parece algo bastante estúpido a ver dicho eso. O será qué a todos nos pasa no saber qué hacer para ganarte la vida. ¿Si se tiene que estudiar algo para ganarte el dichoso sustento? ¿O por lo menos aprender algo con el cual hacer dinero y vivir o sobrevivir en la era de la globalización y el neoliberalismo? Le platique que me gustaba el estudio. Le confesé que quería estudiar algo, he inclusivo vagamente recuerdo que le conté de mi preocupación al respecto. Inmediatamente me siguió contando sobre su vida. Me platico que el solo había llegado creo hasta cuarto o quinto de primaria. Que todo lo que sabía lo había aprendido por la vida, por andar en ella, que lo que mucho o poco lo había aprendido sobre la marcha. Y claro, me imagino que las cosas en su tiempo eran diferentes evidentemente. Me confesó que a lo largo de su vida había aprendido algunas cosas, más mal que bien, dijo, y río, pero me sirvieron en su tiempo. Guardo silencio un rato, y sonrió y me volteo a ver diciéndome, a mí lo que siempre me gusto es contemplar y contar mis historias. Me gusto que me haya dicho eso. Usted no se preocupe, me dijo con su voz tranquila, “la vida da muchas vueltas, ya le llegara su hora de saber quién es usted y que sabe hacer”, expreso con esa sabiduría que sólo los hombres del campo y de antes tienen. Entendí en ese momento muy bien lo que me quería explicar. Mireme usted, me siguió diciendo con su rostro inmutable, con gestos seguros, pero sin prisa, “no es muy importante la velocidad en la que ande usted en la vida, no importa mucho, fíjese bien, la velocidad que usted tenga para llegar su destino, sino qué y cómo va haciendole para llegar a él”…fue más o menos así su consejo final. Porque se despidió después con un beso y un abrazo. Nos vemos mañana, dijo sonriendo, y con cara de cansancio. Me quede un poco serio, después de la despedida. Me agrado su consejo que desde hace tres jueves constantemente evoco. Y seguro que es cuando voy cambiando a un destino determinado bajo el sol, o cuando viajo en la bici a la cafetería a tomarme un café o leer. O a recordar algúna idea-consejo que a veces uno olvido con tanto relajo que uno trae en la vida…pero eso no es todo, quisiera terminar este relato dándole otro final. Volviendo de la Cuidad de Durango en aquel verano a Ciudad Juárez en la actualidad y mis idas los jueves a la cafetería…
Posted on: Fri, 28 Jun 2013 08:32:36 +0000

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