No, hoy no voy a hacer un ejercicio de ditirambos. Convendrán - TopicsExpress



          

No, hoy no voy a hacer un ejercicio de ditirambos. Convendrán Uds. y yo lo reconozco, que en ocasiones veo muertos. No, eso es de otro guión. Disculpen. Es el licor de la sobremesa que me provoca una cierta distonía neuronal y saltos cuánticos entre las circunvoluciones cerebrales. Iba a decir que en ocasiones soy hiperbólico. Como todo jugador de lo nuestro, y sobremanera los veteranos con cierta capacidad para la expresión oral y el sofisma, que es mi caso. Resulta evidente para los de la secta, pero un cierto poso de indiferencia, o peor, de escepticismo, se apodera del profano cuando escucha por enésima vez la batalla y la apología sin par del altruismo, la bondad, la nobleza, la inteligencia natural y la hombría de bien. Que sí, que existe, pero quizás por influjo benefactor de unas normas, de unos usos mejor, que, hasta no hace demasiado, favorecían toda la retahíla ditirámbica. Sí, ¡oh, Dionisos! -por atenerme a la etimología- qué grandes somos, y cómo nos hemos llegado a constituir en la reserva espiritual del deporte del universo mundo. Qué bondades nos adornan y qué despegados del fango nos hallamos. Algunos hasta se obligan sinalagmáticamente por tales extremos de bonhomía infinita que nos caracterizan. Entonces nos abandonamos al peor nacionalismo, al más localista, al de la adhesión inquebrantable porque lo valemos y somos mejores, al de las sesenta áreas de superficie -no me hagan mucho caso, soy de letras- y olvidamos el reverso tenebroso. (¿Ah, existe? ¡Vendetta, rompes la Omertà!) Sí, como olvidar a a Johan Le Ruox, el Anibal Lecter del Veldt, el masticador de apéndices auriculares engolosinado en 1995 con el pabellón auditivo de Sean Fitzpatrick, el talonador All Black; o a Trevor Brennan, el aguerrido segunda irlandés que militaba con los tolosanos de Francia cuando se apuntó a una refriega en la grada contra Patrick Bamford, el estupefacto hincha de Ulster que presuntamente mentó a su progenitora (¿y qué profesional no hubiera hecho lo mismo?); o Marc Cécillon, tercera línea y ex-capitán francés que disparó a su mujer ante sesenta invitados en su jardín, algo achispado, y a quien restan seis o siete años de condena por redimir, aunque en libertad condicional a la fecha; o Schalk Burger, el tercera Springbok que palpó el fondo de ojo al irlandés Luke Fitzgerald, ala hijo de primera (sería por eso), como aquel anónimo Puma sobre el bondadoso talonador galés Garin Jenkins en el partido inaugural de la Copa del Mundo de 1999. Pongan a continuación su caso, ese que recuerdan más vividamente, acaso el de Gelo, el pelirrojo segunda astur que pisó la cara a mi compañero de tercera línea en Paraninfo, o el del impertérrito tercera maño que destrozó los cruzados a un delantero contrario en un maul de lenta descomposición cuando el balón corría ya entre segundo centro y ala y que inauguró una serie jurisprudencial de daño corporal en el noble deporte del balón de forma extraña. O a aquel flanker de orejas de coliflor que hace botar la cabeza de su rival en el ruck y al que no reprochamos nada porque fuera es un tipo excelso y el doliente contrario no puede perder más neuronas de las que dejó en los últimos terceros tiempos. No rectificaré, aunque vaya metabolizando el jugo de endrinas fermentado. Catarsis y verdad. Y por favor, hagan partícipes de estas frases solamente a los entendidos. A los nuestros.
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 22:55:18 +0000

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