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No solamente el agua Grandes capitales, empresas multinacionales y hasta países compran enormes cantidades de tierra en previsión de una crisis alimentaria. El problema en la segunda mitad del siglo no será solo el acceso al agua sino también la disponibilidad de tierras aptas para el cultivo. Víctor Báez Mosqueira. Bajo el título de “Están comprando el mundo!”, el economista colombiano Beethoven Herrera Valencia, nos señala que el problema central del mundo, hacia el año 2050, será la alimentación y que, con la revolución verde, se pensaba que la tierra no sería problema por la tecnología aplicada a la agricultura, pues se lograría mayor productividad en espacios más reducidos. Pero esa idea está siendo desechada rápidamente, con la cantidad de tierra que están comprando inversionistas privados y hasta gobiernos. Nos dice el profesor Herrera que el multimillonario Soros ha comprado tierras en Argentina para producir agrocarburantes, que un grupo sueco ha adquirido medio millón de hectáreas en Rusia, el fondo ruso Renaissance Capital compró 300 mil hectáreas en Ucrania, la empresa británica Landkom obtuvo 100 mil hectáreas en el mismo país, mientras la Morgan Stanley y la Dreyfus compraron miles de hectáreas en Brasil. Además de las empresas privadas, gobiernos de países que no disponen de tierra cultivable suficiente, también están comprando tierra. Los Emiratos Arabes tienen 900 mil hectáreas en Pakistán y China tiene tierras en Australia, Kazajistán, Laos, México, Surinam y, sobre todo, en Africa. Hasta aquí, en forma resumida, el articulo del profesor Herrera. Ahora nos proponemos dar algunos elementos para construir un escenario entre los años 2050 al 2100 en el mundo, sin dejar de mencionar la compra masiva de tierras en el territorio paraguayo por parte de intereses privados, sin que sepa quien escribe, hasta el momento, de compras hechas por gobiernos extranjeros. El derecho humano a la propiedad forma parte de las raíces de los Derechos Humanos. Está contemplado en el artículo 2 de la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) junto a la libertad, a la seguridad y a la resistencia contra la opresión. Pero la idea era de propiedad para todos. No en balde Víctor Hugo, en “Los Miserables” (1862), habla de la necesidad de democratizar la propiedad. Por su parte, Norberto Bobbio nos dice que el derecho a la propiedad como Derecho Humano ha desaparecido de los documentos más recientes de las Naciones Unidas, como el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, aprobado en 1966. La primera idea entonces es que, frente al proceso escandaloso de acumulación de la riqueza (la tierra entre ellas) se insista en la democratización de la propiedad y hasta en el derecho a la propiedad colectiva. En el Paraguay no resultaría difícil hacer un escenario de lo que podría pasar. Nuestra propia historia está llena de ejemplos en el siglo pasado, a raíz de la venta masiva de tierras. Se formaron feudos, repúblicas aparte dentro de nuestra República. Las empresas como Carlos Casado o la Mate Laranjeira pagaban el salario de la policía de su feudo y hasta tuvimos presidentes que eran abogados de esas empresas. Ellas dictaban la ley y ponían el orden. Hacían lo que querían con sus trabajadores. Por qué no puede repetirse lo mismo en el futuro, con Estados famélicos, debilitados por el liberalismo a ultranza? Así, tenemos una idea de lo que podría ocurrir en los latifundios comprados por las empresas. En cuanto a los extensos terrenos cultivables comprados por estados extranjeros, pueden presentarse variables. ¿Serán ellos enclaves de otros estados en los territorios nacionales? ¿Cómo se dará entonces el debate sobre la soberanía? ¿Usarán mano de obra nacional o importarán trabajadores de sus propios países? ¿Qué leyes utilizarán? En una salida al estilo capitalista, esos estados extranjeros podrían también actuar como corporaciones privadas en el país donde compraron los terrenos. Pero no hay necesidad de adivinar a qué país van a exportar, exclusivamente, los alimentos producidos en los territorios adquiridos con dinero. ¡Qué contradicción! Porque hasta ahora, para el liberalismo, la libre inversión y el libre comercio van juntos. Con la hipótesis que describimos, ya no serán compañeros. Habrá libre inversión pero el comercio estará cautivo. Mientras tanto, los consumidores nacionales pasarán por terribles necesidades de alimentos, encareciéndose los mismos. La tasa de natalidad, inevitablemente, bajará. A estas posibilidades se les llama “variables”. Pero lo que más preocupa aquí, son las “constantes” en la construcción de los escenarios. Y dos de esas constantes son la falta de regulación y el precio relativamente barato de la tierra en nuestros países, lo cual confirma a largo plazo la posibilidad de lo que imaginamos. Hace algunos años escuchamos a un alto funcionario uruguayo decir que el precio de la tierra en Nueva Zelandia es de 36 mil dólares cada hectárea, en Argentina 14 mil y en Uruguay 4 mil. A esto le agregamos que en Paraguay estaría a 2 mil. No esperemos a tener la bola de cristal para adivinar lo que puede ocurrir en nuestro país. Sólo una reforma agraria real, una política que nos lleve a la soberanía alimentaria favoreciendo a los pequeños productores, la democratización de la propiedad (incluyendo la propiedad colectiva) y una regulación contundente pueden cambiar lo que se avecina también para nosotros. No es solamente el agua. También los alimentos de las generaciones futuras.
Posted on: Tue, 13 Aug 2013 20:05:26 +0000

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