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Nota publicada en la edición de hoy en Pagina 12. Por qué nos jodimos Por Martín Rapetti * Quienquiera que analice la evolución económica durante la última década deberá reconocer que la economía se expandió por varios años a “tasas chinas”. Crecieron el producto, el empleo y los ingresos reales. Se observó también una alentadora performance industrial y de las exportaciones no tradicionales. Con la excepción del atraso de las tarifas de transporte y energía, estas virtuosas dinámicas no descansaban en ningún tipo de desequilibrio. Argentina transitaba, por primera vez desde el fin del modelo agroexportador, un proceso de rápido crecimiento con superávits externo y fiscal. En pocas palabras, teníamos una configuración macroeconómica sólida y sostenible. Quienquiera que haga el análisis deberá reconocer también que en algún momento estas dinámicas empezaron a degradarse. La expansión de la actividad comenzó a desacelerarse en un contexto de alta inflación, para luego virar hacia un cuadro netamente estanflacionario. Los ingresos reales y el empleo privado siguieron un magro y luego nulo crecimiento. La industria y las exportaciones no tradicionales describieron una trayectoria similar de desaceleración primero y contracción después. La degradación del cuadro macroeconómico derivó en una corrida contra las reservas del Banco Central en la segunda mitad de 2011, la cual fue parcialmente debilitada con la introducción del cepo cambiario. Hoy la economía está atrapada en ese pantano y pocos vemos una salida no traumática de él. El lector habrá notado mi nebulosa periodización. Describí dos períodos sin precisar cuándo terminó uno y se inició el otro. Fue adrede. El objetivo de esta nota no es establecer cuándo se jodió la Argentina. Esa tarea es controvertida y requiere más espacio del que aquí dispongo. Lo que pretendo es: primero, hacerles notar que hubo un período en el que la economía anduvo bien; segundo, explicarles por qué, y tercero sugerirles por qué se jodió. Muchos factores confluyeron para que la economía marchara bien. El default y la reestructuración de la deuda permitieron que se volcaran muchos recursos al estímulo de la demanda cuando la economía operaba por debajo de su potencial. La mejora de los términos de intercambio y las bajas tasas de interés internacionales también fueron favorables. Pero el factor que quiero resaltar es la decisión del gobierno de mantener el tipo de cambio real competitivo y estable (Tcrce). El Tcrce mejoró la rentabilidad de sectores manufactureros y de servicios transables y estimuló su expansión. Muchos economistas creemos que el desarrollo económico está asociado a la expansión de las actividades transables. Si bien tenemos algunas discrepancias en cuanto a los sectores específicos, coincidimos en que mantener un Tcrce favorece su desarrollo. Un gran volumen de investigaciones documenta que los países en desarrollo tienden a crecer más rápido cuando logran mantener un Tcrce. La experiencia argentina del primer período es un ejemplo. La visión más convencional en economía es contraria a la idea de tener un Tcrce como objetivo de política. Como es complicado perseguir simultáneamente un objetivo real (Tcrce) y otro nominal (baja inflación), la visión predominante sugiere que el Banco Central se aboque prioritariamente al segundo. Ciertamente, una política que persigue ambos objetivos es más compleja, pero es factible. Su éxito depende de una adecuada coordinación de políticas. En particular, requiere que a la política cambiaria y monetaria se le sumen una política fiscal muy activa en su rol contracíclico y una política salarial que compatibilice los reclamos de mejoras salariales con el crecimiento de la productividad (sobre todo de los sectores transables) para evitar pérdidas de competitividad y presiones inflacionarias. Un tercer grupo de economistas cree que el desarrollo está mayormente asociado a la expansión de la demanda interna vía subas salariales y del gasto público. De acuerdo con ellos, el rápido crecimiento económico genera ganancias de productividad que hacen a la producción doméstica competitiva, evitando cuellos de botella externos que limiten el crecimiento. A mi juicio, esta visión menosprecia la posibilidad de que el estímulo a la demanda interna se traduzca antes en subas de precios y salarios que aceleren la inflación, aprecien el tipo de cambio real y provoquen cuellos de botella externos, que en mejoras de productividad que eviten estos resultados. En la transición del primer período al segundo, el Gobierno orientó la política económica hacia una estrategia de fuerte estímulo a la demanda como la sugerida por este grupo. Los resultados fueron aceleración de la inflación, apreciación del tipo de cambio real y cuello de botella externo; la “solución”, controles. Lamentablemente, este remedio no cura el principal problema que sigue latente: el atraso cambiario. El peor escenario es que el Gobierno lo ignore y que su corrección la termine haciendo el mercado en forma de crisis de balance de pagos. * Investigador del Cedes, UBA y Conicet.
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 18:36:15 +0000

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