Os hablaré de Abenader, el centurión romano que azotó a - TopicsExpress



          

Os hablaré de Abenader, el centurión romano que azotó a Jesús. Era árabe de nacimiento y golpeó las espaldas del Señor con una saña despiadada. “Los soldados conducen al Señor a un patio de la fortaleza Antonia, hacia una columna de piedra, donde colocan desde arriba una cadena con esposas. Exigen a Jesús que se desvista Manos sucias lo toman de sus brazos, lo colocan con el rostro contra la columna y cierran las esposas de hierro en sus muñecas. La tortura puede iniciarse. Los soldados comienzan. Con el primer golpe sordo del azote el Señor se contrae bruscamente y se retuerce de dolor; pero ya silba el segundo golpe. Jesús tira de sus cadenas involuntariamente, inclinándose hacia adelante. Entonces los golpes continúan, uno tras otro. En la piel de su espalda se forman al principio rayas blanco-amarillentas, que pronto se hacen rojas. Con nuevos golpes, las rayas hinchadas revientan y comienzan a hacerse hilos de sangre que corren interminables por el cuerpo. Por último se desprenden trozos de piel y carne. Las riendas del azote se colorean en bandas rojas. Podemos pensar cómo serian los gritos que traspasaban muros y techos por la desesperación de los así castigados. También Jesús se retuerce de dolor y gime, sin embargo ni un grito sale de sus labios. Pero como los dolores son tan inhumanos no puede evitar las lágrimas, de modo que sus ojos ya no ven con claridad. Pero su boca permanece cerrada, lo cual hace que el verdugo golpee con mayor fuerza. Ellos toman la silenciosa paciencia del Señor como una provocación: el grito de la víctima es siempre la prueba para los presentes y para el centurión del éxito del trabajo del verdugo. Como Jesús calla y sólo llora suavemente se animan mutuamente para actuar con mayor furia y violencia. Pronto está el suelo enrojecido de sangre y de trozos de piel y en toda la espalda del Señor hay apenas un lugar sano. Jesús continúa moviéndose brusca e involuntariamente y retorciéndose bajo los golpes. Con cada azote que se descarga sobre él gime y suspira por el suplicio, lagrimea y emite algún quejido. Finalmente se desmaya. Como muerto, cuelga de las cadenas. Los soldados dejan de golpear. El centurión se acerca para mirar qué pasó con el castigado y ve que sólo se trata de un desmayo. Entonces bien, se hará una pausa. Pero no por mucho tiempo y el suplicio comienza nuevamente. Con un puntapié es levantado el Señor. Los soldados sueltan por un instante las cadenas y lo dan vuelta: nuevamente se cierran las esposas y se da comienzo a la flagelación de la parte delantera del Santo Cuerpo. Naturalmente, los soldados deben calcular cuidadosamente sus golpes para no lesionarlo mortalmente, aunque esto no significa misericordia. También sobre los muslos y piernas se descargan los golpes. Todo esto va acompañado de sucias blasfemias de boca en boca. Después de un cuarto de hora esta todo el cuerpo desde los hombros hasta los pies sangrientamente golpeado. Por segunda vez el Señor se desploma. El centurión da la orden de parar y aclara que da por finalizada la flagelación porque está el peligro de que el prisionero quede sin vida. Eso estaría en contra de la orden del procurador y seria proceder contra su voluntad, lo que implicaría para él y los soldados un castigo severo. Jesús cuelga de las cadenas en la columna de la flagelación. Está con las rodillas dobladas, la cabeza recostada sobre su pecho, como muerto. Los brazos están estirados v sostenidos por las cadenas. A una señal del centurión los soldados abren las esposas v el Señor cae desmayado sobre la dura piedra, enrojecida por su sangre. Aquel que un día fue alabado como "...el más hermoso de los hijos de los hombres..." (Salmos 45:2), que salió del seno de la Virgen María, el más noble de todos, el que lleva la imagen de Dios, está tendido sobre el empedrado; está allí completamente herido bajo crueles golpes de hombres sin compasión.”
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 17:09:03 +0000

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