PABLO DA SILVEIRA PROFESOR UNIVERSITARIO, - TopicsExpress



          

PABLO DA SILVEIRA PROFESOR UNIVERSITARIO, INVESTIGADOR INSULTOS En el correr de una misma semana, el ministro Lorenzo fue insultado por un grupo de sindicalistas de la enseñanza y la ex directora nacional de Dinama, Alicia Torres, fue expulsada de mala manera de un comité de base adonde había concurrido a dar una charla. En las horas siguientes, varios voceros de la coalición de gobierno condenaron esas agresiones. Una lectura cínica de los hechos puede suponer que esa condena se debió a que los agredidos eran frenteamplistas. Y es cierto que las reacciones de este tipo son bastante menos frecuentes cuando los agredidos son otros. Pero no hay por qué negar que hay aquí algo genuino: a buena parte de los dirigentes de la izquierda uruguaya no les gusta una política que se reduzca al intercambio de agravios. Eso los hace mejores que sus compañeros de ruta kirchneristas y chavistas. Hay algo, sin embargo, que la dirigencia frentista no termina de percibir, y es que esta cultura del agravio que ahora condena es su propia creación. Más exactamente: es un resultado inevitable de su tendencia a borrar la diferencia entre las discrepancias políticas y los conflictos morales. Hace ya décadas que la izquierda se acostumbró a presentarse como la parte moralmente sana de la sociedad. Parecería que a ella le corresponde el monopolio de la decencia, la justicia y la solidaridad. No ser de izquierda, no pensar como la izquierda, no votar a sus partidos, se volvió casi un sinónimo de insensibilidad o corrupción. En los años siguientes al retorno de la democracia, un connotado senador frenteamplista solía dirigirse en exclusiva a los "orientales honestos", que casualmente coincidían con quienes pensaban como él. Aparentemente, no existía la posibilidad de ser honesto y discrepar con sus ideas. Esta manera de ver las cosas se tradujo a la retórica de los grupos de izquierda y de sus aliados sindicales. Hasta las reivindicaciones más crudamente fundadas en el propio interés, como los reclamos de mejora salarial, se presentan en un lenguaje que habla de dignidad y de justicia. La consecuencia es que quien crea que hay otras prioridades pasa a ser inmoral. Y la inmoralidad debe ser combatida por todos los medios. Una vez que se da ese paso, se han creado las condiciones para que cualquier energúmeno dé rienda suelta a lo que considera su santa indignación. Palabras como "corrupto" o "traidor" se convierten en adjetivos fáciles que se usan con asombrosa ligereza. Y nada impide que se vaya más lejos. Hace ya algunos años, un patotero de Adeom le gritó "canceroso" a un jerarca municipal frenteamplista que sufría esa enfermedad. A nadie se le ocurrió desafiliarlo. Eso pudo ser leído como una convalidación implícita de ese salvaje estilo de procesar los conflictos políticos y sociales. Los formadores de opinión que no comulgan con el Frente Amplio están acostumbrados desde hace años a esta clase de destrato. Casi todas las discusiones incluyen una cuota de ataques personales. Las descalificaciones morales abundan y los golpes bajos (como la tergiversación malintencionada de lo que se dice) parecen considerarse armas legítimas para combatir el mal. La dirigencia de izquierda nunca se sintió responsable del daño que causó a nuestra cultura política y a nuestro clima de convivencia. Ahora que empieza a sufrir las consecuencias en carne propia, tal vez desarrolle la sensibilidad que le ha faltado hasta ahora.
Posted on: Tue, 25 Jun 2013 20:12:06 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015