PERSONAJES Y HECHOS IMPORTANTES El VECINDARIO Nosotros vivíamos - TopicsExpress



          

PERSONAJES Y HECHOS IMPORTANTES El VECINDARIO Nosotros vivíamos en la misma casa de adobe que aún se encuentra en el centro del pueblo. Al otro lado de la calle, había una fila de casas llamada El Palomar que iba desde donde hoy se hallan los Pooles hasta La plaza. Ahí vivían unos trabajadores de la Hacienda Montealegre y entre ellos había familiares, amigos y, en general, personas que estimábamos mucho. Privaba entre la gente un gran sentimiento de cercanía; tanto que el vecindario era como una extensión de nuestro propio hogar. Era muy común, por ejemplo, que, al percatarse de que faltaba alguna verdura para la comida, mamá me mandara adonde alguna vecina para que le hiciera el favor de regalarle una mano de guineos. Y de regreso, no sólo traía lo encomendado sino también chayotes, tacacos, plátanos y hasta alguna de las frutas que abundaban en la finca. Igualmente, a menudo llegaba a casa algún chiquillo a quien la mamá mandaba por un pedazo de dulce, un puñito de arroz, frijoles, achiote o algo por el estilo. Y había una gran dignidad tanto en dar como en recibir. Luego estaban las casas de madera, color teja que iban desde el costado sur de La plaza hasta las cercanías de La Pista, de las cuales algunas aún se conservan. Estas casas tenían la particularidad de tener al frente una huerta donde se daba una colorida y bella convivencia entre hortalizas y una gran variedad de flores. Zanahorias, lechugas, culantro, rábanos y alguna planta medicinal se daban cita con rosas de diversos colores, platanillas, chinas y arbustos de San Juanillo. Donde había un espacio más grande, crecían matas de ayote, chayoteras y tacacos que todos cuidaban y compartían. Después estaba La Finca. Sin perjuicio de la autoridad del patrono y de su mandador, de alguna manera La Finca era un lugar grato a la comunidad. Era cuestión de pedirle permiso a Tián y, con la advertencia de no quebrar ramas, uno podía disfrutar de los árboles de naranja de Trapiche, los cuales se extendían a ambos lados del callejón. Y de regreso a casa, venía uno con un saco lleno de estas deliciosas frutas. Igualmente, íbamos a Cuajiniquiles, que estaba lleno de guabas de caite, chilillos y los cuajiniquiles propiamente dichos. También había abundancia de guineos, plátanos, bananos y verdolaga. Cuajiniquiles era también una de las rutas de entrada al majestuoso Río Virilla, elemento de gratos recuerdos para quienes vivimos la magia de un río limpio, santuario de patos, garzas, aves migratorias y otras especies animales. Era como un brazo de la montaña donde unas y otras generaciones aprendieron a nadar y a disfrutar de tal manera que los muchachos de ahora no podrían imaginar. Más al oeste, en La Pitahaya, había trabajadores de unas fincas grandes y pequeños propietarios que formaban parte de esta comunidad y compartían su realidad, sus sueños y sus aspiraciones. Al oeste, Lagunilla, un pequeño caserío que convocaba a los pueblos circunvecinos para las fiestas en honor a La Virgen cada diciembre. Y un poquito más allá, El Bajo de El Virilla, un caserío surgido en la ribera oeste de este río, cuyos habitantes también mantuvieron siempre una relación cercana con la gente de El Barreal. En la calle Heredia también había un caserío y más hacia el norte estaba San Francisco de Heredia, una comunidad que participaba muy entusiastamente en las actividades, turnos y fiestas cívicas de El Barreal. En este espacio y en este pueblo, surgieron personajes que dieron un aporte importante en la construcción de la identidad comunal. Pulperos, barberos, rezadores, cuenta-cuentos, músicos, poetas, artesanos, constructores, servidores comunales, bailarines, jugadores de fútbol y, en general, gente dotada de habilidades y talentos singulares, dejaron una huella profunda por la pasión con que emprendieron sus proyectos. LA CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA Debe haber sido a finales de los años cuarentas. Lito Bolaños, un hombre recordado por su bondad y su inteligencia, hizo la maqueta que habría de servir de guía para la construcción de la iglesia. El pueblo se organizó en diversas actividades necesarias para el cumplimiento de la meta. Una de ellas, posiblemente la más recordada por el inmenso sentido de cooperación ahí desplegado, fue la fila humana que sacaba la piedra y la arena del cauce de El Virilla y la pasaba de mano en mano hasta la parte alta, donde esperaban los carreteros para trasladarla hasta el sitio de la construcción. Ya levantada la edificación, las funciones religiosas se desarrollaron más cómodamente y la iglesia tuvo un liderazgo muy importante en la vida de la comunidad, tal como se podía observar en las actividades recreativas, culturales y deportivas que constituían el programa de los turnos y de las fiestas de marzo en honor al Patrono San José Obrero. Así mismo, en esta visión religiosa, tuvo cabida una interesante incursión de carácter político-sindical que desembocó en la formación de un sindicato de trabajadores, inspirado en la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII. LAS BARBERÍAS Mi tío Miguel Garro y Carlos Camacho eran peones de la finca y barberos después de las labores agrícolas. Vivían en El Palomar Al igual que las pulperías, las barberías tenían la cualidad de ser ambientes apropiados para la tertulia, la discusión política, el comentario de fútbol y todo lo referente a la vida en este pueblo. Sin embargo, un acontecimiento muy singular, y años más tarde relacionado con hechos y figuras de la vida política nacional, se dio en la barbería de Carlos Camacho: un hombre joven, con una participación importante en la construcción del naciente Partido Liberación Nacional, venía a pie desde La Valencia a conversar con los trabajadores de las fincas cafetaleras, acerca de la necesidad de organizarse como gremio, para lo cual traía la propuesta de la visión sindical de la Rerum Novarum. Aunque esta dinámica tuvo una vigencia meramente temporal, le cupo el mérito de haber provocado un encuentro o una confrontación, como quiera verse, con otras ponencias y otros líderes político-sindicales. Me decía una vez Manuel Loría que, a pesar de su militancia en el partido de Don Pepe y de su condición de católico, él consideraba que había tenido el gusto de presenciar los debates político-sindicales más interesantes de su vida, gracias a la participación no sólo de Luis Alberto Monge, el Padre Benjamín Núñez y Uladislao Gámez, sino también de Manuel Mora y Jaime Cerdas, a quienes –decía Manuel- los peones aprendieron a admirar, guardadas las distancias ideológicas. Años más tarde, con ocasión de las campañas electorales, Luis Alberto visitó este pueblo para solicitar a sus viejos contertulios, a quienes llamaba por sus nombres, el voto para don Chico, don Pepe y don Daniel respectivamente y, por supuesto, para él mismo cuando le tocó ser candidato presidencial. Ya en el ejercicio de su mandato, volvió a venir mientras se llevaba a cabo la campaña electoral, en una solapada participación a favor del candidato de su partido, Oscar Arias. En ese entonces, retomó el tema de sus conversaciones con los peones en la barbería de Carlos Camacho y, con la lealtad cultivada desde décadas atrás, los peones le respondieron afirmativamente al líder que llegaba a pie a visitarlos y que algunas veces hasta unos tragos compartió con ellos.
Posted on: Fri, 02 Aug 2013 14:18:32 +0000

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