PRIMEROS CAPITULOS DE LA DEBILIDAD DEL MARINE EN EXCLUSIVA: C. - TopicsExpress



          

PRIMEROS CAPITULOS DE LA DEBILIDAD DEL MARINE EN EXCLUSIVA: C. J. BENITO LA DEBILIDAD DEL MARINE INDICE Dedicatoria Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capitulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 OTRAS OBRAS DEL AUTOR Contacto © 2013 Safe Creative All rights reserved Diseño de portada: Alexia Jorques - Ediciones digitales Página web: alexiajorques Dedicatoria A mi mujer Ana sin cuyo apoyo, confianza y amor no hubiera sido posible. C. J. BENITO Agradecimientos A Cristina, Carmen, Uge, Itziar, Fátima y el resto de mis lectoras Vips, al grupo de facebook Club de encuentro entre escritores y lectores, a la web raven-heart, a Mariela y al grupo de facebook Club de lectura: con un libro entre las manos. Capítulo 1 Basora (Iraq) En una sucia habitación de un edificio de cuatro plantas, tres soldados torturaban a un hombre de pelo corto y negro. Su cuerpo estaba plagado de cortes, la sangre resbalaba por su cuerpo, manchando su desvencijado uniforme del cuerpo de marines. Con sus ojos verdes observaba en silencio a sus captores. Uno de los soldados el más gordo y moreno portaba un kalashnikov, otro delgado, calvo y desgarbado era el experto al que le gustaba jugar con un machete y el último un tipo de profusa perilla negra, lo miraba sin pestañear con la mano puesta en la funda de su pistola nueve milímetros. –Rango– preguntó el tipo del machete. –Toca pelotas del ejército Iraquí –contestó el marine mientras escupía algo de sangre, producto de un fuerte puñetazo que había recibido por sus respuestas simpáticas. El tipo de la pistola, le propinó un culatazo que terminó de romper su maltrecho labio superior. –Nombre –dijo riendo el tipo del machete. –Bésame el culo– respondió el marine. Otro culatazo acarició su cara. –Joder tío, haz el favor de llamar a tu hija, estoy seguro de que ella sabrá pegar con más fuerza. –dijo el marine. El tipo del machete dio un paso atrás para dejar espacio al tipo de la pistola. –Se acabó perder el tiempo con este sucio yanqui. Pagaréis con vuestra sangre el haber osado invadir nuestra sagrada tierra. –dijo el tipo de la pistola. El marine tanteó la silla de madera a la que lo habían atado, parecía estar en mal estado. – ¡Sabes! Ahora que te veo de cerca, noto un cierto parecido. ¡Ah claro! Ahora recuerdo me tiré a tu madre varias veces, no veas como chillaba la golfa. –gritó el marine. El tipo de la pistola le dio un culatazo tan fuerte que lo hizo caer al suelo. La deteriorada silla no pudo resistir el impacto y se destrozó, lo que permitió al marine tener la suficiente movilidad como para poder librarse de sus ataduras. Entrelazó sus pies rodeando los pies del tipo de la pistola, lo que le hizo caer encima suya. Agarró su arma y disparó en la cabeza al tipo del machete y al del kalashnikov, que para cuando pudo salir de su asombro lucía un agujero de bala en la nuca. La puerta de la habitación se abrió de golpe, un soldado irrumpió en la habitación pistola en mano. El marine lo abatió sin contemplaciones mientras con el brazo izquierdo seguía ahogando al tipo de la pistola. Dejó de estrangularlo y lo apartó con rudeza hacia un lado, se levantó rápidamente. Apuntó con el arma a la cabeza del soldado. –Mi nombre es Frank García teniente de los marines de los Estados Unidos. –un disparo segó la vida del soldado. El marine hizo recuento del armamento, cerró la puerta y se desvistió. Tomó la ropa del soldado más delgado y kalashnikov en mano abandonó la habitación. El piso estaba despejado y el resto del edificio lo ocupaban civiles, lo que facilitó su huida. Por la calle se cruzó con un soldado que lo saludó, por fortuna tenía nociones básicas de árabe. Le saludó y continuó su camino sin mirar atrás. Cinco calles después confiscó una moto a un civil, al que no le hizo ninguna gracia, no dejaba de protestar y maldecir. Circuló a toda velocidad, debía abandonar lo antes posible la ciudad o ya no habría una segunda oportunidad. No muy lejos de allí se podían escuchar los cañonazos de los abrams m1. Pero llegar hasta allí no sería fácil. Bordeó las líneas para esquivar el grueso de las fuerzas iraquíes. Abandonó la moto y continuó a pie hasta llegar a un cráter producido por el impacto de un proyectil. Decidió esperar a la noche para reanudar la marcha. Cerró los ojos y trató de descansar, pero los cortes en la carne y unos labios que parecían gemir de dolor por si solos, no facilitaban las cosas. Por la noche se acercó reptando entre las líneas enemigas, a menos de cien metros había un pozo de tirador con dos soldados iraquíes que disparaban sin descanso una ametralladora. Lentamente se acercó a ellos, acercó su arma y apuntó a la cabeza del primer soldado. Un disparo y cayó al suelo, cuando el otro se giró hacia él, paró una bala con los dientes. –No debió ser agradable –pensó Frank. Siguió avanzando reptando en silencio, tardó horas en acercarse a la posición americana, donde un marine se percató de su presencia. El fuego amigo casi acaba con él. Arrancó un trozo de tela y lo ató al cañón de su fusil. Lo levantó al aire y ondeó el trozo de tela a modo de bandera. Los marines dejaron de disparar. – ¿Quién va?–gritó el marine. –Teniente de los marines Frank García. – ¿Y cómo sé que es realmente un marine?–gritó. – ¡Maldito pelele! Me han torturado durante días por salvar el culo a diez marines patanes como tú. ¡Déjame pasar o haré que limpies letrinas toda tu puñetera vida!–gritó Frank. El marine miró confundido a su sargento, que riendo le ordenó que le dejara acercarse. Capítulo 2 Seis meses después California Frank recorría la ruta 76 en su land cruiser negro. Escuchaba un cd de música celta, en un intento de relajarse, aunque sin mucho éxito. Su estancia en Iraq le había dejado unos recuerdos imborrables. No podía dejar de pensar en aquella habitación, faltó poco. Divisó un burguer, condujo hasta él y aparcó en el viejo y descuidado parking. –Espero que la comida este mejor que el parking– pensó. Cerró la puerta del todo terreno y entró dentro del establecimiento. Varios tipos algo pasados de peso lo miraron desde la barra. A la derecha de la barra había una hilera de estrechas mesitas bordeadas por un sillón en forma de u que las rodeaba. El lugar apestaba a café malo, sudor y comida llena de colesterol. Se sentó en el primer sillón que encontró libre y miró la carta. No había nada especial y costaba mirar los platos que contenía, ya que las numerosas manchas los tapaban y él desde luego no estaba dispuesto a limpiarlas. Una camarera de unos sesenta años y con un look algo hippy, se le acercó. Se podía escuchar a un kilómetro como mascaba chicle y su continuo babear. – ¿Qué vas a tomar guapo? –Hamburguesa especial y una lata de coca cola, todo para llevar porfavor. –Respondió Frank conteniendo las ganas que tenía de salir pitando de aquel nauseabundo lugar. –En seguida te lo traigo. –contestó la camarera mientras le guiñaba un ojo, extremadamente pintado con sombra de ojos rosa. Frank se centró en mirar por la sucia ventana de cristal tintado. Dentro de unas horas tenía que presentarse en su nuevo destino. Aquella estúpida norma que obligaba a cambiar de destino cuando asciendes de rango, casi le provoca una úlcera. Sus hombres lo eran todo para él y ahora estarían en manos de a saber que capullo. Como salida de la nada, la camarera dejó una bolsa de papel que contenía su pedido en la mesa. Frank sacó la cartera y le entregó diez dólares. –Quédese con el cambio. –sugirió Frank mientras cogía la bolsa y abandonaba el burguer. Tras él la camarera tomó el dinero y lo guardó en su escote. De vuelta al vehículo, cogió un puñado de patatas y se las metió en la boca. Arrancó el motor y reanudó la marcha. Aunque tenía bastante hambre, deseaba parar en otro sitio más solitario y no tardó en encontrarlo. Aparcó en un claro del bosque, debía ser un camino de leñadores porque había marcas de gruesos neumáticos que recordaban a los tractores. Agarró la bolsa con la comida y salió del todo terreno. Allí todo era paz, se podía respirar a pleno pulmón. Se sentó en un viejo tocón de roble y abrió la bolsa. Dentro encontró un pequeño trozo de papel. Lo cogió y lo desplegó con cuidado. –Esta mujer desvaría. Pues no me ha dado su número de teléfono. – Frank hizo una bola con el papel y lo arrojó a sus espaldas. Devoró las patatas y la hamburguesa, no estaban mal de sabor, pero prefería no pensar en la higiene con que las hubieran preparado. Dio un buen trago de refresco y se quedó allí parado, otra vez acudía a su mente el recuerdo de aquella maldita habitación. Terminó la coca cola y la guardó en la bolsa junto a los envoltorios de las patatas y la hamburguesa. Con la bolsa en la mano regresó al todo terreno, aún le quedaba un buen trecho hasta llegar a la base. Continuó por la 76, los pueblos se sucedían uno tras otro, Bonsall, San Luis Rey... parecía un buen sitio para vivir. Cuando llegó a Oceanside se desvió a la derecha por una carretera que lo llevaría a Camp Pendelton, su nuevo destino. Unos diez minutos más tarde estaba parado frente a la garita de la entrada de la base, donde un marine vigilaba la entrada con su m-16, mientras su compañero un cabo se acercaba con precaución al vehículo. Frank sacó por la ventanilla su identificación. El marine lo revisó, le saludó con la mano y ordenó al otro marine que levantara la barrera que impedía el acceso. Frank arrancó el motor y se internó dentro de la base, que a sus ojos era considerablemente mayor a su anterior destino. Aquello parecía el Disneyworld de los marines, una auténtica ciudad. Capítulo 3 Después de dejar el todo terreno en el aparcamiento reservado para las visitas, abrió la puerta trasera y sacó una maleta. Entró en uno de los barracones y le pidió al sargento de guardia que le dejara cambiarse en su habitación. Una vez estuvo vestido con el uniforme de gala de los marines, abandonó el barracón y se encaminó hacia el edificio de mandos, donde debía presentarse al Mayor Rap. Cruzó la larga calle esquivando las idas y venidas de varios vehículos militares. No entendía que ocurría, pero lo cierto es que la base parecía en estado de alerta. En el edificio de mandos un sargento se ofreció a guiarle hasta el despacho del mayor. Subieron tres plantas en un pequeño ascensor. El sargento le informó que la base estaba cerrada al público hasta que terminaran las maniobras internacionales. Eso explicaba aquel bullicio –pensó Frank. La puerta del ascensor se abrió, el sargento se despidió y pulsó el botón de la planta baja. Frank después de agradecerle su ayuda, se despidió y tomó el pasillo que le había indicado el sargento. No tardó en estar frente la puerta del despacho del mayor. Tocó dos veces a la puerta y esperó que le dieran permiso para entrar. Unos segundos después una voz grave le indicó que podía pasar. Frank giró el pomo de la puerta y entró. El mayor era un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto, de pelo canoso y prominente barriga. Nada más entrar, aquel hombre lo miró como si tratara de analizarlo. Frank se cuadró ante él. –Se presenta el capitán Frank García. –Descanse capitán. Ya me habían informado de su llegada. Como ha podido observar, nos pilla en mitad de unas maniobras internacionales, estamos algo colapsados. –Estoy listo para incorporarme al servicio activo, señor. –Ya veo. Estará al mando de la compañía Trébol. Espero que usted sea capaz de enderezar esa maldita compañía. Su predecesor, acabó tan harto que pidió ser destinado a intendencia. –explicó el mayor. –Puede estar tranquilo mayor. Cuando acabe con la compañía Trébol, será la mejor compañía de la base. –anunció Frank. –Eso espero, de lo contrario... la compañía entera será licenciada del cuerpo con deshonor. –dijo el mayor con seriedad. –Señor me gustaría saber dónde puedo alojarme. –preguntó Frank algo nervioso. –Me temo que no me es posible darle alojamiento. Los barracones están llenos, las casas libres han sido asignadas a los oficiales de los diferentes ejércitos que participan en las maniobras y el resto de las residencias están siendo reformadas. Por lo menos hasta dentro de uno o dos meses no le garantizo un alojamiento digno. Tendrá que buscar algo fuera de la base. Frank se cuadró, saludó al mayor y sumamente contrariado, abandonó el despacho. Una vez en el ascensor, no podía disimular su enfado. – ¡Dónde demonios voy a alojarme! Dejó el edificio de mandos y caminó hacia el economato, donde varios soldados atendían a varias mujeres, que debían ser esposas de los militares que vivían en la base. Se acercó a una estantería que estaba llena de revistas y cogió unos cuantos periódicos entre ellos el Dayly Press, Los Ángeles Times y el Telegram Tribune. Pagó los periódicos y un paquete de halls. Rompió el envoltorio y se echó un caramelo a la boca. Eran las dos de la tarde y no tenía ni idea de donde dormiría esa noche. Temía tener que dormir en el todo terreno. Preguntó a un soldado donde estaba la sala de oficiales y se dirigió con paso firme hacia allí. Necesitaba una mesa y un teléfono para comenzar su búsqueda. Recorrió un pequeño jardín que dejaba claro que por él no había pasado el toque femenino y subió una pequeña escalera que daba acceso a la sala. Un teniente que estaba sentado en una mesa leyendo el periódico se levantó y lo saludó. Frank devolvió el saludo y miró a su alrededor, por fin encontró lo que buscaba, junto a la barra del pequeño bar de oficiales había un teléfono. Rápidamente saltó al taburete, sacó un bolígrafo y empezó a marcar números telefónicos de hoteles. No tuvo mucha suerte desde el Motel 6 hasta el Confort Suites-Marina, estaban al completo. Había una convención de dentistas en la zona y no parecía haber nada libre en la ciudad. Miró algunos anuncios en los que alquilaban habitaciones, pero ninguno le convenció. Agarró los periódicos, los aplastó con las manos y los arrojó a una papelera cercana. –Veo que sigues igual de agradable. –dijo un hombre alto, de pelo y ojos negros como el carbón. Frank se giró y por unos instantes no podía creer lo que veía. –No puedo creer que aún estés en el cuerpo y encima te ascienden a teniente. –dijo Frank riendo. – ¡Ven aquí mamonazo! –gritó el recién llegado. Ambos hombres se abrazaron de forma poco delicada. – ¿Qué carajo haces aquí Dax? –Ya ves me retiraron de la acción, después de que una mina volara mi hummer. –Pero ¿estás bien? –preguntó Frank muy preocupado. –Todo bien y en su sitio. –respondió Dax. –me metieron en intendencia y ahora me dedico a dar uniformes y que no falte de nada en esta dichosa base. Un rollazo, pero mi mujer está encantada de tenerme todo el día en casa. – ¿Cómo está la bella Hellen? –preguntó Frank. –Bien, siempre atareada con el pequeño Tom. Bueno y dime, ¿por qué estás tan cabreado? – ¿Te puedes creer que no hay ningún alojamiento libre ni en la base ni fuera de ella? –Yo te diría que te vinieras a mi casa, ya sabes que Hellen te adora desde que me salvaste el culo en Basora. Pero lo cierto es que no tengo ninguna habitación libre y mi sofá es capaz de romperte todos los huesos. Pero, estoy recordando... ¿te importa compartir casa? –En estos momentos estoy desesperado. –dijo Frank rascándose nervioso la cabeza. Dax sacó una libreta de uno de los bolsillos de su guerrera, tomó un bolígrafo del bolsillo de su hombro y comenzó a anotar una dirección. –Di que te mando yo. Es una casa grande, prácticamente será como vivir solo y encima con vistas al mar, te va a encantar. –Y ¿cómo es el dueño? –Genial, te va a encantar. Bueno ya hablamos otro día con más tranquilidad, ahora tengo que dejarte los de cocina me llevan loco. –Dax golpeó amistosamente el hombro de Frank y se marchó. Frank regresó al barracón para cambiarse y voló hacia la casa que alquilaba una habitación. Era viernes y hasta el lunes no debía incorporarse a su compañía. Por otro lado si no conseguía la habitación, se arriesgaba a pasar el fin de semana en el todo terreno. San Diego era sin duda un buen lugar para vivir, pero no se hacía ilusiones, en cualquier momento lo podían destinar a cualquier rincón del planeta. Al no tener familia, era el candidato perfecto para los peores destinos. Cogió la carretera hacia Oceanside y cruzó el paseo marítimo, hasta conectar con la parte más antigua donde había una pequeña barriada de casas más modestas. Casi al final de la última calle, encontró la casa. Era una casa antigua, de dos plantas y para su gusto algo destartalada. Pero bueno serviría, era algo temporal. Bajó del todo terreno y cruzó la calle en dirección a la puerta de la casa. Subió los escalones del porche y tocó al timbre. El porche estaba lleno de sillas y una pequeña mesa echa a partir de palets de construcción se imponía en la parte central. –Menudo mal gusto–pensó Frank. La puerta se abrió y Frank casi se cae al suelo de la sorpresa. Una joven delgada, de cabello castaño claro y unos brillantes ojos azules le miraban con sorpresa. – ¿Sí? –Me envía Dax... por la habitación en alquiler. –tartamudeó Frank. La chica lo miró algo contrariada, pero pronto su mirada se tornó amigable y alegre. – ¡Ah! Claro. Son cuatrocientos dólares al mes, con acceso total al resto de la casa. Frank titubeo, no estaba dispuesto a convivir con una mujer. Le gustaba mantener su intimidad y también estar en ropa interior por casa. –Mire señora... Dax no me dijo que la habitación la alquilaba una mujer. No se ofenda pero, nunca he vivido bajo el mismo techo que una mujer y no creo que me sintiera cómodo. Lo siento seguiré buscando. – Frank dio media vuelta y bajo los escalones del porche. –Podría intentarlo al menos. –rogó la mujer. Frank se giró, aquella mujer parecía muy triste. De mala gana regresó hasta la puerta de la casa. –Señora soy un marine, duro, frío e insoportable. No me gusta dar explicaciones, ni que me controlen, no sería fácil convivir conmigo. –No se preocupe, no se enterará de que estoy aquí. Porfavor, necesito el dinero. –la mujer le miró con expresión de tristeza, casi parecía que fuera a echarse a llorar. –Está bien –dijo Frank malhumorado. Meneó la cabeza y cruzó la calle. Mientras él sacaba su equipaje del todo terreno, ella lo miraba, no estaba mal el marine, un poco capullo pero bien parecido. –Serás un marine muy duro, pero te has tragado mis lágrimas de cocodrilo. –sonrió la mujer mientras entraba dentro de la casa. Capítulo 4 Frank soltó sus cuatro macutos en el salón de la casa. El salón parecía acogedor con su chimenea, un sillón rinconera de aspecto mullido y confortable. Una pequeña mesa en la parte central y justo enfrente una televisión led de treinta y siete pulgadas más o menos. Las paredes no estaban muy recargadas, sólo algún que otro cuadro de temática paisajística. –Por cierto me llamo Megan Kreig. –anunció la mujer. –Frank García. –dijo él algo cortante. Se sentía muy incómodo, no se hacía a la idea de vivir con una mujer. –Acompáñame, te mostraré tu habitación. Está en la planta de arriba junto a la mía. Escuchar aquello, lo remató. Encima dormirían separados sólo por una diminuta pared de madera. –Deja que te pille Dax. –masculló. –Esta me la pagas. Megan abrió una de las puertas y le mostró su habitación. Era sencilla una cama alta, aunque bastante antigua, un escritorio a la derecha de la cama y una cómoda con una televisión al frente de la cama. Más cuadros de paisajes y un pequeño servicio. –Genial. –pensó. Al tener servicio no tendría prácticamente que salir de la habitación. –Sí necesitas algo estaré en el jardín. –informó Megan. Frank se limitó a asentir con la cabeza. Bajó por sus cosas y regresó a su habitación. Fue a echar el pestillo, pero la puerta no tenía lo que le fastidió bastante. Sacó sus cosas y las repartió como pudo en el dentro del mobiliario del dormitorio. El armario empotrado pronto estuvo lleno de su ropa militar y su escasa ropa civil. No era una persona sociable, su vida era el cuerpo de marines. Siempre que podía se presentaba voluntario a todas las misiones, con tal de no tener tiempo libre. A veces envidiaba a Dax, tenía a Hellen y a Tom. Él estaba sólo. Sacó un pequeño reproductor de dvd portátil y su pequeña colección, Rambo, Rocky, Hermanos de sangre, The pacific... casi todo bélico o drama. La colocó en la cómoda junto a la televisión. Conectó el reproductor y probó si funcionaba el sistema. La televisión era buena en cuanto a calidad y el reproductor marchaba bien. Aquella noche se pondría alguna película para intentar mitigar su malestar. Sacó sus auriculares inalámbricos y conectó el emisor a la televisión. Le gustaba ver la tele por la noche y con bastante volumen. Cuando terminó de colocar sus cosas, se sentó en la cama. A sus treinta y dos años, todas sus pertenencias sólo ocupaban cuatro macutos. –Patético. –pensó. En el jardín Megan se sentó frente a su caballete, cogió un pincel y lo impregnó con un poco de óleo azul. Aquel encargo se le antojaba imposible, siempre pintó paisajes y pintar una playa con una pareja paseando no debía ser una tarea tan complicada. Pero los recuerdos de su anterior relación le boicoteaban la creatividad. Intentó una y otra vez, retocar el cielo y el mar pero pintar la pareja... simplemente no podía. Acabó abandonando el cuadro, guardó todo su material en un pequeño cuartillo del jardín que solía usar como estudio cuando llovía y entró dentro de la casa. Preparó algo de té, pensaba ofrecerle a su inquilino, pero no parecía ser el típico hombre que agradecería ese detalle. Se sentó en un banquillo y apoyo la cabeza contra la pared. Por lo menos ese mes tendría dinero para los gastos y quizás algún caprichillo si conseguía que el marine aguantara en casa unos meses. Hacía tiempo que el mercado de los cuadros estaba de capa caída. La gente prefería comprar copias industriales de cuadros famosos. La tetera silbó y Megan no tuvo más remedio que levantarse y apagar el fuego. Se sirvió el té en una pequeña taza y se sentó en una de las sillas de la pequeña mesa de la cocina. Mientras esperaba que se enfriara un poco su bebida, no pudo evitar pensar que su vida había perdido el rumbo. Se consideraba una chica alegre y positiva, pero desde que Jeff empezó a acosarla, en un intento desesperado de volver con ella, estaba muy angustiada. Recordó como tuvo que llamar a la policía para que se lo llevaran, después de que le pusiera un ojo morado. Siempre odió a los hombres que no dudaban en levantar la mano a una mujer. Pensó en el marine, un tipo duro como él, ¿sería de esos? No lo conocía pero en sus ojos notaba algo que le daba a entender que él no era de esos. Desde Jeff, no había vuelto a salir con nadie y a sus veinte y ocho años ya tenía una edad para sentar la cabeza. Frank bajó las escaleras y entró en el salón, al no encontrar a Megan, siguió buscándola por el resto de la casa hasta que la encontró en la cocina, con la cabeza entre sus manos, mirando el mantel de la mesa de forma inexpresiva. Aquella imagen le provocó una sensación extraña en el estómago. No era un tipo sensible pero era humano. – ¿Está bien? –preguntó Frank temeroso de que ella lo mandara al infierno por meterse donde no le llamaban. Megan levantó la vista y le dedicó una sonrisa que lo hizo estremecer. –Sí, sólo pensaba en mis cosas. ¿Necesitas algo? –No sólo quería pagarte el mes por adelantado. –dijo Frank mientras dejaba el dinero encima de la mesa. –Ahora tengo que salir. –Espera. –repuso Megan. –Si vas a salir mejor que te de las llaves de la casa. –Megan se levantó hurgó en uno de los cajones hasta encontrar unas llaves que le entregó a Frank. Sentir el contacto de su suave y delicada mano, le produjo un escalofrío. Al duro marine le temblaban las piernas ante una mujer bella, lo sabía pero no podía evitarlo. Aquella mujer lo atrapaba con sus ojos azules cristalinos y su pelo largo y castaño. Capítulo 5 Frank salió de la casa, Megan ya le había asignado su espacio en el frigorífico por lo que necesitaba comprar algo de comer. No muy lejos de allí encontró una pequeña tienda de alimentación. Abrió la puerta de cristal y sonó una campanilla y un timbre, desde luego allí no pasaría desapercibido. Una mujer delgada y demacrada atendía el mostrador. Agarró algo de comer y de beber, pagó y abandonó la tienda. Fuera de la base se sentía fuera de lugar en cualquier sitio. De regresó a casa comprobó con desagrado que la casa contigua la ocupaban cuatro tipos de mal aspecto y peor educación. La música rap sonaba con estrépito y un tipo bastante gordo parecía corear al cantante Eminem, mientras movía su gordo culo. Otro larguirucho y de origen asiático, bebía cerveza, mientras dos tipos de color se limitaban a animar a su amigo el bailarín. Apenas introdujo la llave en la cerradura, la puerta se abrió sola. Megan que no lo esperaba chilló asustada. –Frank, no te esperaba. –me voy con unos amigos te dejo toda la casa para ti sólo. Frank se limitó a dejarla pasar y sonreír cuando ella no lo veía. Megan montó en su pequeño chevrolet azul y Frank contempló cómo se alejaba calle arriba. –Bueno ahora a comer. –llevó la bolsa hasta la cocina y sacó una enorme lata de frijoles, diez paquetes de salchillas y varios pack de cerveza. Colocó como pudo sus provisiones en las bandejas del frigorífico. Rebuscó en los armarios hasta dar con una olla. Encendió el fuego, abrió la lata y vertió el contenido de la lata en la olla. Pacientemente fue moviendo los frijoles hasta que le pareció que estaba suficientemente caliente. Buscó un plato hondo y se sirvió generosamente. Se sentó a la mesa y cuchara en mano se dispuso a degustar semejante manjar. Nada más probar la primera cucharada, el estómago se le cerró, el hedor de los frijoles era insoportable, parecía como si hubieran añadido un pañal de bebe bien cargadito. Hizo un esfuerzo por no vomitar, entre otras cosas porque no sabía donde hacerlo. Vació el plato en la olla la tomó del asa y subió las escaleras. La puerta del baño estaba abierta lo que le dio una idea. Vació la olla en el wc y tiró de la cisterna. Para su horror el wc se atrancó y el agua y los frijoles comenzaron a subir hasta casi rebosar la taza. –No maldita sea, traga, traga... y ahora que hago. –Miró a su alrededor y vio el cable de la ducha. –eso es. –pensó. –abriré el grifo de la ducha y como el agua de la ducha sale a presión conseguiré desatrancarlo. –nada más abrir el grifo Frank quedó totalmente empapado. Megan debió dejar conectada la ducha y en lugar de salir el agua por el grifo lo hizo por el mando de la ducha. El cuarto de baño estaba anegado, el wc atrancado y Frank mojado a la vez que hambriento. Agarró la escobilla del wc y con el mango consiguió desatrancarlo. Bajó las escaleras y registró la casa hasta dar con un cubo y una fregona. Secó el cuarto de baño y regresó a la cocina.–Bien, tendré que comer salchichas. –rasgó el paquete y las colocó en el plato junto con un tenedor y lo metió en el microondas. Marcó dos minutos y esperó a que se hicieran. Nada más se conectó el microondas el metal del tenedor provocó una serie de chispazos que acabó averiando el aparato. Frank lo apagó y desenchufó, cuando abrió la puerta las salchichas le reventaron en la cara. Frank agarró el microondas, salió de la cocina y lanzó el pequeño electrodoméstico al jardín. Decidió darse una ducha y marcharse a la cama, ya no tenía ganas de comer sólo quería que pasara ya aquel maldito día. Capítulo 6 A la mañana siguiente, Megan se levantó con los ojos casi cerrados aún y bajó a la cocina. Abrió una alacena y sacó una taza grande de porcelana. Cogió una botella de leche del frigorífico y rebuscó en un cajón uno de esos sobres de café que tanto le gustaban. Alzó la taza dispuesta a meterla en el microondas y fue entonces cuando se percató de que no estaba. No se explicaba que podía haber pasado, hasta que por pura casualidad le dio por asomarse a la puerta de la cocina y vio el microondas tirado en mitad del jardín. –Dichoso marine. Lo dejo un rato sólo y ya me ha roto un electrodoméstico. Al menos el resto de la casa está intacta. –pensó. Se preparó el café calentando la leche en la cocina de gas y revisó el frigorífico. No tenía ni idea de que iba a comer ese día. Se quedó atónita al ver que la parte del marine estaba llena de salchichas y cerveza. Frank apareció en la cocina. Llevaba puesto un pantalón corto de deporte y una camiseta de manga corta con el emblema de los marines. –Te compraré un microondas. –dijo Frank algo colorado. –Salchichas y cerveza. No sabes cocinar ¿verdad? –preguntó Megan. –Siempre como en el comedor de la base y en las misiones me dan raciones. –admitió Frank avergonzado. –Bien haremos una cosa. Me pagarás un extra y yo me encargaré de la comida. Pero eso sí, con una condición... comerás conmigo, nada de llevarte la comida a tu habitación como un ermitaño. De mala gana Frank asintió con la cabeza, el recuerdo de la noche anterior aún pesaba en su ánimo. Por la tarde Frank regresó a casa después de comprar un microondas nuevo. Lo instaló en lugar que ocupaba el antiguo y subió a su habitación. Se quitó la ropa, quedándose únicamente con la ropa interior. Encendió la televisión e hizo un poco de zaping. La puerta de la habitación se abrió y como un huracán entró Megan. Frank casi desnudo se colocó la almohada en un patético intento de taparse, pero lo único que consiguió es perder el equilibrio y acabar cayéndose de la cama. – ¡Te agradecería que llamaras antes de entrar! –exigió en tono tajante Frank. –Perdón, como es mi casa se me olvidó por completo. Sólo quería decirte que esta noche he alquilado una película y voy a hacer pizza, ¿te animas? –Prefiero quedarme en mi dormitorio y ver una de Rambo. –contestó Frank satisfecho con su excusa. –Pero si la que he alquilado es John Rambo. –informó Megan. –John Rambo... vale pero cuando termine me subo a mi habitación. –cortó tajante Frank. –Como quieras. Ni que fuera una tortura estar conmigo. –dijo Megan mientras salía de la habitación y cerraba la puerta tras de sí. A las ocho de la noche Frank abandonó su habitación y bajó a la cocina, donde encontró a Megan atareada con la comida. –Hola Frank. En seguida estará la pizza. Frank abrió la nevera sacó una cerveza y le ofreció otra a Megan, que educadamente la rechazó. Mientras ella fregaba algunos platos sucios, él se sentó a la mesa apoyando la espalda contra la pared. Se sentía incómodo, estar con ella allí como si fueran una pareja pero sin serlo. Dio un tragó de cerveza y por unos instantes se evadió de la realidad. Recordó los días de su niñez, como jugaba en el jardín mientras su padre limpiaba sus herramientas y aprovechaba los fines de semanas para reparar pequeños electrodomésticos de los vecinos. No tenían mucho, pero eran felices. –Frank ten cuidado que la pizza está muy caliente. –dijo Megan mientras colocaba la bandeja del horno encima de la mesa. –La partiré en porciones y retiraré la bandeja. –anunció ella mientras tomaba un plato cuadrado de grandes dimensiones y depositaba en él cada porción que cortaba. –Tiene buena pinta. Parece casera. –dijo Frank. –Receta de mi tía italiana. Te vas a chupar los dedos. – ¿No te resulta extraño tenerme aquí en tu cocina sin saber nada de mí? –preguntó Frank. –Sí Dax te recomendó, es que eres de fiar. –contestó Megan sonriéndole. Cenaron en silencio, cada uno pensando en sus cosas, en sus preocupaciones personales que no querían compartir. Una hora después Frank se acomodó en el sillón y Megan se tumbó en el lado del sillón en ele que sobresalía. Encendió la televisión y el dvd. Comenzaba así su noche de cine. Los dos estaban atentos a la película, en especial Frank que parecía disfrutarla a fondo. Dos horas después la película terminó, iba a decir a Megan que apagara la televisión, cuando la vio allí tumbada, profundamente dormida. Aquella mujer tan rara, extrovertida y algo loca, era todo un misterio para él. No sabía qué hacer, si despertarla, taparla o dejarla allí. Finalmente se arriesgó, con cuidado la tomó en brazos y la llevó a su dormitorio. Por unos instantes se quedó inmóvil, mirándola en silencio. Había conocido a muchas mujeres, mujeres de una sola noche, pero ella provocaba en él un instinto protector que no podía explicar. Tomó una manta que había en una silla y la tapó. Cuando la puerta del dormitorio se cerró, Megan abrió los ojos y sonrió. Capítulo 7 Por la mañana Frank bajó a desayunar y se topó con Megan que se tapaba las manos con la boca mientras miraba por la ventana del salón. Cuando se percató de su presencia, lo miró con preocupación. –Deberías ver esto. –dijo Megan señalando con el dedo hacia la ventana. Frank se acercó, maldijo por lo bajo y corrió escaleras arriba. Entro en volandas a su habitación y se vistió con un chándal del ejército. Regresó al salón y pasó junto a Megan. – ¿Qué vas a hacer? –preguntó muy asustada. –Nada sólo voy a hablar con los vecinos. –contestó Frank. –Pero no sabes si han sido ellos. –No importa. Pronto lo sabré. Abrió la puerta y bajó la escalinata del porche. Por unos instantes contempló su todo terreno, apoyado sobre unos bloques de cemento y sin ruedas. Recorrió la acera y se internó en el camino de la entrada de la casa de sus vecinos raperos. Subió los destrozados escalones del porche y esquivó varias cajas de pizzas vacías pero con restos de alimentos podridos. Llamó a la puerta y no tuvo que esperar mucho. El tipo asiático, tenía peor aspecto de cerca. Con ese intento de perilla y ese pelo con mechas azules. – ¿Qué quieres? Frank lo esquivó y entró dentro de la casa allí vio a los tres tipos de color sentados en un viejo sillón mirando la televisión. Al verlo los dos gemelos forzudos se pusieron en pie. El tipo gordo iba de padrino. Lo miró de soslayo y le habló con voz pausada. Se ve que lo había ensayado para parecer más intimidatorio. – ¿En qué puedo ayudarle vecino? –Me han robado las cuatro ruedas de mi vehículo. –informó Frank. –Me gustaría ayudarle, pero este es un barrio conflictivo. No tengo ni idea de quien ha podido ser. – ¿Estás seguro? –dijo Frank que ya se había fijado en que debajo de unas sabanas había cuatro neumáticos muy parecidos al de su land cruiser. –Desde luego. Ahora le aconsejo que se marche. Y para otra vez tenga cuidado con sus acusaciones. Los dos gemelos se acercaron a Frank con intención de intimidarle. Frank se giró y abandonó la casa. Tras él se escucharon varias carcajadas y subían el volumen del televisor. Cruzó la calle y abrió el portón trasero del todo terreno, agarró una lata de gasolina y regresó a la casa. Derribó la puerta de una patada y nada más entrar dentro destapó la lata y roció con gasolina a los cuatro tipos, luego vació el resto del contenido en el suelo. Tiró la lata encima de una mesa y los miró con ira. –Mañana a las ocho marcho a trabajar. Si mi vehículo sigue sin ruedas...–sacó un zippo del bolsillo y lo encendió. Los cuatro matones de barrio se asustaron al ver la llama del mechero. El tipo gordo se meó encima y el asiático saltó sobre la mesa. Los dos gemelos no sabían qué hacer. –Regresaré y acabaré el trabajo. –anunció Frank con frialdad. Nada más entrar en casa de Megan, esta le avasalló a preguntas. – ¿Qué ha pasado? ¿Te han hecho algo? ¿Fueron ellos? –No ha pasado nada. Mañana mi todo terreno estará listo. Tienes mi palabra. –Frank caminó hacia la cocina y se sirvió un poco de café. Megan lo siguió, no sabía que pensar. Nunca nadie le había plantado cara a esos cuatro. Capitulo 8 – ¡Estás loco! Enfrentarte a esa gentuza tu solo. –dijo Megan sin salir de su asombro. Tomó la cafetera y le sirvió café. Frank le añadió un poco de leche y bebió un sorbo. No le importaba lo más mínimo lo que pensara ella. No se agacharía ante cuatro pandilleros de poca monta. – ¿Tú no desayunas? –preguntó Frank. –Luego más tarde. Ahora no me apetece. –contestó Megan. Frank decidió no insistir, no le parecía normal pero no era su padre. Ya tenía una edad. La mañana transcurrió sin novedades, Megan en el jardín pintando y Frank observándola desde su habitación. Verla pintar con aquella delicadeza, parecía disfrutar con cada pincelada. Lo que más le gustaba de ella era su sonrisa, no estaba acostumbrado a lidiar con gente sonriente. Por la noche después de cenar ambos se despidieron y se marcharon a sus habitaciones. Megan entró a su cuarto de baño privado, abrió el grifo y se lavó la cara. Levantó la mirada y por unos instantes se observó a sí misma. – ¿Qué vas a hacer con tu vida Megan? En la mesita de noche sonaba su teléfono móvil, corrió hacia allí y descolgó. –Hola Megan. –Hola Jeff. –Te echo de menos. He cambiado, podríamos intentarlo de nuevo. Todo será diferente. –Sabes que no puedes llamarme. Tienes una orden de alejamiento. – ¿Quién es ese tipo que vive contigo? –Es un huésped. No vuelvas a llamarme, porfavor. –Escúchame puta, si no eres mía no lo serás de nadie. Lo entiendes, te mataré antes que permitir que otro te toque. Megan colgó y se derrumbó sobre la cama, sumida en un mar de lágrimas. Al otro lado del muro Frank la escuchó llorar. Apagó la televisión y se sentó al borde de la cama. – ¿Por qué estaría llorando? –pensó turbado y sin saber cómo actuar. Le hubiera encantado ser de esos hombres atentos y sensibles, pero él era bruto y algo cerrado de mollera. Al otro lado del muro Megan seguía llorando, se llevó las manos a la boca en un intento de evitar que Frank la escuchara. Pero ya era tarde. Frank abrió la puerta con delicadeza. Se acercó a ella y se sentó junto a ella, la incorporó con sus fuertes brazos y la abrazó con una dulzura inusitada hasta para él. Pero aquella mujer provocaba el deseo de abrazarla, acariciarla, darle todo su cariño unos sentimientos desconocidos para el frío marine. Megan aceptó de buena gana el abrazo y lloró sobre su pecho. – ¿Qué te ocurre? –preguntó Frank. –No me preguntes. Hoy no. Sólo abrázame, porfavor. –contestó ella. Frank continuó a su lado hasta que el mismo dolor que sentía le hizo quedar dormida. La tapó y después de quedarse un rato mirándola abandonó la habitación, pero tomando la precaución de dejar la puerta abierta por si le pudiera necesitar. De regreso a su cama, estaba colérico, necesitaba saber que le pasaba. Quien podía querer hacerle daño a esa mujer. Recordó haber escuchado una llamada. Costara lo que costara averiguaría la causa de su dolor. No era su novia, ni su amada, era una extraña, pero odiaba a la gente que hacía daño a personas como Megan. CONTINUA LA HISTORIA EN AMAZON A UN PRECIO RIDICULO.
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 12:53:25 +0000

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