Paloma Bello Tengo fresca la ocasión en que me presentaron a - TopicsExpress



          

Paloma Bello Tengo fresca la ocasión en que me presentaron a la empleada de una institución educativa, quien al extenderme su mano enfatizó en voz alta: “licenciada fulana de tal”, como para que no quedara duda de lo que era. No sé si este tipo de introducciones sea para contrarrestar la apariencia física que de repente no cuadra o para que uno se refiera a la persona por su nombramiento y no por su nombre, aunque este fenómeno por lo general sucede en gente con síntomas de inseguridad, según los cánones sicológicos. La necesidad de auto-anteponer un rango al nombre propio señala problemas de identidad en unos casos; en otros, el deseo interior de exhibir la coronación de un esfuerzo ante circunstancias adversas. La gran interrogante es cuán válido puede ser un título otorgado por una institución “patito”, de esas que abundan con personal de dudosa preparación. (El connotado científico tampiquense Ruy Pérez Tamayo declaró que las universidades mexicanas se están convirtiendo en tecnológicos porque están produciendo más bien técnicos de carrera. Por ejemplo hay más de 800,000 abogados en el país y eso puede influir para que el sistema judicial se corrompa). Viene a la memoria la anécdota de un joven que no alcanzó a terminar sus estudios de ingeniería por falta de recursos pero fue contratado por una importante constructora por su incuestionable capacidad. Un ex compañero suyo ya recibido, pero bastante mediocre en su desempeño, lo atosigaba con sarcasmos porque aquél carecía de título. Imperturbable, al pasante le fue suficiente espetar una sola vez: “Y tú eres un título sin ingeniero dentro”. Habría que investigar entre la cantidad de egresados de universidades al año, cuántos salen con verdadera vocación y afán de servicio, cuántos benefician al campo y a las comunidades y qué tanto el ejercicio profesional se ha convertido en engaño social, en banalización. El inolvidable maestro Enrique Gottdiener sentenciaba cada cierto tiempo: “La instrucción se adquiere en la escuela; la educación, en casa; la cultura, de manera personal”. Por eso don Justo Sierra, durante su ministerio, a la Secretaría correspondiente la llamó de Instrucción Pública, y fue luego don José Vasconcelos quien la modificó a la actual Secretaría de Educación Pública. Es un hecho indiscutible que en las escuelas se instruye, no se educa. Podemos encontrar verdaderos patanes egresados de alguna prestigiada universidad o por el contrario, gente educada de amplia cultura pero con limitada instrucción, por eso es tan ineficaz la nueva corriente de “profesionalizar” todo cuerpo laboral con el estigma popular de “papelito habla”, en el que ocasionalmente el papelito permanece mudo y niega posibilidades a la verdadera experiencia. Diversidad de intelectuales han destacado, no precisamente por sus conocimientos académicos: Carlos Pellicer, abogado; Xavier Villaurrutia, abogado también; el Premio Cervantes Nicanor Parra, físico-matemático; Elías Nandino, médico; Vicente Leñero, ingeniero civil; Enrique Krauze, ingeniero industrial. En todos ellos sus obras literarias han trascendido a sus respectivas profesiones. O por el contrario, quienes nunca cursaron estudios universitarios: el ensayista y crítico José de la Colina escasamente terminó el tercero de primaria; el muy rústico Pablo Picasso, genio del siglo XX; Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura; Jorge Luis Borges, máxima figura literaria iberoamericana; los artistas Joan Miró y Antoni Tapies y algunos otros personajes universales, han sido autodidactas. Por alguna razón, en el mexicano promedio prevalece la constante de querer ser clasificado socialmente, quizá como remota reminiscencia de los tiempos feudales y más atrás, cuando era imperativo obtener méritos (a veces de manera humillante) para conseguir la posesión de títulos honoríficos que brindaran la certidumbre de ser “alguien” en el entorno y que pudieran ser heredados a los descendientes para asegurar su status. Quizá como rescoldo de aquellos procesos, en las ciudades coloniales de la república persiste el tratamiento de “don” y “doña” sin importar la edad, más bien como emblema de clase. En los Estados Unidos y países europeos, ningún profesionista, ni las figuras de la ciencia, educación y tecnología, acostumbran anteponer a sus nombres maestrías y doctorados, especialidades accesibles hoy hasta por Internet. Recordemos que Einstein ha sido sencillamente Einstein, a lo largo de la historia. Nuevo Laredo, Tamaulipas. cariatides@hotmail
Posted on: Sun, 20 Oct 2013 01:05:28 +0000

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