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Paso 9: Nos comprometimos Calculamos el coste y descubrimos que la única vida que merecía la pena vivir era la basada en la verdad y en la dedicación a nuestro amoroso Padre celestial. De todo corazón, entregamos cada aspecto de nuestras vidas a Dios y nos comprometimos a hacer su voluntad. Al hombre primitivo le mantenía vivo en el mundo hostil que les rodeaba su innata beligerancia, falta de confianza y malicia, y estos instintos de autoprotección nos servían, pero dificultaban el progreso espiritual por esa misma falta de una firme confianza. Pero para entrar en el reino, ésta es exactamente la que debemos adquirir. Vivir en el espíritu implica ser conscientes de la comunicación entre nuestras almas y su Hacedor. Cuando prestamos atención al espíritu de Dios, nos comprometemos de forma instantánea con lo que Dios exactamente desee de nosotros, sin que nos importe el coste o las consecuencias que pudiesen originarse. Nuestro progreso en el reino necesita de un proceso subjetivo y lleno de sutilezas ya que no existen fórmulas establecidas, que resultan engañosas e incluso contraproducentes para los que no alcanzan a comprenden la acción del espíritu interior. La vida en el reino es un proceso de liberación que requiere que iniciemos de todo corazón y sin reservas un camino estrecho y exigente, en la seguridad de que en esa orilla lejana encontraremos paz, gozo y vida eterna. Entrar en el reino nos exige que dejemos a un lado cualquier cosa, relación o actividad que se interponga entre nosotros y la vida divina. Si nuestro compromiso con Dios no es incondicional, si ponemos el más leve freno, nuestra dedicación espiritual será incompleta porque nosotros seguimos con las riendas de nuestras vidas. Si obedecemos a nuestro Padre noventa y nueve veces de cien veces, estaremos poniendo freno a una obediencia que no podemos cuestionar, porque cada nueva situación demanda una nueva reflexión para ver si esta vez hemos de seguir o no la guía divina. Aunque pudiera parecer lo contrario, hay poca diferencia espiritual entre obedecer a Dios un noventa y nueve por ciento de las veces u obedecerle un uno por ciento; la diferencia es simplemente de grado. Sólo en las vidas que han decidido de antemano, seguir su voluntad sin importar el coste o las consecuencias, puede el Padre expresarse en plenitud. ¿Y si pudiéramos vivir de esa manera tan sólo una hora? ¿Y si los problemas que nos han oprimido durante años desaparecieran de repente para nunca más volver? ¿Y si pudiéramos ver a los ángeles que caminan a nuestro lado y que nos apoyan en nuestras batallas de la vida? ¿Y si pudiéramos estar seguros de que los acontecimientos de nuestras vidas diarias forman parte de un plan mayor diseñado por un Ser Omnisapiente? ¿Quién mueve todo esto? ¿Cómo podemos entrar en ese maravilloso reino desde el lugar en que nos encontramos? En la búsqueda de Dios, los ascetas se mortificaban físicamente, sumergiéndose en aguas heladas, escalando montañas y soportando las mayores privaciones y sufrimientos con la esperanza de ganar el favor de un Dios severo y distanciado. Intentando reducir las distracciones del mundo que Dios ha creado para que vivamos, los monjes permanecen durante años en un silencio estricto o pasan los días recitando oraciones establecidas hasta quedar hipnotizados por la repetición monótona del movimiento de sus lenguas. Otros quieren inútilmente controlar los secretos del universo y llegar a un estado celestial aprendiendo más del Sostenedor Universal, intentando encontrar a Dios mediante el conocimiento. Pero ninguno de estos caminos extremos, aunque se hayan hecho con buena intención, ha llevado a las almas hasta el reino como cuando se vive en la fe en contacto directo con el mundo que Dios ha creado. Intentar ser mejores y encontrar a Dios por medio de la sumisión de nuestro cuerpo o la educación de nuestras mentes, conduce al fracaso, porque en ambas posibilidades la persona ejercita el control, y la esencia de la vida en el reino es nuestra rendición a la dirección de Dios. No se busca el reino para que el mundo se someta a nuestro antojo, sino, mediante la fe, para ser un instrumento al servicio de la voluntad del Padre. Si el precio que tenemos que pagar vale el premio que obtendremos, no lo dudes; dirígete al Padre por ti mismo. Háblale de lo que quieres en la vida, de tus anhelos y esperanzas, al igual que de tus problemas y miedos. Reúne valor para decirle que de ahora en adelante quieres vivir a su manera, sin importarte el posible coste en cosas y relaciones de este mundo. Dile al Padre que confías en él totalmente, que tu vida es suya, y que tus más íntimo deseo es obedecerle a él incluso en los asuntos más nimios. Permanece entonces en silencio y oye su respuesta en tu alma, su bienvenida al mundo espiritual. El Padre nos quita las manchas que empañaban nuestro yo interior y limpia nuestros corazones. Cuando Dios vive en nosotros y a través de nosotros, nos tornamos más eficientes y menos sujetos a las limitaciones normales de los humanos; como mediadores de quien rige los avatares de los mundos que circundan el espacio, nos vemos con mayor capacidad. Al obrar con Dios, Dios obra en nosotros. Entrar en este misterioso reino ilumina la oscuridad y las sombras del mundo que nos rodea; cada una de las hojas de los árboles parece estremecerse de agradecimiento por el regalo de la vida. Sentimos que partimos hacia una aventura sin límites, para aportar nuestra pequeña porción en una historia interminable de misericordia y provisión. Azthiram
Posted on: Mon, 02 Dec 2013 03:39:15 +0000

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