QUIMERA Capitulo 33 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: - TopicsExpress



          

QUIMERA Capitulo 33 © 2013 Damaris Caceres Mercado ISBN: 1-59608-050-7 Más tarde, avanzábamos por la vegetación espesa de aquella islita sin decir una palabra en todo el trayecto. Johannelier de vez en cuando se detenía y miraba hacia todas partes, como recordando su niñez. Luego de tanto caminar, nos encontramos con las ruinas de lo que era la tribu donde él nació y vivió hasta los ocho o nueve años. Lo noté impresionado. Miraba todo en silencio, buscando recuerdos en su mente. Caminó unos pasos y noté que repentinamente el diamante, el cual siempre cargaba en la mochila, comenzó a destellar brillantes colores a tal extremo que sobrepasaba el material de la mochila. Cuando estaba en el centro de las ruinas, Johannelier inesperadamente cayó al suelo gritando de dolor. Al caer la mochila, el diamante salió de la misma, y rodó por el suelo. Los colores llameantes, salían del diamante y atravesaban su cuerpo como violentos flechazos. Al eso suceder, él lanzaba agónicos gritos de dolor. Chanté y yo, nos llenamos de temor. Intenté llegar a él, pero ‘algo’ sobrenatural me lo impedía. Era como unas paredes invisibles que impedían el paso hacia él. Comencé a llorar por la impotencia. Chanté se veía muy nerviosa también. Todo duró largos minutos y lo vi desplomarse en el suelo inconsciente. Lo creí muerto. Tan pronto como todo terminó, pudimos acercarnos a él. Revisamos su pulso y su respiración. Todo parecía normal, pero su cuerpo estaba lleno de hematomas, como si hubiese sido víctima de una severa golpiza. “¡Dios mío! ¡Debe tener unas cuantas costillas rotas! Eso era lo único que nos faltaba” Chanté comentó. No hice caso a sus comentarios. Agarré la vasija de agua y derramé un poco en su rostro para que reaccionara. No lo hizo al instante, pero sí lo hizo luego de unos minutos que parecieron eternos para mí. Abrió sus ojos con lentitud, me miró y luego sin mover la cabeza, miró a su alrededor. “¿Estás bien?” pregunté preocupada pero él no contestó. Forzosamente se levantó. Estaba muy lastimado. Mientras se levantaba, hacía muecas de dolor. Chanté y yo, lo observábamos temerosas. Buscó con la mirada el diamante que aún estaba tirado en el suelo. Ya no brillaba con intensidad. Lo recogió y lo colocó nuevamente en la mochila. Caminó dispuesto a alejarse de allí con verdadera dificultad. Cuando Chanté y yo intentamos ayudarlo, nos detuvo. “¡No! Quédense aquí; quiero estar solo” nos dijo deteniendo nuestro paso. Chanté y yo nos miramos interrogantes y permanecimos allí. Lo contemplé alejarse hasta perderse en la maleza. “No pensará largarse y dejarnos aquí abandonadas” comentó ella. Algo nos estremeció la piel. Lo escuchamos llorar con notable melancolía y pesadumbre. Se escuchaba desgarrador. Al escucharlo, mis lágrimas rodaron al instante. No pude esperar más y me acerqué a él. Estaba en la orilla de un río inclinado. Me arrodillé a su lado mientras él aún lloraba, pero al verme se controló un poco. “Dios mío Johannelier, ¿qué pasa? ¿Te sientes mal? ¿Te duelen los golpes?” pregunté mientras acariciaba su espalda preocupada. “Cuando eso sucedió; sentí el sufrimiento, el dolor y la agonía que ellos sintieron cuando los mataron” dijo. Sus lágrimas continuaban rodando sin cesar. No pude contenerme y lo abracé. Él correspondió el abrazo y continuó llorando abrazado a mí. Minutos después, se separó de mí más sereno. Mojó su rostro en el agua del río y permaneció pensativo por instantes mirando el agua cristalina correr. Lo vi levantarse y caminar unos pasos hacia río adentro. Se inclinó y agarró algo de debajo del agua. Era una piedrecilla reluciente. Me acerqué a él y la miré. Era como un diamante diminuto. Cuando miramos a nuestro alrededor, en las aguas llanas del río, habían cientos de esos diminutos diamantes brillando dentro del agua. Era impresionante. Chanté se acercó en esos momentos. Al notarlo, se volvió loca recolectando esos diminutos diamantes. “¡Miren cuántos diamantes!” decía sin dejar de recogerlos. Miré a Johannelier y él me miró con seriedad. “Debemos continuar por el río hasta llegar a una cascada” dijo. “¿Estás bien?” pregunté. “No te preocupes por mí, estaré bien” contestó tomándome de la mano, dispuesto a continuar el camino. “Chanté, vámonos” dije. “Déjenme recoger unos pocos más” contestó ella sin detenerse de recogerlos. “¿Para qué los quieres? No los necesitas” dijo Johannelier. “Aún no pierdo la esperanza de regresar a la ciudad” dijo ella. “¿Y cómo volverás a la ciudad? ¿En tren o en canoa? Además, cuando se te llenen las manos, ¿dónde echarás el resto? En la mochila no echarás nada” dijo él sin detener el paso. Escuché a Chanté murmurar furiosa. Continuamos nuestro camino lentamente por toda la orilla del río hasta que nos encontramos con un precipicio, donde el río caía como cascada. Era bastante alto. Al final del precipicio se veían muchos árboles frondosos. “¿Ahora qué?” preguntó Chanté. “Debemos bajar. En algún lado, según el mapa, debajo de la cascada está una de las entradas al templo. Una cueva debajo del río” contestó. “¿No hay otra entrada más fácil?” pregunté aterrada. “La había, pero fue destruida” contestó Johannelier. “¿Cómo sabes todo eso?” preguntó Chanté. “Lo dice el mapa” contestó malhumorado. Bajamos lentamente, con mucha precaución aquel precipicio. Johannelier siempre estuvo pendiente de mí, temeroso de que yo cayera. Afortunadamente todo salió bien. Llegamos al fondo del precipicio sin ningún problema. Vimos rápidamente la monumental entrada de la cueva, la cual estaba más sumergida que afuera. La cascada tapaba la entrada de la cueva, pero era visible de todos modos. Se veía escalofriante y tenebrosa. Permanecimos contemplando los alrededores sin movernos. “Éste lugar no me gusta. No quisiera pasar una noche aquí” comentó Chanté. De pronto, escuchamos un fuerte chillido que no era familiar para ninguno de nosotros. Nos asustamos mucho. Johannelier parecía tranquilo, pero miraba hacia todos lados intentando recordar ‘algo’ aparentemente. Lo vi mirar hacia el cielo y hacia la cima de los densos árboles. No se veía nada. Solo oscuridad, y árboles por doquier. La vegetación era tan espesa, que apenas los rayos del sol podían penetrar. “¿Qué pasa Johannelier?” pregunté con temor. “Creo saber de dónde provino ese ruido y no les recomiendo ver lo que los provoca. Vámonos de aquí rápidamente” dijo él provocando nuestro espanto. Comencé a sentir mis nervios alterados en mi estómago. Chanté no dijo nada, pero apuesto a que estaba más asustada que yo. Comenzamos a caminar deprisa por la orilla de aquel río de aguas cristalinas, dispuestos a acercarnos a la entrada de la cueva. Johannelier agarró mi mano con fuerza y eso me demostró la gravedad del asunto. Luego se escucharon más chillidos. Está vez más fuerte. “Esto no me huele bien. Ya tengo el estómago revuelto” comentó Chanté. Johannelier miraba hacia la cima de los árboles sin detenerse. “¡Apresúrense!” exclamó. Segundos después de decirlo, nos llevamos la gran sorpresa de nuestras vidas al sentir un ruido muy ensordecedor. Los árboles comenzaron a mover sus ramas violentamente y el cielo se opacó de tantos animales negros enormes que volaban hacia nosotros. Parecían murciélagos gigantes, pero con cara de lobos. Sus ojos eran rojos como la sangre. Al verlos, Chanté y yo comenzamos a gritar aterrorizadas. Se veían espantosos.
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 17:50:46 +0000

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