REUNIÓN (F. Rouez) No sabía que escribir esa mañana. Las ideas - TopicsExpress



          

REUNIÓN (F. Rouez) No sabía que escribir esa mañana. Las ideas eran tan dispersas como su apatía por todo lo que lo rodeaba, su tendencia a repetir involuntariamente ciertos comportamientos lo aislaban de la posibilidad de reconocer otra realidad que no fuera tan ajena a su esencia. Aquel intento de reflexión, aquel mecanismo disperso inmóvil por momentos, era su única manera de rodar por este mundo. En el otro, lo esperaban sus juegos favoritos, sus miedos más oscuros que mantenían activo el propio mundo interior hablando al guerrero escondido que tenía dentro de sí mismo. Su fuerza no estaba en sus palabras, estaba en su silencio de verbos en hexámetros imposibles. Se dirigió al baño y abrió el surtidor de la ducha. Se bañó a mano y jabón con suma urgencia. Descolgó el toallón por su espalda mientras secaba el suelo con el trapo de piso y con el pelo todavía húmedo salió a la calle más temprano que de costumbre. La gente se agolpaba en la vereda como ejércitos de hormigas. El ruido del tránsito movilizaba a la masa informe. Se detuvo en el portal del edificio y recordó que esa mañana después de muchos años no estaba bajo los efectos del cannabis. Caminó unos metros y se paró en un kiosco para comprar cigarrillos y un paquete de chicles de menta. Dando una lenta y suave bocanada de humo, pensó cuánto le costaba dejar esos hábitos. Siguió caminando mientras fumaba hasta llegar a la plaza donde llevaba a pasear a la perra los fines de semana. Allí se encontró con un viejo amigo poeta, se sentó junto a él y le invitó un cigarrillo, No, gracias. Hace mucho que no fumo ese veneno. Prefiero fumar mi propia hierba. Yo la cultivo, yo la fumo, yo no jodo a nadie. Si acaso, a mí mismo. Pero eso es otro tema. Y contame, cómo va el libro?, Bueno el mini libro querrá decir. Le dijo sonriendo, No de ninguna manera podría emitir un juicio sin al menos haberlo leído, No, lo digo porque cada vez más recorto, borro, tacho y suprimo palabras y frases enteras, y los textos quedan demasiado solos, con pocas elementos para el lector, Pero eso no debería ser malo. Vos seguí escribiendo, no parés de escribir hasta que sientas que ya es suficiente. Si estás compenetrado con la obra lo vas a sentir. Jack Kerouac decía “Lo que sientas, encontrará por sí solo su estilo”, Es uno de mis libros favoritos En el camino. Fumar marihuana todo el tiempo se ha convertido en mi modo de reconciliarme con la vida, le dijo al hombre, día tras día, año tras año. Ya no recuerdo cuando fue la última temporada que estuve sin fumar. Es algo tan habitual en mi vida como sacar a caminar por las noches a la perra, el mismo camino, la misma rutina de siempre. El viejo recordó aquel fragmento de Reunión de Cortázar y lo recitó de memoria: “los muchachos descansan unos contra otros, yo me he ido un poco más lejos porque tengo la impresión de que los fastidio con la tos y los silbidos del pecho, y además hago una cosa que no debería hacer, y es que dos o tres veces a la noche fabrico una pantalla de hojas y meto la cara por debajo y enciendo despacito el cigarrillo para reconciliarme un poco con la vida”, Es uno de mis favoritos de Don Julio, el mío también, dijo Martín. Después de conversar harto rato como era de costumbre las pocas veces que se veían, más por azar o por casualidades inesperadas. Se despidió dándole la mano derecha y con la izquierda lo tomó del hombro con firmeza y respeto. El viejo se puso de pie y le dio en la mano uno de sus churros de propia cosecha, y guiñándole un ojo le dijo que se cuidara. Se alejó despacio de la vista de su amigo y siguió caminando por la avenida principal hasta llegar al departamento. Subió las escaleras pesadamente, dejó su mochila en el sofá. Encima de la mesa estaba su libreta de hojas cuadriculadas, sus libros desparramados por todas partes, sus portaminas de distintos grosores, su gato Gregorio, como de costumbre, recostado sobre la mesa cubierta de algunos versos de caligramas desiertos de ideas y palabras tan antiguas como el viento, metáforas in absentia, preguntas que asoman al atardecer, cuando comienza el día, cuando la espiga calma su vuelo y se posa a dormir en una esquina de la habitación roja. Apuró una seca a medio fumar de la noche anterior. Llenó la tetera con agua y la puso a calentar en el fuego. Su cara no mostraba interés alguno por hacer absolutamente nada. Donde quiera que fuese la sensación de encierro lo perseguía por todos lados. Incluso a un par de días de distancia de su habitación, en la playa de algún lago del sur argentino, en un hotel de mala muerte o en su confortable hogar atrapado en su propia soledad. Se preguntaba cuándo comenzó a sentir esa angustia indescifrable. Se quedó tendido un rato en el sillón intentando ordenar la maraña de pelos que había en su cabeza. Miró la hora en su celular. Las siete y media. Se levantó inmediatamente. Sacó de una caja de madera un par de fasos que tenía armados, metió una campera y otra remera en la mochila y una botella de agua. La tarde estaba nublada. Ideal para caminar por el lago, fumar un rato y garabatear unas líneas en su libreta. Escribir se había convertido en su catarsis, en la única forma de sacar de su interior aquello que daba vueltas en su cabeza permanentemente. No podía callar la repetida conversación consigo mismo, haciendo obstinados intentos de parar la habladuría que no le permitía pensar claramente. Sonó el teléfono celular. Un mensaje. Era J para avisarle que iba en camino. Martín se metió en el baño para cepillarse los dientes. Al rato llegó J que traía una sonrisa extraña en su cara tan distinta que lo sorprendió sobremanera. Se tiró en el sillón. Martín encendió un faso y se lo pasó a J que fumaba en silencio. En la computadora sonaba el aragonés errante hacía rato y los dos allí no sabiendo muy bien que pasaba en realidad. Cada uno sumido en sus propios pensamientos, Mañana voy a comprar un par de piedras para el viaje y ordenar la ropa en el bolso. Tengo que grabar todavía música en el pendrive y comprar un par de blocks para el viaje también, Debería llamarla, quizás no entendió el último mensaje que le mandé. Yo sé que no estoy en mi mejor momento pero ella me dijo tantas veces que me amaba que terminé creyéndomelo. Y después de un día para el otro me dijo que ya no quería estar conmigo que todo se había terminado. Martín se puso de pie y sacó la libreta de su mochila y comenzó a escribir una especie de lista. Al final delineó la probable alineación del rojo para el domingo. J lo miraba sin mencionar una sola palabra, tampoco se atrevió a hablar del viaje; quizás suponiendo que su amigo también pensaba lo mismo; quizás no lo vería por mucho tiempo, quizás soñaba con volver con su chica, entrar en su cama otra vez, hacerle el amor una y mil veces, sentir la humedad de su cuerpo en el suyo. En cada bocanada de humo blanco y espeso J recordaba la huella de sus besos, el sabor de su boca. De nuevo la imagen de sus ojos tan húmedos y claros, la última vez que la vio con su campera celeste sobre los hombros encorvados que sostenían las lágrimas que se mezclaban con sus rubios y finos cabellos abrazada a su propio cuerpo. R llegó al departamento abriendo la puerta con sus propias llaves. J todavía estaba allí. Ella no ocultó su desagrado al verlo. Martín se paró con la firme intención de besarla pero ella sin mirarlo dio media vuelta y se encerró en el dormitorio. Se acostó en la cama donde dormían los padres de Martín. Se prendió un cigarrillo y encendió la tv con el control remoto. Hizo zapping durante unos segundos hasta encontrar un reality de modelos que veía habitualmente. Cuando terminó de fumar lo apagó en el cenicero que había en la mesita de luz, se echó la colcha por encima de su espalda y se hizo un nudo en la cama. Sin embargo pudo ver antes que sus ojos se vencieran por el sueño y el cansancio un papel que decía: “si a veces te pienso es por nostalgia, por pasión, por el enigma de tus ojos, por la torpeza de tus pensamientos, por eso te pienso, por eso…” Cerró la ventana del dormitorio y se quedó allí en la cama en silencio. No tardó en cerrar los ojos más que el tiempo en dejar el papel sobre la cama. Cuando se despertó tomó el papel otra vez con su mano y un lápiz que había en la mesita de luz. Decidió escribirle a continuación, quizás, a modo de respuesta. Martín y J estaban escuchando en la sala de estar “Pequeño cabaret ambulante” en vivo de Bunbury tomando Fernet con coca y fumando hierba. Exponían sus puntos de vista sobre el cuál era el mejor disco de Nacho Vegas, que Actos inexplicables o La zona sucia, que Desaparezca aquí o Cajas de música difíciles de parar, sentados como reyes frente al televisor viendo a Charly Parker en pleno trance be bop por un canal de música.
Posted on: Sun, 01 Sep 2013 13:59:28 +0000

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