SECRETOS DE LA COLINA Capítulo 8: Descubrimientos William Albert - TopicsExpress



          

SECRETOS DE LA COLINA Capítulo 8: Descubrimientos William Albert Andrew se agachó y levantó la colcha que cubría su cama, asomándose debajo de ella. Evaluó la posibilidad de caber en ese espacio reducido… Ciertamente había pasado mucho tiempo desde que… No vaciló ni un momento más y se metió debajo de la cama. Dejó escapar un largo suspiro desanimado, cuando de repente sintió un cuerpecito y peludo que se acurrucaba contra él: « Poupée… –susurró Albert con melancolía. ¿Cómo me encontraste?» Se sentía exhausto después del día tan malo que había tenido, tanto física como moralmente. No había tenido ánimos de salir a los jardines después de la discusión con Candy… arrastrando los pies había llegado hasta su habitación y, retomando una costumbre que tenía de niño, se había escondido debajo de la cama… Recuerdos vagos acudieron a su mente… ¿Qué edad tendría en aquel entonces? Aún vivía en Chicago con la tía Elroy y George, así que debía tener unos… ocho o nueve años… Ya ni recordaba porqué se escondía de la tía Elroy… Sólo sabía que ella lo estaba buscando y que estaba enojadísima… No había tenido de escapar hacia el lago y la cama ofrecía un buen escondite provisorio. Le parecía volver a escuchar los pasos de la tía Elroy sobre el piso del cuarto mientras vociferaba: “¿Dónde está ese niño? ¡Nunca he visto algo semejante! George ¡deberías tratar de aconductarlo!” Ah ,sí, George también estaba ahí, buscándolo… “No está por aquí, fíjate debajo de la cama, George” El niño había aguantado la respiración y de pronto George estaba agachado, levantando un pedazo de la colcha. George y Albert se habían mirado por un momento en silencio y luego, para gran sorpresa de Albert, George se había incorporado diciendo: “No está aquí, señora Elroy…” La parte de la historia que Albert no sabía era que George se había compadecido del niño que lo miraba desde debajo de la cama, sin un destello de miedo en sus ojos azules. Al contrario, estaba serio y su mirada reflejaba más bien interés: “¿Me acusarás o no?” Y George había optado por el no… Después de todo, Albert era SU protegido… no el de la tía Elroy… Pero Albert, ajeno a todas esas cavilaciones de George, hasta el día de hoy no se explicaba esa escena… George como siempre, protegiéndolo de la tía Elroy, como ahora lo protegía de su deber… ¿En qué otra ocasión se había escondido ahí? Los recuerdos de niño de Albert estaban como encerrados en una pesada caja fuerte… prefería no recordarlos, pero cuando los sacaba a la luz, como ahora, casi nunca podía detener que siguieran su curso… El siguiente recuerdo debajo de la cama era… Ah sí… el día de la fiesta aquella… No le gustaba recordar ese día para nada… Sí, era el día de la Colina… el broche perdido… la indignación de todos, hasta de George… George anunciándole que lo enviarían a un Colegio en Inglaterra… entonces se había escondido, como si eso pudiera evitar… Albert abrió los ojos sobresaltadamente: se había quedado dormido debajo de la cama. ¿Cuánto tiempo habría pasado así? De recuerdos confusos había pasado al mundo de los sueños, pero eran sueños agitados y angustiados. Poupée todavía seguía a su lado y gruñó suavemente mientras el joven se desperezaba. “Heme aquí” se dijo “escondido debajo de la cama, escondiéndome como siempre de mi destino… Creo que ya no puedo seguir con esto… Tengo que tomar una decisión… La Decisión… por más infeliz que me haga a mí… o a ella…” ¡Candy! ¡La pelea! Tenía que ir a disculparse con ella… Ella no tenía la culpa de todas las cosas que le habían pasado ese día, cómo había podido… Se arrastró para salir, pero una mirada hacia la ventana le bastó para comprender que ya había anochecido y que ella estaría durmiendo… “Mañana hablaré con ella…” decidió y suspiró, pues lo que le tenía que decir no iba a ser fácil… **** Candy se despertó muy temprano esa mañana, pues casi no había podido dormir… Sentía que no soportaba estar acostada y cada vez que cerraba los ojos, volvía a recordar la discusión que había tenido con Albert… ¿Seguiría enojado con ella? se preguntó con angustia mientras salía al balconcito de su habitación. El sol apenas salía y el cielo tenía un tono blancuzco, perezoso… De repente, Candy fijó su vista en una silueta que caminaba con dirección al lago: era Albert, que ya estaba levantado y vestido como para ir a trabajar, con el saco negro en la mano… “¡Albert!” pensó Candy. Tuvo ganas de salir corriendo e ir tras él, pero su orgullo se lo impidió por un momento: ella también estaba enojada con él. Discutió consigo misma en voz alta y finalmente decidió seguir a Albert. Es que como estaba vestido como para ir a trabajar, Candy pensó que después del paseo, seguro se iría y no lo vería en todo el día… Tenía que saber si todavía estaba enojado, por lo menos antes de que se fuera. Lo encontró sentado a la orilla del lago, mirando las suaves ondas que agitaban la superficie y absorto profundamente en sus pensamientos. No la escuchó acercarse y cuando la sintió sentarse al lado suyo, se sobresaltó y levantó la mirada. Ella no lo miraba, también parecía contemplar el lago. Se sintió aliviado de que estuviera ahí: a pesar de su enojo, ella quería estar junto a él. Así lo interpretó Albert y se acercó un poco más a Candy. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada ni hizo ningún gesto, pero fue Albert quien, cautelosamente, rodeó los hombros de Candy con su brazo. Candy no se movió ni hizo ademán de quitarse, pero todavía no lo miraba. Animado al ver que ella no se alejaba, Albert se acercó aún más a ella y apoyó su cabeza contra la de ella mientras decía: «Candy… Candy, ayer… las cosas que dije fueron inaceptables. Jamás debí enojarme sin saber primero tus razones… No quise escuchar y te prometo que esa fue la primera y última vez que haré algo así. Me siento muy mal por lo que sucedió y tienes todo el derecho de estar enojada conmigo… Por favor, te pido que me perdones…» Entonces Candy volteó a verlo y le sonrió suavemente. Albert sonrió también, sintiéndose más calmado ahora que los ojos verdes parecían decir alegremente “perdonado.. perdonado…” Quitó su brazo de los hombros de Candy, porque se dijo que tal vez ella quería decir algo también y no quería incomodarla. Efectivamente, mirando insistentemente el suelo, Candy murmuró: «Estabas muy enojado… Yo… pensé que ya no me querías. » Albert se rió suavemente y luego dijo muy serio: «Candy, por favor… ¡Eso nunca va pasar!» Ella volteó a verlo para ver qué cara tenía, pero la mirada de Albert se había perdido en el horizonte. En realidad él estaba pesando sus palabras: «Mira, Candy, me enojé contigo pero tú no eras la razón. Por eso lamento tanto lo ocurrido, es que no tengo ninguna razón por la cual enojarme contigo. Estoy tan triste que hayamos discutido así… -Ay Albert, yo también estoy triste… -Es que me he puesto a pensar, Candy y en alguna forma preferiría no haber tenido que hacerlo… Mmm…» Albert vaciló antes de comenzar: Candy era siempre la que le contaba sus problemas ¿podría él confiarle los suyos? ¿Entendería? Vio como la muchacha lo miraba atentamente, lista para escuchar lo que él iba a decir. Se decidió finalmente y explicó: « Es que ves, Candy… tú hiciste lo correcto ayer. Te negaste a recibirlo y no te importó el trato, porque eso es lo normal que cualquiera haría. Pero en este mundo de negocios, en esta sociedad más que todo, uno no se puede dejar llevar por lo que el corazón o lo que el sentido común le indica… Tú no eres así, al contrario, tú eres tú misma y esa es una de las cosas que más admiro de ti. Por nada quisiera que te convirtieras en una de esas “damas” tontas que abundan por aquí. Pero… lo que sucedió ayer me duele, porque me di cuenta de lo que yo te puedo ofrecer… Una vida en una sociedad donde ni tú ni yo encajamos bien. En cuanto a mí, pues, ni modo… Para eso nací y no puedo zafarme, pero tú, Candy… No quiero que vivas así, ni quiero que finjas ser feliz en este mundo. Tú no mereces eso… Desearía que permanecieras siempre una persona independiente, inteligente y encantadora. No mereces este estilo de vida que te estoy ofreciendo; tú mereces ser libre como un pájaro. Y a mi lado, pues, temo que eso no pueda ser… » Candy estaba atónita ante las palabras de Albert, realmente no se esperaba algo así. ¿Exactamente qué estaba diciendo él? Trató de protestar: «Pero Albert… » Sorprendentemente, pensó que tendría mil argumentos en contra de lo que él acababa de decir. Pero al momento de expresarlos, no se le ocurrió nada que decir… “Habla!!! Habla!!!!” se gritó interiormente y sin embargo no encontró nada que responder. Albert esperó pacientemente a que ella dijera algo pero cuando la vio sin palabras comentó suavemente, como leyendo sus pensamientos: «No sabes qué decir, porque sabes que es verdad… Piénsalo, Candy y verás que tengo razón.» Le tocó la mejilla y Candy lo miró alarmada. El joven se veía muy triste y parecía no querer mirarla. Explicó mientras hacía ademán de levantarse: «Ya tengo que ir a trabajar… Piensa en lo que te dije ¿sí? -¡Albert! –por fin Candy recuperaba el habla y obligó a Albert a que la mirara– Albert… ¡Tú más que nadie sabes que mereces ser libre como un pájaro también! - No es tan sencillo… Ya he huido de esto toda mi vida… Es hora de que asuma mis responsabilidades de verdad y renuncie a… al estilo de vida que llevaba antes.» Lo único que Candy atinó a pensar mientras Albert se alejaba era: “¡Pero eso está muy mal!” Pero le faltó coraje o voluntad para decírselo… “Es tan extraño… Todo este tiempo, a pesar de que Albert y yo no teníamos nada, ahora… ahora me parece como si estuviéramos terminando…” Muy a pesar de ella, Candy sabía que de verdad él tenía razón. También se daba cuenta de lo mucho que le importaba Albert y lo difícil que sería si alguna vez decidieran… ¡Albert había hablado como si todo estuviera perfectamente claro entre ellos! ¡No era justo! Se mordió los labios, contrariada: ¿se habían reconciliado? ¿En serio? **** El resto del día transcurrió lentamente. Por la tarde, Candy recordó de repente que esa noche tenían una fiesta en la mansión de los Wyse… y que Albert y ella habían decidido ir juntos, como a todos los otros eventos. Sin embargo, realmente no se sentía de humor para ir a bailar; estaba muy cansada y tenía un dejo de mal humor que le hacía pensar que sería más prudente quedarse en casa. Tomó una pluma y un papel para dejarle un mensaje a Albert. Varias horas después, cuando ya había anochecido, Albert entró al cuarto de Candy, sumamente preocupado. Ella estaba sentada en su peinadora, cepillando su larga cabellera. Desde la fiesta de cumpleaños de Albert, Candy había tomado la costumbre de llevar su cabello suelto la mayor parte del tiempo, pero eso requería de muchos cuidados que ella, por más que quisiera obviar, terminaba haciéndolos por la falta de otras actividades. El corazón de Albert dio un salto en su pecho cuando la vio peinándose… Algún día, tal vez… él podría presenciar cada vez que ella se peinara y tal vez… tal vez ayudarla… Pero recordó el motivo de su presencia en el cuarto y se acercó a la joven diciendo: «Candy, acabo de recibir tu mensaje. ¿Qué pasa? ¿Te sientes bien?» Candy puso el cepillo sobre la cómoda y respondió: «Sí, estoy bien… Sólo estoy un poco cansada, Albert… No creo que pueda resistir toda la fiesta sin quedarme dormida. -Entiendo. » dijo Albert con una sonrisa condescendiente. Iba a salir del cuarto, cuando Candy lo llamó: «¿Albert? -Dime… - Ya no estamos enojados ¿verdad? - No, mi niña… Claro que no. » Candy intentó devolverle la sonrisa, pero no pudo ser indiferente a la creciente irritación que se agitaba dentro de ella. ¿Mi niña? ¡¿Mi niña?! repitió en voz baja con disgusto mientras Albert cerraba la puerta. ¡Uy! ¡Hubiera querido golpearlo! **** Albert se aburría horriblemente en la fiesta de los Wyse. Había causado cierto revuelo en la sala cuando había llegado solo, sin pareja y no con Candy como ya era costumbre; comenzando por Archie y Annie, que acudieron preocupados. A continuación, todas las jóvenes que no habían podido acercársele en las otras fiestas por la molesta presencia de Candy, literalmente se habían abalanzado sobre él: ¡ya le dolían los pies de tanto bailar! Y lo peor era que no podía negarle una pieza a ninguna dama, porque se vería terriblemente descortés. Mientras bailaba con… uhm, ¿cómo era que se llamaba? Oh, sí, Isabelle. Mientras bailaba distraídamente con Isabelle, un grupo de personas en un extremo de la sala llamó su atención, por lo animada que se veía la plática que sostenían. Mientras daba las vueltas del vals se torció el cuello tratando de adivinar quién estaba al centro del grupo. ¡Qué sorpresa se llevó al ver que era Archie! Archie estaba rodeado en su mayoría de jóvenes de su edad, tanto caballeros como damas, pero había algunos señores más viejos y todos lo escuchaban con atención, mientras él acaparaba la conversación. De pronto Annie entró al grupo y Albert vio como todos la saludaban efusivamente mientras tomaba el brazo de Archie. Él le sonrió brevemente a su novia y luego siguió hablando. “Vaya, a Annie y a Archie les gustan estos eventos” se dijo Albert… Después de unos momentos en los que su mente pareció procesar sus palabras, tuvo una Revelación sobre esto, tan fuerte que paró de bailar en seco. «¿William? ¿William? –llamaba Isabelle. - ¿Cómo? Oh, sí, disculpa, ¡sigamos bailando!» Mientras terminaba la pieza, Albert comenzó a hacer planes en su cabeza: tendría que hablar con George y arreglar una cita con Archie… Si tenía talento para los negocios como para socializar, entonces… ¡Ah! ¡Pero qué excelente idea! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Así él podría delegar…! Entre más lo pensaba, más se emocionaba con la idea y se prometió comunicársela a Candy cuanto antes. Tal vez, tal vez… por fin podrán ser felices los dos… **** Candy movió ladeó la cabeza suavemente. Entreabrió los ojos y se dio cuenta que todavía era de noche. Los volvió a cerrar y divagó unos momentos en la semi-inconsciencia que sigue a los sueños. Sonrió plácidamente, recordando escenas de su sueño. Ahh, sí… Albert estaba ahí… Era en Lakewood… Sí, estaba vestido de Príncipe y podía sentir su perfume mientras acercaba a ella… Mmm… le tomaba el rostro entre las manos y le rozaba los labios en un tierno beso… Un beso que se alargaba deliciosamente… Ahh, qué rico… Candy abrió los ojos bruscamente y se incorporó en la cama, casi asustado de lo que acababa de pensar. ¿Realmente había soñado eso? ¡Sí! chilló una vocecita dentro de su cabeza. Sintió como su corazón latía alocadamente en su pecho e involuntariamente se llevó los dedos a los labios. ¡Oh, qué dulce era el beso de Albert en su sueño! Ojalá no hubiera sido un sueño… Ahogó un grito al comprender hacia donde la llevaban sus pensamientos: ¡ella de verdad quería estar así con Albert, quería que él la besara! Y entonces entendió todo de golpe: “Yo.. ¡yo amo a Albert!¡Estoy enamorada de Albert!” Inmediatamente sintió como un alivio en su pecho mientras se repetía en voz baja lo que acababa de descubrir: “Estoy enamorada de Albert… estoy enamorada de Albert… ¡Estoy enamorada de Albert!” ¿Desde cuándo se engañaba sin darse cuenta de lo que pasaba? ¿Desde aquella fiesta? No, más. Recordó cómo él había intentado besarla… ¡lo que ella había sentido en ese momento había sido más que curiosidad! ¡Ahora se daba cuenta de cuánto deseaba ese beso desde lo más profundo de su ser! Siempre quería pasar tiempo con él, oírlo hablar, estar con él… Albert, Albert, Albert… Se había convertido en una parte entrañable de sí misma, a tal punto que… Y él siempre estaba con ella, a su lado, apoyándola… Desde aquella vez en la Colina cuando apenas era una niña… ¿Sería que desde entonces su corazoncito sabía que él…? “¡Lo quiero! ¡Tengo que ir a hablar con él! ¡Debo saber si él…” Candy se levantó de un brinco de la cama y comenzó a correr hacia la puerta del cuarto, titubeando un poco pues no se despertaba completamente. Inesperadamente recordó algo y se detuvo a medio camino: Albert estaba en la fiesta, la fiesta a la cual ella había rehusado asistir. Muy lentamente regresó a la cama y se sentó en el borde; cada uno de sus movimientos le pesaba. ¿Saber si él sentía lo mismo por ella? Las palabras que él había dicho en la mañana resonaron en sus oídos: “Me di cuenta de lo que yo te puedo ofrecer… No quiero que vivas así… No mereces este estilo de vida que te estoy ofreciendo. Y a mi lado, pues, temo que eso no pueda ser…” ¿No era eso una manera amable de decirle que era imposible que estuvieran juntos? ¿Que él no quería que ella estuviera con él? A la euforia del descubrimiento de lo que sentía por él, le siguió el amargo sabor de la realidad. Sintió con indiferencia cómo unas lágrimas rodaban por sus mejillas. Sorprendentemente, en vez de ahogarse en un mar de llanto, tomó una fría determinación, tan repentina que ni siquiera pensó en cuestionarla: “Me voy. Me voy.” ***** Al día siguiente, Candy se dirigió con paso firme al despacho de Albert. Al momento de tocar la puerta, tuvo que detenerse un poco para tomar aire y para darse fuerzas para lo que iba a hacer. Nadie le respondió después de golpear, así que entreabrió la puerta: «¿Albert? ¿Puedo pasar?» La oficina estaba vacía y Candy estuvo de darse media vuelta e irse. Pero la voz de Albert se elevó desde la terraza: «¿Candy? Estoy acá. » Albert abrió la puerta de vidrio y entró a la oficina, sin saco ni corbata y la camisa remangada. Se alegró de verla, así podría contarle de la idea que se le había ocurrido la noche anterior. Explicó ante la mirada perpleja de Candy: «Estaba ocupándome de unas plantas… ¿Cómo estás?» Ignorando la pregunta, Candy caminó hacia el escritorio, forzándose a no echar un vistazo al pedazo de pecho de Albert que asomaba por la camisa. Sintió que se sonrojaba y eso la enojó. Respiró hondo y soltó de pronto: «Albert, voy a regresar al Hogar de Pony. » Tomado por sorpresa, Albert frunció el ceño y caminó hacia el otro lado del escritorio, para quedar de frente a Candy. De verdad que no se esperaba eso… Dijo con una voz átona: «¿Qué dices?» Forzándose a mantener la calma, Candy respondió: «Pensé en lo que me dijiste ayer y es verdad, tenías toda la razón… Por eso creo que lo mejor por ahora es que me vaya al Hogar de Pony… –de alguna manera Candy perdió todo su aplomo pues al decirlas en voz alta, las palabras tomaban un verdadero significado– …eeh… por lo menos por un tiempo.» No quiso mirar a Albert. Él, por el contrario, estudiaba cada movimiento de su cara. Claro, era de esperarse una respuesta así de parte de ella… Pero no había contado con que tomara una decisión tan pronto. ¡Y menos ahora que vislumbraba una posibilidad de una vida sencilla! Realmente se veía bastante decidida, a pesar de su mirada huidiza y eso le causó una punzada en el corazón. Albert abrió la boca para intentar decir algo: por primera vez quería decirle que estaba equivocada, que no se fuera, que no tomara una decisión así. Pero no encontró palabras… ¿Cómo podía ahora desmentir lo que había dicho el día anterior? No podía echar para atrás sus argumentos así de repente. Tal vez… era mejor que así fuera. Haciendo un soberano esfuerzo por dominar sus sentimientos y aparentar la misma calma de siempre, dijo en el tono que pretendía ser el bondadoso y alentador que lo caracterizaba: «Bueno, Candy, si eso es lo que tú quieres… me parece muy bien… » Por más que intentó disimularlo, Candy se dio cuenta que había algo diferente en la forma como lo dijo. Él quitó la mirada rápidamente, temiendo que Candy pudiera leer en sus ojos algo de la decepción que sentía. No quería verla, no quería, pero al saber que ella lo observaba con atención, le lanzó una ojeada rápida. Asombrado de lo que distinguió en ella, la miró más atentamente, fijando sus ojos azules en los de ella. Sí, pudo discernir en Candy algo que nunca había visto en su mirada pero que siempre había anhelado. Estuvo a punto de emocionarse pues pensó creer que tal vez ella sí le correspondía a pesar de todo… Pero una voz en su cabeza pareció gritarle: “¿Pero de qué hablaaaaas?? ¿Que no ves que se va? ¡SE VA! ¡SE VA! ¡Deja de imaginarte cosas que no son!” Así que quitó la mirada y repitió con un tono que esta vez sí sonó alegre y sincero, pues la faceta de “amigo y protector”, que jamás dejaba a Albert cuando estaba con ella, ahogó sus sentimientos: «Sí, Candy. La pasarás muy bien allá. ¿Cuándo sales? - Eeh.. Hoy. Hoy, si es posible. -Bueno. Le avisaré al chofer que te lleve. -Sí. Gracias.» Albert se preguntó si no era obvio para Candy que su corazón se estaba desmoronando en mil pedacitos. Curiosamente, ella también pensaba algo similar. Pero ninguno de los se daba cuenta que tenían puestas unas máscaras de insensibilidad, de esas que hacen mucho daño, por lo creíbles que resultan para la otra persona. Ya había comenzado a anochecer cuando Candy terminó de empacar sus cosas. Las sombras le daban un aspecto bastante melancólico a la Mansión de Chicago y Candy sintió que el corazón se le volvía muy pequeño en el pecho mientras el chofer cargaba las maletas en el auto. Se le escaparon unas lágrimas silenciosas… Mientras había estado empacando, se había sorprendido llorando varias veces. No podía evitar estar tan triste, alejarse voluntariamente de Albert después de descubrir lo que sentía por él era extremadamente difícil. Levantó la mirada y se sobresaltó al descubrir a Albert parado en la puerta principal, observándola. “¿Por qué dejas que me vaya? ¿Por qué no me pides que me quede?” pensó Candy mientras dejaba escapar un sollozo. Secretamente había esperado que Albert tratara de convencerla que se quedara, pero al encontrarse con su respuesta tranquila se había quedado muy desconcertada. Parada en los escalones, se dio cuenta que realmente no quería separarse de él… Qué Hogar de Pony… Estaba huyendo, huyendo de sus sentimientos. Sin que ninguno de los dos pudiese darse cuenta de quién había comenzado a correr primero, se estrecharon ferozmente en un abrazo. Albert hundió su rostro en los rizos rubios de Candy y respiró profundamente su aroma. Ella no dejaba de llorar, aferrándose a él como a un árbol en la tormenta. Entre dos sollozos dejó escapar su nombre: «Albert… Albert, yo…» Él tomó el rostro de Candy entre sus manos con delicadeza y ternura. Sólo entonces ella se percató de que los ojos de Albert también estaban húmedos. “¿Por qué dejas, mi Candy?” decían silenciosamente las tímidas lágrimas que asomaban en sus mirada. Candy comprendió entonces que él también sufría, que esa mañana en el despacho sus palabras le habían costado un mundo… También que había preferido reaccionar como un amigo para no confundirla más y no interferir en su decisión. La muchacha sonrió a través de sus lágrimas, al tiempo que sentía alivio. Se separarían, sí. Pero de alguna manera, al ver su dolor reflejado en el de Albert, le parecía que las cosas serían más fáciles. Exclamó: «¡Albert! No me iré por mucho tiempo. Regresaré muy pronto, te lo prometo. Creo que necesito un poco de aire de campo, para pensar… ¿Verdad que entiendes eso? - Sí, Candy, mi linda. Ojalá yo pudiera hacer algo así también. Tal vez más adelante. Pero tú no regresarás… Yo te iré a buscar… cuando llegue el momento. - Está bien, pero no te demores mucho. No te olvides de mí mientras estoy por allá ¿eh? - Nunca, nunca –respondió él con vehemencia. Pensaré en ti todo el tiempo. - Yo también.» Albert le cubrió la frente de besos, que ella recibió con mucha alegría. En respuesta, le dejó dos besos en la mejilla que dejaron unas marcas que él tocaría soñadoramente durante mucho tiempo mientras el auto se alejaba de Chicago. Sí, la extrañaría más que a su alma. Pero así podría dedicarse completamente a entrenar a Archie. Y cuando el momento viniera, la iría a buscar al Hogar de Pony y le ofrecería la clase de vida que ella merecía… y si ella quería aceptarlo, un esposo que la amaría siempre a través de los años, con ese amor que había surgido hacía ya casi 13 años en aquella Colina. FIN
Posted on: Tue, 09 Jul 2013 00:11:32 +0000

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