SECRETOS DEL LA COLINA... Capítulo 3: Frente al espejo. Candy - TopicsExpress



          

SECRETOS DEL LA COLINA... Capítulo 3: Frente al espejo. Candy alisó su uniforme de enfermera y tomó su bolso antes de bajarse de la carreta. Agradeció amistosamente al conductor y se despidió de él mientras tomaba el camino al Hogar de Pony. Mientras recorría la pequeña distancia, alcanzó a percibir el olor del almuerzo… “Mmmm… ¿estofado?” se dijo mientras aligeraba el paso para llegar más rápido: no habían ningún niño afuera, señal innegable de que el almuerzo estaba siendo servido. Ya habían pasado tres semanas desde la fiestecilla que le habían hecho sus amigos en el Hogar. No había perdido nada de tiempo y ya estaba trabajando de voluntaria a tiempo parcial en un hospital bastante cerca al Hogar de Pony. A tiempo parcial, porque también deseaba pasar mucho tiempo en el Hogar con sus dos mamás, jugando y brindándole cuidados a los niños. Llegaba muy temprano al hospital y salía al mediodía, justo a tiempo para almorzar en el Hogar. Trabajaba de voluntaria, era porque sabía que Albert, Annie y Archie no perderían la ocasión de hacerla pasar unos días con los Andrey cada vez que pudiera, y no quería tener problemas en el trabajo por estar solicitando días libres a cada rato. Le pagaban por los días de trabajo realizados, y ese sueldo iba para el Hogar de Pony. Candy estaba muy satisfecha con el estilo de vida que llevaba. Entró al Hogar y saludó a todos con una gran sonrisa. Fue a cambiarse inmediatamente y a lavarse las manos para no contagiar a nadie con alguna enfermedad del Hospital. Cuando salió, Patty, que tenía puesto un delantal blanco, le sirvió un plato caliente de estofado. Candy se lo agradeció y se sentaron juntas a la mesa. Al enterarse de lo que su hija deseaba hacer, los padres de Patty no se habían opuesto a que pasara un tiempo en el Hogar de Pony, simplemente porque estaban muy preocupados por ella y temían que si la contrariaban se sentiría peor. Así que Patty vivía en el Hogar, ocupándose de las cuentas. “Siempre me encantaron las matemáticas” le decía a Candy cada vez que ésta la veía con recelo mientras sumaba los números. El resto del tiempo, estaba feliz de ayudar a la Hermana María y a la Señorita Pony en todo lo que le fuera posible. Mientras Candy disfrutaba de su almuerzo, Patty le contaba los pormenores del día. De repente puso un sobre blanco delante de las narices de su amiga: « ¡Mira! Te llegó una carta. ¿A que no sabes de quién? » Candy se apresuró a tragar su bocado y se limpió las manos para examinar el sobre. Enseguida reconoció la letra de Albert. « ¡Es de Albert! -Sí. Yo también recibí una esta mañana. Era una invitación a una fiesta. -¿En serio? -exclamó Candy entusiasmada, olvidando su almuerzo. -Sí. Será este sábado. » Patty le quitó la carta de las manos para que no dejara de comer. Candy ser rió con penita y terminó de comer. Durante esas tres semanas, Albert le había mandado ya una carta, en la cual le relata lo aburrido que era recibir abogados que le decían todos lo mismo. Candy le había respondido contándole su vida de enfermera, pero no era igual. Ésta era la carta que Candy esperaba con impaciencia. Y así lo dejó muy claro cuando apenas terminó de comer, corrió a su cuarto a leer la carta, bajo la mirada atónita de Patty. Querida Candy: Aquí te envío la invitación para la fiesta de este sábado. Te recuerdo, por si se te ha olvidado (lo cual, conociéndote, no me asombraría), que prometiste ser mi pareja. Candy, te quiero pedir que te vengas a Chicago desde el jueves. Espero que no sea ninguna molestia. Enviaré al chofer, pero si no pudieras venir, sólo díselo y yo entenderé. Por Patty ni te preocupes, enviaré por ella el sábado. Pero me harías muy feliz si vinieras desde el jueves, ya que por motivos de la fiesta estaré libre por primera vez en lo que parecen siglos, y me gustaría pasar ese tiempo contigo. Te esperaré. Albert. Candy se puso muy contenta y se puso a bailar en la habitación. “Lalalala…” tarareó mientras daba vueltas. “¡Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que fui a una fiesta a bailar! ¡Espero que no se me haya olvidado!” En los días siguientes, una Candy muy risueña se dedicó a contar las horas que faltaban para que fuera jueves. *** Tal como Albert había ordenado, el chofer de los Andrey llegó ese jueves al Hogar de Pony. Candy tenía la maleta lista desde el martes; y no perdieron nada de tiempo en irse del Hogar, ya que el viaje hasta Chicago era bastante largo. Estaba ya bien entrada la tarde cuando llegaron a la Residencia Andrey. Candy hubiera querido ir a ver a Albert de una vez, pero el mayordomo la hizo pasar a la biblioteca diciéndole que buscaría al Señor William y Candy no se atrevió a protestar. Hizo bien, ya que Albert estaba en su recámara con el sastre de la familia, midiéndose el traje tradicional escocés de la familia Andrey. Ya habían pasado muchísimos años desde la última vez que lo había usado y el que tenía de niño obviamente ya no le servía. Discutía con el sastre sobre el largo del kilt cuando el mayordomo entró y le dijo con la solemnidad que le caracterizaba: « La señorita Candice ha llegado, señor. Lo está esperando en la biblioteca. » El rostro de Albert, que hasta ese momento sólo reflejaba cansancio, se iluminó al oír esa noticia. Una sonrisa casi involuntaria acudió a sus labios. Si hubiera sido por él, habría dejado todo en el aire y habría corrido a ver a Candy. Pero obviamente tenía que guardar la compostura, sobre todo con el sastre que había estado atendiéndolo por horas. « Bien, Pierre -le dijo al mayordomo. Estaré ahí en un momento. Ian -ahora se dirigía al sastre – Ian, recuerda: no encima ni debajo, sino EN la rodilla. Gracias por todo. -Bien, Señor Andrey, lo tendré listo para mañana. -Gracias, Ian, hasta mañana. » Albert se cambió rápidamente, y olvidándose de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir, se apresuró a llegar a la biblioteca. Se detuvo delante de la puerta para retomar el aliento y esperó que las mejillas no se le hubieran sonrojado de la carrerita que había echado desde su cuarto. Respiró hondo y abrió la puerta muy despacio. Candy estaba de espaldas mirando los impresionantes tomos de libros en las estanterías de la biblioteca. Albert se quedó muy calladito un momento, admirándola en toda su sencilla belleza: el vestido que llevaba no era despampanante ni nada, pero se veía hermosa en él. « Candy… -dejó escapar para que notara su presencia . -¡Albert! » Candy se volteó a verlo y le sonrió de oreja a oreja. No lo pensó mucho y corrió a abrazarlo. Él, que lo deseaba, pero no se lo esperaba, la recibió un poco sorprendido, pero le devolvió el abrazo tan pronto la sintió contra él. La meció suavemente y le dijo: « Te he extrañado… -Y yo también. » Albert deseó no tener que soltar a Candy, pero ella se apartó después de un momento. Lo miró cuidadosamente, pues había temido olvidar su rostro por haber estado separados “tanto” tiempo. Dándose cuenta de que eso se podía prestar a mal interpretaciones, preguntó abruptamente: « ¿Y cómo van los preparativos de la fiesta? -Uff, ya me están volviendo loco. Si supuestamente es mi cumpleaños, yo debería pasarla bien, pero no me dejan ni respirar… -¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué dijiste? ¡Albert! ¿Es tu cumpleaños? -Sí, ¿no te lo dije? -se asombró él. -¡Nooo! ¡Sólo dijiste que era un fiesta! Albert… no te traje ningún regalo. -¡Vamos, Candy! -se rió Albert. No seas tonta, tú sabes bien que eso no me importa. Ya con que hayas venido es regalo suficiente para mí. -Pero es que… -No importa, olvídalo. De verdad es lo de menos. -Sus ojos brillaron de emoción- ¡Candy, ven! ¡Tengo una sorpresa para ti! -¿Una sorpresa? » Sin dejarle más tiempo para pensar, la tomó de la mano y salió de la biblioteca. Candy se dejó llevar y él no le soltó la mano hasta que llegaron al cuarto que era de Candy. Entraron y Albert, ordenándole que cerrara los ojos, se dirigió al armario y puso algo sobre la cama. « ¡Ya puedes abrir! Te lo mandé a hacer sólo para ti. » Candy abrió los ojos y vio sobre la cama un deslumbrante conjunto hecho del tartán de los Andrey. Era tan hermoso que no podía hacer otra cosa que mirarlo con la boca abierta. « Al… ¡Albert! -balbuceó. ¡Es demasiado precioso! No has debido… -Tonterías, Candy. Yo mismo vestiré con el tartán, y ya que serás mi pareja, he querido que estés vestida así. ¿Te gusta? -¿Que si me gusta? ¡Claro que me gusta! ¿Cómo no podría gustarme? » Candy se acercó y acarició el vestido con una sonrisa maravillada. Le gustaba la sencillez, pero como a toda chica le fascinaban los vestidos bonitos. Examinó con respeto los colores del tartán de los Andrey. Siete, siete, como tanto se lo habían repetido Anthony, Archie, Stear y la institutriz que tenía en aquella época. Era un honor particular que Albert se lo hubiera mandado a hacer, sería la prueba de que ella SÍ pertenecía a esa familia. Albert siempre tan bueno y con sus finas atenciones. La sacó de sus pensamientos al pedirle: « ¿Te lo puedes medir? Me encantaría ver cómo te queda. ¿Quieres que te llame a una mucama? -Oh, no, eso no será necesario. Yo puedo sola. » Albert salió de la habitación, muy contento de ver que a Candy le hubiera gustado su vestido. “Seremos la mejor pareja de la noche” se dijo mientras imaginaba bailar con ella. Después de esperar un tiempo prudente, tocó tímidamente a la puerta. Un “Ya puedes pasar” le respondió y volvió a entrar al cuarto. Se quedó parado en la puerta, incapaz de moverse ante esa aparición. De pie delante del espejo, estaba Candy engalanada de escocesa. Vestía una falda larga y una blusa blanca inmaculada. Cruzado sobre el pecho tenía el tartán de la familia. Ni en sus más locas fantasías se había imaginado Albert que a Candy le quedaría tan perfecto el vestido. Sintió que algo se le atragantaba en la garganta, al tiempo que experimentaba una fuertísima atracción hacia la joven vestida de gala delante de él. Una atracción tan grande, tan solemne, que parecía haberse originado en lo más profundo de las raíces escocesas de Albert. Un solo pensamiento le pasó por la mente: “Esta es. Esta es la Mujer de mi Vida. ¡La amaré para siempre!” Pero ¿cómo podía acercarse a ella? Tan bella y tan inocente. Los seis años que los separaban le hicieron preguntarse si tenía derecho siquiera a aspirar a su amor. Y quién sabe, tal vez su corazón aún no dejaba de pertenecerle a cierto joven actor. Esta posibilidad le dolió tanto a Albert que decidió esperar un tiempo prudente antes de tomar cualquier decisión apresurada que le costaría su amistad con Candy. Y ella, ajena a la fascinación que ejercía sobre Albert, seguía arreglándose con desenfado. Se volteó a ver a su amigo, que ya se había repuesto de la revelación que había tenido, y le preguntó con cierta preocupación: « ¿Para qué lado es que va el tartán? ¿Izquierdo o derecho? -Derecho, Candy, derecho. » Albert se acercó y se paró detrás de ella para verla en el espejo. Pensó fugazmente que ojalá algún día Candy llegara a usarlo del lado izquierdo, como las esposas de los jefes de clanes. SU esposa, claro. Sacudió la cabeza para espantar estos pensamientos y comentó poniéndole una mano en el hombro: « ¿Sabes con qué sería lindo sostenerlo aquí? Creo que el Broche te quedaría de maravilla. -Ah, sí, ¡qué buena idea! ¿Puedes buscarlo? Está en esa cajita. » Albert se acercó a las maletas que los sirvientes habían subido. En la cómoda de Candy había una cajita muy sencilla de madera. La abrió con precaución. Vio tres objetos. El crucifijo de Pony, una foto de Anthony, un recorte de periódico de Romeo y Julieta, y finalmente, el broche de los Andrey. Albert se consoló al ver que por lo menos, su recuerdo tenía un lugar especial entre los recuerdos de los otros dos amores de Candy. Regresó al lado de Candy, y mientras ella se abrochaba el tartán le preguntó: « ¿Qué pasó con el crucifijo? Antes lo usabas todo el tiempo. ¿Ya no? ¿Por qué está en esa caja? » Aquella vez Albert se había dado cuenta que Candy llevaba un broche de los Andrey, pero no se imaginó que sería el suyo; sino que sería algún regalo de Anthony, Stear o Archie. Candy sonrió suavemente y explicó: « Cuando me viste usarlo esa vez, era una época tan difícil para mí… El peligro, el dolor estaban a la vuelta de la esquina. Pero ahora… últimamente… me he sentido tan bien… tan tranquila… Me siento protegida aún sin él. » Candy se sonrojó, porque sabía que el nuevo aspecto de su relación con Albert tenía mucho que ver con ese sentimiento de paz interna. Rápidamente ocupó su mente en otra cosa, y se miró en el espejo. A Albert no se le había escapado el rubor de Candy, y rogó esperanzado que fuera por él. Miró a Candy en el espejo, y se dio cuenta que hacía una mueca insatisfecha, como si no creyera que se veía bien. La examinó de arriba abajo y sugirió: « Tu cabello… ¿por qué no lo sueltas? » Juzgando la idea buena, Candy se llevó las manos a los lazos que tenía, pero Albert se le adelantó diciendo: « Permíteme. »Y ella asintió, contenta de que Albert le ayudara a peinarse. Delicadamente, le soltó las dos colitas que tenía y le alisó el cabello para que los rizos no se dividieran. La larga cabellera cayó en cascada sobre sus hombros. Como siguiendo esa línea, él puso sus manos sobre los hombros de Candy. Al eliminar el peinado infantil, había quedado delante del espejo una joven muy hermosa y Albert no pudo evitar reaccionar como el hombre que era: « Candy… te ves… espectacular. » Ella se sonrojó como aquella vez en la Colina; los cumplidos tan sinceros de Albert tenían ese poder, el de hacerle perder la calma instantáneamente. Sintió cómo las manos del joven temblaban sobre sus hombros. Albert estaba luchando con la tentación de acariciar los hombros de Candy, de deslizar sus manos por sus brazos, de apretarla contra él y pedirle que fuera suya. Pero no lo hizo. Asustado, recordando su decisión de unos momentos, dio un paso hacia atrás y le sonrió diciendo: « Te esperaré afuera. Pronto será hora de cenar. » Le tocó cariñosamente la mejilla antes de salir. Pero Candy se quedó un momento inmóvil delante del espejo. La salida amistosa de Albert con ese gesto no la había engañado para nada. No era tan inocente como todos pensaban y ella sí había sentido el cambio en el ambiente de la habitación cuando Albert le puso las manos en los hombros. Al mirarlo en el espejo, vio cómo su mirada cambiaba para ponerse tan seria, tan seria que se quedó desconcertada: y ahora ¿qué? Sentía que no sabría cómo reaccionar si Albert movía sus manos como obviamente parecía querer. Pero a la vez, Candy había deseado con todas sus fuerzas que lo hiciera y su corazón había latido alocadamente en su pecho. ¿Cómo podía quedarse impasible ante el evidente cambio que estaba ocurriendo? Respiró entrecortadamente y se llevó las manos al corazón, sintiéndose muy confundida. Al levantar la mirada, se encontró con el reflejo del espejo. Se miró, un poco asombrada, pues la imagen difería con la que esperaba encontrar. En vez de la niña asustadiza, estaba ante ella una mujercita, que si bien tenía un poco de miedo en los ojos, no podía ignorar lo agitada que se sentía ni desconocer la causa de ello. Todavía sonrojada, se apuró a cambiarse y a salir al pasillo, donde un Albert más sereno la esperaba. Le ofreció el brazo como si nada y fueron a cenar. Él, que se había dado cuenta que había ido demasiado lejos con sus locuras, llevó la conversación hacia temas agradables y seguros y al poco tiempo ambos olvidaron lo ocurrido y hablaban amistosamente como siempre lo habían hecho. Se hubieran podido quedar toda la noche echando cuentos, pero el viaje había cansado mucho a Candy así que se excusó temprano para ir a dormir. Albert pareció un poco decepcionado, pero la dejó irse mientras la miraba con una sonrisa condescendiente.
Posted on: Sun, 30 Jun 2013 00:35:17 +0000

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