Sebastián Cristalizaba instantes con demasiado brillo, como si sintiera una lucidez peligrosa, que no le provocaba tranquilidad. Por eso dudaba de sí mismo y el movimiento hacia la compunción se tornaba inevitable. El punto que más sufría era el haber tomado conciencia de este malestar, que no controlaba y aparecía sin presentar síntoma o aviso. Desvanecerse era una tarea casi innata, se había convertido en un operario de la fragilidad del cuerpo, de la disonancia aparecida en la frente cuando los ojos ceden y no perciben jamás el suelo de su destino. Lo importante pasó a ser, no tanto el motivo de las caídas, sino el lugar donde se producían. El pensar constantemente el ahora, su postura, el contexto donde era posible desvanecerse tornó sus días cada vez más tensos. Los ataques ocurrían con la misma frecuencia pero a destiempo, como guardando una cordura en el caos informe de sus apariciones. No importaba qué provocase el fenómeno en la psiquis del sujeto, el estado físico parecía serle indiferente a la regularidad de los desmayos. Un día fue al médico. -Escuche Sebastián, no tengo una explicación a lo que me cuenta; le recomendaría que dejara de pensar tanto en los desmayos aunque le resulte algo difícil y en el fondo, de hecho, esto no mejore el problema. Y tal vez quizá solo en ese desprenderse idealmente del malestar encuentre fuerzas necesarias para indagar su origen desde otro plano. A la semana Sebastián se suicidó dejando esta nota: “Siéndome imposible la tarea propuesta por los encargados de dar respuesta a mi problema de salud, decidí interpretar la imposibilidad como un hecho que la vida nos hace asumir inevitablemente, sea cual fuera la situación problemática que nos invade. Quizá aquí este el motivo para seguir viviendo en calma con mis desmayos. Pero, dada la tranquilidad de este hallazgo, decidí buscar ese otro plano que mi médico describía tan lúcidamente cuando fui por mi cura a visitarlo.”
Posted on: Sun, 24 Nov 2013 20:36:22 +0000
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