(Si son de lágrima fácil, más vale que no lo lean. Si son de - TopicsExpress



          

(Si son de lágrima fácil, más vale que no lo lean. Si son de risa fácil, no se lo pierdan. Y si son normales, jódanse) LA MONEDA DE DIEZ CÉNTIMOS Cuando le comenzaron a faltar diez céntimos para todo, pues, se buscó otro parque y otro banco; siempre de madera, pero siempre público. En el primero, cuando llovía, se mojaba. Allí estaba tres horas y en tres horas conseguía 5 euros, y cuando pasaba la golfa conseguía diez, porque la golfa siempre le daba un billete de los de a cinco. Tocaba la guitarra y cantaba. Lo uno mejor que lo otro , según el día. Y seguía viviendo en la casa de sus padres, pero solo. Ellos se habían muerto, se habían apeado.. Primero se apeó el padre y tres años después se apeó la madre. En los dos certificados de defunción habían escrito : "paro cardio respiratorio" y, desde entonces ,creyó saber de qué iba el apearse. "Me apearé de paro cardio respiratorio"—decía. Y quien lo escuchaba nunca llegó a saber si se refería a un nuevo modelo de tren de alta velocidad, o así. Pero era fàcil. La mitad de sus amigos, o bien habían muerto; o bien no les gustaba la música; o bien no les gustaba que fuera notorio que eran sus amigos. Pero el vínculo de su amistad se veía fortalecido , quedaba evidenciado, en el momento de la muerte: todos morían de fallo cardio respiratorio, salvo uno que, por circunstancia confusas, de responsabilidad de atención médica, murio además de fallo multiorgánico. Decidió ganarse el pan de cada día y optó por la libertad: la segunda mayor fábrica de las de producir parados. Quería poder los días de para comer y los días resignarse a pasar hambre. Y le fue bien. El agua entraba en el recibo de la comunidad . Tardó varios meses en conseguir sacar de casa todas las bolsas de basura: Libros, discos de vinilo, muebles convertidos en astillas, ropa, cacharros múltiples de los de para comer y de los de para adornar, fotografías, cuadros, plantas, postales, felicitaciones, títulos...y consiguó el eco. Se quedó con una cama vieja de las de 90, con dos sillas, con un armario, con una mesa, con seis platos y sus ayudas y con la caja de herramients. Y ya por lujo se quedó con la guitarra. Una lujo al que teminaría sacando sonidos, que cada vez se parecían más a palabras, pero que nunca llegaron a serlo porque la guitarra era andaluza y además, y en tal tiempo, la guitarras no hablaban. Su sonido nunca llegó a palabra, pero quien lo oía volvía la cabeza como si le hubieran llamado por su nombre. Eran lamentos..., quejidos; un:—¡Eh, tú! ¡Que me duele!— Lo malo era que cuando el aludido llegaba a volver la cabeza, ya se había alejado y le daba apuro dar la vuelta para responderle con una moneda, o con dos. Él iba apartando las monedas de cobre y las dejaba cuidadosamente amontonadas sobre una de las tablas del banco. Siempre tuvo presente que otro hombre habría que no supiera tocar la guitarra y que fuera hombre de los que también precisan comer para no morirse. El día que le faltaron monedas de diez céntimos para todo era un día miércoles. Y fue el día en que se dijo:"—si me siguen faltando monedas no compro todo. Compraré leche, pan, tabaco, manzanas y latas de sardinas. Y a tal compra la llamaré "nuevotodo"- Se había prometido que si en alguna ocasión llegare a sentirse muy mal, saldría de casa y se sentaría en el parque, pero sin guitarra. Estaba bastante impresionado por una escena de una película de esquimales, en la que una vieja, ya con los dientes completamente carcomidos de tanto preparar pieles de foca, salió de su igloo una noche con la sola compañía de una manta y se fue hielo adentro hacía lo oscuro, para allí sentarse a la espera de un piadoso oso que la devorara. La comprensiva mirada de sus familiares primero, y la sorprendida mirada del oso blanco después, junto con la sumisión de la vieja que permaneció hasta su muerte con la barbilla apollada en el pecho, fueron para Manuel una sinopsis de todas las filosofías habidas. Con mucha paciencia, tocando la guitarra y viajando, había cumplido cuarenta años, en el estado de "parado de larga duración", cuya cosa no resultaba ser ninguna división administrativa de tipo territorial. Durante tres años le habían concedido un simempleo remunerado. Sólo eran 350 euros al mes, pero tal salario le solucionaba lo más elemental: poder pagar el recibo de la luz, poder pagar la comunidad y ahorrar 250 euros todos los meses "por si un día le pasaba algo". Lo del alojamiento, pues, lo tenía arreglado; lo del alojamiento estático. Lo del alojamiento dinámico, lo del "aquí te pillo, aquí me duermo", lo iba arreglando cambiando de ciudad o de pueblo grande, cada tres días. No le fue dificil llegar a tener un listado completo de albergues para transeuntes de los de sin recursos. Y no le fue dificil llegar a viajar en las cabinas de los camiones. Fue hombre de conversación fácil y sigue siendo hombre de conversación fácil. Pero su herramienta para hacerse notar, incluso para seducir, fue siempre la guitarra. Y su mecanismo para culturizarse fue siempre el escuchar. Cuando murieron sus padres, no se tomó la molestia de poner a su nombre la titularidad de la vivienda. Allí todos sabían que Manuel era el hijo de Juan y de María. Cuando murió Juan, a tal entierro acudieron unos doscientos personas por el aprecio que le tenían a María. Cuando murió Maria, acudieron doce por el aprecio que le tenían a Manuel. Este desajuste de aprecio venía dado porque Juan era una buena persona manifiesta y además porque María era muy parlanchina y de las de trato con todo el mundo. Una mujer de las que dedicaba una parte de su tiempo a la diplomacia de escalera y a la diplomacia de acera de las de calle con acera. Manuel se vertió más en la cortesía y en los buenos modos. Siempre tuvo en sus labios un "buenos días" de los de ofrecer a todo el mundo, pero muy rara vez un adiós o un hasta luego. Veía a casi todos los bichos de su especie, pero no miraba a ninguno. Nunca tuvieron que cortarle la luz, reclamarle el paga de la cuota de la comunidad ni ser requerido para hacer frente al pago Impuesto sobre Bienes Inmuebles. En su libreta de ahorros siempre hubo el saldo suficiente, y bastante más, por si un día le pasara algo. Cada año solía visitar una funeraria para estar informado del precio que iban alcanzando los más modestos entierros. Y cada año visitaba el cementerio donde estaban enterrados sus padres, en parte para ser uno más de los "visitamuertos", en parte para enterarse del precio que iban alcanzado los enterramientos y la estadía del muerto durante cinco años. Sus padres estaban juntos en un nicho de los de con letrero en el que rezaba la palabra "Propiedad". Pero Manuel había dado instrucciones al capellán del cementerio para que dado el caso no removieran a sus padres; para que los dejaran juntos prolongando su eterno matrimonio. Para que en el lenguaje de los muertos no pudiera ser dicho, bien por su padre o por su madre:-"¡Joder! ¡Ni muriendo hemos conseguido quitárnoslo de encima!" El trauma de estar sobrando en todas las partes, probablemente le habría sobrevenido a Manuel en algún lugar de los vividos en los momentos de su infancia; ni él lo sabía- por no saber no sabía ni que pudiera ser un trauma- ni nadie se lo dijo, aunque en la medida que la televisión fue invadiendo los hogares y la divulgación médica fue convirtiendo en lecenciados en medicina a todos los analfabetos funcionales, sí que fue comentado. Manuel lo oyó como consecuencia de su mala virtud de escuchar. Lo oyó comentar en una parada de autobús, cuando todavía no se habían muerto sus padres. Él estaba allí sentado en un banco bajo la marquesina, con la esperanza de que pasara el siete. El siete no pasó, pero sí pasaron dos señoras mayores, bastas de las de barrio; cargadas con sus bolsas de pláticos de las de la compra díaria. No le vieron y venían hablando de su familia, de su padre, de su madre y de él. -Juan es un hombre bueno; buen esposo y buen padre. -Y maría es un encanto, vivaz y alegre como el volar de golondrina. -Pero ya ves, Manuel les salió así: fugaz y huraño. De los de hola y adiós. -Ese chico seguro que padece un trauma de la infancia. Manuel siguió mirando en la dirección de donde se suponía habría de llegar el siete y sonrió. Pensó en lo injusto que se estaba siendo con los programas de televisión de los llamados de banda rosa, del corazón, del colorín. Se sintió profundamente inculto en un mundo cultivado. Y vio que era bueno, que se sentía bien. Aquel día no era ningún séptimo día, pero descansó. "Algo bueno tengo— se dijo—cuando este par de guarras me van despellejando". Los dementes siempre piensa que los equivocados son los otros. Ahora bien: Manuel se equivocaba al valorar el juicio que sobre él iban dando, que aunque dado sin autoridad alguna, podría ser incluso cierto. Pero no se equivocaba en lo de que eran un par de guarras sebosas, porque tal cosa es condición sin la cual no es posible despellejar al prójimo. Eran dos señoras femeninas devenidas en mujeres mayores, deformes, de pantorrillas gruesas y tobillos inflamados. Eran dos pedazos de grasa con carnet de identidad, dos bultos ocupantes de tres cuartos de cama, dos durmientes de espalda, dos roncadoras de las de tablón de anuncios, dos. Eran todo eso y él sólo era uno más de los integrantes de la minoria mayoritaria, de los que viven creyendo que tienen razón y de los que viven en la esperanza de que algún día se la den, de que algún día podrán llegar a ejercer el poder e instaurar una convivencia de las de tocar la guitarra y viajar. Pero las señoras tenían razón, las sebosas desahuciadas como hembras de las de para cama tenían razón: Manuel era fugaz, huraño y sonriente. Cortés, educado y distante; extranjero de todo. El no se veía, claro está. Siempre se había sentido un individuo normal y contento. Lo segundo, tal vez: nunca llegó a saberse. Pero normal no lo era. En el entierro de su padre parecía un chico venido de fuera, que acudía a la muerte de un pariente. En el entierro de su madre fue el individuo al que había que dar el pésame, función que compartió con una tía. A la tía le dieron muchos abrazos y besos. A él le dijeron: -hola, Manuel ¿cómo estás?. Pero no se atrevieron a abrazarle. Fue la tía la que se encargó de mostrar a la muerta. —Parece que esta viva— dijo uno. —Descansó—dijo otra. Y Manuel recordó una vez más, al entrañable "bajito" de nombre Mauro Muñiz y aquel inolvidable verso "que yo quiero seguir vivo, cuando se acabe mi entierro" Recordó a Rosa Lobo, alias Maya y la "Canción Minera". Recordó. Recordó tanto que con un gesto de forense, abandonada su habitual sonrisa, con cara circunspecta recordó: "¡Qué solos se quedan los muertos!". — La vida sigue- oyo decir— Y al oirlo pensó: "—¡Cómo me gustaría oir esa frase de labios de mi madre". Pero María no habló. Seguía teniendo cara de como si estuviera viva, pero no habló. El chico venido de fuera que parecía haber acudido a la muerte de un pariente, en el entierro de su padre pidió a un empleado de la funeraria que le abriera un momento el ataúd y beso la frente del muerto con un beso de hijo de todos los besos. Años más tarde compondría una canción y la cantaría en todos los bares de camioneros: "El último beso". Siempre cantada muy bajito, con las cuerdas más graves de su guitarra, casi susurrada y como para no molestar a los parroquianos. El hijo del pésame también mandó abrir el atáud de su madre, pero no la besó. De tan parecida viva, no fuera a abrir los ojos como sobresaltada. Sólo depositó junto a una de sus manos una ramita de arbusto que había cortado en el jardín del tanatorio. Una ramita con dos pequeñas flores blancas. Y también y al poco compuso una canción: "Las dos últimas flores". Una más, de las de para bares de camioneros, de las cantadas en susurros y con las cuerdas más graves de su guitarra. A su primera guitarra la había llamado "Rompesilencios", pero escrito en inglés. Y sobre su madera había tallado la conocida leyenda de "El coraje es como un músculo. Se fortalece si lo usas", también escrito en inglés. Se la robaron y le fueron robando otras más, de las que ya no se llamaban "Rompesilencios". Las otras siempre se llamaron "Compañera" y repitieron una leyenda diferente: "Bendito, aquel que no tiene otro bien que el que le quieran hacer". Y siempre estuvieron escritas en lengua castellana.
Posted on: Mon, 08 Jul 2013 12:23:27 +0000

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