Si van a leer esto, léanlo completo y comenten. Hazlo realidad. Mi más solemne dicho siempre ha sido “Sé directo.” Gusté de la amargura mentirosa y tuve golpes de enseñanza por ello. No tuve la dicha de caminar en la noble y fresca luz de los honestos y humildes corazones andantes. Mi mal gusto por la rebelión y el libertinaje me habían humillado arrastrándome por el vómito sanguíneo del error cometido. Años creciendo, días muriendo, semanas soñando, y meses esperándo. Quizás tanto tiempo perdido me haya brindado tantos pensamientos como a los griegos; quizás haya conseguido mostrar un punto de vista a mí mismo como un argumento contra otro punto de vista dentro de mi propia cabeza. Grandes batallas discursivas sucedían en mi consciente y siempre llegaba a un punto muerto. Sin salidas ni entradas, mi mente siempre consideraba un acuerdo arbitrario. Así fue como decidí que ser directo ante las diversas situaciones, era la mejor opción por falta de recuerdos agradables. Cuántas amistades, cuántas oportunidades, cuántos anhelos fueron cambiando por cobardía. La rebeldía era un factor de la más desvergonzada cobardía. Lo sometí todo a debate. Grande fue la razón para girar la vista hacia un punto difícil. Lo seguro de las cosas había logrado un mal hábito en mi ser y un vacío profundo, de que no había hecho nada más que conformarme con poco, era el resultado de una vida tirada, aborrecida y libre de sacrificios. Cuando iba camino a mis deberes observé con detenimientos aquello por lo que alguna vez había luchado hasta el suicidio inconsciente. Tantas personas de la mano, abrazándose, riendo y llorando por una noble causa. Dejar de sentir algo así no significa que deje de considerarse noble, respetable, o, si fueramos realistas, estúpido y sin sentido biológico. En verdad era frustante haber llegado a someter a debate aquello que no requiere pensamientos ni razón. ¿Cómo explicar la muerte de un justo por los injustos? Inexplicable sentenciaba mi razón. Inconcedible pronunciaba mi frío respirar. Mis agrietadas pupilas derramaban helados anhelos de que la dureza se vaya. Pero no se lucha con lo factible, con lo empírico. Ser directo había sido mi decisión de ser realista. Las cosas por las que caí, por las que lloré, por las que golpée mi pecho enardecido buscando un consuelo, un grito que guardara silencio, fueron manifestadas delante de ese objeto ganador de mi estudio aquel día soleado. Pasaron días en que no lograba trabajar eficazmente debido a estos puntos. No lograba el cuórum. No había unanimidad. La guerra se había desatado nuevamente y sentía como el paisaje se volvía gris. Creí que sería necesario llegar a un acuerdo lo antes posible, sino sufriría una perdida lamentable de raciocinio y capacidad de comprender las grandes batallas de los antiguos pensadores. Era un ultraje. Era una desquiciada forma de vivir estando pendiente de lo que otro hace. ¿Qué más importa que saber aprender de los errores? ¿Qué más debe preocupar que alcanzar un conocimiento de lo diario y saber conseguir buenos éxitos? Debo admitir que cada pregunta era sometida a un riguroso estudio. Era alguien abierto a considerarlo todo, pero no podía equivocarme. No podía volver a arrastrarme en vómito colectivo. El nuevo comienzo del año lectivo marcaba la ansiedad de encontrarse con otros. Otros puntos de vista para pensar y debatir. Otros contricantes que querrán declarar guerra. Cuántos tratados pueden firmarse en lo más superficial del consciente. Era excitante y angustiante. Sí, lo era. ¿Por qué angustiante? Quiero decir… ¿a qué se le puede temer? Estaba sentado en mi pupitre esperándo que el árbitro aparecierta y diera la orden de comenzar el partido. Los jugadores se veían listos, otros aterrorizados, algunos decididos y pensé que sería una masacre si comenzara a hablar. Callé y no me arrepiento de haberlo hecho (o así lo creo recordar). Ella entró casi rodeando lo ridículo, esperándo encontrar un simpatizante que le diera un abrazo tranquilizante. Se veía atemorizada. Su delgadez y cansado rostro mostraban un lucha contra el pensar y el sentir. Esa lucha es como colocar a un león contra un ratón. Absurdo era temer y estúpido pensar que un desconocido te daría la mano. Con el tiempo las cosas se fueron tranquilizando y los primeros lasos entre los ratones se fueron mostrando. Maldición… ese frío que me causaba penas y angustias había vuelto. No quería que mostrar un idiota sentido de necesidad para que me tuvieran lástima, incluyéndola a ella. Un éxamen complicado se acercaba y se notaba como los ratones se desesperaban ante la venida del lobo. El perro adolescente se sentaba y miraba con placer las corridas sin rumbo de estas criaturas tan subestimadas. Cuando ella no supo contestar una pregunta decidió socorrerse con mi pensar. Le ayude a entender un poco porque mi consciente había acordado brindar ayuda. Creo que ser directo era parte de saber que si se tiene un don hay que usarlo para bien de los demás. Pero el frío me dolía. Me llamaba la apremiante necesidad de debatir una cuestión olvidada; no podía. Esa oscuridad no me dejaba. Esa luna brillante me paralizaba. Cuando me encontraba realizando un informe del día en mi cama, recorde que esa oscuridad estaba en sus ojos y esa luna era su sonrisa. El mayor tiempo perdido es cuando uno esta recostado. Quizás por eso muchos no duermen. El frío seguía ardiendo y pesando… El año ya terminaba. Había ocurrido demasiado. Muchas charlas, muchas peleas, muchas guerras, muchos tratados y muchas dudas. Todo sirvió para amoldar mi pensar a un nuevo mundo de debates y decisiones arbitrarias. Era momento de dejarlo todo escrito y seguir luchando. La sabiduría, la razón habían ganado nuevamente, pero la lucha fue difícil. Esa luna seguía molestando a los disertantes de mi consciente y logró fastidiarlos hasta perder el control varias veces en lo que fue del día a día. Decidí asesinar esa imagen de mi frío andar para no perder todo el conocimiento. Era un molesto recuerdo que podía hacerme caer en todo lo que había abandonado. Pero no lo hice. Sucedió que mientras caminaba hacia la fotocopiadora, la vi llorando. Tirada en lo verde, derramando miles de gritos, tratando de golpear su pecho para silenciar anhelos y deseos. ¿Cómo explicar que la delgadez y el cansado rostro me asesinaron? El frío dolió como nunca antes… pero se fue. No sé que era, pero algo tomó su lugar y no era frío. Mis agrietados ojos se clavaron en esos gritos desesperantes. Todo quedó en blanco… Todo se había ido. Todo había explotado y desparecido. No había voces, no había sonido ni ruido. Sólo escuchaba su lamento. ¿Por qué lloraba? ¿Qué le hacía sufrir tanto? Cuando pude pensar algo sólo logré recordar tener su rostro en mis manos y sus lágrimas fusionadas con las mías. La media luna había brillado como nunca aquél día. ¿Qué había pasado? No entendí nada. No recuerdo haber debatido ni pensado. Nada caminó por mi mente. Fue solamente una acción. Me sentí humillado. No podía creerlo. Había llorado. Yo había llorado, yo había caminado sin tener nada en mente, sólo actúe. El frío no estaba… Aquí es donde exclamo que Ser Directo es lo único que me queda. Porque todo aquello que había debatido, lo asesiné. Lo enterré, lo eché de mi vida por la simple necesidad de verla sonreír. De ver esa media luna perfecta. No lo pensé ni lo pensaría. No quiero pensar, sólo actuar. Eso es lo que soy hoy. Según ella, lo que siento ahora se llama calor, pero no lo discuto. Con sólo verla sonreír recuerdo aquello por lo que había sufrido, había llorado, había golpeado mi pecho, había luchado y había gritado emocionado. Gracias a ella pude recordar que ese objeto tiene nombre. Creánme. Si deciden olvidar algo, lo harán, pero creo que olvidar no es la solución. Si quieres que algo pase, hazlo realidad. Sé directo y valiente, porque pensar es para los cobardes, pero actuar es para los valientes sin cordura. Si se preguntan que pasó con ella, bueno, pongánse en su lugar: ¿qué harían si alguien frío y soberbio lo deja todo para verte sonreír?
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 19:14:04 +0000
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