TITUBEÉ MUCHO en ir a verla. Los que fueron me decían que apenas - TopicsExpress



          

TITUBEÉ MUCHO en ir a verla. Los que fueron me decían que apenas era la débil sombra de su sombra, que flotaba en un tiempo lejano. Apenas hablaba y cuando decía algo había que estar muy atento para entenderle una frase completa. Pasaba con suma rapidez de la alegría a la tristeza más profunda, sólo ella comprendía esas alternancias abruptas, si se daba cuenta. Algunos opinaban que sí, otros sostenían lo contrario. Esos intercambios de ideas inexpertas solían terminar en discusiones tremendas, como si fueran doctos en siquiatría, pero sus ignorancias eran absolutas, tanto que llegaban y sobrepasaban lo grotesco, en muchas oportunidades me causaron tanta hilaridad que me anudaba los músculos del estómago, accidente que me impedía retrucarles sus dichos, por eso los dejaba enredándose en sus extravagantes hipótesis. Llegaron a pensar que el padecimiento de Lara no me importaba en lo más mínimo. Claro, te dejó plantado, qué te puede importar lo que le pasa, era el trillado argumento de Eleonora. No, no es eso, se ríe de bronca, afirmaba Enzo. Y en ese punto surgía otra polémica que también desconocían por completo, porque nuestra separación era uno de esos arcanos que parecían indescifrables, no lo entenderían, aunque se los explicara del modo más simple. A parte rompería nuestro pacto. CUANDO ADVERTIMOS EL INTERÉS que le dieron al asunto, resolvimos embrollarlo con silencios, medias palabras, evasivas y otros artilugios que nos divertían. A veces nos hacíamos ver muy juntos y otras nuestra indiferencia era total. En otras ocasiones nos esperábamos inquietos y cuando nos encontrábamos. Ufa, ya llegó, decíamos, cada uno por lado, con fastidio. Nos causaba muchísima gracia las expresiones confundidas, esas contradicciones nos excitaban de tal manera, que debíamos evitar vernos, y con cualquier excusa nos íbamos por separado de esas reuniones, para pasar dos horas, juntos. En una ocasión nos preguntamos cuánto podríamos estar solos, Lara se encogió de hombros. No mucho, supongo. Yo pensé lo mismo. Pero coincidimos en tratar de vencer las dos horas. ¿Y si hacemos macana? Tenés razón, cabe esa posibilidad. Pero con intentar no perdemos nada, dije. Yo pienso que sí, podemos hacernos mal. No es posible que tengamos un límite de tiempo. Yo tampoco creo coherente esta actitud. ¿Nos arriesgamos? Desde el punto de vista sociológico puede que sirva para algo, pero para sacarnos una duda creo que es una puerilidad. ¿Y qué hay de nuestra curiosidad? ¿Por qué hablás en plural? ¿No me digas que vos estás conforme? No mucho, pero tampoco me preocupa tanto. ¿Segura? Casi. Sonrió con un dejo de ternura incitadora. Le rodeé la cintura, nos adosamos y caricias suaves nos perdieron en los sutiles laberintos siempre explorados y jamás descubiertos. El tiempo se deshizo, un aire tibio, que nos amparó del tedio puntual de costumbre. Cuando miré el cielo raso se entretejían filamentos solares. Lara dormía, en su cara se había retratado una quietud espléndida, atrayente, que me impulsaba hacia ella, no quise irrumpir esa inefable tranquilidad, que intentaba envolverme, con todas mis energías luché contra esa fuerza maravillosamente extraña, hasta desasirme. Cuando regresé a mi conciencia intenté volver, pero estaba helado, embarrado y dolorido. Cómo iba a retornar en ese estado al nirvana del que había huido sin razones. MIL BURLAS escuché mientras corría en calzoncillos por calles desconocidas, hasta llegar a mi departamento. El cansancio era terrible, apenas pude abrir la puerta que se cerró cuando la traspasé, caí sobre las baldosas frescas, que aliviaron mi pesadez. La flojedad se desparramó por mi cuerpo. Cuando desperté el habitáculo estaba oscuro; tenía la boca pastosa, me ardían las raspaduras que tenía por toda mi piel. Me incorporé con mucho esfuerzo, tanteé la llave y encendí la luz. En la cocina bebí litros de agua, soda, gaseosa, comí cubitos de hielo. No me acordé de Lara, hasta que salí del baño y me tiré desnudo en la cama. Entonces apareció su cara, su cuerpo hermoso. Me pregunté por qué no me había quedado con ella, era demasiado encanto, no podía ser que esa mujer me quisiera. Por qué no, me pregunté sin vanidad, habíamos rebasado nuestro tiempo, habían sido seis, siete, ocho horas disfrutándonos, sin mentiras, sin reírnos de nadie, porque sólo existíamos nosotros. ¿A qué le tuve miedo? Si hasta dormida me pidió que me quedara, y fui tan necio que no la entendí. LA BUSQUÉ meses enteros, nadie sabía dónde estaba. Al año Eleonora la encontró en ese neuropsiquiátrico. Los médicos le contaron que la habían encontrado en una choza en Meridiano Quinto, comía lo que le daban. Usaba una especie de túnica negra muy limpia, como toda ella, pese a andar descalza y vivir alejada del pueblo, donde iba todos los días a preguntar: ¿Ondeta? Lo yo busco. ¿Vieron hoy? Cecilia, una amiga de Eleonora había ido a hacer prácticas sobre antropología, le comentaron sobre Lara, o la Chifle, como la llamaban en el lugar, quiso conocerla y la llevaron. Luego de tratar de comunicarse con ella durante dos horas, ella le preguntó muy claro: ¿Todavía van a Poppo’s con Leo? Y ahí la reconoció. ¿Sos Lara? ¿Ondetá? Yo busco, dijo con voz muy débil. No tuvo dudas y le pidió al doctor Arriola que la llevara al instituto. Y ahí está, me dijo Eleonora, desde hace un año y medio. Cuando Cecilia me dijo que estaba en ese sitio, no falté un solo día, aunque, aparentemente no se da cuenta si voy o no. El doctor dice que tal vez si recibiese un estímulo más intenso reaccionaría. Se me ocurrió llevarle una foto en que estamos su mamá, ella y yo, en el momento no pasó nada, al otro día, la foto que dejé sobre la mesita de luz, seguía ahí, pero había raspado con un clavo la imagen de su madre. Apenas llegué, señaló la foto, y me dijo: Vos, yo, ella fue. Y tenía razón, Eleo. Acordate que Aída la abandonó cuando Lara tenía diecisiete años. Sí, después recordé ese trance, iba derecho a la joda, salía todas las noches, tomaba, fumaba lo que viniera y lo demás podés imaginártelo. Suerte que a los dos o tres meses te conoció y se encarriló, hasta entró a la facultad. Aunque nunca entendimos la relación que tenían, pero la salvaste. No fui yo solo, pienso que todos pudimos recuperarla. No te hagas el modesto, Lalo, vos la sacaste de toda esa nebulosa, ella misma lo decía. Lo que pasaba era que no era virgen. Otra vez largué la carcajada. Eleonora me miraba a punto de reventar de rabia. Me calmé un buen rato después, tomé aire. Perdoname, pero eso no tuvo nada ver. Entre Lara y yo había un pacto, que resolvimos no revelar, así que te pido disculpas de nuevo, no puedo decirte nada. No importa, sólo te pido que vayas a verla. No. Desde ya te lo digo. No puedo verla como me contás. ¿La vas a dejar así? ¿Y qué puedo hacer? Si te digo mucho, te miento, pero con probar... ESTUVE UNA SEMANA pensando, no encontraba el coraje para verla hecha una estrella apagada, era encontrarme con una parte de mí que estaba perdida, y quién sabía si quería unirse. La pensé de mil modos, y de mil y una manera me tenté encontrarme con la sombra de tu sombra. Hasta que te fui a ver. Estabas más hermosa que cuando luché con tu nirvana. Si no te hubieses asustado nos habríamos ahorrado penas, muchas penas. Y como hace cinco años se sentó en mi falda, me besó en la frente y nos acurrucamos en el sillón, con nuestro secreto de quién ama más a quien, sin disimulos. Danny Delaney
Posted on: Thu, 11 Jul 2013 07:25:14 +0000

Recently Viewed Topics




© 2015