TODO POR GRACIA CHARLES H. SPURGEON CAPITULO 1 «Dios - TopicsExpress



          

TODO POR GRACIA CHARLES H. SPURGEON CAPITULO 1 «Dios justifica los impíos» «Al que no obra, pero cree en Aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia» (Ro. 4:5). Te llamo la atención a la expresión «Aquél que justifica al impío». Estas palabras me parecen maravillosas. ¿A ti no? He oído que los que odian las doctrinas de la cruz acusan de injusto a Dios por salvar a los impíos y recibir al más vil de los pecadores. Mas he aquí cómo la misma Escritura acepta la acusación y lo declara francamente. Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, consta el calificativo de «Aquél que justifica al impío». Así, el justifica a los injustos perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¡Sorprendente! ¿No has pensado siempre que la salvación es para los buenos, y que la gracia de Dios se concede a los justos y santos, libres del pecado? Sin duda, alguna vez habrás pensado que si eres bueno, Dios te recompensará, y que no siendo digno, nunca podrás disfrutar de sus favores. Por tanto, la lectura de un texto como este te debe trastornar. No me extraña, pues yo también, con toda mi familiaridad acerca de este tema de la gracia divina, no ceso de asombrarme de que todo un Dios santo justifique a una persona impía... Según la natural lealtad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y de nuestros méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe de haber algo bueno en nosotros para merecer que Dios se ocupe de nuestras personas. Pero Dios, que bien conoce todos nuestros engaños, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara que «no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10). Él sabe que «todas nues12 TODO POR GRACIA tras justicias son como trapos de inmundicia» (Is. 64:6). Y, por lo mismo, el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para llevar consigo bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecen de ella. Esto es, no vino porque fuéramos justos, sino para hacernos justos, «justificando al impío». Cuando un abogado comparece ante un tribunal, si es persona honrada, desea proteger a su cliente, defendiéndole de todo lo que falsamente se le imputa. Pero el objeto del defensor debe ser la de justificar al inocente, y no la de encubrir al culpable. Tal milagro le está reservado sólo al Señor. A saber, Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la Tierra no hay un justo que haga bien y no peque y, por lo mismo, en su soberanía infinita y en el esplendor de su amor inefable, emprende la obra, no tanto de justificar al justo cuanto de justificar al impío. En otras palabras, Dios ha ideado maneras y medios de presentar delante de sí al impío justamente aceptable: ha constituido un plan mediante el cual puede, en justicia perfecta, tratar al culpable, como si siempre hubiera vivido libre de ofensa; sí, tratarle como si fuera del todo libre de pecado. Porque Él «justifica al impío». Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es algo sorprendente y maravilloso. Sé que para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, que me justificase a mí. Aparte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y pecado. No obstante, sé por certeza plena que por fe soy justificado mediante los méritos de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo; todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores. Yo, del todo indigno, soy tratado como si fuera digno. Se me ama con tanto amor como si siempre hubiera sido pío, siendo así que antes era impío. ¿Quién no se maravilla de esto? La gratitud por tal favor se reviste de admiración indecible. 13 1. «DIOS JUSTIFICA A LOS IMPÍOS» Y siendo esto tan admirable, deseo que tomes nota de cuán accesible se vuelve el Evangelio para ti y para mí. Pues si Dios justifica al impío, entonces, querido amigo, te puede justificar a ti. ¿No es esto precisamente lo que tú eres? Si hasta hoy has vivido sin convertirte, te cuadra perfectamente la Palabra; has vivido sin Cristo, siendo lo contrario a pío o temeroso de Dios. En una palabra, has sido y eres impío. Acaso ni has frecuentado los cultos del Domingo, has vivido sin respetar el día del Señor, ni su casa, ni su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, quizás has procurado poner en tela de juicio su existencia, hasta el punto de declarar tus dudas. Habitando en esta Tierra hermosa, llena de señales de la presencia de Dios, has persistido, empero, en cerrar los ojos a las pruebas palpables de su poder y divinidad. Cierto, has vivido como si no existiera Dios. Y gran placer te hubiera proporcionado el poder probar por ti mismo satisfactoriamente la idea de que no hay Dios. Tal vez, has vivido ya muchos años en este estado de ánimo, de manera que ya estás bien afirmado en tus caminos, donde no está Dios. Si te llamaran «impío», te cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llamara «agua salada». Acaso eres persona de otra categoría, pues has cumplido con todas las exterioridades de la religión. Sin embargo, de corazón nada has hecho, y así, en realidad, has vivido como un impío. Te has codeado con el pueblo de Dios, pero sin haber tenido tú mismo una entrevista personal con Él. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin amar de corazón a Dios y sin respetar sus mandamientos. Sea como fuere, tú eres precisamente la persona a la cual este Evangelio se proclama, esta buena nueva que nos asegura que «Dios justifica al impío». Maravilloso es y felizmente te sirve al caso. Te cuadra perfectamente. ¿Verdad que sí? ¡Cuánto deseo que lo aceptes! Si eres persona de sentido común, notarás lo maravilloso de la gracia divina anticipándose a las necesidades de personas como tú, y dirás entre ti: «¡Justificar al impío! Pues entonces, ¿por qué no seré yo justificado, y justificado ahora mismo?». 14 TODO POR GRACIA Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así; es decir, que la salvación de Dios debe ser cosa para los que no la merecen ni están preparados para recibirla. Es natural que conste la afirmación del texto en la Biblia, porque, apreciado amigo, sólo necesita ser justificado aquel que carece de justicia propia. Si alguno de mis lectores fuese persona absolutamente justa, no necesitaría ser justificada; pues, sintiendo que está cumpliendo bien todo deber, hace al Cielo deudor de tanta bondad por su parte, ¿para qué necesita misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesita justificación? Estará ya cansado de esta lectura tan poco interesante... Si verdaderamente, querido lector, estás rodeado de aires tan farisaicos, escúchame por un momento: ¡Tan cierto como vives, te encaminas hacia la perdición! Rodeado de justicia propia, o vives engañado o eres un engañador; porque dice claramente la Escritura, la cual no puede mentir, que «no hay justo, ni aun uno». De todos modos, no tengo Evangelio, ni palabra para los que se rodean de justicia propia. Jesucristo mismo declaró que no había venido para llamar a los justos, y no voy a ser yo quien lo haga. Pues si los llamara, no vendrían; y por lo mismo, no los llamaré bajo ese punto de vista. Al contrario, te suplico que contemples ésta, tu justicia propia, hasta descubrir lo falsa que es. Ni la mitad de la fuerza de una telaraña tiene. ¡Deséchala! ¡Huye de la misma! Las únicas personas que necesitan justificación son las que reconocen que no son justas y sienten la necesidad de que se haga algo para que sean justas ante el tribunal de Dios. Podemos estar bien ciertos de que Dios no hace nada fuera de lo necesario. La Sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo. Hacer justo a quien ya es justo no es obra de Dios: tal obra fuera de un idiota... Pero hacer justo al injusto es obra del Amor infinito: justificar al impío es un milagro digno de Dios. Atención ahora: si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y preciosos, ¿a quién ha de servir tal médico? ¿A gente de buena salud? Cierto que no. 15 1. «DIOS JUSTIFICA A LOS IMPÍOS» Colóquesele en un distrito sin enfermos, y se sentirá fuera de su orbe. Allí huelga su presencia. «Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos» (Mt. 9:12), dice el Señor. ¿No es igualmente claro que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas? No sirven para las almas sanas, porque les son remedios superfluos. Si tú, querido amigo, te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el gran Médico al mundo. Si a causa del pecado te sientes completamente perdido, eres la mismísima persona comprendida en el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor, en su amor eterno, tuvo a la vista personas como tú al compaginar el sistema de salvación por pura gracia. He aquí otro ejemplo, supongamos que una persona generosa resolviera entre sí perdonar a todos sus deudores; claramente esto sólo podría hacerse respecto a los que realmente le fueran deudores; uno le debe mil pesos, otro cincuenta pesos... Y a cada cual tocaría tan sólo conseguir la firma que cancelará las cuentas. Pero la persona más generosa del mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada deben a nadie. Asimismo, está fuera del poder del mismo Omnipotente perdonar a quien no tenga nada para perdonársele. El perdón presupone que alguien es culpable; el perdón es para el pecador. Por ello, resulta absurdo hablar de «perdonar al inocente», a aquel que nunca ha faltado. ¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Ésta es la razón por la que te podrás salvar; por la misma razón que te reconoces pecador. Desearía animarte a creer que precisamente para personas como tú está destinada la gracia. Cierto poeta se atrevió a decir que «el acusado es ya sagrado» mediante la obra del Espíritu Santo en su conciencia. Es positivamente cierto que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo la expiación de verdad por pecadores de verdad. Ésta es la razón por la que me es un verdadero placer hablar con pecadores que admiten sin excusas que son impíos. Gustosamente hablaría toda la noche con ellos de buena fe. Las puertas de misericor16 TODO POR GRACIA dia no se cierran ni de día ni de noche para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Y es que nuestro Señor Jesús no murió por pecados imaginarios, sino que la sangre de su corazón se derramó para limpiar manchas que sólo el color carmesí puede quitar. El pecador que se sienta bien negro, ésa es la persona que Jesucristo ha venido a blanquear. En cierta ocasión, un evangelista predicó sobre el siguiente texto: «Ahora, ya también el hacha está puesta en la raíz de los árboles » (Lc. 3:9). Y lo hizo de modo que uno de los oyentes le recriminó: «Nos trató usted como si fuéramos criminales. Este sermón debiera usted haberlo predicado en el presidio provincial y no aquí». «No, no... -contestó el evangelista- En el presidio no hablaría sobre ese texto, sino que les leería éste otro: ‘Palabra fiel y digna de ser recibida de todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores’ (1 Ti. 1:15)». ¡Correcto! La ley es para los que se rodean de la justicia propia, para derribar su orgullo, y el Evangelio para los perdidos, para remover su desesperación. Si no estás perdido, entonces, ¿para qué quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería la mujer la casa buscando monedas que guardara en el talego? No, no, la medicina es para los enfermos, la resurrección para los muertos, el perdón para los culpables, la libertad para los cautivos, la vista para los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el Evangelio del perdón sin admitir de una vez que el hombre es un ser culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de la existencia del Evangelio. Y tú, amigo mío, objeto de estas palabras, si te sientes merecedor, no de la gracia, sino de la maldición y de la condenación, tú eres precisamente el género de hombre para quien fue ordenado, arreglado y destinado el Evangelio: «Dios justifica al impío». Desearía hacer esto tan claro y patente como el día. Espero haberlo hecho ya, pero, a pesar de todo, únicamente el Señor 17 1. «DIOS JUSTIFICA A LOS IMPÍOS» puede hacerlo comprender al hombre. Al principio no puede menos que parecer asombroso al hombre de conciencia despierta que la salvación le venga de pura gracia al perdido y culpable. Piensa el tal que la salvación le viene per ser penitente, olvidando que su estado de penitente es parte de su salvación. «Debo ser esto y lo otro», dice; todo lo cual es verdad, porque, sí, será «esto y lo otro»; pero es resultado de la salvación, y la salvación le viene primero antes de verse alguno de sus resultados. De hecho, la salvación le viene mientras no merezca otra cosa que lo contenido en la descripción fea y abominable de «impío». Esto y nada más es el hombre cuando le viene el Evangelio de Dios para justificarle. Permítaseme, por tanto, insistir -a todos cuantos carecen de todo bien, no teniendo siquiera un buen sentimiento para recomendarse a Dios- en que es necesario que crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es capaz y está dispuesto a recibirles, sin nada que les recomiende, para perdonarles espontáneamente, no porque sean ellos buenos, sino porque Él es bueno y abunda en perdones. ¿Acaso no hace «brillar el sol sobre buenos y malos» (Mt. 5:45)? ¿No es Él quien da tiempos fructíferos y envía lluvias del Cielo sobre las naciones más impías? En Sodoma bañaba el sol, y caía el rocío sobre Gomorra... Oh, amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepuja mi entendimiento y tu entendimiento, y desearía que lo apreciaras de un modo digno. Tan alto como el Cielo sobre la Tierra son los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. No emprendas, definitivamente, la obra farisaica de presentarte diferente a lo que en el fondo eres; sino acude tal cual eres al «que justifica al impío». Se cuenta que un famoso pintor quiso hacer un retrato de su pueblo, escogiendo entre la gente modelos prototipo. Entre los elegidos, se hallaba un barrendero andrajoso y sucio. Éste se presentó al día siguiente en el taller del pintor; pero bien pronto quedó despachado, porque, en vez de acudir con su indumentaria de siempre, se presentó lavado, peinado y decentemente vestido. Así, el Evangelio te 18 TODO POR GRACIA recibirá, si acudes al Señor como pecador, pero no de otro modo. No procures reformarte; permite a Jesús que te recoja en tu estado más deplorable, y Él te restaurará. Ven destituido. Acude a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio, desnudo, no apto para vivir, no apto para morir, tampoco. Acude cuando la desesperación te oprima el pecho cual pesadilla horrible, pidiendo al Señor que te justifique. Dios mismo asume el título bendito: «el que justifica al impío».
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 19:17:32 +0000

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