Tarde Caminaba por la orilla, cuidando que no se le mojaran los - TopicsExpress



          

Tarde Caminaba por la orilla, cuidando que no se le mojaran los pies. Hoy está fresco, no te mojes; después te enfermás y a la noche quién te aguanta. Algo así le había dicho su mamá. Solo tenía permitido caminar por la orilla y sin que el agua lo tocara. Era aburrido caminar así. Además él no tenía ganas de caminar. Primero había tenido ganas de meterse al agua, pero eso ya sabía que no iba a poder. Después había querido comprar pochoclos. Lucía y él vieron el puesto en la playa. Les llamó la atención a los dos. En la playa siempre habían visto puestos de helados, de licuados, de choclos, carritos que vendían churros, pero nunca de pochoclos. Después cayeron en la cuenta de que eran los mismos de la propaganda de la avioneta, la que pasaba a la tarde anunciando promociones y que su papá odiaba porque lo despertaba de la siesta. ¡Pochoclos Manía! ¡Pidan y pidan! Algo así decía la voz de la avioneta. Con Lucía fueron corriendo a contarle a su mamá, que estaba tomando sol más arriba en un médano. Pensaban que cuando le dijeran iba a darles plata para comprar. Pero no los dejó terminar de hablar. Parecía como si ni los hubiera escuchado por lo que les contestó: -Recién vi cómo pasaban aplaudiendo y alzando a un chico que se había perdido. Si ustedes se pierden, van con el bañero y se quedan ahí, y esperan a que los vaya a buscar. Nada de esa pelotudez de ir por toda la playa alzados y aplaudiendo. Le dicen al bañero que ustedes se quedan ahí en el puesto con él, que después los voy a buscar. Y ahí nomás los mandó a caminar, y les dijo que tuvieran cuidado de no mojarse los pies y de no perderse. Habrá creído que querían pedirle caminar solos. O por ahí los escuchó bien pero se hizo la tonta, porque nunca quería gastar plata. A su papá le molestaba menos, si él no se hubiera quedado durmiendo la siesta podrían haber comprado los pochoclos. La cuestión es que ella ni los dejó terminar de hablar y los mandó a caminar con mil recomendaciones y retos por cosas que todavía no habían hecho. Lucía se empacó y no quiso ir. Se quedó lloriqueando y refunfuñando en el médano mientras la mamá le decía que era una caprichosa y que al final quién la entendía. Él sí fue. Aunque no tuviera ganas de caminar, lo prefería a quedarse con su mamá y su hermana en el médano. Al menos así podía ver los puestos, los carros, los perros, la gente. Vio puestos con cosas que no había donde paraba su familia: pulseras, collares, pareos, remeras. Pescados. Mariscos al escabeche. Eso nunca lo había probado. También pasó por otro puesto de pochoclos. Metió las manos en los bolsillos del short y se enojó por no llevar plata. Con un poco ya le habría alcanzado para comprarse aunque sea una porción chiquita, total ahora ni con Lucía tenía que compartir. Pero no llevaba nada, así que siguió caminando. Hundía los pies en la arena; le gustaba andar justo por el límite, siempre a punto de que el agua lo mojara y siempre esquivándola. A veces la espuma lo salpicaba. Algunas gotas se le estampaban en el short. No importaba, hasta que volviera había tiempo para que se secase. Porque pensaba seguir caminando un rato más, y recién después emprender la vuelta. Y si a su mamá le parecía que había tardado mucho y se enojaba, que se jodiera, ya bastante con que no lo había dejado meterse al agua ni comer pochoclos y él ni se había quejado. Se puso a caminar más rápido, como cuando estaba llegando tarde a la escuela, o cuando se peleaba con Ignacio y Martín y se iba a la otra punta del patio a terminar el recreo solo. A él no le gustaba andar rápido, y mucho menos correr, porque se agitaba pronto. Pero a veces le venían unas ganas, un embale, como una fuerza o una bronca o unas ganas de irse corriendo y entonces, aunque no corriera, sí que caminaba rápido. Como ahora. Los pies subían y bajaban, aunque cada vez le costara más desenterrarlos de la arena blanda. En realidad no sabía si andaba rápido o si todo el esfuerzo se le iba en desclavar los pies; por ahí estaba haciendo una caminata lenta y aparotosa y la gente por lo bajo se estaba riendo de él. Eso lo enojaba mucho, siempre que Ignacio y Martín se reían de él terminaba cruzando el patio para quedarse solo en la otra punta. Cuando en su casa se reían de él también se enojaba mucho, pero entonces no tenía para donde cruzar. Como mucho podía irse a su pieza y hacer mucho ruido con los pies y dar un portazo, aunque entonces seguro que lo retaban. Pero ahora no había nadie para retarlo. Empezó a levantar más las piernas y a dar pasos más largos. Ahora sí que caminaba rápido de verdad, ahora sí que no se iban a poder reír de él. Los pies se hundían y se desclavaban en la arena, los brazos se le balanceaban y le rozaban el short salpicado. Y no era solo el brazo el que se balanceaba para adelante, sino todo el cuerpo; todo el cuerpo menos el pie que no había podido desclavar. Antes de que se diera cuenta, ya estaba rodeado de gente, de grandes con caras de preocupados y de chicos que no podían aguantarse la risa. Nene, ¿estás bien? ¿Cómo hiciste para caerte así? ¿Te podés levantar?¡Qué golpe te diste, nene! ¡Llamen al bañero! ¿Y dónde está la madre de este chico? Se incorporó como pudo, sintiendo todavía el dolor del golpe. Les dijo a todos que estaba bien, que no había sido nada, que sabía perfectamente dónde estaba su mamá y que no era necesario llamar a ningún bañero porque él no se había ahogado. Se abrió paso entre los curiosos sin pedir permiso y siguió caminando. Cuando se alejó un poco, se sacó de encima toda la arena que pudo. Parecía que en la caída la espuma del mar lo había alcanzado, porque el short estaba bastante húmedo. Siguió caminando. Ya no iba rápido. Miró el cielo nublado. Vio cómo se empezaban a levantar los primeros puestos, cómo empezaban a irse los primeros carros. Vio cómo alguna gente se ponía buzos y camperitas. Se levantó un poco de viento, en los ojos se le metieron unos granos de arena. Trató de sacárselos con las manos húmedas. Un sonido le llamó la atención. Con los ojos entrecerrados miró hacia arriba. ¡Pochoclos Manía! ¡Pidan y pidan! Algo así decía la voz de la avioneta, aunque el bullicio de la playa no lo dejaba escuchar. Volvió a meter las manos en los bolsillos, húmedos y sin plata. Y entonces la bronca, el embale, las ganas de correr. Pero no corrió. Tampoco caminó rápido. Simplemente dobló hacia la derecha, sin importarle que el short se salpicara, sin importarle que los pies se le mojaran, sin importarle que el agua estuviera fría y que ya ni sol había y que se podía enfermar y que la tos. Caminó hasta que el agua le tapó la cintura, sumergió al fin la cabeza, giró, hizo la plancha, dejó que el mar lo trajera, lo llevara, lo meciera. Y si su mamá se enojaba porque volvía tarde y estaba todo mojado y se podía enfermar, que se fuera bien a la mierda. Una ola suave lo levantó mientras flotaba y lo volvió a bajar. Cerró los ojos. Estaba en el mar. Ese mar frío y amarronado que tanto le gustaba.
Posted on: Tue, 09 Jul 2013 01:51:21 +0000

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