Trazar un círculo que incluye a otros En la época en que nació - TopicsExpress



          

Trazar un círculo que incluye a otros En la época en que nació LFI como parte de la Revolución por Jesús, se palpaba un ambiente de fuerte oposición a las estructuras políticas y sociales de entonces. Estábamos inmersos en el ambiente contracultural de los 60 y principios de los 70, pese a que adjudicábamos mayor importancia a la revolución espiritual y pregonábamos un retorno a los rudimentos del cristianismo. Un efecto que esto tuvo en nuestra cultura es que nos marginamos del mundo, separados por el estilo de vida y la cultura, y operando de forma mayormente independiente de las estructuras sociales y económicas de los países en los que vivíamos. Nos oponíamos a la sociedad en general, rechazando todas las formas de «compañerismo con el mundo». David promovía con vehemencia y regularidad estos asuntos en sus escritos y al compararnos con el mundo éramos como la noche y el día. En toda revolución debe quedar muy clara la causa por la que uno se opone, qué se rechaza y por qué razones. Quienes dirigen un proceso de cambios deben expresar claramente qué ideales defienden y a qué se oponen. Una revolución implica oposición al estado o situación imperante, y los mensajes de los revolucionarios suelen caracterizarse por su extremismo. A raíz de ese fervor y entusiasmo por mantenernos separados de los elementos del mundo opuestos a Dios, como la Biblia nos instruye que hagamos, incubamos ciertos sentimientos de hostilidad y animadversión hacia los regímenes y estructuras del mundo, hacia las corrientes mayoritarias de la sociedad y en algunos casos muy particularmente hacia los EE.UU. y la cultura occidental. Históricamente la sociedad secular ha suscitado nuestra antipatía y desaprobación. Todavía tenemos por principio no ser partícipes del espíritu del mundo —«los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida»— y marginarnos en espíritu[1]. Sin embargo, ya no sostenemos el principio de que LFI debe desenvolverse al margen de las estructuras sociales establecidas. Ni nos oponemos ni rechazamos todo lo que ofrece la sociedad convencional, ya sean los organismos o programas del estado, o los programas de asistencia, beneficencia, educación y demás de otras organizaciones cristianas y laicas. Eso se aplica también a lo que puede servir para nuestros niños y jóvenes. También es bueno tener en cuenta que en muchos aspectos lo que hoy se considera contracultural es muy distinto de lo que así se consideraba en los primeros años de la Familia. Durante los años 60 fuertes vibras antisistema se hicieron sentir alrededor del mundo. En muchos países tuvieron lugar disturbios y protestas antibélicas. Se gestaba una revolución social. Muchas personas rompieron con las religiones institucionalizadas y las rígidas normas sociales. Surgió un movimiento que propugnaba el retorno a las costumbres sencillas y a la vida natural, del cual tomaron parte muchos grupos hippies. Proliferaron también las ideas revolucionarias y fue una época de agitación política. En muchos países los jóvenes se unieron a la lucha por la libertad. En todos los frentes se impugnó el statu quo. Por todas partes se respiraba revolución. Inmerso en ese clima de agitación social y política, David pregonó una revolución espiritual. Manifestó que en última instancia, la verdadera revolución, lo único capaz de efectuar un cambio duradero tanto en el mundo como en las organizaciones religiosas, es participar en la transformación espiritual que se da cuando una persona recibe a Jesús, sigue Sus enseñanzas y hace lo posible por cambiar su parte del mundo. David declaró guerra espiritual contra el sistema imperante y las iglesias. Impugnó el statu quo. Su tono y su mensaje fueron influidos por el clima de los años 60 y principios de los 70, y estuvieron muy acorde con los tiempos. Sus métodos y sus enseñanzas, el acento que ponía en la revolución espiritual, apelaron a los intereses y sentimientos radicales y antisistémicos que abrigaba la juventud de la época. El estilo particular en que David predicó a Jesús suscitó la atención y acogida de la juventud. Cristo fue un rebelde, un iconoclasta, que se manifestó contra las convenciones de Su tiempo. Habló del amor, la misericordia y la paz. Los hippies se identificaban con esa representación de Jesús. Sintonizaban con el modo en que la Familia presentaba a Jesús y con el estilo simple, transparente y amoroso con que Jesús enseñaba. Además de distanciarnos de las organizaciones eclesiásticas, también fuimos a contracorriente, actuando con la mayor independencia posible de la línea dominante. Nuestra iglesia autóctona sería, en cambio, autosuficiente, autónoma, capaz de propagarse por sí sola, independiente de otras confesiones religiosas, del régimen eclesiástico y de las corrientes dominantes de la sociedad. Nuestra revolución espiritual marcó el nacimiento de nuestra nueva nación. Nos desligamos de las iglesias establecidas y de los regímenes mundanos a fin de fomentar y demostrar la fogosidad y la pasión que sentíamos por la verdad de Dios para aquella época, y lo hicimos para seguir a Dios de acuerdo a Sus preceptos para el momento. Nos separamos de la sociedad establecida —mejor dicho, nos marginamos de ella— para poder emular el estilo de vida de los discípulos de Jesús. No teníamos ningún dinero acreditado a nuestro nombre ni ningún alojamiento fijo. Sin embargo, éramos felices, porque la verdad representada en el amor y salvación de Jesús nos había liberado. Nos movía el deseo de brindar esa libertad a la demás gente. Dios preguntó a David si quería llevar el mensaje a los «mendigos», y él accedió a hacerlo. Aceptó a los hippies, los amó y les enseñó todo lo que pudo. Predicó de tal modo que habló al corazón de los jóvenes de la contracultura que buscaban la verdad, y motivó que respondieran revolucionariamente a su llamado. Así pues, se desprendieron de todo lo que hasta entonces conocían y consagraron la vida a Jesús y a la difusión del Evangelio. En sus escritos, David con frecuencia condenó los sistemas políticos, educativos, religiosos y económicos del mundo, se pronunció contra la música y literatura contemporáneas y contra todo lo que pudiera de alguna manera distraer a los discípulos de servir a Dios o encantarlos con el mundo. Buena parte de nuestra cultura e ideario seguía esa vena. En 2009 alteramos la postura que manteníamos en ese sentido y afirmamos que no consideramos que todo lo del mundo sea inherentemente malo o contrario a los principios cristianos. Todavía sostenemos que no debemos conformarnos al mundo[2], bien en lo referente a nuestras actitudes o bien a nuestros pensamientos. Seguimos siendo partidarios de abstraernos del espíritu de odio, egoísmo, codicia y orgullo del mundo. Aunque en el mundo existe mucha maldad, también hay mucha bondad. Existe gente muy noble y cercana a Dios de cuya vida y escritos podemos aprender. Hay en el mundo muchas cosas educativas y válidas. Éste nos proporciona muchas cosas de las que podemos aprender y sacar provecho. Cada uno de nosotros, como cristianos maduros, deberá determinar con actitud de oración qué es nocivo y qué es beneficioso para su espíritu, y evitar las cosas que lo aparten de su fe o servicio al Señor. La Familia se gestó en un clima de revolución y oposición al régimen de las iglesias. David además describió nuestra ruptura con el sistema iglesiero en tonos bastante duros y extremistas, que dejaron a las iglesias muy mal paradas. Sus declaraciones establecieron claramente el contraste que existía entre las iglesias y nosotros, y en las primeras etapas de la Familia eso funcionó como una especie de llamado o punto de encuentro para la gente a la que aspirábamos a ganar. David utilizó un vocabulario fuerte y subido de tono para condenar lo que él consideraba la hipocresía y letargo espiritual de la iglesia establecida de esa época. Y no fue el único que lo hizo. En aquel tiempo se vivía una especie de despertar espiritual —fue la época del Movimiento de Jesús— y había otras personas, entre ellas otros cristianos, que se manifestaron o actuaron contra el iglesierismo o contra el ordenamiento religioso cristiano que por entonces existía en los EE.UU. Las declaraciones y enseñanzas de David en contra del iglesierismo y su mensaje de volver a las bases del cristianismo tuvieron buena acogida entre muchos de los primeros integrantes de LFI. David sostenía que lo que dio buenos resultados para los primeros cristianos debería funcionar también para los cristianos de la actualidad. Se propuso demostrar que los cristianos de la época actual podían seguir a Jesús tal como lo hicieron los apóstoles y los adeptos a la iglesia primitiva, y que incluso prosperarían. Todo esto significó que David tuviera forzosamente que romper con el sistema iglesiero de su tiempo. Hizo hincapié más bien en la simpleza del mensaje y del amor de Jesús. La salvación era sencilla, al alcance de todos, y nuestra tarea era llevar el mensaje de salvación a quienes lo necesitaran. Debido a las raíces de LFI de una postura en contra del iglesierismo, hemos adquirido la tendencia a emitir juicios de carácter general acerca de otras iglesias y cristianos, calificándolos con términos negativos. O si no, hemos caído en generalizaciones exageradas al referirnos a cristianos de iglesia. También hemos hecho comparaciones desfavorables y a veces erróneas entre la Familia y otros cristianos. Existen numerosas iglesias, organizaciones ecuménicas, grupos de estudio y entidades religiosas y misioneras de talante progresista, que son fieles en la testificación y que ampliaron sus horizontes para descubrir nuevas fórmulas de llevar el Evangelio a los demás. Por todo el mundo hay cristianos que practican vivamente su fe. Admiramos y respetamos sus creencias y esfuerzos diligentes para servir al Señor. Muchos llevan a cabo una gran labor y están efectuando una transformación en su parte del mundo. Hay muchas iglesias cuyo fundamento y puntal coinciden con los nuestros: un apasionado amor por Dios, fe en la Palabra de Jesús, deseo y voluntad de obedecer al Espíritu y un compromiso con el deber que tenemos los cristianos de entregar a otros el amor y la verdad de Dios. Muchos integrantes de LFI colaboran con otros cristianos —o personas de otras religiones— cuando llevan a cabo labores de ayuda humanitaria u otras obras misioneras, y tienen con ellos una relación agradable, positiva, que beneficia a ambas partes. Aunque David rechazaba a una gran parte del cristianismo institucionalizado, valoraba mucho la Biblia. Sentó los cimientos y doctrinas de la Familia a partir de ésta. La leía y la enseñaba a los demás. Si bien había algunos pasajes bíblicos que consideraba desfasados o con los cuales no coincidía, hacía hincapié en que la Biblia era la Palabra de Dios y recalcaba la importancia de memorizar las Escrituras. Afirmaba que la Biblia era «la vara de medir, el patrón mediante el cual medimos todo lo que Dios nos ha revelado». Sin embargo, tampoco creía que todo lo que Dios fuera a decir o revelar estaba circunscrito estrictamente a la Biblia. Estaba convencido —como también lo estamos nosotros—, de que Dios aún nos habla hoy en día y nos revela nuevas verdades. No obstante, las nuevas verdades debían estar basadas en las Escrituras y no contradecir sus enseñanzas. Esas nuevas revelaciones pueden también arrojar luz en lo tocante a la interpretación de las Escrituras o aportar más detalles acerca del contenido de éstas. Incluso pueden ir más lejos que las explicaciones contenidas en la Biblia, aunque sin contradecir sus enseñanzas y principios. Conocer y comprender el contenido de la Biblia es importante, puesto que ésta es la piedra angular de nuestras creencias y modos de actuación. Contiene los principios sobre los cuales se sustenta nuestra fe. Es la máxima autoridad y el patrón de medida. David recibía revelaciones y mensajes proféticos para nuestra iglesia. Muchos de sus escritos son bellísimos, no han perdido vigencia y son sumamente inspirados. Es evidente que el Espíritu se manifestaba por medio de él. Al leer esos artículos hoy el Espíritu todavía nos llena y nos conmueven. Sin embargo, eso no significa que consideremos que todos los escritos de David tengan la misma medida de inspiración o vigencia. Muchos de ellos son simplemente su opinión personal, comentarios, enseñanzas prácticas o consejos para un determinado momento. No consideramos que sus escritos sustituyan la Biblia. Muchas de las Cartas de David estaban dictadas en un estilo parecido al de los profetas del Antiguo Testamento, y desde el punto de vista espiritual, muchos de nosotros nos criamos —por así decirlo— en un clima de fuertes contrastes: bien/mal, dentro o fuera de la voluntad de Dios, la senda angosta que lleva a la vida/la puerta ancha que conduce a la perdición. Generalmente era lo uno o lo otro, sin mucho lugar a la posibilidad de los tonos grises intermedios. Una de las derivaciones negativas de esa cosmovisión es la costumbre que se fomentó de juzgar a los demás, ya sea a otros integrantes, sus decisiones y su fe, o a quienes son ajenos a LFI, se trate de ex integrantes, otros cristianos, etc. Siempre habrá bien y mal, virtud y pecado. Siempre habrá opiniones personales. Siempre habrá motivaciones y decisiones que complacen a Dios y son conforme a Su voluntad, y otras que no. Los pensamientos de Dios siempre serán más elevados que los nuestros[3]. Lo que queremos eliminar de nuestra vida es la costumbre de juzgar y sentenciar, o el concepto de que está bien, que es lo correcto, o hasta nuestro deber, pronunciar sentencia sobre todas las situaciones que se nos presentan. Juzgar es fácil y las opiniones abundan, pero solo el Señor puede ver el corazón y juzgar con justicia. Creemos en ser «hacedores de la Palabra»[4] —en seguir las palabras y orientación que Jesús nos da— lo mejor que podamos, por amor a Él y por el deseo de complacerlo. Creemos que vivir la Palabra es una de las formas en que podemos permanecer en Jesús y en Su Palabra, para que podamos llevar mucho fruto y hacernos acreedores a Sus promesas[5]. David era fiel a sus convicciones, una de las cuales era que el amor de Jesús era incondicional y estaba dirigido a toda la humanidad. Nunca se retractó de su convencimiento de que la misericordia de Dios era para todos, estaba al alcance de todos, y que Jesús ama a todos. David creía firmemente que el amor de Dios no solo era incondicional, sino también adaptable; es decir, que Dios se manifestaría y expresaría Su amor de la forma que fuera para llegar a un alma, y eso es lo que deberíamos esforzarnos por transmitir al testificar. Nos enseñó a testificar con sinceridad y sencillez. No era necesario que la gente entendiera cada detalle de la doctrina cristiana para recibir la salvación. Nos enseñó que es sencillo testificar. Cualquier cristiano puede ser —y está llamado a ser— un fiel testigo. Creemos que hay una llave para cada corazón, que Dios sabe cuál es esa llave, y que podemos pedirle ayuda para encontrarla a fin de abrir un corazón a Su amor. Nuestro mensaje central es el amor incondicional de Dios por el hombre, manifestado en el regalo que nos hizo al darnos a Su Hijo. Esa es también nuestra motivación, lo que nos mueve a ofrecer el amor y la salvación de Jesús a todas las personas con que nos topamos. No nos proponemos conseguir que la gente abrace un credo religioso, sino ayudarla a cultivar una relación personal con Jesús. Estamos dispuestos a razonar con la gente, a presentar nuestras creencias con amor y paciencia, a respetar sus creencias en lugar de imponerles nuestra religión. María y yo pedimos al Señor que cada uno de nosotros podamos continuar desarrollando y ampliando nuestra forma de testificar empleando métodos y enfoques pertinentes para el día de hoy y para la gente a la que tratamos de llegar, conservando al mismo tiempo el sencillo amor de Jesús y nuestro enfoque de «a todos hacernos de todo, para que de todos modos salvemos a algunos»[6]. Pedimos al Señor que podamos ampliar nuestra hermandad espiritual para incluir a otros, que esta sea abierta y cordial, y que se tienda una mano amiga y de camaradería a todos cuantos quieran trabajar con nosotros y aprender acerca de las verdades espirituales con que hemos sido tan abundantemente bendecidos. Nos imaginamos que habrá un fortalecimiento de los corazones y la esperanza, a medida que cada uno de nosotros dé el primer paso para trazar un círculo de amor que incluye a otros, que reconoce, inspira y cultiva el potencial en los demás, que nutre espiritualmente, que edifica la fe, desarrolla la visión de futuro y fortalece la resolución de nuestras familias, compañeros de trabajo y las personas que el Señor pone en nuestro camino para que las atendamos espiritualmente. [1] 1 Juan 2:16. [2] Romanos 12:2. [3] Isaías 55:8–9. [4] Santiago 1:22. [5] Juan 15:7–8. [6] 1 Corintios 9:22.
Posted on: Sun, 22 Sep 2013 23:02:21 +0000

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