UN SEÑOR DE CUENCA Una esfera de un brillante - TopicsExpress



          

UN SEÑOR DE CUENCA Una esfera de un brillante plateado emergió parcialmente en el punto en que había caído el sedal del pescador y avanzaba lentamente hacía la orilla de la playa, allí, donde se encontraban ellos con el perro, asustados pero confiados por aquél objeto fuera de la normalidad, real e irreal a la credulidad que les mantenía a la espera sin saber qué hacer. La sombrilla volaba en la arena de la playa empujada por el viento de levante, que soplaba todas las tardes, y en aquella, lo había hecho con una fuerza inusual hasta el último momento de la misma. El señor de Cuenca había dejado confiadamente como todos los dias, la sombrilla plegada en precaución del aire, y las dos sillas, en el intervalo de ir a comer. Al volver, cuando sabía que el intenso viento se había calmado, solo encontró las sillas revueltas en la arena y que la sombrilla había desaparecido, intuyendo el porqué. Aunque levantó la vista por si veía sus restos en los márgenes de la playa, le pareció que ya no merecía la pena buscarla a pesar de los años que le había acompañado. Dio por hecho que aunque la encontrara estaría destrozada por el vendaval. En aquellas últimas horas en que caía el sol en su ocaso, en que el viento todavía era un aullar suave desplegando la brisa húmeda del mar, azuzada entre la espuma de las olas y depositando su frescor en los ojos, en su mirada serena y melancólica de una vejez con energía escasa, tan escasa como para sentarse, buscando acomodo en una de aquellas sillas, mientras se apoyaba en la otra colocandola su lado, como hacia cada tarde. Así, mirando al mar con el sol cayendo a su espalda, entretenido en sus pequeños pensamientos vacios, solo banales, observaba el tiempo pasar y con él, a los paseantes de la orilla del mar, a un lado, al otro. Como aquellos cuerpos eran zarandeados por todo tipo de ritmos, cadencias, carnes trémulas, firmes piernas, caderas voluptuosas en las que se perdía con disimulo, no exento de curiosidad, pues sentía que la vida era el interés que se despertaba del instinto, de la pasión por la belleza y sus formas. Cerca un pescador de caña, lanzaba el sedal y este tañía un músical y sutil silbido al deslizarse por las guías y por el ovillo del carrete que le contiene. El señor de Cuenca, levanto la vista intentando seguir la pista de por donde debía caer el plomo con el anzuelo... pero no distinguió la caída y quedó contemplando como el pescador tensaba el hilo en la caña y dejaba su línea por encima de los paseantes que esperaban después del lanzamiento. -“Una caña bien larga” Pensó, mientras miraba la punta de la misma que cimbreaba a intervalos con la sensación de que algo podía haber picado. Así paso el rato, cuando un pequeño perro se había acercado hasta allí buscando alguna golosina entre el señor de Cuenca y el pescador. Este al hacerle una caricia, levanto la vista hacia él: -Es suyo el perro. -Pues no. Debe de ser de algún vecino de la zona, baja todas las tardes sin falta y luego, cuando se cansa se va. -¡Ya! Parece listo. Todo volvió a su particular quehacer, el señor de Cuenca miraba el mar y el pescador rebobinaba el sedal en el carrete, levantando el plomo y mirando el anzuelo a la vez que movía la cabeza en ademán de molestia, pues los peces se habían comido el cebo y lo habían dejado limpio. Dispuso la caña otra vez y volvió a empezar el ritual, mientras el señor de Cuenca le observaba, tomó carrerilla en la arena con la caña hacia atrás y con un fuerte impulso hacia la dirección del mar, soltó el sedal al aire saliendo despedido el cebo lastrado por un pesado plomo, y esta vez, el señor de Cuenca pudo estar atento a su trayectoria parabólica y a su punto de caída al entrar en el agua. Justo en ese momento, un ruido metálico amplificado por una reverberación de sonido grave, parecido al sonido de una campana, se oyó, dejando desconcertado al señor de Cuenca y al pescador que se quedó con la caña en la mano sin saber qué hacer. El perro todavía andaba entre los dos buscando qué le ofrecieran, aunque solo fuera atención, cuestión que no parecía demasiado necesaria dado el personal instinto de independencia que se le adivinaba. Pasaron algunos segundos desde aquel sonido seco tan audible, pero el pescador no parecía querer recoger el sedal, ni tan siquiera por el desconcertante ruido. El señor de Cuenca ante eso se aproximó y comentó: -¿Qué ha podido ser ese ruido metálico? -Pués...no sé...no tengo ni idea que puede ser. Voy a esperar un momento y recogeré el sedal para volverlo a lanzar al mismo sitio, por si ocurre lo mismo. Debe de ser algo metálico que debe haber por allí, eso si es seguro. Ya el sol escondía sus últimos rayos, cuando desde aquel punto, un burbujeante destello en forma esférica, emergía lentamente avanzando en la superficie del mar y hacia la orilla de playa. Llamó la atención de las pocas personas que había por allí, incluidos el señor de Cuenca y el pescador. Un cierto temor se apoderó de todos ellos, empezando algunos a querer marchar de allí, cuando la esfera brillante que avanzaba lentamente. De pronto, a una velocidad vertiginosa, se posó suspendida a cierta altura de la vertical del señor de Cuenca, del pescador y del perro que también parecía haber quedado paralizado por su fuerza y así, de repente, la esfera les absorbió hacia su interior ¡¡En un abrir y cerrar de ojos!! Después de aquello, volvió a posarse en la superficie del mar, tan lentamente como al pricipio y desapareció por el mismo sitio por el que habia aparecido, aquella esfera de un brillante plateado. Nunca más se supo de ellos. La verdad es que se lamentó mucho la desaparición del señor de Cuenca, era un hombre muy amable. Los tres desaparecierón absorbidos hacia las profundidades, por la bella y misteriosa fuerza del mar.
Posted on: Wed, 24 Jul 2013 10:49:11 +0000

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