Un fragmento de algo... aún en ciernes EUROPA El hombre - TopicsExpress



          

Un fragmento de algo... aún en ciernes EUROPA El hombre movió la cabeza. Una bola de hierro azul. Avanzando penosamente por la acera, una mano ensangrentada. Dos dedos largos, el pulgar. Su cuello sin tensión. Olor a carne quemada en el aire. Heda se aparta de él. Se quita de encima del pecho un brazo aislado, exento. Retorcido. Al hacerlo, no siente nada. Solo el zumbido del aire ya lejano dejándose caer en sus oídos. Los impactos que se espacian cada vez más. Tiene los oídos abombados. Hay un mundo líquido allí afuera, quemado de luz. El sol en las aceras, en el asfalto quebrado, en el cartel de Campary sobre el escalextric. Intenta moverse. Sus bragas pegadas al suelo, arracimadas alrededor de los tobillos. Oye pisadas de botas, el rugido de un motor al intentar arrancar. Mueve la mano y las palpa. Tira de las bragas que ascienden lentamente por la piel quemada de sus muslos. Hasta que una lacerante punzada le hace destensarlas. Los dedos se abren, como lazadas deshechas. Hasta que la mano cae sola contra el enlosado, como un pedazo de carne, abierta, semejante a una mano que pidiera, llamando poderosamente la atención del ojo amarillo con sombrero azul que la observa desde el cielo. La música de baile sale por el pequeño altavoz de la radio. Mientras se balancea frente al ventanal, Schultz la mira. No ha dejado de mirarla desde que llegó. No importa que la vea cada día. No importa que tenga los labios agrietados. Que no se peine. Que vaya sin maquillar. No ha apartado los ojos de ella desde que llegó. Schultz. Probablemente pagó a la dueña de la pensión antes de subir. El hombre poderoso. El que la ha comprado. El que paga su salario y el de toda la familia. El hombre al que un día matará. El cristal de la ventana, opacado en negro, le devuelve la silueta turbia de su propio cuerpo. Un cuerpo juvenil. Un cuerpo que él observa desde lejos, con prevención. Quizá con miedo. Con deseo. Eso la enfermó la primera vez. El deseo contenido en el temblor de su mentón. En las puntas de sus dedos aferrando la llave de la habitación. Su cárcel. La de los dos. El deseo traspasando sus pestañas, atravesando sus párpados, haciéndole mover los labios como si pronunciara una oración. A veces le ha visto mordérselos. Morder esos labios con los que no se atrevió a besarla la primera vez. —Tal vez esa extraña forma que tienes de odiarme —le oye decir— sea amor. Sabe que la está mirando. La mira mientras ella mueve los hombros frente al cristal oscurecido, al ritmo de la melodía bailable. Aunque no pueda verlo. Siente su deseo en la piel de los tobillos. En sus muslos. En su espalda. En los pliegues de su nuca. En las comisuras de su boca. Es en esos momentos cuando más desea matarlo. —No. No es amor. Cristina Cerrada
Posted on: Wed, 13 Nov 2013 20:17:48 +0000

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