VERCIA LA DRUIDESA 󾓶 (Fragmento del Libro - TopicsExpress



          

VERCIA LA DRUIDESA 󾓶 (Fragmento del Libro Arpas Eternas.) A la plácida serenidad de Betania llegó en un anochecer una extraña caravana de hombres rubios, con ojos color de cielo. Preguntaban por el Profeta Nazareno del manto blanco, pues en Nazareth les habían dado noticias que él se encontraba a las puertas de Jerusalén, en la aldea de Betania. Los discípulos del Maestro reconocieron a dos de los viajeros. Eran de los catorce esclavos galos que salvaron de morir ahorcados en los calabozos del palacio de Herodes en Tiberias. Con ellos venían tres hombres de edad madura, y una joven mujer extremadamente blanca y rubia, que ocultaba su gran belleza con espeso velo echado sobre el rostro. Habían venido de Marsella en un barco mandado por uno de los capitanes dependientes de Simónides. Procedentes de las montañas de Gergovia en la Galia, habían cruzado el mar y hecho tan largo viaje porque la joven mujer aquella que era sacerdotisa de los Druidas, había recibido el mandato de sus dioses de llegar a la Palestina donde residía el Salvador de este mundo y vencedor de la muerte. El Maestro les recibió afablemente según acostumbraba con todos. Uno de los ex esclavos galos, que conocía bien la lengua sirio-caldea,explicó la situación y objeto de aquel viaje. La joven allí presente, era nieta del famoso héroe galo Vercingetorix,que se midió con las poderosas legiones de Julio César, el cual le hizo prisionero y luego le mandó matar para coronar su triunfo con la cabeza del héroe que había luchado heroicamente por la libertad de la patria Gala. Los valerosos Druidas moradores de selvas, habían salvado a la pequeña hija del héroe galo, Vercia, y ésta era hija de aquella, y se llamaba también Vercia. Por veneración al héroe inolvidable la habían elegido Druidesa, y era la gran sacerdotisa de su culto a la magnificencia de la naturaleza, templo vivo del Gran Hessus, su Dios Supremo. Sólo contaba diecisiete años. Uno de sus acompañantes era su tío paterno. Su madre, la hija del héroe había muerto de pesar hacía doce años, cuando su marido fue denunciado ante el Procónsul Romano de reclutar fugitivos en las montañas donde nace el Loira. Sepultado en un calabozo de Gergovia, había tratado de evadirse y fue atravesado por una lanza romana clavada en el corazón. Vercia era pues huerfanita y sólo tenía como familia, a su tío paterno que era el Bremen (Jefe Supremo) de los druidas de las selvas,que aún no se habían sometido a Roma. Los catorce esclavos salvados de la horca por el Profeta y los suyos,llevaron a las montañas del Loira la noticia de un Salvador del mundo que andaba por las riberas del Mar de Galilea; y el Bremen galo, quiso unirse a él para ofrecerle cuanto era y cuanto tenía, a fin de exterminar a esa raza maldita que había destrozado la libertad de su patria y dado muerte a los jefes de su raza y perseguido a sus familiares. El Maestro escuchaba en silencio los dolorosos relatos que llegaban a él desde la lejana Galia, y veía a través del velo que cubría el rostro de la joven, deslizarse lágrimas silenciosas que ella dejaba correr sin secarlas. — ¡Siempre el dolor! –exclamó cuando el relator calló. El Bremen galo hizo decir por su intérprete que aun cuando no hablaba la lengua siria, la comprendía bien, por lo cual el Profeta Nazareno podía hablarles libremente, que ellos le comprenderían. —Uno de los maestros de mi primera juventud –comenzó Yhasua–,pasó parte de su vida en la Galia transalpina en Aquixania, a orillas del Garona. Debido a esto conozco algo de vosotros y de vuestro país, de vuestra religión y costumbres. “Más de la mitad de mi vida la he vivido entre hombres de meditación y de estudio, y he comprendido la magnitud del error cometido por casi todos los que han pretendido ser civilizadores de humanidades. Este error ha consistido siempre en las barreras puestas entre las razas, los pueblos y las religiones. La vida y la libertad son los más preciosos dones de Dios a sus criaturas; y los que fueron considerados los más grandes hombres de la tierra, no han hecho sino atentar contra esos dones divinos en provecho propio, con un egoísmo tan refinado y perverso, que asombra ver que ello sea fruto de un corazón humano. “Vosotros habéis cruzado el mar para traer al Profeta Nazareno la ofrenda de vuestra adhesión, con la esperanza de que os sean devueltos esos dones de Dios que os han quitado los hombres: la vida y la libertad,que las conserváis refugiados en vuestras selvas y montañas impenetrables. Queréis la libertad de vivir con vuestras costumbres, religión y lengua y el egoísmo humano os lo impide. Y si no claudicáis de vuestra fe y de vuestros derechos, seréis considerados como una raza salvaje,indómita, rebelde a la Civilización. “Vuestra religión os ha enseñado, que el alma humana tuvo principio,pues nació del seno del Gran Hessus; pero que es eterna y está destinada a volver en estado perfecto a su divino origen. Para obtener pues este perfeccionamiento a través de los siglos, ha de pasar necesariamente por infinidad de pruebas que son como el crisol para el oro. Y esas pruebas las estáis pasando los galos independientes en vuestras selvas, sin querer claudicar ni de vuestras convicciones ni de vuestras leyes. “Me llamáis Profeta, que quiere decir explorador del mundo invisible. Sabed que con exploraciones y en la noche misma en que fueron libertados del calabozo y de la horca vuestros catorce compañeros, yo tuve la visión del futuro de vuestro país: Seréis la vanguardia de los buscadores del don divino de la libertad, de que os privaron las legiones romanas y de que os privarán aún los hombres del futuro, hasta que vuestra raza gala tenga la fuerza de dar a esta humanidad terrestre el más terrible ejemplo de justicia popular que hayan dado los pueblos oprimidos, por la injusta prepotencia de las minorías adueñadas del oro y del poder. Un relámpago de júbilo brilló en los claros ojos de los galos, y la Druidesa olvidó el cubrirse y audazmente levantó su espeso velo para ver más claro al hombre que había pronunciado tales palabras. Y en la primitiva jeringoza de su lengua montañesa, gritaron tres veces la palabra Libertad. Enterado Simónides, de los nuevos aliados que buscaban la sombra benéfica del Señor según él decía, se acercó a la reunión, y después el príncipe Judá, que en su larga estadía en Roma y entre las milicias romanas, se había tratado mucho con legionarios galos y aún en la servidumbre de Arrius su padre adoptivo, había conocido muy de cerca a algunos. Allí se estableció una fuerte alianza con el Bremen y la Druidesa, para ayudarse mutuamente en la conquista de la libertad. Fueron invitados a alojarse en un modesto pabelloncito bajo la sombra de los castaños, donde pudieran sentirse más libres e independientes de los numerosos huéspedes que se albergaban en la vieja granja de Lázaro. El príncipe Judá que tuvo una larga conferencia con ellos, les dio a comprender la esperanza que abrigaban todos de que en esa Pascua sería el triunfo definitivo del Mesías de Israel, que fuera anunciado seis siglos antes por todos los Profetas y augures de diversos países. La Druidesa escuchaba sin pronunciar palabra. Y cuando llegó la medianoche, se levantó del lecho y buscó el más viejo castaño a cuyo pie puso la piedra del fuego sagrado. Encendió la pequeña hoguera con retoños secos de encina y con hierbas aromáticas y olorosas resinas, y sentada en un tronco a pocos pasos de allí, levantó al infinito azul sus blancos brazos desnudos y oró al Gran Hessus por la libertad de todos los oprimidos de la tierra y por sus hermanos de raza, que habían dejado del otro lado del mar. Después se quedó inmóvil con la mirada fija en las inquietas llamitas que el viento suave de la noche llevaba de un lado a otro. Cuando las llamas se apagaron quedando sólo las ascuas semicubiertas de cenizas, los claros ojos de la Druidesa se abrieron grandes, llenos de luz cual si quisieran beber del pálido resplandor lo que su anhelo buscaba. Una blanca visión perceptible sólo para ella que había desarrollado en alto grado la facultad clarividente, le apareció como flotando sobre el hogar en penumbras. Era el Profeta Nazareno del manto blanco que la miraba con infinita dulzura. Entendió que le decía: “Has venido para verme deshojar la última rosa bermeja de nuestro pacto de hace siglos”. Y como si un ala de sombra hubiese borrado la hermosa visión, le apareció un pequeño y árido monte al cual iba subiendo penosamente el mismo Profeta cargado con un enorme madero en cruz. La joven comprendió todo, y exhalando un doloroso gemido cayó en tierra desvanecida. Calculando que había terminado la parte culminante del culto, el Bremen se acercó a ella y la levantó del suelo. Sintiendo helados sus miembros y que apenas respiraba, la condujo al lecho donde la abrigó cuidadosamente y haciéndole aspirar una esencia esperó que se despertara. Pero la joven no despertaba más. Cuando el sol penetró a la alcoba, el Bremen envió un mensajero a la casa de Lázaro, para avisar al Profeta que la Druidesa había caído en un letargo y que no conseguía despertarla. El Maestro fue allá, acompañado de los Ancianos Gaspar y Melchor, únicos que conocían a fondo el secreto tremendo del holocausto cercano. Se figuraba lo que había ocurrido y temía que hubiese testigos profanos en el secreto de Dios... Extremadamente blanca e inerte, la joven parecía una estatua yacente de marfil, representando la Isis dormida de un Serapeum egipcio. El Maestro le tomó una mano y la llamó por su nombre: — ¡Vercia! Despiértate que yo te lo mando. La joven Druidesa abrió los ojos y al ver a Yhasua junto a ella se cubrió el rostro con ambas manos y rompió a llorar a grandes sollozos. Los dos Ancianos oraban en silencio y el Bremen con sus brazos en alto en la puerta del pabellón miraba al cielo azul con sus ojos inundados de llanto. Cuando la tempestad de sollozos se hubo calmado, dijo la joven: — ¡Profeta!... ¡En el fuego sagrado vi anoche la visión de tu próxima muerte! Los oprimidos seguiremos siendo oprimidos, porque tu Reino es el Reino del Gran Hessus y tú recibirás tu herencia eterna y nosotros quedaremos en la tierra sin patria y sin libertad. — ¡Desde mi Reino estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos,mujer valerosa que me vienes siguiendo de cerca hace ya ocho milenios de años! Por dos veces te encuentro en esta última jornada mía, y esta vez será para que veas mi entrada triunfal en el Reino de Dios. “¡El amor es más fuerte que la muerte, Vercia!... Y mi espíritu libre te visitará muchas veces en tu fuego sagrado para que en esta etapa de tu vida, lleves mi doctrina del amor fraterno desde las montañas de la Galia hasta las orillas del Ponto, donde colgarás definitivamente tu nido, para las veinte centurias finales que comenzaron con mi vida actual. “¡La muerte es la libertad y tú amas la libertad! “Tú que comprendes esto mejor que otros, has venido para animar mi hora final”. La joven se había ya calmado completamente y tomando la diestra del Profeta la besó con profundo respeto. — ¡Feliz de ti que vas a morir, mensajero del Gran Hessus! –exclamó de pronto la Druidesa–. ¡Infelices de nosotros que quedamos con vida y sin libertad! “Los druidas no tememos la muerte porque ella es la libertad y la dicha; es la renovación y el renacimiento en una vida nueva. ¿No es hermoso para el sol, morir en el ocaso para renacer en la aurora? “¿No es bello para la floresta secarse en el invierno para resurgir con vida nueva en la primavera? “¡No es para morir que necesita valor el hombre, sino para vivir...,para vivir esta vida miserable de odio y de esclavitud, cuando el alma humana fue creada para los amores grandes, nobles y santos!... “¡Di tú una palabra, divino hijo del gran Hessus, y todos los hombres de la tierra seremos libres y dichosos!...” Los grandes ojos azules de la Druidesa brillaban con extraña luz, fijos en Yhasua que la miraba con piadosa ternura. —Contigo morirá nuestra última esperanza de libertad –continuó diciendo Vercia con exaltación creciente–. Y en este mismo instante haré a Hessus un voto de vida o muerte. ¡Moriré si tú mueres! ¿De qué sirve la vida sin libertad? — ¡No, mujer! –exclamó el Maestro deteniéndole la diestra que levantaba a los cielos para pronunciar el solemne juramento–. “¡Tú no morirás conmigo, porque yo he terminado el mensaje del Padre y tú no lo has comenzado! “La Galia y los países del Danubio y del Ponto te esperan para abrir su corazón a la luz y sus labios sedientos a las aguas de vida eterna. ¿O es que vas a claudicar antes de haber comenzado?...” La joven Druidesa dobló su cabeza sobre el pecho y dos hilos de lágrimas corrieron de sus ojos entornados. — ¡Mi mensaje –continuó diciendo el Maestro–, es semilla de libertad,de fraternidad, de igualdad y de amor! Quien colabora en mi mensaje,es sembrador conmigo de fraternidad, de libertad y de amor. “¡Druidesa!... ¿Somos aliados?”. Vercia levantó sus ojos inundados en llanto y le contestó: — ¡Aliados hasta que el fuego sagrado del gran Hessus haya consumido todas las tiranías y todas las esclavitudes! El Maestro estrechó la mano que Vercia le tendía leal y firme, murmurando a media voz: — ¡Entonces, hasta que el amor haya florecido sobre la tierra!...
Posted on: Fri, 08 Nov 2013 03:15:09 +0000

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