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VIVIR CON FE En todas las etapas de la historia, y en la actualidad sucede también, el hombre, cuando ve lo que sucedió en tiempos de Habacuc: "Asaltos y violencias; rebeliones y desórdenes", se pregunta: ¿si Dios es bueno, por qué permite que sucedan estas cosas? Parece que la conclusión lógica fuera: o Él no es bueno o, peor aun, no existe. Antes de continuar, hermanos, diremos que la fe es una gracia que no la tenemos ni por herencia ni por la sola imitación. No soy creyente en automático sino por una revelación en el interior del alma, como lo decía nuestro mismo Salvador a Pedro cuando aquel apóstol supo quién era Jesucristo. Dios infunde la fe y su gracia se adelanta y nos ayuda con el auxilio del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos aceptar y creer la verdad. Pero creer es también un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia depositar la confianza en Dios. Según Santo Tomás de Aquino, la fe es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia. Hoy escuchamos una súplica de los apóstoles al Señor: "Auméntanos la fe". Si andaban con Él es que le creían, pero comprenden que esa fe puede acrecentarse. ¡Si tuvieran fe, dice el Señor, le podrían decir a un árbol frondoso: arráncate de raíz y plántate en el mar! ¡Sucede que todos tenemos árboles bastante enraizados que hay que arrancar! Aquella amistad peligrosa que nos cae bien, pero nos hace mal; aquel vicio, afición, pasión desordenada; aquellas caídas tan amargas por ser acciones más conscientemente cometidas; aquel egoísmo en la vida conyugal; aquel mal humor que echó a perder la fiesta a la que asistimos en familia y dejó un mal sabor en los parientes. Hay una fe viva, pero también una muerta, cuando no tiene obras. Y otra fe inútil e inservible, la de los demonios: creen pero de nada les sirve. Hay otra fe adormilada que es preludio de tibieza -un mal espiritual que daña- y también una fe firme e inconmovible porque se alimenta de la oración, la caridad generosa, el cuidado de ponerle el aceite de nuestra constancia a esa lámpara que es preciosa por ser regalo de Dios. La Virgen Santísima es el modelo perfecto de fe oscura, de confianza absoluta que la llevó a la búsqueda de qué le pedía Dios: la aceptación de los planes divinos, la congruencia de vida y la perseverancia hasta el calvario y Pentecostés. Ella interceda para alcanzarnos la gracia de profundizarla con la meditación de la Escritura y la súplica humilde, aumentarla con la oración y los Sacramentos y además compartirla. Pbro. Juan José Hinojosa Vicario adscrito del Santuario de Nuestra Señora de Fátima
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 14:32:23 +0000

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